INVESTIGACIÓN

Fernando Pardos, director del Departamento de Biodiversidad, Ecología y Evolución, ha cerrado el ciclo de seminarios Biología en los Medios

“El origen de las especies” cierra el ciclo La Biología en los Medios de este curso académico

Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Jesús de Miguel - 18 jun 2021 11:37 CET

Fernando Pardos, director del Departamento de Biodiversidad, Ecología y Evolución, ha cerrado el ciclo de seminarios Biología en los Medios, organizado por la Facultad de Ciencias Biológicas y ofrecido por la Fundación General de la UCM. En esta sesión el profesor complutense ha hablado sobre las vidas paralelas de Charles Darwin y de Alfred Russell Wallace, y de cómo el primero llegó a publicar El origen de las especies

 

La vicedecana de Investigación, Cristina Sánchez, ha recordado que con esta se han realizado 18 sesiones del ciclo, a las que han asistido 3.120 personas y han contado, hasta la fecha, con más de 74.000 visualizaciones. En vista del éxito del formato virtual, se mantendrá para próximas ediciones, combinándolo con la presencialidad, y de ese modo, de acuerdo con el decano Jesús Pérez Gil, “se podrá llegar a mucha más gente para hablar de la Biología y los aspectos novedosos que surjan en cada momento”.

 

Fernando Pardos, tiene claro que El origen de las especies, publicado en 1859, marca el paradigma central para el mundo vivo. A pesar de que la autoría es exclusiva de Charles Darwin, informa Pardos de que Alfred Russell Wallace “llegó a las mismas conclusiones al mismo tiempo”. ¿Cómo fue eso posible? Para intentar dar respuesta a esa cuestión, el profesor complutense repasó las vidas y trabajos de dos personajes entrecruzados en el tiempo.

 

Charles Darwin nació el 12 de febrero de 1809, el mismo año que Jean-Baptiste Lamarck publicó su Filosofía zoológica, una obra que influyó mucho en Darwin y en la ciencia del siglo XIX. Darwin, de acuerdo con Pardos, fue el sexto de siete hijos de un afamado médico rural, que se había casado con una de las hijas más importantes de ceramistas de Inglaterra, los Wedgwood.

 

Catorce años después, el 8 de enero de 1823, nacía en una aldea de Gales, Alfred Wallace quien decía ser descendiente directo de William Wallace, aunque “su familia era de clase media, tirando a baja, con un padre que dilapidó dos herencias, y a Wallace le pusieron a trabajar con nueve años”.

 

Para cuando ocurrió eso, Darwin ya se había matriculado en Medicina en la universidad de Edimburgo, por decisión paterna, y allí descubrió que le interesaba mucho la historia natural, aunque le horrorizaba la medicina y especialmente la cirugía, así que abandonó los estudios y en 1828 su padre decidió mandarle a Cambridge para que cursara estudios eclesiásticos y que en un futuro tuviera una parroquia rural. Por suerte para la biología, en Cambridge, Darwin “dio con dos profesores de una calidad excepcional: el geólogo Adam Sedgwick y el botánico John Hemslow, que se convirtió en su padrino”.

 

El Beagle

Tras los estudios en Cambridge, Sedgwick se llevó a Darwin a hacer una excusión de varias semanas por Gales para ver geología. Al regresar se encontró en su piso de Londres una carta de Hemslow en la que le decía que había un tal Robert Fitzroy que estaba organizando un viaje de exploración y cartografiado por América del Sur, y que estaba buscando la compañía de un naturalista para viajar en el Beagle. “No lo necesitaba, pero era para relacionarse con alguien que no estuviese sujeto al escalafón de la marina, un caballero instruido”, de acuerdo con el conferenciante.

