LIBROS
“Genes de colores”, el libro de Lluis Montoliu que busca que borremos la palabra ‘raza’
Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Francisco Rivas - 23 sep 2022 18:47 CET
El salón de actos de la Facultad de Veterinaria, dentro del ciclo Ciencia a través de los libros, promovido por la Unidad de Divulgación Científica del centro, ha acogido la presentación del libro Genes de colores (Next Door Publishers), de Lluis Montoliu, con ilustraciones de Jesús Romero. Acompañado por María Arias, vicedecana de Investigación, Transferencia y Biblioteca de Veterinaria, y por Amalia Díez, del Departamento de Bioquímica y Biología Molecular de la Facultad, Montoliu ha hablado de sus investigaciones sobre albinismo, de curiosidades de animales como cebras y gatos y, sobre todo, ha incidido en la importancia de apartar de una vez, del imaginario colectivo, la idea de raza, ya que las diferencias genéticas entre dos humanos de cualquier parte del mundo no superan el 0,1%.
Lluis Montoliu, actual vicedirector del Centro Nacional de Biotecnología (CNB-CSIC), cuenta que lleva más de 30 años trabajando en albinismo, “aunque menos tiempo sabiendo que lo estaba haciendo”. Esta aparente contradicción se explica porque empezó trabajando con “un gen, que está en la base de la síntesis del pigmento, la tirosinasa”, y que lo utilizaban como un sistema experimental muy sencillo de usar, ya que cuando no funciona, el animal nace albino.
Explica Montoliu que a partir de esos estudios vio que los animales que carecen de tirosinasa tienen su correspondiente correlación en los seres humanos, de tal manera que “el hecho de que falte la tirosinasa es una de las condiciones genéticas de baja prevalencia, conocidas como enfermedades raras o minoritarias”. Aclara además que “en el albinismo lo que menos preocupa es la falta de pigmentación, lo peor es la pérdida de visión, ya que supone una agudeza visual por debajo del 5 o el 10%”.
¿Existen las razas?
Tanto la profesora Amalia Díez como el propio Montoliu coinciden en que este libro tiene un mensaje humanista para que, de una vez por todas, se borre de nuestro lenguaje una palabra como raza, porque “no existen las razas humanas”. Explica el investigador que las diferencias que hay entre cualquiera de nosotros son eminentemente individuales, sin importar el aspecto exterior que uno tenga. Hay muy pocas diferencias que son poblacionales, así que cualquiera de nosotros nos diferenciamos solamente en un 0,1%. “Hay que recordar que tenemos 3.000 millones de pares de bases por cada progenitor, así que de cada uno de los genes tenemos una copia de nuestro padre y otra de nuestra madre” y, por tanto, un 0,1% supone de 3 a 6 millones de SNP (polimorfismos de nucleótido único), tanto entre Montoliu y María Arías, como entre un aborigen australiano y un chico nórdico con el cabello claro.
Asegura Montoliu que no hay que dejarse llevar por el exterior, porque con muy pocos genes se puede o bien oscurecer o bien palidecer la piel. “Lo que es una persona, sus sueños, el trabajo que desarrolla, lo que vaya a contar no tiene nada que ver con su piel, y eso ya se sabe, pero hay que reforzarlo, porque nunca estuvo justificado el racismo y tampoco lo está desde la biología ni la genética”, asevera.
Nuestra Historia nos ha llevado a creernos además que somos la referencia y que los raros son las personas con la piel oscura, cuando realmente no es así. En África, surgió nuestra especie y también lo hicieron los homínidos anteriores al género Homo, como los australopitecos y sus predecesores. Estos últimos se parecían bastante a un chimpancé actual, que tiene la piel rosada y se cubre del sol por el pelaje que le cubre todo el cuerpo.
Considera Montoliu que los homínidos eran inquietos y se dirigieron a la sabana y tuvieron que resolver un problema para regular la temperatura corporal. Para hacerlo, una manera muy efectiva es sudar, pero para eso hacen falta glándulas sudoríparas en todo el cuerpo. Los chimpancés sólo las tienen en las palmas, que es donde no tienen pelo, así que una de las maneras de tener más glándulas sudoríparas fueron las mutaciones que nos hicieron prescindir del pelo o que lo convirtieron en el vello tal y como el que tenemos ahora.
