NUESTRA GENTE
María Ángeles Querol: “La cultura está viva o no es cultura, y entonces pasa a ser arqueología”
Texto: Jaime Fernández - 28 oct 2022 10:57 CET
La catedrática de Prehistoria de la Universidad Complutense, María Ángeles Querol, acaba de recibir el Premio Nacional de Restauración y Conservación de Bienes Culturales 2022. Así, a priori puede resultar chocante, porque ella no es ni restauradora ni conservadora, pero la justificación del premio deja claro que se lo han concedido por su “papel relevante en la inclusión de la gestión del patrimonio cultural como materia en la formación reglada de las universidades españolas, por sentar las bases para conseguir el reconocimiento social de la arqueología como actividad profesional frente al intrusismo y por su defensa de la gestión del patrimonio cultural como instrumento para la conservación y restauración de los bienes culturales”. Y en eso sí que ha destacado la carrera de María Ángeles Querol.
Este galardón se suma a una larga lista de premios que le han concedido a lo largo de su carrera.
Sí, sí, por ejemplo, en 2019 me concedieron la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, del Ministerio de Cultura y Deporte, pero como fue en ese año del comienzo de la pandemia no tuvo tanta repercusión como este. También destacaría el Premio Europeo de Patrimonio Arqueológico concedido por la Asociación Europea de Arqueólogos, que me dieron en 2015. Y a eso habría que añadirle que yo he sido corredora y tengo veinte medallas de maratones y medias maratones, todos en Lisboa, que es mi ciudad favorita. Así que tengo 23 medallas y tengo un nieto que está loco con ellas (risas).
En la justificación arriba mencionada del premio se habla del intrusismo en arqueología, ¿sigue existiendo?
Durante demasiado tiempo, casi un siglo, la arqueología fue objeto de afición, sobre todo de hombres blancos ricos, pero ya no es así, porque se han aprobado muchas leyes, que son muy detalladas y todo ha cambiado. Existen muchas leyes autonómicas sobre patrimonio cultural e incluso hay dos leyes de patrimonio cultural inmaterial, una estatal y otra de Baleares, que es una joyita, que la podrían copiar todos. Es cierto, que una cosa es hacer la ley y otra ponerla en práctica, por problemas económicos o de formación del funcionariado en gestión de bienes, pero toda la normativa ha hecho que los problemas de intrusismo sean cada vez menores, sobre todo porque para cualquier tipo de excavación o prospección hay que tener un permiso de la comunidad autónoma, y si no la tienes es una actividad ilícita. En ese cambio de mentalidad, ha ayudado mucho que se haya desarrollado, a nivel popular, la sensación de valor social y económico que tienen los bienes. De ahí que la conservación del patrimonio cultural físico sea vista con buenos ojos mientras que su destrucción esté vista cada vez con peores ojos.
En relación con el patrimonio, en la Universidad Complutense desde 2013 fue la coordinadora del cluster de Patrimonio Cultural del Campus Moncloa de Excelencia Internacional. ¿Qué frutos dio aquella experiencia?
Ese cluster lo coordinaba yo por parte de la UCM y el arquitecto Juan Miguel Hernández León por parte de la Politécnica de Madrid, y para aceptar ese cargo puse una condición, siempre entre comillas, que fue que me apoyaran en la creación de un máster en gestión de patrimonio cultural, interuniversitario y realmente multidisciplinar, lo que se puso en marcha en 2017. Es un máster en el que los estudiantes tienen la suerte de recibir enseñanzas desde tres polos opuestos (arqueología, ingeniería y arquitectura), y en el futuro van a poder elegir cuál es el punto de vista que quieren desarrollar. Los estudiantes son el futuro y les quedan muchas cosas que decir, sabiendo que el objetivo de este máster es mejorar los sistemas de gestión del patrimonio cultural, que se puede gestionar mal o bien.
¿Cómo se hace en España?
En nuestro país hay 18 administraciones responsables y hay tal cantidad de modelos y gente trabajando en el tema que eso hace que haya cosas que salgan bien y otras que salgan peor, pero en cualquier caso todo se puede mejorar. Si un alumno de nuestro máster conoce, por ejemplo, un sistema de gestión que utiliza un ayuntamiento de una de las 40 ciudades Patrimonio Mundial que tenemos, y ve que hay algún fallo en algún aspecto, como el análisis de públicos, puede plantear mejoras que van desde la educación en las escuelas. Siempre digo que en una lucha, como contra el expolio, lo mejor es prevenir, porque es mucho más práctico educar a las personas que llevar a la cárcel a quien comete el expolio, ya que si ha destrozado un yacimiento por mucho que le encierres no se va a recuperar.
Para ponernos en contexto, ¿qué es realmente el patrimonio cultural?