 

Así, acomodándole en la popa, en la sala de cartografía del barco, se embarca Darwin en Beagle, en un viaje que cambiaría la historia para siempre. Explica Pardos que el Beagle circunnavegó el globo, haciendo muchas escalas de puerto en puerto cartografiando. Eso le permitió a Darwin pasarse semanas deambulando por los alrededores, estudiando la fauna, la flora y la geología locales. Al final del viaje por América del Sur, “llegaron a las Galápagos, el punto de donde Darwin sacó gran parte de sus ideas, aunque ya había encontrado en el continente restos de animales como el megaterio, un gliptodonte, un cráneo de toxodón…”. Todos esos ejemplares los enviaba a los especialistas ingleses, entre ellos a Richard Owen, “un enorme zoólogo que resultó luego uno de los mayores opositores a las ideas de Darwin”; los mamíferos se les enviaba a George Waterhouse, los peces a Leonard Jenyns y los pájaros a John Gould.

 

El Beagle vuelve a Reino Unido en 1836 y para ese entonces Darwin ya era famoso por los muchos envíos que había hecho y por sus anotaciones, lo que le había dado una cierta reputación como naturalista, lo que se acrecentó con la publicación de El viaje del Beagle tres años después.

 

En ese mismo año 1836, Wallace tuvo que abandonar la escuela debido a problemas económicos y empezó a ser aprendiz de relojero, lo que “le desarrolló la habilidad manual de trabajar con cosas pequeñas, que le vendrán muy bien en la selva años después”. Tras ese trabajo pasó a ser carpintero y luego ayudante de topógrafo, “profesión muy importante en ese momento para el desarrollo del ferrocarril”.

 

El ensayo de 1844

En 1837, Darwin inició unos cuadernos de notas sobre la transmutación de las especies, y allí dibujó su primer árbol filogenético, de cómo las especies se diversificaban siguiendo un esquema que podía parecerse a las ramas de un árbol. Cuenta Pardos que “esos cuadernos los han robado de Cambridge, probablemente en el año 2000 “.

 

Un año después, en 1838 Darwin leyó el ensayo de Malthus, Sobre los Principios de la Población, donde se lanza la idea de que enfermedades, guerras, epidemias, hambre… mantienen a la población humana en niveles asequibles. De ahí sacó la idea de la supervivencia del más apto y “es curioso que Wallace leyese también ese libro en 1844 y que en los dos produjese el mismo efecto, fue el disparador de la aplicación del concepto malthusiano al mundo natural”.

 

Al poco de volver de su viaje del Beagle, Darwin se había casado con su prima hermana, Emma Wedgwood, con la que tuvo diez hijos y tras pasar un par de años en Londres su padre le regaló una casa en el campo, Down House en 1842, de la que Darwin no volvió a salir salvo para hacer alguna visita esporádica a Londres. Añade Pardos que la casa “se conserva casi igual que estaba en época de Darwin, con el piano de su mujer, su invernadero, su estudio-biblioteca-laboratorio, el sandwalk por el que paseaba todas las mañanas y las tardes observando la naturaleza...”.

 

Darwin expone por primera vez sus ideas sobre la selección natural en 1842 en un sketch, un resumen de 37 páginas escrito a lápiz, que no se encontró hasta la muerte de la mujer de Darwin. De manera más amplia, en 1844 escribe ya un ensayo, con 230 páginas manuscritas, de la que se conservan dos copias, una personal de mano de Darwin y una posterior, de un copista, que va acompañado de una carta a su mujer en la que le pide que si muere haga el favor de publicarlo e incluso le deja el dinero para hacerlo.

 

En 1844 Wallace, que tiene veinte años, lee los Vestigios de la historia natural de la creación, de Robert Chambers, “un periodista un tanto entusiasmado con tener éxito y escribir de forma sensacionalista y aunque este libro lo escribió anónimamente, en él incluyo ideas evolucionistas de alguna manera, que hicieron que Wallace se aficionara al coleccionismo de escarabajos”. En la biblioteca de Leicester conoció a Henry Walter Bates, otro joven, de 19 años, entusiasta de la historia natural, al que “hoy en día conocemos porque en zoología se habla del mimetismo batesiano, por sus ideas e hipótesis del mimetismo como una forma de evolución”.

