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El catedrático de Políticas Javier Moreno Luzón, Premio Nacional de Historia 2024
Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Jesús de Miguel - 29 oct 2024 11:29 CET
Un amplio jurado, entre cuyos miembros que destacan varios historiadores de prestigio, ha decidido conceder el Premio Nacional de Historia 2024 al catedrático Javier Moreno Luzón, del Departamento de Historia, Teorías y Geografía Políticas, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UCM. El premio del Ministerio de Cultura está dotado con 30.000 euros y ha reconocido la labor del profesor complutense por su obra “El rey patriota. Alfonso XIII y la nación”.
El jurado, entre otros méritos, ha valorado esta obra por “romper con el paradigma de la excepcionalidad de la historia española”. Es decir, ¿que en realidad no somos tan diferentes?
Ese paradigma ha predominado durante mucho tiempo en la historiografía y en general, en todo lo que se ha escrito sobre la España contemporánea. Y no solo que somos diferentes, sino que cualquier rasgo de modernidad en España ha fracasado. Esa es la idea y lo que yo trato de hacer, tanto en este libro como en otros trabajos, es mostrar todo lo contrario. Es decir, que España es solo un caso más dentro del mundo y de la Europa de su tiempo. La monarquía española de Alfonso XIII comparte, en esa época, que es el primer tercio del siglo XX, muchos de los rasgos que siguieron las monarquías europeas de la época. Sobre todo, me he fijado mucho en lo que llamo la monarquía escénica, que es todo lo que tiene que ver con la imagen, los rituales, la vinculación a los símbolos de los monarcas, y eso es una tendencia general. No solo en España, sino en todas las monarquías que se adaptan al mundo contemporáneo mediante esos métodos que exponen al monarca como símbolo, como emblema de la nación, en un mundo en el que las naciones son el origen de la legitimidad política.
¿En ese mundo cómo se adapta Alfonso XIII?
En buena medida sigue la tendencia, no solamente de otros monarcas europeos, sino también de otros actores políticos más amplios, como partidos y movimientos de la época, desde posiciones liberales o abiertas del principio de su reinado, hasta posiciones cada vez más antiliberales, antidemocráticas y reaccionarias después de la Primera Guerra Mundial y, sobre todo, desde la Revolución Rusa de 1917. Todo ello desemboca en la dictadura de Primo de Rivera, que se establece con consentimiento del rey.
¿Ese consentimiento no le diferencia de otros actores internacionales de la época?
No, esto no es algo tampoco excepcional, porque lo raro en la Europa de la época, en la Europa de entreguerras, entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, son los regímenes liberal-democráticos que sobreviven. La mayoría son sustituidos por dictaduras de un tipo o de otro. Aunque la trayectoria es muy variada, el rey, que era un protagonista de la política fundamental, evoluciona y cambia, pero no es en absoluto un caso singular, extraordinario, en la Europa de su tiempo. Es evidente que todos los casos tienen sus peculiaridades y que su personalidad es distinta, su formación, sus ideas, su manera de comportarse no es idéntica a la de nadie más, pero sí que forma parte de tendencias mucho más amplias.
Entre los rasgos de su personalidad también tiene un punto ilustrado, como demuestra el hecho de iniciar la Ciudad Universitaria.
Aquello fue el principal elemento de la celebración de sus 25 años en el trono, de sus bodas de plata. Él llega a ejercer sus funciones constitucionales cuando cumple 16 años, que era la mayoría de edad que establecía la Constitución, y en 1927 se celebraban los 25 años, así que se decidió prescindir de otras clases de festejos y, en su lugar, fundar la Ciudad Universitaria de Madrid como el gran legado cultural del reinado. Aunque es cierto que cuatro años después se va al exilio y llega la república, con lo cual no le da tiempo más que a empezar.
Esa parte más cultural de Alfonso XIII contrasta con ese lado más reaccionario que acabará con su exilio. ¿Cómo conjuga esas dos facetas de su personalidad?
