CULTURA

Federico Palomo del Barrio, profesor del Departamento de Historia Moderna e Historia Contemporánea, y comisario de la exposición "Los saberes del mundo"

“Los saberes del mundo”, la exposición que muestra el papel del mundo misionero en el conocimiento de la época moderna

Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Jesús de Miguel - 16 may 2024 11:01 CET

Algo más de noventa libros componen la exposición “Los saberes del mundo”, que se puede visitar en la Biblioteca Histórica de la UCM y que comisaría Federico Palomo del Barrio, profesor del Departamento de Historia Moderna e Historia Contemporánea. El profesor explica que la idea de esta muestra es repasar cómo el mundo misionero, tanto en África como América y Asia, en la época moderna, la comprendida entre los siglos XVI a XVIII, tuvo un papel muy importante en la configuración de los saberes de su tiempo.

 

Explica Federico Palomo del Barrio que la acción evangelizadora de aquellos misioneros les condujo, de una forma instrumental, a desarrollar toda una serie de saberes sobre el mundo, “desde saberes de naturaleza lingüística, a descripciones de estas sociedades desde el punto de vista de su organización política, de sus creencias, de sus costumbres más cotidianas, las viviendas, la vestimenta, los juegos… Eso les permitió desarrollar una especie de saber etnográfico, aunque la etnografía es un conocimiento más posterior, es más del siglo XIX, pero ya lanza una especie de mirada etnográfica sobre esas sociedades”.

 

Los misioneros necesitaban conocer los espacios en los que van a operar, y eso les llevó a “un conocimiento de las geografías, tanto en América, como en África y el continente asiático, que muchas veces se transforma en un saber cartográfico, con mapas que no son en absoluto inocentes, siempre tienen una intencionalidad”. Y ese conocimiento les obliga a confrontarse también con otro tipo de saberes, como pueda ser la botánica y la fauna que existían esos lugares, “entendiendo que el conocimiento botánico es muy importante, porque generalmente tenía aplicaciones médicas”.

 

Aclara el comisario de la muestra que estos saberes que van conformando no se basan única y exclusivamente en su experiencia, sino que se apoyan sobre unos saberes nativos previos a la llegada del mundo europeo, ya fuesen los portugueses, los españoles, o después los franceses y demás. Es decir, que “hay un saber nativo anterior que los misioneros de alguna forma colonizan, incorporan, pero suelen ocultan la existencia de este saber anterior del que se apropian de alguna forma”.

 

La exposición deja claro que estos saberes circulan, no sólo entre los espacios misioneros o los espacios coloniales, sino que llegan a los centros metropolitanos europeos, ya fuese Lisboa, Madrid, Roma, que sigue siendo un centro importante de acumulación del saber en la época moderna, París, y posteriormente Londres o ciudades alemanas. Según el profesor complutense “la circulación no solamente obedece a una lógica metrópoli-colonia, sino que también pueden circular perfectamente entre los diferentes espacios coloniales”. De hecho, en la muestra hay algunos ejemplos que muestran esa circulación de mapas que han salido como manuscritos y que han llegado de Europa y que aquí se utilizan para hacer otras obras.

 

Esa circulación del conocimiento también se ve en obras como la de Nieremberg, que es un jesuita vinculado al Colegio Imperial de Madrid, de quien aquí se expone un tratado de filosofía natural, donde incorpora el saber de América, aunque nunca ha estado allí. Y lo mismo ocurre con los ejemplares de Kircher, de la China Illustrata, porque, “aunque tampoco fue a China, desde Roma fue capaz de elaborar un tratado que en la segunda mitad del siglo XVII tendrá una gran importancia como referencia sobre los saberes que los europeos tenían de China”.

 

La muestra

La exposición tiene en torno a 95 libros, distribuidos en 20 vitrinas con varias secciones, una primera que es introductoria sobre la misión en sí misma, donde se va desde los patronatos a los dos espacios principales que serían América y Asia y una vitrina que tiene que ver con “las formas de memoria y de propaganda que utilizaron los religiosos en favor de su actividad misionera en los distintos espacios a través de la figura de la conversión de los nativos y la figura del martirio, que son los elementos fundamentales”.

 

La segunda sección solamente la compone una vitrina que tiene que ver con los saberes, la tradición que existía en Europa, ya que “los misioneros no actúan sobre la base de nada, tienen un background, una base de saberes que fundamentalmente se remiten a los saberes de la antigüedad, tanto los médicos como los anatómicos y los filosóficos, porque Aristóteles sigue siendo una referencia todavía en el siglo XVI y en el siglo XVII”.

 

La muestra continúa con tres vitrinas que tienen que ver con los saberes lingüísticos, comenzando con la visión que se tiene desde Europa, donde hay ya una conciencia lingüística que lleva a la depuración del latín y de las lenguas clásicas, pero también al nacimiento de las primeras gramáticas, los primeros diccionarios de las lenguas romances, y es un fenómeno que llega también a América y a Asia, donde comienzan también a desarrollar gramáticas y vocabularios en las lenguas locales. Eso se ve en dos vitrinas, centradas en textos que son gramáticas y vocabularios, por un lado, donde se insiste en la idea de la colonización de las lenguas por parte de los misioneros, y en cómo hay toda una serie de instrumentos que están orientados fundamentalmente a la evangelización y que se escriben y se elaboran en las lenguas locales, desde catecismos a tratados piadosos, a instrumentos, por ejemplo, para párrocos o misioneros que tenían un menor conocimiento de las lenguas locales y a los que se les daba instrumentos para que pudiesen confesar, predicar...

