CINE

Imagen de "Las leyes de la frontera", de Daniel Monzón. Imagen: Warner

"Las leyes de la frontera", de Daniel Monzón

Texto: Ángel Aranda - 13 oct 2021 13:17 CET

Vuelta al cine. Y a lo grande. Y no solo porque parece haberse superado el periodo más duro de la pandemia originada por la COVID-19 y se puede volver a las salas, sino porque con Las leyes de la frontera vuelve el cine, así, con mayúsculas. Basada en la novela homónima de Javier Cercas -a juicio de quien esto suscribe, una de las más importantes del panorama literario español en lo que llevamos de siglo XXI-, la película dirigida por Daniel Monzón (Celda 211; El niño) y escrita por Jorge Guerricaechevarría, es toda una gota de agua en el océano de banalidad en el que se refugia el celuloide de los últimos años, el patrio y gran parte del que nos llega desde el exterior. Hay algunas gotas más, por supuesto, pero esta refresca mucho.

 

Gerona, 1.978. Nacho Cañas (Marcos Ruíz), un estudiante de secundaria acosado por los abusones del instituto, se refugia al amparo de un grupo de jóvenes delincuentes del Barrio Chino, liderado por Zarco (Chechu Salgado) y Tere (Begoña Vargas). Los quinquis, con el nuevo miembro en sus filas como un soldado más, se sumen en una carrera imparable de robos y atracos que va a marcar para siempre el resto de sus vidas. Este es a grandes rasgos el argumento de Las leyes de la frontera, una estructura clásica para elaborar un relato de perdedores y de personas que transgreden la ley, pero al mismo tiempo de personajes con los que el espectador está deseando empatizar.  

 

Monzón y Guerricaechevarría, guionista que ha escrito algunas de las obras anteriores del director y casi todas las que firma el cineasta Alex de la Iglesia, entre otras muchas, han escogido tan solo una parte de la novela de Cercas para hacer de su película un viaje de 40 años al pasado, y adentrar al público en el cine quinqui de su mayor época de esplendor, lo que también les ha servido para envolver con papel de regalo una inolvidable historia de amor. Y es que, como reza un viejo axioma popular, elegir es sacrificar; tomar, en este caso, una parte de la historia original para componer un todo que encandile al espectador en una sala de cine, tanto si ha leído previamente la novela de Cercas como si se presenta por primera vez ante este altar de emociones.

 

Para ello, y a diferencia de las películas que a finales de los años 70 y comienzos de los 80 alumbraron directores ya desaparecidos como Eloy de la Iglesia (Navajeros; Colegas; El pico) o José Antonio de la Loma (Perros callejeros; Yo, el Vaquilla), protagonizadas en su mayoría por actores amateur escogidos entre los habitantes de los barrios más conflictivos y azotados por las drogas de las grandes urbes españolas, Daniel Monzón se ha rodeado para Las leyes de la frontera de un grupo de jóvenes actores profesionales que han sabido moldear, en algunos casos casi a la perfección, unos personajes ideados por el novelista como si estuvieran hechos para el cine.

 

Destacan Marcos Ruíz y Chechu Salgado, dando vida al estudiante de clase media y al delincuente de extrarradio ávido de riesgo y emociones, respectivamente, por la comprensión visiblemente documentada de sus personajes y unas interpretaciones bien guiadas por el director. Es de agradecer que Monzón se haya preocupado, entre otras muchas cosas, de que sus actores y actrices no se expresen a través de susurros y ejerzan su tarea con una correcta dicción, uno de los grandes males que afectan a nuestra ficción durante los últimos años.

 

Pero sobre todos ellos, incluidos algunos de los notables intérpretes secundarios, destaca el trabajo de Begoña Vargas, una actriz que se ha sabido introducir en el personaje de Tere tal y como Javier Cercas la ideó para su novela y Daniel Monzón ha compuesto para su película. La Tere de Vargas es, probablemente, el personaje más atractivo de Las leyes de la frontera, y no solo lo es por una cuestión de atractivo físico, que también, sino por su fortaleza interior, esa que le impide salir de su propio universo principalmente porque, a pesar de sus ansias por librarse de él, sabe perfectamente que le es imposible abandonar el lugar al que pertenece.

 

Además, Monzón, que ha contado para la producción con Atresmedia, La Terraza Films e Ikiru Films, nos sabe llevar a través de su película a un espacio simbólico que podrán reconocer quienes pasaron por allí, aunque solo fuera de refilón, pero que todo el mundo reconoce y puede disfrutar por la belleza anacrónica de su ambientación: las calles del barrio, los billares, las discotecas, las fiestas en la playa, los R12 y los 124 derrapando en el asfalto por las esquinas y carreteras secundarias mientras el sonido de las balas complementa una excepcional banda sonora, sumiendo a los espectadores en un viaje al pasado de más de dos horas que incluso se quedan cortas.