Lo consigue haciendo que los principales impulsores e ideólogos de la Ciudad Universitaria sean gentes conservadoras, católicas, muy afectas a la monarquía. De hecho, el proyecto se concibe como una especie de respuesta a la intelectualidad liberal que se había reunido en torno a la Junta para Ampliación de Estudios al comienzo del reinado, que también tuvo sus apoyos por parte del rey en algún momento. Pero esa evolución, digamos, hacia la derecha del personaje, hace que, bajo la dictadura de Primo Rivera, que él apoyaba plenamente, conceda este gran proyecto cultural al ala más derechista de la política y la intelectualidad española.
Ya que apoyar a Primo de Rivera acabó con el rey en el exilio, ¿se sabe si se arrepintió alguna vez de esa decisión?
En público no. No sé si lo haría en algún momento de debilidad en el exilio, que supuso un gran aislamiento, una soledad evidente, incluso entre los monárquicos españoles, porque no todos le querían, y cuando pasó a ser completamente irrelevante. A pesar de eso, el rey defendió siempre su decisión de septiembre de 1923 de apoyar el golpe de Estado, de respaldarlo y entregar el poder a Primo Rivera, con el argumento de que tenía que salvar a España. Siempre los argumentos patrióticos son los que justificaban su labor, por eso le he llamado el Rey Patriota en mi biografía. Su idea principal era que España podía haber caído en la guerra civil si él no hubiera tomado esa decisión, y por lo tanto era la más razonable. Nunca dijo que no tenía que haberlo hecho. Después, cuando se levantó el ejército de África y se inició la guerra civil española, pensaba que apoyando a Franco podía tener una oportunidad de volver a España. Y en absoluto ocurrió esto, porque Franco lo último que pensaba era en un rival, que pudiera hacerle sombra, y por lo tanto no quiso nunca jugar con esa posibilidad.
Su hijo, Don Juan, también intentó ponerse del lado de Franco, pero tampoco le salió demasiado bien.
Don Juan de Borbón, que era el heredero desde que convencieron a Alfonso XIII de que debía abdicar, muy poco antes de su muerte, tuvo una relación cambiante con Franco. Y desde luego el dictador estaba convencido de que él tenía que morir en la cama, de que tenía una misión providencial que cumplir con España y que no iba a ceder el poder de ninguna manera.
En todos estos personajes surge ese concepto de España que usted ha analizado en muchos de sus libros. ¿De esa relación entre nación y Alfonso XIII es de donde le surge el interés de estudiar a este rey?
En realidad, mi interés es estudiar primero cómo sobreviven las monarquías y después el papel protagonista que tiene en esa supervivencia el abrazo a las ideas del nacionalismo, que como antes decía son las que legitiman cualquier régimen político, casi cualquiera, no todos por supuesto, pero casi cualquier régimen político en la contemporaneidad, del signo que sea. Todos reclaman ser los representantes de la nación, defender a su patria… y la monarquía tiene sus propios métodos para hacer esto, no solo con los discursos, sino con todo el aparato ceremonial, ritual y simbólico que rodea a los monarcas, a los reyes y a los emperadores.
¿Son unos métodos que siguen utilizando actualmente?
Bueno, han cambiado algo, por ejemplo, ya no existen las ceremonias de la corte, eso se ha perdido por lo menos en España. Ahora hay televisión, aunque en la época de Alfonso XIII había cine, y para que nos hagamos una idea de la importancia de esto, bastaría decir que la mayor parte de las películas españolas que se conservan de esa época tienen como protagonista al rey, sus viajes, sus cacerías, su práctica del deporte... Son películas de propaganda monárquica que utilizaron muchísimo. Otras cosas como los viajes por España y las visitas sigue existiendo, así como la asociación con cualquier tipo de mito, símbolo nacional, y por supuesto el vínculo con el ejército, lo que era muy claro en Alfonso XIII a quien me gusta llamar soldado-rey más que rey-soldado. A él lo que le gustaba más era ser militar, se veía a sí mismo como un militar español. Además, el rey era la cabeza de las fuerzas armadas, como ahora, pero tenía bastante margen de maniobra en este terreno, bastante influencia. De hecho, lo utilizó en muchas ocasiones para apoyar al poder militar cuando se rebelaba contra el poder civil, y el último de los episodios, en ese sentido, es el golpe de estado de Primo de Rivera.