Todo lo que hacemos los seres humanos es patrimonio en el sentido de que ha sido heredado, nos inventamos pocas cosas. La manera de vestirnos o la de estar en el mundo la modificamos muy poco, porque tenemos muy pocas capacidades de modificación real y profunda. Hay algunas excepciones como el tema de las mujeres, porque es verdad que nuestra manera de estar en el mundo ha sido fuertemente modificada en el último siglo por nuestra voluntad, ha sido algo luchado y querido por una mayoría de mujeres en el mundo occidental. Pero, en definitiva, todo lo que hacemos tiene una vertiente, una dimensión patrimonial, aunque eso no quiere decir que todo sea patrimonio cultural. De todas las cosas que se inventa y hace el ser humano sólo un pequeño porcentaje se ha seleccionado y se protege para que tenga una vida mayor de lo que le corresponde, ya sea una catedral, la muralla de Ávila o las fallas de Valencia.
¿Por qué se eligen unas y no otras?
Porque las consideramos nuestras señas de identidad y nos hacen sentir orgullo, y eso es lo que denominamos patrimonio cultural.
¿Qué llevó a una profesora del Departamento de Prehistoria a interesarse por ese patrimonio?
Yo era profe, fundamentalmente, y además me dedicaba a los orígenes humanos y al Paleolítico, que es una cosa muy remota y muy alejada de los problemas de la sociedad actual. En Prehistoria tenemos nuestro mundo lejano, no hay conflictos en la Edad del Bronce ni hay conflictos en el Neolítico, más que aquellos que queramos que haya y que nos inventemos. Por determinadas circunstancias, en 1985, con el primer gobierno socialista me nombraron subdirectora general de Arqueología y entré en el Ministerio de Cultura.
¿Qué cambió entonces?
Allí me di cuenta, por el entorno y el trabajo que tenía que hacer, que en realidad yo estaba trabajando con patrimonio cultural, con objetos, con elementos y monumentos que formaban parte de la memoria de los pueblos y que eso sí tenía una incidencia social, eso sí era actual. Por eso, cuando me cesaron decidí que la gente que estudia Historia o Historia del Arte tenía que conocer, necesariamente, cuáles eran los mecanismos para gestionar, proteger, difundir esos bienes culturales.
¿Cómo lo consiguió?
Al volver a dar clases coincidí con un momento de cambios en las universidades y eso me permitió proponer, en mi Departamento, una asignatura de gestión de patrimonio cultural y patrimonio arqueológico, que fue primero de doctorado, y cuando ya empezaron los nuevos grados en 2009-2010, conseguí que algunas universidades españolas pusieran en marcha un grado de Arqueología, que no había hasta entonces. Y que de hecho no existe en todos los países del mundo, por ejemplo, Francia no lo tiene, sino que imparten materias de posgrado. En España, cuatro universidades públicas (la Complutense, la de Granada y las dos grandes de Barcelona), apostamos por el grado y en el resto lo que se hacen son másteres. Y en esas enseñanzas se incluyó, por supuesto, la gestión del patrimonio arqueológico, mientras que en Historia y en Historia del Arte, como optativas u obligatorias, se sigue dando la gestión del patrimonio cultural o artístico.
¿Ahí le surgió la necesidad de escribir manuales sobre la materia?
En 1996, mi compañera Belén Martínez y yo publicamos el manual La gestión del patrimonio arqueológico en España, que fue el primero publicado en nuestro país sobre esos temas. Y en 2010, cuando se empezaba con el grado de Arqueología, Akal me publicó el Manual de Gestión del Patrimonio Cultural, con el compromiso de que se reeditase cada diez años, así que en 2020 salió la nueva edición ampliada y actualizada, con muchas novedades, como la incidencia del terrorismo en los bienes de patrimonio mundial. En 2014 escribí un libro sobre patrimonio inmaterial, con Sara González, sobre todo porque hay mucha gente que todavía no sabe lo que es.
¿Y qué es?
Se refiere a las tradiciones que tenemos y por las que sentimos orgullo. El principal aliciente para definirlo fue el convenio de la UNESCO de 2003 de salvaguarda del patrimonio cultural inmaterial, que España firmó en 2006 y que han puesto en práctica las comunidades autónomas sobre aquello de lo que se sienten orgullosas, y que además está bastante bien organizado desde el punto de vista administrativo. Las comunidades proponen al Estado que informe a la UNESCO para que declare patrimonio inmaterial fiestas como las Fallas o la dieta mediterránea. En total, ahora mismo, la UNESCO tiene declaradas unas 14 cosas de nuestro país como patrimonio cultural inmaterial, y las comunidades tienen declarados 150 Bienes de Interés Cultural. Esa denominación sirve para mostrar orgullo, para tener publicidad, para tener un marchamo de ser patrimonio de la humanidad, pero no sirve para mucho más, porque son tradiciones que forman parte de la cultura, y la cultura o está viva o no es cultura, y entonces pasa a ser arqueología.
¿De tal manera que el patrimonio inmaterial no se puede conservar?
