CULTURA
“Tiempo para la alegría”, una gran muestra de amor bibliófilo
Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Jesús de Miguel - 11 ene 2024 09:32 CET
Hasta el 20 de marzo se puede visitar, en la Biblioteca Histórica de la UCM (c/ Noviciado, 3), la exposición “Tiempo para la alegría. Donación de Alfonso Utrilla de la Hoz”. Comisariada por el propio director de la Biblioteca Histórica, Juan Manuel Lizarraga Echaide, muestra prácticamente al completo la colección de libros en ediciones de lujo y grabados promovida por Rafael Díaz-Casariego que se publicó entre 1963 y 1987 y que llevó el título de Tiempo para la alegría. Alfonso Utrilla de la Hoz, catedrático de Hacienda Pública y profesor durante más de tres décadas en el Departamento de Economía Aplicada, Pública y Política de la Universidad Complutense, reunió a lo largo de su vida, como coleccionista de arte contemporáneo español, la práctica totalidad de esta colección y dejó estipulado tras su muerte, en 2021, que fuera a parar a los fondos de la universidad donde desarrolló la mayor parte de su carrera académica y profesional.
Juan Manuel Lizarraga Echaide explica que Tiempo para la alegría reúne alrededor de 500 grabados de artistas contemporáneos, nacidos desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX. Añade que “está considerada una de las mejores colecciones de bibliofilia que se publicaron en España, sobre todo por el gran empaque que tuvo, ya que fue un proyecto editorial que duró más de tres décadas y consiguió sacar 46 ediciones de textos clásicos y contemporáneos de la literatura española”. El responsable de la iniciativa, Rafael Díaz-Casariego, encargaba a un grabador o artista renombrado de la época que ilustrara esas obras, ya que, de hecho “el propósito era, sobre todo, crear una especie de libros de artista, porque los textos se conocían de sobra, así que eran un pretexto para hacer un libro de lujo, con papeles muy buenos y con grabados que ilustraran dichos textos”.
Otra de las particularidades de la obra es que Díaz-Casariego creó un taller litográfico en su propia editorial, así que los artistas realizaban las matrices e imprimían allí sus grabados. Esto permitió que “artistas que no tuvieran mucha experiencia con el grabado pudieran trabajar para la colección porque tenían un equipo de artesanos que les asesoraban y se encargaban luego de imprimirlos, que es una de las partes más complejas del grabado”.
En el taller de Díaz-Casariego lo primero que se implantó fue una piedra litográfica, así que los primeros diez años sólo se cultivó la litografía, aunque luego vio que eso limitaba mucho las posibilidades creativas y en su taller incluyó un tórculo, lo que permitió utilizar también la técnica calcográfica.
De cada número se hicieron cinco ejemplares para la Biblioteca Nacional, 25 para los colaboradores de la colección y 195 ejemplares numerados para los suscriptores. Cuando se imprimían, se rayaban las matrices y se destruían para que no se pudieran volver a utilizar, asegurando así la exclusividad de los grabados.
En la exposición se muestran, en grandes vitrinas, los grabados, acompañando a los textos que ilustran, y se han elegido obras de los 36 artistas que participaron en la colección. El hilo argumental de la muestra es presentar los grabados en su contexto original, con los libros, teniendo en cuenta que eran libros muy especiales, que “se publicaban en rama, no estaban encuadernados, de tal manera que los grabados se pueden sacar sin problemas”. Además de eso, se han aunado normalmente la obra de artistas, de dos en dos, buscando algún tipo de vínculo, ya sea estilístico, literario o vital, empezando por la figuración, pasando por el expresionismo, el surrealismo, los paisajes, la abstracción, los que utilizaron técnicas de grabado más excepcionales y los que hicieron reproducciones de artistas clásicos como Velázquez, Goya y el Greco.
En detalle
Muchas de las obras de Tiempo para la alegría, comenzaban con un retrato de los diferentes autores, tal y como se puede ver en la primera de las vitrinas de la muestra. Allí se puede contemplar un retrato de Miguel de Unamuno, realizado por Daniel Vázquez Díaz, acompañando al poema En Gredos, y de acuerdo con Lizarraga Echaide, este grabado rememora un retrato que el mismo artista hizo al óleo del intelectual vasco. Junto a él se exponen dos grabados, que representan a Federico García Lorca y Rafael Albertí, realizados por Álvaro Delgado, para ilustrar el texto Los encuentros, de Vicente Aleixandre.
