CARA A CARA

La fotoperiodista Marisa Flórez, en la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense

Marisa Flórez: “En mis fotografías intento ir un poco más allá de lo obvio, de lo que cualquier persona puede ver”

Texto: Jaime Fernández, Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Jesús de Miguel - 22 oct 2021 10:41 CET

Como parte de las actividades para conmemorar los 50 años de la Facultad de Ciencias de la Información, y hasta el 31 de diciembre, su Espacio Arte acoge la muestra “Marisa Flórez. Los primeros años”. En ella se exhiben algunas de las fotografías más icónicas de la transición española tomadas por quien fue una de las primeras reporteras gráficas de nuestro país. Aprovechamos la ocasión para visitar la exposición con ella y hablar de su vida, de su obra y del futuro del fotoperiodismo.

 

¿Ya en su León natal se interesó por la fotografía o fue algo más tardío?

La fotografía siempre me ha interesado muchísimo, o más bien, me interesó la imagen ya desde pequeña. Parte se lo debo a mi abuela materna, que era cinéfila 100%, así que de muy chica iba con ella al cine continuamente y me encantaba. Luego me vine a estudiar a Madrid y aquí entré en un grupo de gente, entre ellos mi actual marido, a los que les apasionaba la imagen y ahí empecé a interesarme, a hacer fotos, simplemente por hobby. Algunas personas que estaban dentro del mundo de la fotografía y el periodismo vieron el material y me dijeron si no me interesaría publicar, y aquello me llamó la atención, porque era una forma de transmitir lo que yo veía, lo que me parecía interesante. Así que empecé de una manera muy casual, porque no pretendía, ni mucho menos, dedicarme a esto.

 

Y luego, sin embargo, se ha convertido en un icono del fotoperiodismo. De todas las imágenes que se exhiben en Ciencias de la Información, ¿con cuál se quedaría?

Aquí hay una imagen que es muy importante en mi carrera, que es esa que muestra la soledad del presidente Suárez en 1979, cuando los militares estaban en contra, su propio gobierno estaba en contra, la oposición le daba mucho… Fue la primera vez que El País publicó una fotografía a cinco columnas, y no estábamos acostumbrados a que un periódico de tirada nacional, en aquel momento un periódico que era referencia, publicara en portada una imagen a ese tamaño. Para mí fue un momento muy importante. No diría que le tengo especial cariño, porque cariño le tengo a todas mis fotos, pero sí que es una imagen que a mí me trae muchos recuerdos y creo que fue importante en esos comienzos de mi carrera.

 

En aquellos años había muchos otros fotógrafos en el Congreso, ¿cómo se le ocurre esa foto que ninguno otro tomó?

En mis fotografías intento, aunque no siempre lo consigo, ir un poco más allá de lo obvio, de lo que cualquier persona puede ver, porque todo el mundo ve, pero mirar es otra cosa. Aquí buscaba transmitir esa soledad, ese momento en el que el presidente del Gobierno se veía solo, luchando contra todos, algo interior de la persona fotografiada, sus sentimientos. Conseguir esa imagen es cuestión de paciencia, cuestión de tiempo, saber dónde estás, la situación que se va a producir… Es cierto que hay a veces que la noticia surge de repente y es imposible plantearse qué puede pasar, pero esto es periodismo y cuando uno va a hacer un reportaje va preparado y se documenta, ya sea un fotógrafo o un redactor. En este caso concreto ya iba sabiendo que aquel era un pleno importante, y en un momento dado, los ministros salieron por lo que fuese y vi a Suárez allí solo, y tuve claro que ese era el estado que mejor podía transmitir al lector lo que este hombre estaba pasando. Creo que era Richard Avedon quien decía que todos los fotógrafos decimos la verdad, o intentamos transmitir la verdad, pero es una verdad muy subjetiva porque cada uno la ve de una manera, de tal modo que en el mismo lugar veinte fotógrafos diferentes ven distinto lo que van a fotografiar. Y ninguna de esas fotos es mentira, sino que cada uno pone su forma de ver y su forma de sentir.