No, no se puede hacer como se hace con los bienes muebles e inmuebles. De hecho, creo que cuando se nos acabe la fiebre de la conservación, que comenzó a finales del siglo XIX, a lo mejor dejamos que lo que tiene que morir se muera, porque todo nace, vive y muere. Todo, hasta la piedra.
Y si no se puede conservar, ¿qué se puede hacer con él?
Documentarlo. De tal manera que, si cambia, se documenta ese cambio y la razón de este. Ahí te encuentras con cosas tan curiosas como una procesión en un pueblo de Andalucía que duraba una hora, y al volver a los tres años, la procesión duraba dos horas, y nos dijeron que los de Turismo habían ido y les habían dicho que si doblaban la duración de la procesión todos los bares estarían más tiempo abiertos e iban a ganar más dinero. Las cosas cambian, por unas razones o por otras, y son muy lícitas, y en este caso lo mismo vuelves dentro de otros tres años y ya son tres horas o todo el día dando vueltas al pueblo (risas).
¿Ese proceso de documentación sirve para mantener las tradiciones?
Sí, en parte, e incluso, en algún caso, para resucitar alguna tradición perdida. El problema de la documentación es que los archivos se queman, fundamentalmente en las guerras o en los incendios. Así y todo, se han conservado muchísimos y tenemos una enorme riqueza bibliográfica y documental, y hay además una enorme cantidad de información en las fotografías, que son fundamentales para conocer el patrimonio inmaterial, las costumbres, las maneras de socializar… Hay que dejar claro que todo esto ocurre en el mundo occidental, porque en todos los demás países del mundo, especialmente en África, el patrimonio cultural es diferente.
¿En qué se diferencia fundamentalmente?
Allí no hay palacios, no hay catedrales, no hay grandes edificios y lo que hay es, sobre todo, memoria oral. Por eso se dice que cuando un anciano muere en África una biblioteca desaparece con él. Allí, la costumbre de documentar no existe, y va a ser siempre una costumbre de la otredad, es decir, va a llegar una persona de fuera a hacer cosas que ni les interesan, ni quieren, y esto resulta bastante difícil, porque aunque la UNESCO se esfuerce en decir que todo el patrimonio inmaterial lo han hecho, en gran parte, pensando en África y las memorias orales, a la hora de la verdad es una imposición colonialista. La gente que vive allí no solamente no sabe lo que es la arqueología, porque es un invento occidental, al igual que el patrimonio cultural, sino que no les importa en absoluto, porque tienen otras dimensiones de la vida. Esa sensación de colonialismo y de imposición del mundo occidental, se da en arqueología y antropología. Por ejemplo, los yihadistas se han llevado por delante muchas ciudades Patrimonio Mundial, y cuando pensamos qué están atacando no sólo es a la identidad de un pueblo con sus guerras étnicas, sino que además atacan a Occidente, porque somos nosotros los que hemos ido a Alepo a declarar esa ciudad Patrimonio Mundial. A ellos no les importa nada y se ha hecho además a espaldas de la gente de allí, algo que ahora la UNESCO ya no admitiría, porque ahora exige que lo requieran los propios pueblos. En el fondo ese terrorismo es una especie de guerra contra el colonialismo, contra una imposición occidental, contra nuestro privilegiado mundo, y, en cierta manera, pasa lo mismo con las mujeres.
Que es otro de sus temas de estudio.
Empecé a trabajar con el tema de las mujeres a finales de los años noventa, cuando mi tema eran los orígenes humanos, y me interesaba mucho ver qué se decía realmente cuando se hablaba del origen del hombre. De allí surgieron dos libros, Adán y Darwin y La mujer en “el origen del hombre”, en los que se demuestra que la palabra hombre se ha utilizado de manera pretendidamente genérica, pero en muchísimas ocasiones se refiere exclusivamente a varones blancos, e ingleses, a ser posible. Hoy día la cosa es diferente a esa idea antigua de que la evolución está dirigida y culmina con los humanos y se ve más bien como un rompecabezas, del cual nos faltan bastantes piezas y además no tenemos modelo, así que no sabemos cuál es el dibujo de fondo, y eso a pesar de que llevamos ya un siglo de descubrimientos. En todo ese contexto, y sobre todo en el religioso, las mujeres no hemos estado, por mucho que nos empeñemos en decir que sí. ¡Ojalá!
Ahora que ya está jubilada, ¿se dedica a la investigación por su cuenta o disfruta de la vida contemplativa?
Ahora escribo libros de humor para mujeres, bajo seudónimo. He publicado tres, estoy acabando el cuarto y los publico en Amazon. Y los hago porque considero que el humor es básico, aunque no se lleve en la actualidad. Me divierte mucho y tengo pocas lectoras, de momento, pero ahora voy a ponerme en contacto con una dibujante para ver si me ilustra el próximo libro, como hice en su día con Entre homínidos y elefantes, que iba ilustrado por Gallego & Rey.