CULTURA
La Facultad de Filología celebra el Congreso Internacional Melancolía y Depresión en la Literatura Hispánica
Texto: Jaime Fernández - 24 feb 2021 12:40 CET
Los días 24, 25 y 26 de febrero, la Facultad de Filología celebra, on line y de manera semi presencial, la primera edición del Congreso Internacional Melancolía y Depresión en la Literatura Hispánica. Ana Jiménez San Cristóbal, vicedecana de Posgrado e Investigación de la Facultad de Filología, lo define cono un “congreso intenso y completo, que aborda la melancolía y la depresión desde el Siglo de Oro hasta nuestros días, en el que se va a conjugar la perspectiva académica del universitario con la visión cultural del escritor”. Para ello, el profesor Samuel Rodríguez, director y organizador del evento, cuenta con siete ponentes y 53 comunicantes, en un formato novedoso en el que “las ponencias tradicionales se combinan con mesas de debate en las que se va a dialogar sobre comunicaciones que han sido grabadas y previsualizadas previamente”.
Aunque el título del congreso pueda parecer un poco deprimente, la vicedecana explica que “el tono no será triste ni funesto, sino que brillará la alegría y la luminosidad”. Explica que en Grecia había una corriente que consideraba que la melancolía proviene de la bilis negra, porque se pensaba que la alteración de esa bilis negra es la que causaba ese estado de ánimo y desde entonces hasta el siglo XVIII se ha asociado con la locura, el vicio, el malestar, lo tétrico, lo fúnebre… Pero, por otro, los aristotélicos también inauguraron una nueva idea que era que el exceso de bilis negra fomentaba la melancolía en artistas y políticos, y citaba como ejemplos a Sócrates o Platón. Así que para Aristóteles la melancolía era la característica del genio y, por tanto, una cualidad deseable.
Esther Borrego Gutiérrez, directora del Departamento de Literaturas Hispánicas y Bibliografía, también incide en la alegría de este congreso, porque “la literatura es la historia del corazón humano, y todo lo que tenemos desde el Poema del Mío Cid a Luis Mateo Díez es algo que hemos pasado o lo vamos a pasar: celos, dolor, melancolía, alegría, euforia, muertes de seres queridos, enfermedades…”. Reconoce que es verdad que la melancolía y la depresión son propios de este tiempo, que tienden al desánimo, pero también es verdad que “la pandemia ha sacado la fortaleza y la debilidad de cada uno”.
Según Borrego Gutiérrez, “tratar estos tres días este tema en la Literatura nos va a ayudar a profundizar, a comprendernos”. Idea con la que coincide el organizador, Samuel Rodríguez, quien añade que “en la situación de confinamiento estamos unidos en torno a la idea de la melancolía, pero sobre todo del amor. El amor al conocimiento, al ser humano. Amar es conocer, conocerse, sumergirse y aceptar sin miedo la realidad poliédrica del ser humano, que nos devuelve siempre a las mismas vidas, las mismas historias”.
Aclara que “sí es un congreso alegre, pero si queremos realmente ser felices, en un sentido de equilibrio, es fundamental aceptar esa contingencia del ser humano, que la vida es un instante que puede terminar aquí y ahora, así que nada mejor que disfrutar de esos instantes”.
La melancolía de Luis Mateo Díez
El escritor y miembro de la RAE, Luis Mateo Díez, ha impartido la conferencia inaugural en la que ha comenzado leyendo uno de los cuentos de su libro Voces del espejo que quedó inédito “hace como mil años”, que es el tiempo psicológico que llevamos ya viviendo en la pandemia.
Mateo Díez tiene una visión muy positiva de la melancolía, “que no necesita adornarse con ninguna emoción”, y la confronta con la nostalgia, un sentimiento que a él no le gusta, y que se promueve, se busca, se atesora, mientras que la melancolía se encuentra, y es tan fácil de obtener como de dejar”. Considera el escritor que “de la añoranza de la nostalgia a la ñoñería se llega casi sin solución de continuidad, por ese mismo conducto que lleva a la cursilería el embeleso del recuerdo”.