Surgió después un problema sobrevenido, que fue la necesidad de proteger la piel de lesiones cutáneas que pueden derivar en cánceres mortales, así que cualquier mutación que oscureciera la piel iba a ser fijada evolutivamente. De acuerdo con Montoliu, hay muy pocos genes que se necesitan para oscurecer y palidecer la piel, así que, si con algunas mutaciones se puede incrementar el trasvase de melanina, habrá más pigmentación, lo que apunta a que todos los primeros homínidos tenían la piel oscura.
La genética, por tanto, da “una pequeña cura de humildad” que nos recuerda que todos somos mutantes en relación a las personas de piel oscura, que son la referencia.
Piel clara
La inquietud de las diferentes especies de homínidos les hizo seguir viajando hacia el norte de Europa, y lo que era una ventaja pasó a ser un problema, porque la piel oscura no sólo protege del sol, sino también de algo más importante evolutivamente. Al norte hay un problema con la vitamina D, cuya síntesis hay que completar con la exposición al sol, y es difícil hacerlo si la piel es muy oscura, así que aquellas mutaciones que palidecieron la piel en el norte de Europa fueron las que triunfaron para aprovechar los exiguos rayos de sol.
Para palidecer la piel sólo hay que mutar un gen que es el MC1R, que controla la síntesis hacia eumelanina o hacia feomelanina. Cuando ese gen está mutado solamente se puede sintetizar feomelanina, lo que da origen a los pelirrojos, que son los que tienen la piel más clara y los ojos con muy poca pigmentación. Aclara Montoliu que “la historia de que los pelirrojos vienen de los neandertales es una leyenda urbana, porque las mutaciones han aparecido en muchas generaciones tanto de sapiens como de neandertales”.
Todo empezó con las cebras
Confiesa Montoliu que el color de las cebras y su pigmentación fue lo que le animó a escribir este libro. Asegura que son un ejemplo de un animal paradigmático, porque una de las funciones de la pigmentación es el camuflaje de muchos mamíferos, mientras que en una cebra no le sirve para eso, ya que se la ve desde lejos.
Una posible explicación evolutiva del color de las cebras es que la pigmentación oscura absorbe la radiación mientras que los objetos blancos reflejan todas las longitudes de onda. En la cebra, se ha visto efectivamente que el lomo tiene una temperatura menor en las rayas blancas que en las rayas negras y “eso genera unas microcorrientes de aire, como si tuvieran un aire acondicionado puesto encima del lomo, así que su temperatura corporal en la sabana es inferior a la de otros ungulados que tienen pigmentación más uniforme”.
Aclara Montoliu que, sin embargo, la fuerza evolutiva más importante de ese bicolor tiene que ver con los pocos insectos que tienen alrededor. Es así porque los insectos necesitan saber dónde está el lomo para aterrizar, pero esas bandas blancas y negras interfieren con el sistema visual de los insectos que no saben calcular donde está el lomo, chocan y caen. Así que “ese pijama de rayas le permite no ser picada ni tener tantas enfermedades patogénicas como otros animales”.
Por último, si se pasa la mano a contrapelo sobre una cebra se ve que la piel es uniformemente negra, y lo que tienen encima son franjas de canas, de pelos blancos, que hacen ese patrón. Eso sí, “se sigue sin saber cuáles son los genes responsables de ese patrón, porque hay unos 600 o 700 genes que explican en animales los diferentes tipos de pigmentación, pero no se sabe cuáles marcan las pautas de estas barras”. A pesar de ese desconocimiento, desde 1952, y gracias a Alan Turing, se puede reproducir el patrón de las manchas de cualquiera animal mediante fórmulas matemáticas.
Advierte el investigador de que, en la actualidad, los rebaños de cebras son cada vez más pequeños y eso aumenta el índice de consanguinidad lo que casi siempre son malas noticias, y en el caso concreto de las cebras “últimamente se ven animales donde esas barras están un tanto desdibujadas y puede ser que en poco tiempo desaparezcan”. Por tanto, a través de las cebras se habla, en este libro, de evolución, de genética, de pigmentación, de conservación del medio natural y hasta de matemáticas.
Tras hablar de las canas, de los ojos azules (que en realidad no existen, son un efecto óptico), de los colores de los felinos y de por qué hay células pigmentarias en la cloquea, se sortearon tres ejemplares del libro entre los estudiantes asistentes, para que sigan profundizando y divirtiéndose. Como asegura el propio autor “el libro está pensado para que llegue al público en general, con diferentes niveles de lectura, y con él se pretende distribuir pequeñas dosis de satisfacción, la que nos produce conocer cosas que no sabíamos y que apetece contar a los amigos. Se podría decir que está pensado para la tertulia después de la paella de los domingos”.