INVESTIGACIÓN

Fernando Maestú, director del C3N, con Alberto Del Cerro y Luis F. Antón Toro

Investigadores de la UCM revelan cómo las redes cerebrales y la neuroanatomía predicen el consumo de alcohol en adolescentes

Texto: Jaime Fernández - 14 oct 2024 11:11 CET

Gracias al estudio, liderado por el investigador predoctoral Alberto del Cerro León, del Centro de Neurociencia Cognitiva y Computacional (C3N) de la Universidad Complutense, se ha descubierto que existen diferentes trayectorias en el neurodesarrollo que tienen el potencial de influir en la relación de los adolescentes con el consumo de alcohol, lo que podría llevar a elaborar estrategias de prevención frente a su uso excesivo. El trabajo, que se ha llevado a cabo en el C3N, en colaboración con los departamentos de Psicología Experimental de la Facultad de Psicología y de Psicobiología de la Facultad de Educación, se ha publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Science (PNAS).

 

El origen de este estudio nos retrotrae diez años en el pasado, cuando Luis Miguel García Moreno, de la Unidad Docente de Psicobiología y Metodología en Ciencias del Comportamiento de la Facultad de Educación, y Fernando Maestú, director del Centro de Neurociencia Cognitiva y Computacional (C3N), solicitaron un primer proyecto para conocer si había alguna predisposición, a nivel de funcionamiento cerebral, hacia el consumo de alcohol.

 

Antes de eso ya se conocía que el consumo de alcohol durante la adolescencia produce algunas alteraciones en el funcionamiento cerebral y en la anatomía cerebral, sobre todo en estudios realizados con estudiantes universitarios. A partir de ahí se quiso ir más allá y ver si se pueden encontrar algunas diferencias antes de que comience el consumo, si hay alguna predisposición que pueda hacer a determinadas personas más vulnerables a iniciar este tipo de prácticas, con una mayor probabilidad de un consumo intensivo y, por tanto, de mayor riesgo.

 

Para ello se diseñó un estudio longitudinal que ha contado con varios proyectos del Plan Nacional, tanto en 2014 como en 2017 y en 2021 que está actualmente en desarrollo. Luis Fernando Antón-Toro, uno de los firmantes del artículo en PNAS y miembro del C3N, informa de que él realizó su tesis doctoral con el proyecto del Plan Nacional de 2014 en el que se trabajó ya con la idea de “seleccionar una serie de adolescentes entre 13 y 14 años que todavía no habían empezado a consumir alcohol, ya que se sabe por estadística que suelen empezar a hacerlo, ya de forma habitual, a partir de los 14 y 15 años”.

 

De todos los reclutados, 83 adolescentes fueron los que accedieron a hacerse las pruebas de magnetoencefalografía y resonancia antes de comenzar a consumir alcohol. A todos ellos se les hicieron una serie de evaluaciones, tanto a nivel de funcionamiento cerebral, como medidas de resonancia magnética para ver la morfología cerebral y también se les hicieron pruebas neuropsicológicas para ver distintos factores de comportamiento a nivel cognitivo y psicológico. A dichos adolescentes se les hizo un seguimiento de dos años, sabiendo que un 60% ya habrían empezado a consumir algún tipo de alcohol en mayor o menor intensidad.

 

La idea del estudio ha sido tomar todas las medidas que se obtuvieron en la primera fase, cuando no eran consumidores, y buscar cuál de ellas se relacionaban con un mayor consumo en el futuro, dos años después. Antón-Toro explica que “con este modelo longitudinal se han hecho dos estudios distintos, con dos muestras independientes, y en el artículo que se ha publicado ahora se han puesto en conjunto los resultados de ambas muestras independientes”. Con esos resultados se ha visto que hay un patrón de hiperconectividad que es replicable en ambas muestras, es decir, que “se replican los resultados, lo que da consistencia al trabajo”.

 

La predisposición y la prevención

Los estudios han demostrado que hay algún tipo de diferencias en el modo en que el cerebro de los adolescentes funciona y que hace que en el futuro vayan a consumir alcohol de forma más intensiva. Eso se ha relacionado con distintos perfiles de maduración cerebral, ya que “a partir de la pubertad, de los 12 o 13 años, se empiezan a desencadenar una serie de factores de desarrollo que pueden ser distintos en cada uno de los individuos”.

 

Una de las hipótesis para la predisposición al alcohol es que aquellos que lo van a consumir más intensivamente, con mayor riesgo, tienen algún tipo de pseudo maduración. Explica Antón-Toro que “hay indicios de que su cerebro está más maduro, que empiece a madurar antes, pero en realidad parece que distintos sistemas cerebrales maduran con más antelación, lo que les hace desencadenar comportamientos más impulsivos, más orientados a la búsqueda de sensaciones, de placer, mientras que aquellos sistemas que son más de control de la conducta, de control cognitivo, que es la parte más frontal del cerebro, parece ser que maduran más lentamente, o maduran de una forma distinta. Eso da un perfil de adolescente que es más impulsivo, más orientado a la búsqueda de placer, de diversión, pero con menos capacidad de regular su conducta, y ahora mismo, con estos estudios se está intentando recopilar la mayor información posible para confirmar cuáles son estos perfiles concretos de adolescentes que están en riesgo”.

