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Luis García Montero y Almudena Grandes llegan a los Cursos de Verano de 2012 para impartir una conferencia sobre sus lugares sagrados

In memoriam: Almudena Grandes, en sus propias palabras

Texto: Jaime Fernández - 29 nov 2021 10:50 CET

La escritora Almudena Grandes ha conquistado, con sus libros, a millones de lectores en todo el mundo. La Universidad Complutense la ha visto crecer desde que cursó aquí la licenciatura en la Facultad de Geografía e Historia hasta alguna de sus últimas participaciones en público cuando todavía no se intuía la pandemia y poco antes de que ella conociera la existencia de su cáncer. En todo ese tiempo, Grandes ha ido desvelando aspectos de su vida que permiten trazar una biografía desde la casa galdosiana de su abuelo hasta sus años de gloria como escritora exitosa de novelas, y todo en sus propias palabras.

 

En una de sus visitas a la Facultad de Geografía e Historia, para participar en el ciclo de conferencias “La maestría es un grado”, Almudena Grandes bromeó con que de niña había sido “gorda y poco agraciada” y que eso había sido un aliciente para la lectura, porque cuando se es fea se “necesita un suplemento de emoción que no se encuentra en la propia vida”.

 

Recordó también que todos los domingos por la tarde iban a la “casa galdosiana” de su abuelo, donde siempre ponían el fútbol, y mientras, los niños podían ver el partido o estar en silencio dibujando. Ella, a la que no le gustaba el fútbol y no se le daba bien dibujar, comenzó a escribir, siempre el mismo cuento, uno muy complicado, que le enseñó “la importancia de la estructura del relato, de lo más relevante del oficio”.

 

Allí le surgió, como contó en una entrevista realizada en los Cursos de Verano de San Lorenzo de El Escorial, lo que ella denominaba la “necesidad insuperable de escribir”, algo que con los años descubrió que no tenía nada que ver con el talento, porque de hecho no creía en la inspiración, sino que estaba relacionado con las dos herramientas fundamentales de un escritor, “oficio y disciplina”. A la estructura, el oficio y la disciplina le unía Grandes otro elemento necesario para toda novela: “tener una historia que contar”, aunque también tenía claro que “una buena historia no garantiza nada, porque si está mal contada es un mal libro”.

 

Tanto en aquella entrevista como en su visita a su Facultad insistió en la idea de que escribir tiene algo de esquizofrenia, porque “es vivir una vida paralela, en los dos lugares a la vez sin perderse”. Y además con el peso que conlleva la soledad del escritor.

 

A finales de los 90, cuando todavía estaba conformando su propio estilo, declaraba la escritora su amor por la figura de Robinsón Crusoe, quien inspiró claramente su novela Te llamaré viernes, y que se centraba en esa soledad que “es uno de los grandes temas de la literatura de todos los tiempos”. Eso sí, adaptada a la modernidad, y de ahí que ese libro transcurriera en una gran ciudad y no en una isla desierta.

 

De Brontë a Galdós

Aparte de Daniel Defoe, Charlotte Brontë fue una de sus mayores inspiraciones en los primeros años de su carrera, como se reflejaba perfectamente en Malena es un nombre de tango. Y mientras se encontraba en ese mundo de descubrimiento propio, se cruzó en su vida la idea de Los aires difíciles, un libro que ella misma consideraba ya por 2003 que era su “primer libro de madurez” y que luego ha demostrado ser una auténtica bisagra entre dos etapas de su literatura. Eso sí, por aquel entonces todavía no había caído en el amor por la Historia Contemporánea que ha caracterizado sus libros más premiados y leídos, y seguía todavía conservando el interés por la Prehistoria, que eligió cuando se matriculó en la Facultad.