 

Wallace entró en contacto por primera vez con Darwin a través de la lectura de su libro sobre los viajes del Beagle “y pensó que eso era lo que él quería hacer, ir por el mundo, pero no sólo a descubrir cosas, sino también a hacer negocio para venderlas a museos y coleccionistas privados”.

 

En el Amazonas

Wallace se asocia con Bates, se buscan a un intermediario que recibiera los ejemplares, que fue Samuel Stevens, y tras ello se fueron en 1848 al Amazonas, a la región del Río Negro, donde están hasta 1852, viviendo en plena selva. En un momento dado se separan, Wallace decide volver a Inglaterra con su enorme colección de insectos y “con una peripecia de película, porque en medio del Atlántico su barco naufragó, se quedó en un bote roto a la deriva, y sus miles de ejemplares se hundieron con el navío. Les rescatan, llega a Inglaterra y lo hizo más pobre que antes, aunque Stevens consiguió algo de dinero para que se mantuviera”.

 

Al volver pretende publicar un libro exitoso de viajes, pero “hace un tratado sobre las palmeras de Sudamérica, que no llega ni a cubrir gastos”, mientras que Bates publica El naturalista en el río Amazonas, con aventuras y anécdotas, que tiene un éxito inmediato.

 

Se produce entonces, en el año 1853, el primer contacto físico entre Alfred Wallace y Charles Darwin, fue un encuentro muy fugaz en el Museo de Historia Natural de Londres, donde se congregaban y acudían muchos de los científicos renombrados de la época, como el botánico Joseph Dalton Hooker y el geólogo Charles Lyell, admirado tanto por Darwin como por Wallace.

 

Tras eso, Wallace parte en su segundo gran viaje, en 1854, con destino a a los mares del sur, a Malasia, Java, Borneo… Y allí estará ocho años, hasta 1862.

 

El trabajo de Sarawak

En 1855, en Sarawak, un estado de la isla de Borneo, Wallace escribe el que se conoce como El trabajo de Sarawak, sobre la ley que ha regulado la introducción de las especies, y que tiene intención de publicar en los anales de la Royal Society. En ese texto afirma que cada especie ha existido coincidiendo en el espacio y en el tiempo con especies estrechamente relacionadas.

 

Darwin recibe ese texto y se conserva con críticas al margen tachándolo de creacionista, aunque no le dio mayor importancia. Él que sí lo hizo fue el propio Charles Lyell, que sabía en lo que llevaba años trabajando Darwin. Este invita a Lyell en 1856 a pasar unos días en su casa, le cuenta sus teorías, le enseña su ensayo de 1844, y aunque Lyell no está muy convencido, le dice que se ponga a escribirlo. Darwin lo hace un mes más tarde, no sin antes invitar también a otros de sus grandes amigos, buscando apoyos. En principio no sabe si escribir un resumen o un ensayo preliminar, más que nada porque a la vez está inmerso en un estudio sobre las aves domésticas y otro sobre el comportamiento de las abejas.

 

Al final, decide hacer un enorme tratado sobre la selección natural, en oposición a la artificial. Mientras va escribiendo, llega 1857 y escribe a Wallace, “probablemente sugerido por Lyell, aunque le conocía porque le mandaba ejemplares de aves domésticas de sus viajes”. En ese caso le hace comentarios elogiosos sobre su texto de 1855, aunque también le dice que lleva veinte años trabajando en ideas relativamente parecidas a las suyas. En septiembre también escribe al botánico Asa Gray, haciéndole un resumen y le manda un capítulo entero de su ensayo de 1844, con lo que busca ampliar el círculo.