¿Cree que esa parte militar se conserva todavía hoy, al menos de manera simbólica, con hechos como el que la princesa de Asturias tenga que hacer la carrera militar?
Sí, sí, se ha conservado esa tradición, incluso efectivamente de la formación militar del heredero, o, en este caso, de la heredera, pero para ser justos, a eso le han añadido estudios universitarios que no existían hace 100 años, y esto es un progreso.
Ha comentado antes el poder del cine como medio de propaganda en la época de Alfonso XIII. Román Gubern aseguraba que el rey financiaba muchas películas, incluso pornográficas. ¿Es cierto?
Hay mucha literatura sobre eso, pero el problema es que hay pocas fuentes. Alfonso XIII era muy aficionado al cine, de eso no hay ninguna duda, y tenía incluso una sala habilitada en palacio donde ponían películas, o iba al Real Cinema a verla, en la plaza de Isabel II. Gubern se basaba en el testimonio de uno de los productores que al parecer había fabricado esas películas, en una productora que se llamaba Royal Films, nada menos. Luego se dio pábulo también a la idea de que esas películas eran las que se encontraron en la Filmoteca valenciana y que se pueden ver en Youtube, en las que determinados personajes, como un ministro o un confesor, abusan de su poder para violar a mujeres. Si es verdad que las financiaba y eso era del gusto del rey, hablaría, y no poco, de su concepción de la política y de la religión. Pero de momento son suposiciones, porque pruebas no hay.
En sus estudios sobre la pervivencia de las monarquías, ¿ha descubierto cuál es la receta para que lo hagan?
Sí, sí, claro que sí. Lo que parece claro es que las monarquías que han sobrevivido, al menos en Europa, pero no solo en Europa, son aquellas que han sabido convertirse en monarquías parlamentarias. Es decir, aquellas que se ha visto que son compatibles con la democracia, que han reconocido la soberanía nacional, la soberanía popular como el origen del poder, y por lo tanto se han retirado de los poderes tradicionales que incluso se conservaban en parte en los regímenes constitucionales liberales, no democráticos, pero liberales. En ellos el rey seguía siendo la cabeza del ejecutivo, podía nombrar y despedir libremente a los ministros, cerrar el parlamento y convocar elecciones cuando quisiera, o tenía poderes muy amplios en el terreno militar o de la política exterior. A todo eso han ido renunciando las monarquías que mejor se han sabido adaptar a la política democrática moderna. En definitiva, la retirada de la acción política cotidiana, directa, facilita la identificación de los monarcas y de la corona como institución como símbolo nacional.
Algo que claramente no hizo Alfonso XIII.
Ese rey se metía mucho en la política, le gustaba intervenir. Primero llevando hasta el límite posible sus funciones constitucionales, los poderes que le reconocía la Constitución, y después ya sobrepasándolos claramente, o directamente violando la Constitución, que es lo que hizo en 1923. Y así no podía ser un símbolo nacional por encima de los partidos, por encima de las querellas del día a día, el rey de unos españoles, pero no de otros. Finalmente acabó siendo el rey de los españoles que se identificaban con la dictadura, los sectores más conservadores, católicos, militaristas, centralistas en la organización del Estado, muy españolistas. Y esa fue una de las claves de su decadencia y finalmente de su fracaso.
Salvando las distancias, cuando Felipe VI da su discurso navideño se le suele criticar, sobre todo desde los nacionalismos vasco y catalán, de estar excesivamente identificado con lo español. ¿Cómo podría articular un discurso que integrase a todos?
