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El escritor Sergio Ramírez durante la inauguración del máster y el doctorado en Literatura Hispanoamericana

El Premio Cervantes, Sergio Ramírez, inaugura el máster y el doctorado en Literatura Hispanoamericana

Texto: Jaime Fernández - 11 oct 2021 10:45 CET

Este 8 de octubre, el escritor Sergio Ramírez, Premio Cervantes 2017, ha impartido la conferencia inaugural del máster y doctorado en Literatura Hispanoamericana. El acto ha contado con la presencia de la secretaria general de la UCM, Araceli Manjón-Cabeza; del decano de la Facultad de Filología, Eugenio Luján, y de la directora del Departamento de Literaturas Hispánicas y Bibliografía, Esther Borrego, y en él Ramírez ha reflexionado sobre la estrecha relación que existe entre los escritores de América Latina y la Historia.

 

En la inauguración, se mostró el rechazo unánime de la Complutense por el hecho de que la Fiscalía de Nicaragua haya condenado la última novela de Sergio Ramírez y haya dictado una orden de arresto contra el autor en su país, al que no puede volver bajo amenaza de ser detenido. Explica el escritor que ese libro, Tongolele no sabía bailar, no se entiende de manera completa si no vamos a los dos anteriores que forman una trilogía, donde se cuenta la historia desde la adolescencia de un antiguo guerrillero contra Somoza. La trilogía atraviesa la vida de Nicaragua desde que el Frente Sandinista pierde las elecciones, acercándose cada vez más a lo contemporáneo y en ella “hay una trama de traiciones y de luchas de poder dentro de las filas de miembros del propio régimen que culmina de manera trágica para los personajes”.

 

A pesar del evidente tinte político de estas novelas, Ramírez considera que “un escritor no puede estar gobernado por los temas, sino por las necesidades que tiene la literatura. Las historias tienen que ser, en primer lugar, atractivas, dentro o fuera del ámbito político, ya que la literatura es sobre seres humanos, no sobre política o ecología. Si los seres humanos faltan, con sus conflictos, la narración como tal deja de existir”.

 

En un diálogo con la coordinadora del doctorado, Rocío Oviedo Pérez de Tudela, y con el coordinador del máster, Niall Binns, ha bromeado que “como ciudadano viviría más tranquilo en sistemas más democráticos, pero resultaría perjudicado como novelista”. Tiene claro Ramírez que “no sólo existe la novela en relación con la Historia pública, puede haber muy buenos libros que no tengan nada que ver con eso, pero es una tendencia que viene desde los primeros pasos de la novela del siglo XX hasta hoy mismo”.

 

Cree además que “los escritores hispanoamericanos están directamente ligados a la Historia, por la anormalidad que tiene su propia Historia, y es que en América Latina lo histórico es una auténtica novela, y uno lo que hace es incorporar esa anormal realidad al discurso narrativo y a los elementos de imaginación que componen toda novela”. Opina que quizás no ocurre lo mismo en otras literaturas, pero “en todas las épocas de América Latina, la Historia tiene un enorme peso, porque hay personajes que son novelables, con periodos como la lucha de la independencia y los tiranos posteriores, tan atractivos para la literatura”.

 

Desde Rubén Darío

Considera Ramírez que “la literatura nicaragüense comienza con Rubén Darío e incluso se podría decir que lo hace toda la literatura moderna en lengua española”. Recuera el escritor que cuando nació Rubén Darío, Nicaragua tenía sólo 200.000 habitantes, no había bibliotecas y se acababa de fundar la Biblioteca Nacional, con solo 3.000 libros, que es donde Rubén Darío trabajaba como bibliotecario, “y probablemente se los leyó todos”.

 

Nicaragua, de acuerdo con el Premio Cervantes, hereda de Darío “la poesía modernista, pero no su obra narrativa y periodística, que son dos géneros con una importancia singular, porque era un gran innovador como cuentista y en sus crónicas periodísticas. El peso de Darío sigue siendo inmenso y es mítico, y eso hace que se cuenten chistes e historias apócrifas sobre él, porque pertenece a la mítica popular”. Cuenta Sergio Ramírez que como escritor fue un desafío meterse a fondo en su personalidad y su vida, para encontrar el Darío real, de carne y hueso”, y eso incluso está presente en su narrativa.