 

La mayor sección de la muestra tiene que ver con la mirada etnográfica a la que se refería el comisario, y ahí se pueden ver un par de vitrinas centradas esencialmente en América, donde, por un lado, se insiste en cómo estos misioneros se enfrentan a la naturaleza de los indios, que es una naturaleza nueva y origina toda una serie de controversias. Hay una vitrina también sobre etnografía americana que es más genérica, que va a cuestiones como “las formas políticas, los juegos, las formas, por ejemplo, de predestinación, los calendarios, el canibalismo, que es otro de los lugares comunes que a veces se encuentran en las descripciones”.

 

Continúa la muestra con el mundo asiático, que para los propios misioneros es siempre mucho más complejo, porque se van a encontrar con sociedades como la china, la japonesa y algunas de las sociedades de India, donde los sistemas de creencias son mucho más complejos y generalmente los misioneros los reducen a la categoría de religiones. Entienden, eso sí, que “son sociedades tan sofisticadas como las europeas, a las que lo único que les falta es la revelación, es decir, la doctrina cristiana, pero son sociedades con escritura, con filosofía, con gobierno político complejo, es decir, que hay un reconocimiento de una cierta paridad”.

 

Una de las vitrinas está dedicada de forma genérica al mundo asiático y otra más, por la particular importancia que tuvo, al mundo de China, donde “prácticamente se recoge todo lo que hay en la biblioteca, que es casi todo lo que se imprimió entre mediados del siglo XVI y finales del siglo XVII sobre ese país”.

 

Después hay otras dos vitrinas dedicadas a África, con “libros que remiten al mundo de la esclavitud, porque mucho del conocimiento que los europeos tienen en la época pasa por el tráfico de esclavos”, pero también hay algunas descripciones importantes, por ejemplo, sobre la costa oriental africana, la costa suajili, o, por ejemplo, sobre “Etiopía, que era el toponímico que se utilizaba en la época, todavía a principios del XVII, para referirse de forma genérica a África. Lo que nosotros conocemos como Etiopía, durante mucho tiempo se asoció al mito del Preste Juan, que era un mito medieval de la existencia de un rey cristiano en Oriente. Ese mito se empieza a deshacer a principios del siglo XVI, pero, sin embargo, aquí tenemos un libro de 1540, donde el editor todavía hace una portada preciosa, donde nos aparece una especie de Preste Juan a la manera de un caballero medieval”.

 

La exposición pasa a una parte de gran belleza con las cartografías, empezando con Asia y el Atlas que hizo Martino Martini, que “es un jesuita del siglo XVII, que relabora su cartografía sobre la China, basándose en el conocimiento geográfico de los propios chinos. La misión de China es una misión intelectual, donde el conocimiento geográfico, matemático y astronómico les sirve a los jesuitas como forma de interlocución con las élites locales y eso hace que lleve a cosas como este Atlas que mandó editar por uno de los grandes editores de cartografía europea del siglo XVII”.

 

Siguen dos vitrinas dedicadas a las fronteras en América del Sur y al mundo del Pacífico, ya que el comisario ha incluido “Filipinas, que era un mundo que hasta el siglo XVIII se consideraba como una especie de prolongación del mundo americano y, de hecho, se las consideraban las Indias de Poniente”.

 

Se puede ver en esta parte de la muestra “un mapa extraordinario de California, del siglo XVIII, donde por primera vez se muestra que California no es una isla, sino una península y algunas maravillas de Charlevoix, un jesuita francés enviado por el regente francés a principios del siglo XVIII y donde vemos claramente las intencionalidades políticas y religiosas que están detrás de los mapas”.

 

La exposición termina con dos vitrinas sobre los saberes naturales, tanto el conocimiento animal como el astronómico, fundamental en Asia y América, como el botánico, “en lo que algún autor ha llamado la medicina de la conversión, que es el conocimiento botánico y, la incorporación, muchas veces, de un saber local, un saber nativo, sobre los usos y aplicaciones de las plantas locales a las formas de curación”.

 

Todo aquel que visite la muestra podrá disfrutar de joyas como una Cosmografía de Ptolomeo; la Gramática Castellana de Nebrija; la también mencionada China Illustrata de Kircher; un vocabulario náhuatl-castellano, hecho por Alonso de Molina; la primera gramática de quechua; una cartilla de Bartolomé Roldán, de la que solamente se conservan dos ejemplares del mundo y uno está aquí, en la Biblioteca Histórica, que es “una cartilla traducida a la lengua de los chuchones que hoy ha desaparecido”; la Retórica Cristiana del franciscano Diego de Valades, uno de los libros favoritos del comisario de la exposición, lleno de descripciones y de grabados del mundo mesoamericano…

 

En definitiva, todo un mundo de bellezas bibliográficas por el que perderse hasta el día 25 de octubre, tanto de manera individual como apuntándose a alguna de las visitas guiadas que organiza la Biblioteca Histórica de la Universidad Complutense.