Yo lo que creo es que el rey, tanto este como otros reyes de monarquías parlamentarias, no deben intervenir en los conflictos políticos. La abstención es lo mejor que pueden hacer, aunque no sea fácil. Me gusta mucho una anécdota que se produjo en una entrevista que tuvo Miguel de Unamuno con Alfonso XIII. Unamuno era un crítico feroz de la familia real española, no tanto de la monarquía, sino de la familia real, en concreto de la reina madre, que había sido reina regente y era austríaca, así que el filósofo decía que tenían mucho más de ausbúrgico que de borbón. También criticó muchísimo a Alfonso XIII en la prensa y fue condenado por calumnias al rey varias veces, aunque luego no se ejecutaban las condenas porque el rey le indultaba. Había una especie de juego como del ratón y el gato, y algunos políticos e intelectuales querían reconciliarlos, así que convencieron a Unamuno para que fuera a ver al rey. Unamuno fue sin vestirse de gala ni de la etiqueta que hacía para las audiencias reales y el rey le preguntó: “Yo, como monarca constitucional, ¿qué iniciativas debo tomar?”. A lo que respondió: “Señor, como monarca constitucional, lo mejor es que no tome ninguna”. Me parece perfecto, porque es una definición estupenda de lo que debe ser un rey parlamentario, no sólo constitucional, es decir, que respete la voluntad del parlamento elegido por los ciudadanos. Mi receta por tanto es que no tome ninguna iniciativa, que se limite a ser un símbolo de todos y que ejerza como tal.
Hablaba antes del intento de reconciliación entre Unamuno y Alfonso XIII, y precisamente ese título, “Reconciliación” es el que va a llevar la autobiografía del rey emérito Juan Carlos I, que se publicará en enero, y que él mismo considera un libro necesario porque asegura que le están robando su historia. ¿Lo cree así?
Es evidente que el rey Juan Carlos ha hecho muchas cosas mal, porque si no fuera así no tendría que haber abdicado. Si abdicó es porque reconocía que las cosas no iban bien para la corona y que iría mejor con su hijo, así que es evidente que ha malgastado el capital político enorme que tenía. He estudiado un poco el asunto y en los años 90, en las encuestas, la corona era una de las instituciones más valoradas, con diferencia. Y efectivamente el rey era aceptado como un símbolo nacional, tanto que en esa época funcionaba mucho mejor que la bandera, por ejemplo, que siempre ha tenido connotaciones políticas determinadas y se ha identificado con la derecha, incluso con la extrema derecha. El rey hasta se llevaba muy bien con los nacionalistas vascos y catalanes, digamos que representaba muy bien ese papel e incluso encarnaba la España moderna. Sólo hay que pensar en el año 92, con las Olimpiadas de Barcelona, con el quinto centenario del descubrimiento de América, mostrando una España a la vez hispanoamericana y europea, una España que se había modernizado de manera extraordinaria, que se había puesto al día, que era un país desarrollado, joven, dinámico... Todo eso lo representaba muy bien y eso es exactamente lo que quiero decir cuando hablo de los monarcas como emblemas de la comunidad política.
¿Qué cambió entonces?
Fue su comportamiento, que se fue acumulando a lo largo del tiempo, sin que los medios de comunicación lo destaparan, pero cuando finalmente se conoció, echó por la borda todo ese capital acumulado durante tantos años. Es decir, que él es muy responsable del deterioro que sufrió la institución en los últimos años de su reinado.
¿Cree que se está recuperando?
Yo diría que hay un esfuerzo por parte del actual monarca en este sentido y parece que sí se va recuperando, pero no sabemos bien hasta qué punto, porque las principales encuestas que se hacían en España sobre esta cuestión, las del CIS, se dejaron de hacer. Quizás Felipe VI tiene más problemas entre los jóvenes, y entre catalanes y vascos, y puede ser por lo que decías antes de su identificación con determinados mensajes españolistas. Pero bueno, digamos que en relación con el deterioro que había sufrido la institución en los últimos años del reinado de su padre, sí, creo que ahora está algo mejor.
¿Cómo es de fácil para un historiador acceder a documentos sobre un rey como Alfonso XIII? ¿Hay impedimentos de algún tipo?
No, el máximo impedimento es la falta de recursos con la que tienen que luchar los archivos públicos. El principal archivo para estudiar a Alfonso XIII, y en general la historia de la monarquía española, es el Archivo General de Palacio, que es un archivo público y que está a cargo de excelentes profesionales que se ponen a disposición de los investigadores, y cuyo principal problema es la falta de recursos. Necesitarían más dinero y más personal para poder catalogar y tener ese archivo disponible de una manera más útil. Ese es el principal obstáculo, no hay censuras de ninguna clase. Otra cosa es que a todo el mundo le guste lo que yo pueda escribir a partir de esos documentos.