 

¿Ha cambiado mucho el fotoperiodismo desde que empezó usted a trabajar en los años setenta?

Ha cambiado porque ha cambiado la sociedad y también lo han hecho los medios, los personajes y los fotógrafos. Hoy en día siguen haciéndose grandísimas fotografías, pero lo que sí ha cambiado es la puesta en página, los medios, el tratamiento… Ha evolucionado todo y la edición es distinta dependiendo de los soportes. De todos modos, yo siempre digo que el soporte será distinto, pero la imagen o es buena o es mala, o transmite o no transmite, o te cuenta o no te cuenta, y eso será siempre así. Al igual que una buena crónica lo es, la pongas donde la pongas.

 

Gracias a su trabajo ha estado en algunos de los momentos más emblemáticos de la Historia de nuestro país. ¿Se siente una privilegiada?

Me siento privilegiada por haber podido vivir de una profesión que me encanta, que me ha permitido conocer gente interesantísima y he vivido momentos de los que cuando estás trabajando no te das cuenta de su relevancia, pero luego, con el paso del tiempo, cuando cada cosa se pone en su sitio, ves que por tu trabajo has podido estar en momentos que han pasado a formar parte de la Historia.

 

Tiene muchas imágenes de ese tipo, pero para cualquier periodista habría sido todo un orgullo conocer a Oriana Fallaci, a quien fotografió en 1977 delante de las sepulturas de los últimos fusilados del franquismo.

Estuve trabajando con ella, cuando vino a traer dinero a una de las mujeres de los miembros del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (FRAP) que había fusilado Franco. A la mujer le habían conmutado la pena de muerte por estar embarazada, y ya había tenido el niño, así que Oriana Fallaci, que estaba metida en movimientos muy de izquierdas, venía a traerles dinero y fuimos a verla. Trabajé con ella en Madrid durante quince días y la verdad es que era un gran personaje, con un pelín de paranoia porque creía que la perseguía la CIA, pero a pesar de eso era una grande, grande. Lo cierto es que he tenido mucha suerte de conocer personajes muy, muy interesantes en esta profesión.

 

En todo ese tiempo ha pasado por momentos divertidos e icónicos, como el pecho de Susana Estrada delante del alcalde Tierno Galván, pero también algunos terribles como la matanza de los abogados de Atocha. ¿Está ese entre los peores de su vida?

Aquellos eran tiempos muy duros en muchos aspectos, era un momento muy convulso, y aunque es verdad que había mucha ilusión y mucha esperanza en el cambio, y que muchas veces parecía que todo era una fiesta, hubo momentos muy difíciles como el golpe de Estado o el terrorismo de derechas y de izquierdas. Cualquier transformación es dura, la sociedad estaba cambiando, así como los políticos y la forma de hacer política, en realidad todo estaba cambiando y eso queda reflejado en momentos fantásticos, pero como comentas también otros muy duros. Sin duda, uno de ellos fue el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha, al que le siguió una noche tremenda. Recuerdo ir con un compañero, Félix Bayón, a cubrir esa noche, y el ambiente era terrorífico. Fue de las peores noches a nivel de trabajo que yo he vivido. Muy dura. Impacta muchísimo esos hombres y mujeres asesinados por unos pistoleros. No te entra, no eres capaz de asimilarlo.

 

Fue una de las primeras fotoperiodistas españolas, ¿tuvo dificultades por el hecho de ser mujer?

Por ser mujer nadie me regaló nada, eso es verdad, pero tampoco es que todo estuviera en mi contra por ser mujer. Quizá, por el momento que estábamos, y la censura que había, y el cambio de mentalidad, había lugares en los que no me dejaban pasar, como un vestuario de futbolistas o un callejón de una plaza de toros. Me decían que no podía pasar por ser mujer y yo les decía que era fotógrafo y pertenecía a la redacción de El País, así que si no querían que mi periódico tuviera la foto, pues que no me dejaran entrar, y entonces se lo replanteaban, claro. Era un reflejo de esa forma de pensar retrógrada, antigua, pero he tenido suerte de estar siempre en unos medios donde me han respetado como mujer muchísimo, me han tratado como un profesional más. Y con los compañeros también he tenido muy buena relación, aunque sí que es verdad que las mujeres hemos tenido que pelear duro por poder estar al mismo nivel que cualquier otro fotógrafo, pero al final no es una cuestión de ser hombre o mujer, sino que es una cuestión de profesionalidad y de trabajar.

