CINE

Carla Campra, Ildefonso Soriano, Víctor García y Marc Soler, tras el preestreno de "La niña de la comunión"

“La niña de la comunión”, de Víctor García

Texto: Jaime Fernández - 9 feb 2023 18:00 CET

En los preestrenos cinematográficos que organiza, de manera gratuita para toda la comunidad complutense, la Escuela de Producción UCM, coordinada por el profesor Ildefonso Soriano, esta semana se ha proyectado la película La niña de la comunión, el primer largometraje que dirige Víctor García en nuestro país, tras su periplo por Estados Unidos.

 

España, años ochenta. Una familia, a la que le ha ido mal en la ciudad, tiene que mudarse a un pueblo, donde una pariente un tanto tirana les encuentra un trabajo al madre y la madre en un matadero. Mientras tanto, las hijas descubren que la que parecía una leyenda urbana de la maldición de una niña vestida de comunión se convierte en una pesadilla muy real.

 

El guion está firmado por Guillem Clua, a partir de las ideas del Víctor García y de Alberto Marini. Reconoce el director que los productores de la película le dijeron que tenía que incluir la leyenda urbana de la niña, tener una muñeca chunga y estar ambientada en los ochenta del siglo XX. A raíz de esos conceptos, él y Marini (que ha estado detrás de pelis como Mientras duermes o El desconocido), recopilaron ideas que le pasaron a Clua, que está en el guion de grandes trabajos como Los renglones torcidos de Dios.

 

La historia en sí no deja de ser una divertida y convencional película de maldiciones y fantasmas, aunque sí que tiene algunos elementos que la hacen un poco diferente, como la relación de las adolescentes protagonistas con los padres, que representan, según García, un “territorio hostil, pero del que no hay que extraer moralinas”. Otro elemento que está bien en el guion es que los protagonistas se sienten afectados por lo que ocurre en el pueblo, no como en la mayoría de películas de terror americanas, donde a la gente le preocupa nada (o al menos no les afecta de manera racional) lo que haya ocurrido con sus vecinos, novios e incluso parientes más cercanos.

 

Donde no funcionan muy bien las cosas es en la ubicación temporal de la acción del filme, supuestamente en los años 80. Por ejemplo, el director asegura que quería utilizar “Escuela de calor” (1984) en la banda sonora, pero los derechos eran carísimos, así que al final se optó por “Así me gusta a mí”, de Chimo Bayo, que se lanzó en 1991. También la ropa de las dos chicas protagonistas se parece más a la de las noventeras Spice Girls que a las que se llevaban realmente en los años ochenta. Aunque eso sí, la coprotagonista del filme, la actriz Aina Quiñones, parece haber nacido en esa década, de ahí que ya saliera en Cuéntame, aunque aquí, sin ese pelo rubio, se parece más a Susanna Hoffs, la cantante de las Bangles, que eso sí que era puros ochenta.

 

En cuanto al rodaje, se nota que Víctor García ya tiene callo en esto del cine de terror (Gallows Hill, Hellraiser: Revelations, Reflejos 2, Return to House on Haunted Hill…) y además que se divierte haciéndolo, con una banda sonora un tanto grandilocuente, pero que funciona, y con muchísimas referencias que él mismo confirma como The ring, las pelis de Sam Raimi o incluso de Brian de Palma.

 

Muy inteligente él, además con la última escena abre la puerta a una posible continuación, si esta parte funciona en taquilla, y además lo hace desde la convicción de que este es un “concepto franquiciable”. Aunque si quieren trasladar la acción a otro lugar no será fácil encontrar otro pueblo como este de Tarragona, que ese sí que parece que se ha quedado anclado en el pasado.

 

Los actores están todos bastante beien, sin exceso de sobreactuación que lastra a muchos filmes de terror, y más allá de la ya nombrada Aina Quiñones, a su lado comparten grupo de jovencitos Carla Campra, Marc Soler y Carlos Oviedo, que interpreta a un macarra traficante de segunda, que regenta una sala de maquinitas, que parece más un skinhead que otra cosa.