Una segunda vitrina reúne a dos grabadores del siglo XX, Alberto Duce y Manuel Menán, que cultivan el desnudo clásico, y “los dos tratan obras clásicas del Siglo de Oro, de contenido bucólico o amoroso, como son la Soledad Primera de Góngora y los Sonetos amorosos de Quevedo”. Recuerda el director de la Biblioteca Histórica que fueron dos escritores enfrentados en el siglo XVII y gracias a esta exposición están reunidos por autores con estilos muy distintos, desde la delicadeza de Duce a las anatomías mucho más poderosas de Menán, pero “los dos estilos acompañan muy bien a las obras”.
Gregorio Prieto y Óscar Estruga se exponen juntos porque el segundo ilustró la Égloga Primera de Garcilaso de la Vega, mientras que Estruga hizo lo propio con Égloga, de Pablo Neruda. El trabajo de los dos es muy dispar, porque mientras para Prieto el grabado es una extensión de su dibujo, para Estruga es un arte en sí mismo y tiene “una grandísima categoría en la realización de sus aguafuertes”.
Hay también una serie de vitrinas relacionadas con una figuración más expresionista, donde destaca Francisco Bores, que había ya fallecido cuando Díaz-Casariego recopila algunos de sus grabados de juventud y le pide a José Hierro que escriba unos poemas para acompañar a la obra gráfica.
Dentro del expresionismo español uno de los temas clásicos es la tauromaquia, representada aquí por obras de Juan Barjola, que ilustran una selección de poesía taurina de Rafael Alberti. Estas estampas, de acuerdo con Lizarraga Echaide, son algunas de las más valiosas de la colección, y son litografías de riquísimo colorido donde se ve, sobre todo, la lucha entre el toro y el caballo, lo que “lo vincula a los referentes de Barjola, que son, sobre todo, Picasso y Goya, que es el primer artista español que cultiva el tema de la tauromaquia con un carácter dramático y agresivo”.
Luis García Ochoa y Manuel Alcorlo representan el expresionismo burlesco, a partir de obras de la literatura clásica como El coloquio de los perros, de Miguel de Cervantes, y Las zahurdas de Plutón, de Quevedo. García Ochoa fue padre de una bibliotecaria de la UCM y ella le ha explicado a Lizarraga Echaide que cada una obra de estas a su padre le podía llevar un año, porque “son litografías con muchos colores, y eso es un trabajo arduo y largo”.
Dentro del expresionismo hay una corriente que entronca más con el primitivismo, y en la muestra está representada por la obra de Laxeiro, que ilustró un poema del poco conocido Rodolfo Relman. En este caso, tiene “grandes referencias del románico y del barroco popular, que se caracteriza por volúmenes rotundos, el fuerte claroscuro y el horror vacui”.
Surrealismo y paisajes
Del expresionismo se pasa al surrealismo con autores como Doroteo Arniaz y Andrés Barajas, con una presencia enigmática, en los aguafuertes del primero, de ojos y gotas, que es prácticamente una transposición de su pintura, a la hora de ilustrar las Rimas de Becquer. Por su parte, Barajas, acompaña los Sonetos, de Lope de Vega, “que son obras que se prestan a este enfoque de tipo surrealista”.
Siguiendo con el surrealismo, aunque con grabados algo más coloristas están las obras de Antonio Marcoida, para ilustrar la Fábula de Polifemos y Galatea, de Góngora, y las de José Viera, para acompañar al Apocalipsis, de San Juan. En este último caso, las imágenes no tienen nada que ver con la representación canónica, sino que “son figuras que, al toque de las trompetas, se están recomponiendo o configurándose de nuevo, realizadas con un aguafuerte con muchísimas sutilezas”.
El mundo del paisaje tuvo un papel muy destacado en Tiempo para la alegría, “como no podía ser de otro modo, ya que es un tema fundamental en la literatura española, sobre todo desde finales del siglo XIX bajo el impulso de la Institución Libre de Enseñanza y los autores de la Generación del 98”. El responsable de la colección encargó la ilustración de poemas de Machado a grandes artistas de la escuela de Vallecas como Benjamín Palencia y Agustín Redondela.
Dentro del paisaje castellano está la representación de Toledo y su relación con El Greco, y como un emblema para la Generación del 98 de la ciudad tradicional española, con su conexión al pasado histórico. Hubo varias obras de Tiempos para la Alegría, centrados en esta ciudad con textos de autores como Unamuno, Valle-Inclán, Azorín y Baroja, con grabados de Javier Clavo y Venancio Arribas.