 

Recordaba, con ironía, que durante sus años de estudio se imaginaba ser como Indiana Jones, trabajando con los Leakey en el lago Omo sacando fósiles, aunque al terminar la carrera se dio cuenta de que no sería capaz de ser historiadora. De hecho, incluso tras escribir Los aires difíciles aseguraba todavía: “No me apetece nada lo de la novela histórica, porque lo de documentarme me da mucha pereza. Cualquier documentación que vaya más allá de llamar por teléfono ya me parece pesada”.

 

Algo que cambió de manera radical cuando se puso a escribir El corazón helado y, sobre todo, cuando empezó sus Episodios de una guerra interminable, que son un claro “homenaje a Galdós y a Max Aub”. Precisamente de Benito Pérez Galdós habló mucho en 2019, cuando pasó por la Facultad de Filología para apoyar la presentación de una revista creada por estudiantes, de nombre Fuego en Notre Dame. Para Grandes, “Galdós es un puente, el gran narrador de la literatura española después de Cervantes”, y además el máximo exponente del pensamiento progresista de su época, diputado en 1910, cabeza de lista por Madrid, y dos años después fue candidato al Nobel aunque la caverna escribió al rey de Suecia para decirle que no podía ganarlo por republicano”.

 

Sobre ese compromiso del escritor con la sociedad, creía Almudena Grandes que es algo “inherente a la escritura, porque escribir es mirar al mundo, y todas las miradas son diferentes porque pasan por el filtro de la memoria y la ideología”. Algo en la misma línea de lo que ya declaraba a finales de los años noventa: “A mí me interesa la literatura que se pega a la vida, no la que se pega al pensamiento, a la teoría o a la propia literatura”.

 

Otros géneros

La escritora se hizo célebre por sus novelas, pero también deleitaba a los lectores con relatos y con sus artículos en prensa, pero no en poesía. Opinaba en Filología que “la poesía es algo más de juventud, mientras que un narrador necesita tener experiencia para poder contar”, y en la Facultad de Ciencias de la Información destacó que sus columnas en El País no eran literatura, sino que en ellas se expresaba como ciudadana que “pretende decir algo de interés por encima de la forma en que lo diga”.

 

Creía Grandes que los poderes económicos han creado una “dictadura que domina a los políticos y a los medios de comunicación”, y su manera de hacerle frente a esas cortapisas era tirar de ironía. La misma con la que hablaba de los críticos literarios, que muchas veces le parecía que no estaban a la altura, porque pensaba que “para ser un buen crítico hay que ser antes un buen lector”, lo que ella intuía que no todos eran.

 

Tampoco le gustaban demasiado las adaptaciones cinematográficas de sus novelas, aunque entendía la libertad de directores y guionistas para modificar las historias y encajarlas en el mundo audiovisual. Y de entre todas ellas destacaba Aunque tú no lo sepas, la adaptación de que hizo de su relato El vocabulario de los balcones el director Juan Vicente Córdoba.

 

El adiós

En un curso que organizó su amigo Chus Visor en El Escorial allá por 2002 leyó un cuento en el que un joven acusa a dios de la muerte de su hermano por leucemia, y allí nos enteramos de que ese cuento lo había utilizado, como catarsis, para hablar de su propia madre, que murió de esa enfermedad cuando ella tenía 22 años. Reconocía que liberar parte de sus recuerdos al papel le permitía compartir “el peso con el propio cuento”.

 

Los Cursos de Verano de El Escorial fueron muy importantes para Almudena Grandes, porque allí conoció a Luis García Montero, con quien construyó una vida en común, llena de emociones y de recuerdos. En 2012, los dos dieron una conferencia conjunta (de la que proviene la foto que ilustra este artículo) en la que hablaron de “lugares sagrados” compartidos. Curiosamente casi todos ellos eran cementerios, el de Colliure, donde reposa Antonio Machado, y las fosas del Barranco de Viznar donde se supone que están los restos de García Lorca.

 

Para terminar aquella charla, la escritora confió en que tanto ella como su marido seguirán juntos “más allá de la muerte, reposando en el cementerio civil de Madrid”. Lugar donde ella ya descansa desde este 29 de noviembre.