CULTURA

Juan Manuel Lizarraga Echaide y Javier Tacón Clavaín, comisarios de la exposición "Malheridos. Las huellas del tiempo en los libros"

“Malheridos”, las mil huellas que deja el paso del tiempo en los libros

Texto: Jaime Fernández - 3 jun 2022 10:42 CET

La censura, las guerras, la naturaleza y el uso son los cuatro grandes ejes sobre los que se articula la exposición “Malheridos. Las huellas del tiempo en los libros, que se puede visitar en la Biblioteca Histórica de la UCM hasta el 21 de octubre. Comisariada por el propio director de la Biblioteca, Juan Manuel Lizarraga Echaide, y por el experto en restauración de libros y PAS de la Biblioteca, Javier Tacón Clavaín, ofrece la posibilidad de visitas guiadas los martes y miércoles. La exposición es una actividad conjunta del grupo de trabajo de patrimonio de la Red de Bibliotecas Universitarias (REBIUN), en el que varias bibliotecas van a hacer exposiciones simultáneas, con sus fondos, sobre los daños en el libro a lo largo de la Historia.

 

La muestra comienza con una vitrina que es una especie de resumen de toda la exposición, en la que se ha incluido la Gramática de Antonio de Nebrija, de quien este año se cumple el quinto centenario de su muerte. Reconoce Juan Manuel Lizarraga que “el ejemplar que se conserva en la Biblioteca Histórica está un poco malherido, pero sigue siendo un incunable que además viene perfecto para esta muestra”.

 

La exposición comienza abordando la censura con la exhibición de unos cuantos índices, que eran los volúmenes que hacían listas de los libros que estaban prohibidos y los que había que expurgar y apartar. Después se pasa a la práctica de la censura, con muchos libros expurgados con diferentes métodos, “dependiendo de la gravedad de los textos”. De acuerdo con Lizarraga, la práctica más común era arrancar las páginas o bien recortar la caja del texto e incluso algunas veces se pegaban las páginas entre ellas o se pegaban impresos encima de las partes que se querían expurgar. Otra modalidad de censura era simplemente utilizar tinta encima, manchando toda la página o aquellas líneas que no se quería que se leyesen. Javier Tacón explica que en muchos de esos casos se podría ver, probablemente, lo que está escrito debajo, con técnicas como la termografía, pero son caras e inaccesibles.

 

En la muestra se puede ver que la técnica de la censura dependía de la personalidad del censor, ya que “algunos eran muy delicados, mientras que otros son bastante rudos, sin ningún respeto”. Las imágenes también se censuraban, aunque no aparecía prefijado en los índices, donde sólo se hablaba de censurar las imágenes que hiciesen mofa de la religión, pero no hablaba de los desnudos. A pesar de eso, “hay muchos ejemplares en la muestra donde se tapaba, sobre todo la parte de los genitales”.

 

La guerra

La segunda parte, la de los efectos de la guerra, reúne muchos ejemplares, sobre todo de los que se usaron en la guerra civil como parapeto en la Ciudad Universitaria, que era donde estaba el tesoro bibliográfico de la Complutense y también donde estuvo el frente del conflicto, enquistado durante los tres años de duración del mismo.

 

En las vitrinas se pueden ver ejemplares que fueron restaurados a finales de los años 70 del pasado siglo, entre ellos la conocida como Biblia 31. Explica Tacón que “en aquella época lo que se hacía era devolver al libro a su forma original, con una inversión muy importante de mano de obra y de materiales”. Más adelante, a finales de los 90 la UCM rescató libros que no habían sido restaurados, metiendo las hojas dañadas en unos sobres de plástico especial. Estos son “dos criterios distintos, porque en el primero, se quita todo lo que está carbonizado, mientras que ahora se deja y gran parte queda visible”.

 

Entre las obras expuestas hay algunos de los libros que conservan signos de la lucha en la Ciudad Universitaria, como balas incrustadas e incluso cartas escritas en guardas de libros. Aclara el director de la Biblioteca Histórica que “son libros que no se restauran porque según están son testimonio de un hecho histórico muy importante”.

 

El final de la guerra no acabó con la violencia, y así la Fiesta del Libro de Mayo de 1939, se celebró en Madrid con una quema de libros en el patio de San Bernardo, es decir en el recinto de la propia universidad. De aquello queda testimonio con una imagen que se publicó en ABC y un artículo en el YA, donde se especificaba la orientación ideológica de la quema de libros “separatistas, los liberales, los marxistas, los de la leyenda negra, los anticatólicos, los del romanticismo enfermizo, los pesimistas, los pornográficos, los de un modernismo extravagante, los cursis, los cobardes, los pseudocientíficos, los textos malos y los periódicos chabacanos”, y por supuesto a “Sabino Arana, Juan Jacobo Rousseau, Carlos Marx, Voltaire, Lamartine, Máximo Gorki, Frend (sic) y el Heraldo de Madrid”.

 

De la posguerra hay también incautaciones de organismos del bando republicano, entre ellos los de la Biblioteca de la Residencia de Estudiantes, que en este caso fueron retirados. La mayoría de ellos tratan sobre temas soviéticos y fueron “condenados al infierno, a que no puedan ser leídos por los lectores”.