 

Una narrativa que incluye libros como Castigo divino, que publicó cuando era vicepresidente de Nicaragua. Recuerda Ramírez que cuando llegó a la Facultad de Derecho a la universidad tenía 16 años y no sabía si quería ser abogado o no, pero su padre le había impuesto ese norte para que fuese el primer licenciado de la familia Ramírez. En su país había pocas licenciaturas en aquella época, así que le apuntaron a aquella, que no le gustaba, pero “si no la hubiese estudiado no habría sido capaz de escribir esta novela sobre los procedimientos y el derecho penal”.

 

Reconoce que “los boletines judiciales eran fascinantes” y gracias a ellos fue formando su mente hasta que llegó a ese libro sobre un caso conocido en la población de León. En 1981 alguien le regaló una fotocopia de los 1.500 folios del proceso y comenzó a trabajar tanto con ello como con su recuerdo del caso y con sus libros de criminología. Como tenía los días ocupados con su trabajo como vicepresidente, escribió la novela en las madrugadas, pero ya la tenía toda en su cabeza y sabía que tenía que usar el lenguaje pericial y el periodístico, y además no quería dejar de ser escritor a pesar de su responsabilidad política.

 

Una unidad lejana

En cuanto a si existe un sentimiento centroamericano, explica Ramírez que “Centroamérica está compuesta por países muy diversos en un territorio muy pequeño, con estructuras sociales como Guatemala, que sigue siendo feudal, hasta Costa Rica que es un país formado por pequeños propietarios y que han conseguido una convivencia política. O Nicaragua, donde los gobiernos democráticos son la excepción y la tiranía es la norma”. Si hay un vínculo común entre estos países es la cultura, es la literatura, porque los escritores tocan los mismos problemas contemporáneos: “narcotráfico, corrupción, represión, destrucción de los recursos naturales, migraciones masivas hacia Estados Unidos, las pandillas… Todos esos problemas van a la literatura y son prácticamente comunes en la región”.

 

A pesar de eso, no ve ninguna posibilidad de unidad política en la región, porque los intereses están estratificados ya desde la independencia. Cuando se proclamó en 1821 en todos los países, incluyendo Chiapas, “quienes hacen la independencia eran las mismas autoridades coloniales, se quitaron kun sombrero y se pusieron otro de presidente. Incluso el acta de independencia dice que hay que apresurarse a declararla antes de que lo haga el pueblo. Luego vino un periodo de anarquía con intereses encontrados, porque había muchas ciudades-Estado que ejercían influencias sobre zonas territoriales, pero no había una estructura política uniforme”.

 

Eso ha hecho que la realidad sea tan rica que “hoy en día el concepto de novela se ha expandido y permite introducir en ella textos que entran como tales dentro de las reglas de la imaginación”. A pesar de que la novela se ha convertido en un todo en su país, rememora que cuando comenzó a escribir en la adolescencia no pensaba en ella para nada, sino que se centró en los cuentos.

 

Hoy en día, “si un escritor joven se presenta a una editorial con un buen libro de cuentos no va a tener suerte, porque el peso está sobre la novela, ahora los cuentos se ven sólo como un simple ejercicio de juventud”. Él si se estrenó como cuentista y lo hizo hasta 1970, cuando publicó su primera novela, aunque sigue escribiendo y publicando cuentos, porque aunque “la novela es una aventura muy compleja”, el ejercicio que le recuerda el rigor de la escritura es el cuento, que tiene unas reglas muy estrictas, sin las cuales el género deja de existir. “En la novela cabe todo, pero no en el cuento, no caben muchos personajes, por ejemplo, porque hay que darles salida a todos, y debe tener un cierre preciso, y una única historia”, concluye el Premio Cervantes.