 

El objetivo futuro del estudio es poder, con algunas pruebas sencillas y siempre no invasivas, identificar qué adolescente, con 12 o13 años, tiene un riesgo elevado de empezar a desarrollar en el futuro conductas de consumo, y potencialmente conductas adictivas, para poder intervenir un poco antes e intentar paliar las consecuencias que puede tener una vez que empieza a consumir.

 

Diferentes trayectorias neuro madurativas

Para saber la razón por la que los cerebros de algunas personas maduran de manera distinta a las de otras, los investigadores manejan varias ideas. Por un lado, se sabe que hay un factor genético y “ya hay publicaciones que indican que, por ejemplo, hijos de personas que tienen algún tipo de problema de consumo de sustancias, como hijos de personas con alcoholismo, presentan diferencias en su funcionamiento cerebral y son más propensos, tienen más riesgo a desarrollar comportamientos adictivos”.

 

Con respecto al componente genético, en el último estudio, solicitado al Plan Nacional, se han recogido muestras biológicas de saliva, para buscar algunos marcadores genéticos, que ayuden a explicar de dónde vienen esas diferencias de funcionamiento cerebral.

 

Antón-Toro tiene claro que también hay una parte importante de aprendizaje, de toda la experiencia que haya tenido el adolescente a lo largo de su vida, que va a definir, en parte, cuál va a ser su comportamiento durante la adolescencia. Y “hay una parte muy importante también social, porque se sabe que un factor fundamental es el grupo de amigos, el grupo de pares, que tenga ese adolescente para definir su relación con el consumo”.

 

Aclara, de todos modos, que en este estudio se han centrado fundamentalmente en la parte neurobiológica, la parte tanto de anatomía como de funcionamiento cerebral, porque “al final cómo funcionan sus circuitos cerebrales va a ser lo que va a definir cuál va a ser la interacción del adolescente con el mundo, independientemente de cuál sea su entorno social y educativo”.

 

Conectividad funcional

En el C3N parten de la evidencia de que las distintas partes del cerebro no trabajan por separado, sino que están comunicadas unas con otras, así que sus trabajos se centran en ver cómo se conectan sus distintas partes. Para ello utilizan unas métricas de conectividad funcional qué permiten ver cuál es ese perfil de comunicación entre las distintas partes del cerebro y se pueden medir lo que llaman errores funcionales. A partir de esas mediciones, lo que han visto en este trabajo es que, “de forma más o menos estable, y en distintas muestras independientes, un mayor consumo en el futuro, años después, se asocia con una mayor comunicación, una mayor conectividad dentro de distintas redes del cerebro”.

 

Esto se puede asociar a los distintos perfiles madurativos ya comentados, porque a lo largo del neurodesarrollo adolescente distintas conexiones cerebrales se van a intensificar mientras que otras se van a ir reduciendo. Pero los investigadores también los relacionan con “algunas diferencias a nivel más neurobiológico, como, por ejemplo, una serie de neuronas que hay en el cerebro que se dedican a inhibir a otras, son las de activación inhibitoria, que lo que hacen es silenciar y marcar cuál es el funcionamiento de distintos grupos neuronales”.

 

De tal manera que algunas diferencias neurobiológicas asociadas con, posiblemente, factores genéticos y con la expresión de algunos neurotransmisores como la dopamina, pueden hacer que estas redes cerebrales estén hiperconectadas, que es lo que están viendo constantemente en el estudio, un perfil de hiperconectividad funcional. Es decir, el cerebro más propenso al consumo excesivo de alcohol es un cerebro mucho más conectado, que aunque a priori parezca algo positivo, puede no serlo porque “está relacionado con comportamientos más desadaptativos e incluso hay patrones de hiperconectividad en la enfermedad de Alzheimer”.

 

El estudio ha afinado lo suficiente como para hacer un modelo de predicción donde se ha incluido tanto la parte de actividad funcional del cerebro como su parte anatómica, y se ha visto que la hiperconectividad y varias diferencias morfológicas en la parte temporal del cerebro permiten predecir el consumo de un adolescente con una precisión de más o menos dos bebidas. Es decir, “se podría saber, a partir de estos datos, si un adolescente en el futuro va a consumir entre cuatro y seis copas”.

 

En el estudio, aparte de los investigadores ya mencionados, participan Danylyna Shpakivska-Bilan, Marcos Uceta, Alejandro Santos-Mayo, Pablo Cuesta y Ricardo Bruña.