 

La fuerza de la naturaleza y la química

Explica Tacón que todos los libros están hechos de materia orgánica y por ello están sujetos a leyes de la naturaleza. En los expuestos en la muestra se puede ver, por ejemplo, el efecto del agua en los libros, que “si se secan a tiempo no proliferan en ellos hongos y bacterias que se alimentan de los aprestos y las fibras de celulosa, produciendo un debilitamiento extremo del papel”; los efectos del fuego pueden ser letales, o quemar sólo por fuera, pero en realidad “lo que hace el fuego es transformar la materia orgánica en carbón, que es en lo que se transformará cualquier material orgánico, aunque a muy largo plazo”; también se muestra la actividad de organismos vivos, más allá de las bacterias, como roedores e insectos, que dejan huellas que indican qué tipo de animales son, como cucarachas, pececillos de plata, carcomas de diferentes especies, termitas…

 

También hay deterioros de origen natural que dependen de los materiales con los que está fabricado el libro. El papel moderno, de pasta de madera, enseguida se pone amarillento, pero también hay defectos en libros antiguos, aunque “normalmente cuánto más antiguo es un papel mejor es, y por lo general un incunable está en un estado excelente”. Informa Tacón de que a partir de la industrialización relativa del siglo XVIII se inventó un aparato que se llama la pila holandesa, para aumentar la producción de papel, era una especie de batidora metálica muy grande que dejaba partículas de hierro entre las fibras de papel y además el apresto del papel se hacía con gelatina que se endurecía con alumbre que también podía estar contaminada con hierro, y eso hace que el papel se oxide mucho más y hoy en día esté muy oscuro.

 

También las propias tintas pueden generar deterioro. De acuerdo con los comisarios de la muestra, las tintas para manuscritos se fabricaban con productos naturales a los que se les añadía sulfato de hierro, y si se añadía demasiado de esa caparrosa el papel se oxida y se crea acidez, llegando incluso a desintegrar el papel.

 

Al mismo tiempo, las pieles que se fabricaron a partir de la revolución industrial son mucho menos estables y se hacen frágiles muy rápidamente. Esto es así porque “el sistema de curtido tradicional se cambia, utilizando productos más agresivos, para acelerar los tiempos. Además, hay tintas corrosivas que se utilizaban para jaspear la piel y darle un aspecto más estético, que con el tiempo se comen la propia piel”.

 

Frente a todos esos defectos se han ido haciendo intervenciones a lo largo del tiempo, algunas incorporando nuevos papeles, completando fragmentos imitando lo que faltaba o completando los textos. Se han utilizado parches de papel para reparar roturas o se han usado tripas de animales para pegar como un celo arcaico, o con los primeros celos reales, que eran muy rápidos de utilizar, pero tenían una calidad muy mala, y el adhesivo se oscurece y penetra en el soporte. En el taller de la propia Biblioteca Histórica se han hecho muchas restauraciones, por ejemplo, con “una reintegradora automática de pulpa de papel, que fabrica el papel allí donde falte, pero es un tratamiento muy intervencionista, porque hay que desmontar todas las hojas del libro para meterlas en la máquina que fabrica el papel”.

 

La encuadernación, que cada vez se valora más como elemento del libro, también puede provocar heridas, por ejemplo, sustituyendo encuadernaciones originales por otras diferentes; arrancando la piel del libro para dedicarla a otro uso; reparando con cosido, cinta americana o re-enlomados incluso con tela de franela.

 

Hay libros, como recuerda Lizarraga, que simplemente caducan por tener contenidos obsoletos, así que se deciden desechar o destruir, y en una época donde los soportes del libro eran muy valiosos, sobre todo el pergamino, sus restos se reaprovechaban en otros libros. Lo más conocido son los palimpsestos, que son libros que se borraban y se escribían encima, pero lo más habitual es encontrar restos aprovechados como cubiertas, guardas o refuerzos de los lomos de los libros. Ahora hay estudiosos, involucrados en proyectos internacionales, que se encargan de estudiar estos fragmentos de libros reaprovechados, porque a veces incluyen textos muy valiosos y desconocidos.

 

El lector

El último apartado de la exposición es la huella provocada por el propio lector, y aquí se muestran mutilaciones de libros y se habla de robos, que “se producen de manera continuada en las bibliotecas”. Existen otras señales como la marca de propiedad que dejan los lectores, incluso marcas a fuego en el canto de los libros, pero también subrayados, manecillas, corchetes y anotaciones en los márgenes.

 

Hay incluso quien establece un diálogo más profundo con el libro, haciendo comentarios, rebatiéndolo, lo que “adquiere un cierto valor dependiendo de quién haga esos comentarios, como las que se muestran, atribuidas a Miguel Servet o a Gaspar de Jovellanos”. Otras intervenciones de los lectores implican pegar diferentes grabados o hacer dibujitos divertidos en los márgenes de los libros.

 

Todas estas evidencias materiales que se pueden ver en los libros son objeto de un interés creciente por parte de los especialistas, ya que dan mucha información sobre cómo fueron fabricados, cómo fueron leídos, como fueron censurados y conservados a lo largo del tiempo.