ÁGORA

Juan Sebastián Padilla

El estudiante colombiano Juan Sebastián Padilla gana el quinto certamen de miniensayo “Teodoro Álvarez Angulo”

29 jun 2024 10:42 CET

El pasado 26 de junio se realizó en formato on line la entrega de premios del Quinto Certamen Interuniversitario Hispanoamericano de Miniensayo “Teodoro Álvarez Angulo”, convocado Didactext, grupo de investigación de la Facultad de Educación de la UCM. Abierto a cualquier estudiante de universidades españolas e hispanoamericanas, el jurado, tras la lectura de todas las obras presentadas, decidió conceder el premio al miniensayo “Crítica de la razón artificial”, presentado a concurso bajo el pseudónimo “Irineo Funes” y cuyo autor es Juan Sebastián Padilla Suárez, estudiante de la Universidad del Quindío (Colombia).

 

El premio consta de un certificado acreditativo, un lote de libros y la publicación del miniensayo en una edición de las revistas Tribuna Complutense de la Universidad Complutense de Madrid y Polilla de la Universidad del Quindío, Colombia.

 

El Certamen lleva el nombre de Teodoro Álvarez Angulo, en reconocimiento al fundador del grupo Didactext, que trabaja desde 2001 investigando sobre la enseñanza y el aprendizaje de la escritura en contextos escolares (Educación Infantil, Educación Primaria y Educación Secundaria Obligatoria), académicos (Bachillerato, Formación Profesional, y Universidad) y profesionales (Formación Inicial y Permanente del Profesorado).

 

Han participado en la valoración de los textos presentados a esta V edición la escritora Marifé Santiago, en calidad de presidenta del jurado, y los siguientes profesores, expertos en lengua castellana y literatura (por orden alfabético): Martín Alomo, de la Universidad de Buenos Aires, Salvador Álvaro García, profesor jubilado de la Universidad Complutense de Madrid; Ana María Marcovecchio, profesora de la Universidad Católica Argentina y de la Universidad de Buenos Aires y Mariana Valencia, de la Universidad del Quindío.

 

Crítica de la razón artificial

Se sabe que en Grecia, a través de consejos encriptados, el oráculo condenaba a los consultantes a las bifurcadas sendas del sentido. O del destino. Caso parecido resulta hoy con las herramientas de la Inteligencia Artificial que muestran la capacidad de sistematizar el conocimiento acumulado por la humanidad para alumbrar cualquier pregunta o inquietud. Al respecto, los desastrólogos de la distopía han vaticinado un escenario: la máquina reemplazará al hombre. Sin embargo, ignoran que hemos estado mezclados con la tecnología desde que el primer bípedo desplumado empuñó una piedra afilada.

 

Así, la analogía del Gólem cibernético resulta exagerada, pues la criatura amasada con algoritmos no puede sustituir nuestra esencia en las facultades creativas ni en la manera única e irrepetible de postular el mundo. Se trata, más bien, de una preocupación que tiene un agravante: el terco empeño de las universidades de repetir lo que ya está escrito en los libros y, ahora, almacenado por la IA en memorias vastas y etéreas al alcance de pocos segundos. Sucede, no obstante, que esta facilidad de aprendizaje confunde a los estudiantes, como confundía la voz de Delfos, al tomar como propios esos designios ajenos. Dicho de otra manera, reemplazan su verdad por información corriente, lo que conduce, sin duda, a generalizar los sentidos.

 

Entonces, ante esta homogenización de las formas que pone en riesgo la integridad de los compromisos académicos, nos queda un camino: rescatar la impronta individual de los estudiantes y fomentar en las aulas el juicio particular de cada espíritu con la participación activa de la conciencia; en suma, fortalecer los diversos criterios mediante el lenguaje vivo. Pero no será posible si el profesor desconoce la voz de sus alumnos o, peor aún, si él mismo no procura enseñar esas pequeñas certezas parciales que ofrece la autenticidad de las ideas.  

 

Por Irineo Funes

Mayo de 2024