CULTURA

La profesora Silvia García Fernández-Villa, del Departamento de Pintura y Conservación - Restauración de la Facultad de Bellas Artes, elabora el mapa de daños de la obra

Bellas Artes restaura “Pelando la pava”, el icónico cuadro del Corral de la Morería

Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Jesús de Miguel, Silvia García y archivo del Corral de la Morería - 31 may 2021 10:35 CET

Por delante de los personajes que llenan el lienzo “Pelando la pava” han pasado los personajes más grandes del flamenco español, como Camarón y Paco de Lucía, pero también han sido testigos de los bailes de Frank Sinatra con Ava Gardner y de políticos como Kennedy o Ronald Reagan. La profesora Silvia García Fernández-Villa, del Departamento de Pintura y Conservación - Restauración de la Facultad de Bellas Artes, tiene claro que más allá de su valor artístico, el lienzo es “el icono, el fondo que sirve para muchos documentos históricos impagables, y ese valor, el de patrimonio inmaterial, es lo más importante que tiene”. Ella misma ha dirigido la restauración del lienzo, que se ha llevado a cabo durante dos meses con alumnos de grado y máster en conservación y restauración.

 

Cuenta Silvia García Fernández-Villa que había ido al Corral de la Morería (calle de la Morería 17) como espectadora en alguna ocasión y, por “deformación profesional” siempre se fijaba en el cuadro “Pelando la pava”, de Juan Barba, que está colocado justo detrás en el escenario, y pensaba que algún día habría que restaurarlo. Era consciente, eso sí, de la enorme dificultad de acometer esa tarea, porque en el local “tienen una doble sesión todas las tardes-noches y el resto del día tiene una actividad frenética, ya que además de tablao flamenco es un restaurante con Estrella Michelín y hay muchísimas cosas que preparar durante todo el día, así que no había ni tiempo ni medios para poder realizar esa restauración”.

 

Pero de repente, llegó la pandemia y el mundo se paró. Se acordó entonces la profesora del cuadro, contactó con los hermanos del Rey, los hijos de Manuel del Rey, quien montó el local hace ya 65 años, y se lo propuso. Ellos, que “son gente muy sensible y muy comprometida con el arte y el patrimonio, aceptaron en el acto” y enseguida se suscribió el acuerdo entre el Corral de la Morería y la Universidad Complutense.

 

Trabajo in situ

Explica la profesora complutense que el cuadro es lo que se llama un gran formato, porque tiene varios metros por cada lado, así que “lo más adecuado a nivel de conservación preventiva era trabajar allí, ya que cualquier transporte implica riesgos para la obra”. Dado que el Corral de la Morería en ese tiempo estaba vacío se pudo montar allí mismo un taller casi de campaña hasta el que se desplazaron, durante dos meses, los expertos de la Complutense.

 

De acuerdo con García Fernández-Villa, todos los que han participado en la restauración han sido personal de la Facultad de Bellas Artes, “no sólo los que fueron a trabajar al local, sino que también hubo apoyo desde la Facultad”. Es así, porque la profesora forma parte de un grupo de investigación en el que trabajan restauradores, pero también científicos, como los del laboratorio de materiales de la Facultad (LabMat), que son los que dieron el soporte técnico para abordar la restauración.

 

En el Corral de la Morería, el trabajo lo dirigió la propia profesora y los implicados han sido estudiantes de máster o ya graduados en conservación y restauración, “así que para ellos ha sido una maravillosa oportunidad de aprendizaje y de puesta en práctica de todo lo que habían aprendido en las aulas”.

 

La restauración

El cuadro tiene unas peculiaridades importantes, ya que se pintó específicamente para la apertura del Corral de la Morería, hace más de seis décadas, así que “está completamente alejado de las condiciones de conservación de un museo”. Hay que recordar que todas las noches se baila, se canta, y hay muchísimo movimiento a un palmo de distancia de la obra, así que el reto de la restauración era especialmente importante, tanto para recuperar la obra como para conocer cómo se iba a percibir el cuadro después de la restauración, ya que “la iluminación tampoco tiene nada que ver con un museo, sino que hay focos de distintos colores, que inciden de manera bastante irregular sobre la obra, lo que hacía que el barnizado final también fuese importante”.

 

El lienzo llegó a manos de los restauradores con “una capa de suciedad superficial y de nicotina acumulada durante décadas, porque allí se fumaba, tanto tabaco como puros, a lo que hay que sumar el tema de la calefacción, de modo que la suciedad encontrada fue destacable”. Además, a lo largo del tiempo habían ocurrido pequeños accidentes, “pocos para lo cerca que se baila”, así como algunos intentos de disimular esos accidentes por manos no muy experimentadas, de ahí que hubiera repintes y barnices que se habían oxidado, y había que restaurar todo eso para recuperar los matices originales de la obra de Juan Barba.

 

Hubo que tratar también de manera muy profunda el soporte, porque “el lienzo estaba muy destensado, con abolsados muy importantes, y la tensión es muy importante para que se perciba bien la obra”.

 

Confía la profesora en que tras el trabajo de restauración el cuadro vaya a tener una vida mucho más larga de la que podía preverse hace décadas. Para ello se han incorporado materiales de estabilidad comprobada, absolutamente reversibles, y el barniz que se le ha aplicado, pulverizado, lleva incorporado un filtro ultravioleta que permite que esa obra vaya a sufrir menos decoloración por la radiación. Además, muchas de las condiciones que existían en el pasado, como el tabaco y calefacciones muy dañinas ya no existen y, por tanto, no afectarán al cuadro.

 

La obra

Lo de que el cuadro sea un lienzo y no un mural pintado en la pared del local, para García Fernández-Villa “fue puramente casual, probablemente porque Juan Barba estaba más habituado a trabajar con ese soporte y con hacerlo en su taller”. El autor del cuadro, poco conocido, “es un autor costumbrista, bastante heredero de la tradición clásica y de hecho en el lienzo hay un poquito de herencia española de muchísimos pintores, hay zonas velazqueñas, rostros goyescos y las caras los niños, que eran sus hijos, son inspiración de Murillo, así que el artista los toma de toda esa tradición”.

 

Informa la profesora de que durante el proceso de restauración “aparecieron inscripciones en el reverso del bastidor y de la tela, algunas de ellas hechas por los hijos del propio artista, y todo eso se ha documentado y se ha conservado, y engrandece en cierta manera el valor documental que ya tenía la obra”.

 

A pesar del gran reto que ha supuesto esta restauración, reconoce la profesora que en la Facultad están bastante conectados con la realidad, y muchos de los profesores firman convenios y contratos con instituciones o galerías, en lo que “es una colaboración muy fructífera para los alumnos, porque les conecta con el mundo real”. Un ejemplo es que ahora los estudiantes se han podido trasladar al Corral de la Morería para dar allí una clase y estudiar los problemas de conservación preventiva de una obra fuera del entorno de museo, que es algo con lo que se van a encontrar el día de mañana.

 

De momento, unos cuantos de esos estudiantes ya podrán presumir de haber restaurado el cuadro del que se conoce como “el tablao flamenco más prestigioso del mundo”.