 

Manuscrito de Ternate

Mientras tanto, Wallace sigue en la selva, sale de Borneo y quiere ir hacia el este, pero pasa por Singapur y luego baja por toda Java para cruzar el archipiélago. De ese modo llega a Bali y Lombok, separadas por un estrecho de menos de cien kilómetros, y se fija que la fauna de Bali, es la de Malasia, mientras que la de Lombok es la australiana. Se pregunta por qué es así, y ahí surge una de sus grandes ideas, que es la biogeografía, que relaciona la evolución con la distribución geográfica y que hoy marca la línea de Wallace.

 

Cuenta Pardos que en uno de los accesos de fiebre que le da la malaria, de repente Wallace “recordó el ensayo de Malthus y se le ocurrieron todas las ideas evolutivas que mezcla con los conocimientos de la fauna de la selva y la distribución de los animales. De ese modo, en sólo dos tardes de 1858 escribe el Manuscrito de Ternate, sobre la tendencia de las variedades para separarse del tipo original”.

 

Ese manuscrito se lo envía a Darwin como un mero intermediario para que se lo haga llegar a Lyell y que diga si es suficientemente bueno para ser publicado en los anales. “Al recibirla Darwin se le cayó el alma a los pies, porque ve que coincide muchísimo con lo que él estaba escribiendo, así que escribe a Lyell para decirle que nunca ha visto una coincidencia tan sorprendente, incluso en el uso de la misma terminología”, explica el conferenciante.

 

Ante la increíble similitud de ideas, Lyell y Hooker deciden presetar en la Linnean Society de Londres los trabajos de Darwin y Wallace de manera conjunta, sin que estos dos intervengan para nada. Así, el 1 de julio de 1858 se lee un extracto del ensayo de Darwin de 1844, un resumen de la carta a Asa Gray de 1857 y luego el ensayo de Wallace de Ternate, y en ese mismo orden se publicó en 1859 en Journal of the Proceedings of the Linnean Society. Wallace no asistió por estar en la selva y Darwin porque estaba enterrando a su hijo menor.

 

El origen de las especies

Tras aquella presentación, Darwin informa a Wallace y se pone a escribir, aunque otra vez con dudas del formato que quiere dar al texto. Con el apoyo de Lyell y del gran editor de ciencia de la época victoriana, el libro se publica finalmente en noviembre de 1859 con un éxito inmediato en todo el mundo. En España se traduce de manera canónica al castellano en 1921, por el genético Antonio de Zulueta, aunque hubo otra traducción anterior, de 1877 de la Biblioteca Perojo.

 

La aparición del libro de Darwin hace que Wallace desista de escribir su libro sobre la ley del cambio orgánico, aunque al regresar de sus viajes sí escribió varios tratados sobre la selección natural, y un libro de viajes por el archipiélago malayo, con un éxito magnífico. Más tarde, en 1889, siete años después de la muerte de Darwin, Wallace escribe su libro Darwinismo.

 

Tras el libro de Darwin, que no fue estático, porque la sexta edición, que es la última que corrigió el autor, cuenta con un 30% de cambios con respecto a la primera edición, el autor se apartó de las controversias, como sus caricaturas con cuerpo de mono, y dejó que sus amigos le defendieran, entre ellos Heckel y Huxley.

 

Wallace, por su parte, consideró que su mayor descubrimiento había sido la descripción de una nueva ave del paraíso, y tuvo una vida un tanto caótica en la que se mudó de casa muchas veces, intentó encontrar un trabajo fijo y nunca lo consiguió, e incluso compitió con Bates para ser el secretario de la Sociedad Geográfica, pero tampoco lo logró. Darwin convenció a Hooker, Lyell y Bates para que diesen a Wallace una pensión vitalicia que le permitiese vivir, y eso le hizo mudarse por última vez, hacer incursiones políticas, ponerse en contra de las primeras campañas de vacunación e incluso abrazar de manera entusiasta el espiritualismo.

 

Y esa es la historia de dos hombres que partieron de su amor por el coleccionismo de insectos en los años de juventud y que cambiaron la historia de la Biología para siempre.