En una conversación telemática con la profesora de la Universidad de León, Natalia Álvarez Méndez, reconoce el autor que su obra “prolífica, pasada de rosca, no es garantía de nada, es fruto de un mundo personal muy obsesivo”. Si tuviera que decir de que está teñida esa totalidad, la atmósfera común de su obra, diría que es algo que aprendió leyendo a Simenon, un autor que le marcó muchísimo, porque fue “un clásico del siglo XX, un gran creador de atmósferas, de pequeñas historias y de un universo muy personal. Sus atmósferas se palpan, se vive una climatología del conocimiento, del alma, de la conciencia, y del comportamiento, casi siempre nefasto, de los seres humanos”.
Esa atmósfera puede ser, a veces, melancólica, porque conlleva una cierta mirada de tristeza, de postrimería del ser humano, “es una tristeza compaginada con la vitalidad, es un doble juego, en su territorio todo está lleno de vividores que no logran vivir todo lo que quieren y pueden, y por eso andan siempre en el fracaso. No son perdedores, pero sí son héroes del fracaso y su sensibilidad se matiza con la conciencia de lucidez de la fragilidad”.
Aparte de Simenon, su obra está marcada por Corazón, de Edmundo de Amicis, que fue uno de sus primeros libros en la infancia. Recuerda que en su casa había un desván con muchas cajas cerradas donde su padre había recogido todo lo que había quedado en las escuelas republicanas. Aquel desván era un sitio recóndito, de castigo, y un día abriendo una de esas cajas encontraron como unos 300 ejemplares de un libro, con un tamponazo que decía ‘requisado’, lo que le hizo más atractivo. El libro en cuestión es un diario escolar de unos niños durante un año y transmite las pequeñas emociones de esa época, muy a favor de los buenos sentimientos, pero también con todas las desgracias que un niño puede ver. Reconoce Mateo Díez que aquella lectura marcó su vida y la de su hermano Antón, y fue la primera vez que lloró leyendo, era la “literatura como una fuente de emoción fortísima y de la tensión emocional de ese libro se puede decir que es un tratado narrativo de la melancolía”.
Tres ejemplos
De la vasta obra de Mateo Díez se seleccionaron tres libros, relacionados con el tema del congreso. Su novela Pájaros sin vuelo, mezcla de melancolía y humor, “es una historia de un héroe del fracaso, con esa doble vertiente enmascarada con una fuerte vida interior, y asume esa idea de la lucha por la vida, y seguro que ahí hay mucha influencia de la gran literatura rusa”, que es la que más admira el escritor de toda la que se ha escrito jamás.
Azul serenidad o la muerte de los seres queridos, es una novela con un componente biográfico muy marcado, una especie de consolatio que tuvo la obligación de escribir tras un asunto terrible de muerte en su familia. Ahí el autor observaba el declive cómo lleva a algo duro que puede ser la depresión, una enfermedad de la mente donde está la melancolía. El libro valoraba lo hermoso que tuvo aquella vida perdida, y además que “la melancolía, bien administrada, viene a ser como un consuelo de la vejez”. Cuando los años te van destruyendo, aunque seas vitalista, la melancolía es una tabla de salvación.
El diablo meridiano, otro de sus libros con tres novelas cortas, remite al pensamiento medieval de la melancolía. Explica Mateo Díez que él es “muy titulista y titulero, porque sin un titulo no puede escribir, y ese título sugiere y da razones suficientes para la fábula que se va a contar, con una trascendencia simbólica”. Informa el escritor de que sobre esta novela están escribiendo el libreto para una ópera y que la cita medieval del título es clave, porque “era una advertencia a los monjes de que hay momentos en el día en el que es más fácil quedar desguarnecido y te puede llegar la flecha que te descubra y te hiera de alguna manera”. Según Mateo Díez eso tiene que ver también con las atmósferas, con el discurrir del día, el tiempo, la edad… Temas muy presentes en toda su obra, que “es una monomanía, lo que también tiene que ver con la melancolía”.