CULTURA

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Callada luz: unas palabras hacia la poesía de Francisco Brines

Texto: Marta López Vilar - 24 may 2021 09:34 CET

Escribir sobre un poeta que nos ha acompañado desde nuestra primera juventud no deja de ser el reconocimiento de un viaje, de un mirar hacia un lugar que fue desvelado sin darnos cuenta, de repente. Y todo quedó ahí, abierto, a la espera de ser contemplado y dicho. El pasado 20 de mayo llegaba la noticia de la muerte de Francisco Brines, con un Premio Cervantes recién entregado, disfrutado de manera efímera. Y hace más de un mes, el 19 de abril, comenzaba una exposición bibliográfica sobre su obra en la biblioteca de la Facultad de Filología de la UCM de la que soy comisaria y que podrá visitarse hasta el 31 de mayo de 2021. La titulé “Callada luz: un itinerario por la poesía de Francisco Brines” y con ella busqué reencontrarme con ese viaje lejano de regreso hacia un lugar conocido, recuperar la voz de uno de lo más grandes poetas que ha dado este país y celebrar su más que merecido Premio Cervantes 2020.

 

“Lo que permanece lo fundan los poetas”, decía Hölderlin y creo que desde ese deseo de permanencia en el presente nace la obra de Francisco Brines. Todo en ella es una búsqueda de apresar el instante, ese lugar frágil y efímero que se muestra en las cosas, y contemplarlo. Porque contemplar no es tan solo un acto inmóvil, sino la mejor y más justa manera de beber esa agua limpia que mana de la vida. Contemplar la callada luz de un día nuevo, abierto en el amor o en el mar es saberse vivo, permanente. Pero también es saber que esa permanencia es en el ahora, porque ese lugar que nunca parece acabar de llegar -el futuro- amenaza el espacio sagrado del tiempo. Recuerdo ahora un poema dedicado al poeta valenciano Vicent Andrés Estellés, de su primer libro, Las brasas, por el que obtuvo el Premio Adonais en 1959. De él recuerdo estos versos: “[…] Ay, se muere todo, / pasa la luz, la flor, los sentimientos / se marchitan, las fuerzas van perdiéndose”. En ese pasar, la mirada de Brines se detiene, se sumerge y se afirma.

 

Porque, quizás, vivir es eso: ser esa luz que se contempla como se contempla al ser amado, sabiendo que el tiempo y la muerte vendrán a arrebatar esa belleza y se lo llevarán todo, en silencio. Pero esa certeza, al igual que cuando se ama, nos trae el deseo de un regreso. Un regreso de la luz que nos dice las cosas: “Que vuelva pronto la luz de la mañana / o el sueño de esa luz”, escribe Brines en su poema “De las tinieblas”, de su poemario La última costa (1995). Amar es un tipo de elegía futura, pero mientras llega, la poesía de Brines sabe que el cuerpo es hermoso cuando siente. En su libro Ensayo de una despedida. Poesía 1960-1971 escribió uno de los poemas que más celebraron el mundo desde su fugacidad y desde la sensualidad: “¿Y qué es lo que quedó de aquel viejo verano / en las costas de Grecia? / ¿Qué resta en mí del único verano de mi vida? / Si pudiera elegir de todo lo vivido / algún lugar, y el tiempo que lo ata, / su milagrosa compañía me arrastra allí, / en donde ser feliz era la natural razón de estar con vida. […] / De cuanto fue ventura, de aquel sitio de dicha, / saqueo avaramente / siempre una misma imagen: / sus cabellos movidos por el aire, / y la mirada fija dentro del mar. / Tan sólo ese momento indiferente. / Sellada en él, la vida”.

 

No se puede exclamar la vida sin sentir cada una de sus presencias: ser amor y ser amado, ser nostalgia, tacto, mar, flor, aurora, asombro. El tiempo ya hará su oscuro trabajo de arrebatarnos, pero, mientras, en la poesía de Brines se ama el mundo: “[…] Porque el mundo fue amado, / y en una isla atlántica yo di un beso a la vida. / Antes de que me vaya tras la sombra / veré por vez primera la violeta del Teide”, escribió en su poema “Yo quiero ver el pájaro del Teide”, de Poemas excluidos. Ver por primera vez las cosas, contemplarlas y amar todo aquello: lo que existe y lo que queda después de su marcha. Así se vive y, recordando a Eliano en el Florilegio de Estobeo refiriéndose a la poesía de Safo, para morir después llevándolo aprendido.

 

La poesía de Francisco Brines nos enseña a vivir, a sabernos en el otoño de las rosas y a escuchar después, cuando el cielo se apague, el silencio del mundo. Por ello, acerquémonos a su callada luz y celebremos a este gran poeta y vivamos como nos dijo en su poema “El vaso quebrado”, de su antología Para quemar la noche (2010):

Hay veces en que el alma
se quiebra como un vaso,
y antes de que se rompa
y muera (porque las cosas
se mueren también),
llénalo de agua
y bebe,
quiero decir que dejes
las palabras gastadas, bien lavadas,
en el fondo quebrado
de tu alma
y, que si pueden, canten.

 

Marta López Vilar es profesora del Departamento de Estudios Románicos, Franceses, Italianos y Traducción e Interpretación de la UCM