También sobre el paisaje castellano, aunque con una nueva mirada más colorista trabajaron Luis García-Ochoa y Manuel Avellaneda, vinculados a la escuela de Madrid. Estos dos autores se conocieron y visitaron juntos las tierras de Soria para inspirarse para los trabajos para estas obras.
Dentro de los paisajes urbanos hay varios trabajos que reflejan ambientes parisinos, como son los de Guillermo Vargas Ruiz y Eduardo Vicente. En el siglo XX, de acuerdo con el director de la Biblioteca Histórica, “París es la meca artística, el lugar de origen de los movimientos de vanguardia, la residencia de los grandes maestros, y un elemento de referencia continua”. Vargas Ruiz fue profesor de la Facultad de Bellas Artes de la UCM, “aparte de un gran grabador”, y aquí ilustra El gran torbellino del mundo, de Pío Baroja, mientras que Eduardo Vicente acompaña, de nuevo, a poemas de José Hierro.
Siguiendo con el paisajismo, la obra de Gabriel Miró, Las Águilas, la ilustró Antonio Guijarro, también profesor de la Complutense, mientras que Daniel Quintero se encargó de La voz del árbol, de Dámaso Alonso, con paisajes de los más naturalistas de toda la colección.
La abstracción
Gonzalo Chillida y José Caballero están vinculados a la ilustración más lírica, de ahí que fueran idóneos para ilustrar poemas sobre el mar de Juan Ramón Jiménez y Pablo Neruda. El hermano del célebre escultor derivó hacia “un estilo abstracto, fascinado por los regueros del agua en la playa de la Concha, después de que se retiraba el mar y eso fue fuente de inspiración para sus pinturas y sus grabados”. Caballero, uno de los artistas más valorados de la colección, ilustró la obra Oceana, de Neruda, el mismo año que le dieron el Premio Nobel al escritor chileno.
La obra de San Juan de la Cruz la ilustran los dos escultores Pablo Serrano y Amadeo Gabino, con aproximaciones muy distintas. La obra gráfica de Serrano tiene entidad propia, muy diferente de su obra escultórica, mientras que las obras de Gabino están fuertemente vinculadas, y “sus grabados son aguatintas exquisitas, con una grandísima calidad, pero con unas formas muy similares a sus esculturas, como si fueran una extensión de su obra principal”.
Manuel Viola es uno de los grandes representantes del informalismo español, y en su representación de las Cásidas, de Federico García Lorca, entronca mucho con la tradición colorista española, y sobre todo con Velázquez y Goya, que es su gran referente. “Sus litografías parecen pinceladas, lo que demuestra la complejidad que puede alcanzar esta técnica”.
Técnicas especiales
Volviendo a la figuración, Françoise Marechal y Antonio Zarco, también profesor de la Universidad Complutense, cultivaron la xilografía, que es la técnica de grabado más primitiva, pero que se recuperó con gran prestigio en el siglo XX. En este caso representan obras relacionadas con Cervantes, por un lado, El Testamento de Don Quijote, de Quevedo, y por otro, el entremés Rinconete y Cortadillo. “La xilografía al ser una talla sobre madera no permite las delicadezas del aguafuerte, pero esa mayor rusticidad le da una gran belleza y fuerza”, de acuerdo con Lizarraga Echaide.
Silvino Poza fue el artista encargado de la impresión de todos los trabajos calcográficos de la colección y Díaz-Casariego le encargó la ilustración de Clowns, de Ramón Gómez de la Serna, donde “demostró toda su maestría en el uso del aguafuerte, con diferentes texturas y diferentes maneras de trabajar”. Junto a él se expone a Orlando Pelayo, que fue un destacadísimo grabador en el uso de la manera negra, que “es muy compleja, porque es muy difícil conseguir negros azabaches con contrastes muy delicados”.
La última vitrina reúne a los dos pintores Joan Cruspinera y Álvaro Delgado, que representaron textos de Eugenio d’Ors y Rafael Albertí, sobre el Museo del Prado y El entierro del Conde Orgaz, haciendo versiones de obras de grandes maestros de la pintura española, como Velázquez, Goya, el Bosco y El Greco.
La muestra se completa con una serie de grabados enmarcados, repartidos por toda la sala, y como asegura el director de la Biblioteca Histórica, “esta donación enriquece mucho la colección de grabado contemporáneo de la Universidad Complutense y servirá para impartir clases para alumnos de la Facultad de Bellas Artes, y ese valor didáctico seguro que le gustaría mucho a Alfonso Utrilla de la Hoz”.