 

Algunas de sus fotografías en la exposición muestran ese cambio de mentalidad, ese nuevo país, como en la que aparecen Santiago Carrillo, representante del Partido Comunista, y Blas Piñar, de la extrema derecha, en el Congreso de los Diputados.

Es un reflejo, en aquel momento, de las dos Españas frente a frente. Los fotógrafos estábamos en una especie de escalinatas, y a un lado estaba el Partido Comunista y arriba estaba el grupo mixto, donde estaba Blas Piñar. Vi que este último subía y pensé que en un momento dado iban a tener que cruzarse, así que esperé para tomar esta imagen en la que uno mira hacia un lado y el otro hacia otro. Se cruzaban, pero sin mirarse, aunque Santiago Carrillo tiene esa sonrisita típica suya. Hay también otra imagen del año 1976, con una de las primeras concentraciones de estudiantes de Medicina, y un gris observándolo. Este país ya había cambiado, aquellas eran las primeras manifestaciones en la Gran Vía y el policía se encuentra totalmente desubicado, no sabía cómo reaccionar, qué hacer en esa situación.

 

Ahí en el Congreso, también realizó la famosa foto de Rafael Alberti con La Pasionaria, bajando las gradas.

Más que ellos dos, que ella ya imponía, para mí lo más importante de la foto son sus propios compañeros, que estaban admirados de ver quién bajaba por las escaleras. Tres meses antes tanto el poeta como la política tenían rabo, eran demonios.

 

¿Ese aceptar al otro fue una marca de la época?

Sí, está claro, eso se ve también en otras de mis imágenes que muestran el talante de la época en las reuniones de políticos de diferente signo. Se podía pensar como quisieras, pero luego estaba ahí el diálogo, el querer, el intentar, cosa que hoy en día se echa de menos.

 

¿Cómo fue la experiencia de hacer una serie de fotografías sobre la cárcel femenina de Yeserías?

También fue algo duro, porque ahí te das cuenta de los claros y las sombras de estas mujeres que por un lado mantienen esa alegría, pero por otro lado tienen ese sinvivir. Estuve tres días con ellas, era todavía cuando había galerías donde dejaban convivir con los bebés hasta los tres años, y era todo muy duro. La imagen que se muestra en la exposición me parece que muestra claramente la resiliencia de estas mujeres, y ante esa cara de alegría y de folclore, esas sombras tan terribles, de seguir, de aguantar y con un porvenir bastante oscuro.

 

Eso lo refleja muy bien esa imagen en blanco y negro, ¿cree que en color habría tenido el mismo impacto?

No, no, sería totalmente diferente. En la redacción teníamos alguien que revelaba las imágenes, pero luego a mí siempre me ha gustado editar las fotos para contar lo que yo quería contar.

 

¿Sigue haciendo fotos?

Sí, pero ya de otra manera, sin nada especial, buscando. Estoy de profesora en el máster de Periodismo de la UAM, y haciendo cosas que me entretienen y me divierten. Me gusta mucho la docencia, porque estar con gente joven es muy interesante y además el contacto con la juventud, con esa creatividad, esas ganas, ese interés… Eso es fantástico, porque el querer es la base de todo. En el máster no les doy una clase de fotografía técnica, sino que aprenden a ver dónde está la información, porque las fotografías no acompañan a nada, las fotos son periodismo, son una forma de transmitir. Es muy interesante educar la mirada, la forma de ver cómo uno es capaz de diferenciar entre lo que es realmente información y lo que no lo es.