LIBROS

Participantes en la jornada “De viento y de otoños. Cien años con José Hierro”

Cien años después de su nacimiento, Filología pone al día la poética de José Hierro

Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Jesús de Miguel - 5 oct 2022 15:14 CET

El paraninfo de la Facultad de Filología ha acogido la jornada “De viento y de otoños. Cien años con José Hierro”, en la que críticos y poetas con obra crítica han actualizado la poética y recepción de la obra de José Hierro. Organizado por el grupo de investigación UCM Poéticas de la modernidad y la Fundación Centro de Poesía José Hierro, el homenaje ha contado con la presencia de diversos escritores que han recordado al poeta con anécdotas, acercamientos críticos y, sobre todo, con sus propias palabras, lo que al fin y al cabo, y de acuerdo con la profesora Marta López Vilar, es la mejor manera de apreciar y valorar el trabajo de Hierro.

 

Juntar a un elenco formado por Jenaro Talens, Manuel Rico, Verónica Aranda, Antonio Hernández, Jesús Munárriz y Pilar Martín Gila para hablar de la obra de José Hierro y, de paso, colar pinceladas sobre la obra del escritor, ha sido todo un lujo con el que ha contado el lunes 5 de octubre la Universidad Complutense. Lujo que ha terminado con un concierto de piano de Hortensia Hierro, nieta del poeta, que ha incluido piezas de Bach, Beethoven y Schubert.

 

Entre las muchas conclusiones a las que se ha llegado en esta relectura de Hierro esté el que es imposible encuadrarlo en ningún movimiento o generación; que su obra se puede reconstruir a través de dos palabras: la nostalgia y la esperanza; que mantuvo una posición optimista incluso en las situaciones más difíciles, hasta el punto de considerar que a través del dolor conoció la alegría; que anticipó a los novísimos sin proponérselo, con su Libro de las alucinaciones, y que fue el poeta que más ha influido a los nacidos en los años setenta y ochenta con su último libro, Cuaderno de Nueva York, del que vendió más de 35.000 ejemplares.

 

Jenaro Talens considera que hoy en día “José Hierro sigue siendo un punto de referencia, como persona era alguien poseído por la poesía, pero socialmente indiferente a la función social del poeta”. Opina Talens que “los jóvenes aprenderían mucho si se acercaran a Hierro, porque supo convertir en alegría hasta el dolor, y eso le da la capacidad de ocupar un lugar fundamental en la historia de la poesía en castellano, desde la Edad Media”.

 

En cuanto a su ubicación generacional, Manuel Rico recuerda que casi nadie le ha incorporado en ninguna generación, “está en un lugar suyo que le da una personalidad y una impronta absolutamente individual, aunque estuviese conectado a todos”. Entre esos otros, ensalzaba a Gerardo Hierro y a Vicente Aleixandre, y también tuvo amistad con Claudio Brines, Eladio Cabañero, Carlos Sahagún, Paca Aguirre, Angelina Gatell, Joaquín Benito de Lucas… Su poesía, por tanto, única, le llevó a combinar la intimidad de sus poemas de la vida familiar y la memoria con lo civil, con los reportajes que cuentan su vida, como esas cuatro veces que pasó por la cárcel.

 

Es cierto que los poetas canónicos de los 50 no hablaban de Pepe Hierro, y para Talens eso tiene una simple explicación: pura envidia. Cree además Talens que los filólogos tienen un trabajo interminable para ubicar la ausencia de Hierro fuera de los cánones y los catálogos. La profesora Marta López Vilar coincide que “hay que resignificar las generaciones con panoramas más quirúrgicos y lúcidos de lo que ocurría realmente en los años cincuenta y sesenta”, pero como apunta Talens, “el canon deja fuera lo que no interesa que este, y casi siempre se estudia la historia de la poesía de manera sucesiva, casi nunca simultánea”. De acuerdo con él, la mayoría de los poetas colocados en los cánones responden a criterios compartidos, pero Hierro iba a su aire y eso era parte de su personalidad, “no se daba importancia y los demás aprovecharon y tampoco se la daban”.

 

Añade Pilar Martín Gila que Hierro, en sus poesías, tenía una forma de buscar al otro como algo esencial, y eso atraviesa toda su poesía, “la búsqueda de ese tú, particularmente la etapa anterior a su largo silencio”, un silencio que duró 27 años entre el Libro de las alucinaciones y Agenda.

 

Tiene poemas Hierro como La casa, que cierra precisamente ese libro Agenda, donde, de acuerdo con Rico, canta a la intimidad, pero también al tiempo, los objetos, los espacios, la muerte, la enfermedad. Marta López Vilar cree que “este poema es un inventario de memorias, muestra esa relación muy peculiar que tenía con el tiempo. Tenía la capacidad, y se ve aquí, de hacer poético lo pequeño, que también era prueba de vida”. Según la profesora Marifé Santiago Bolaños, “la obra de José Hierro hace sagradas todas las cosas, porque tiene una concepción poética panteísta, en un sentido muy metafórico, en que las pequeñas cosas son nombradas, todo tiene un valor, y es así porque la suya es una poesía para la vida”.

 

Añade Antonio Hernández que Hierro, “valga el tópico”, era “maestro de maestros”, y además “por su personalidad, era capaz de atraer a su amistad a cualquiera que estuviera cerca de él”, como fue su caso cuando llegó a Madrid para recoger su premio Adonáis hace ya bastantes décadas. Jesús Munárriz recordó que a los 18 años iba de pintor y se presentó a un concurso en Pamplona y entre los premios había un viaje a Madrid de varios días donde les recibió Pepe Hierro como conductor del grupo para llevarles a ver a varios artistas. Munárriz reconoce que no había leído ningún verso de él en aquel momento, algo que cambió tiempo después, y en una entrega de premios le comentó que se estaba “muriendo a chorros” y que no quería fallecer sin antes terminar Cuaderno de Nueva York.

 

Precisamente, Verónica Aranda ha demostrado la maestría poética de Hierro leyendo el soneto Vida, con el que cierra Cuaderno de Nueva York, “dedicado a su nieta Paula Romero y que es uno de sus textos más emblemáticos, porque culmina su perfección técnica, extendiendo las palabras todo y nada hasta sacarles todo el jugo, con ecos de la tradición poética española de Góngora y Quevedo. Exhorta a vivir la vida en plenitud sin importar el legado que dejaremos”. Para Aranda, este es “un poema que sólo se puede escribir al final de una vida, es como la tradición de un haiku final de despedida”.

 

Como colofón a la jornada lo mejor es leer ese poema, que dice así:

 

“Después de todo, todo ha sido nada,/ a pesar de que un día lo fue todo./ Después de nada, o después de todo/ supe que todo no era más que nada.

 

Grito «¡Todo!», y el eco dice «¡Nada!»./ Grito «¡Nada!», y el eco dice «¡Todo!»./ Ahora sé que la nada lo era todo,/ y todo era ceniza de la nada.

 

No queda nada de lo que fue nada./ (Era ilusión lo que creía todo/ y que, en definitiva, era la nada).

 

Qué más da que la nada fuera nada/ si más nada será, después de todo,/ después de tanto todo para nada.”