CARA A CARA

Laura Madrueño, autora del libro "Somos agua"

Laura Madrueño: “Hemos contaminado más en los últimos cien años que en el resto de la historia de la humanidad”

Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Jesús de Miguel - 28 feb 2022 10:38 CET

Laura Madrueño es uno de los rostros más conocidos de la televisión. Lleva años dando el tiempo en Informativos Telecinco y participa en varios magazines del grupo Mediaset. Aparte de eso, Madrueño es una apasionada del buceo y una activista por la conservación de los océanos, lo que ha plasmado en su libro Somos agua y en los documentales de la productora que creó para divulgar sus inquietudes, We Are Water Films. Madrueño forma parte de Alumni UCM, y eso le permite disfrutar de las instalaciones deportivas complutenses, algo que lleva haciendo desde que estudió en Ciencias de la Información.

 

¿Cómo fue su paso por la Facultad? ¿Cuáles son sus mejores recuerdos de su época como estudiante?

Entre ellos están los maratones de películas que hacía en la videoteca de Ciencias de la Información, donde me pasé la mitad de la carrera, viendo de todo, por ejemplo todo lo que había de cine español desde sus orígenes, y todas las películas alemanas de los años 50 y 60. Te confieso que quería estudiar Filosofía, pero en el último momento cambié de opinión por una profesora maravillosa que tuve en bachillerato que me insistió para que hiciese algo de comunicación, ya fuese tele o radio. De todos modos, siempre he pensado que ojalá todos tuviéramos tiempo y vida para poder estudiar la carrera de Filosofía, porque me parece fundamental.

 

En el libro Somos agua cuenta que el amor por el mar se lo inculcaron sus padres desde pequeñita. ¿Ese cúmulo de amores, al cine, al mar, a la comunicación y a la filosofía es lo que le llevó a crear la productora We Are Water Films?

Sí, tiene mucho que ver. Mis padres eran nadadores de jóvenes, y además tuvieron que nadar muchísimo para sacarse el título de buceo, que era mucho más difícil que ahora, así que prácticamente me críe en el mar con ellos y recuerdo cuando iba con mi padre enganchada en su cuello y me llevaba siempre a hacer esnórquel y a bajar a pulmón, que para mí era lo mejor. El tema de los documentales surgió además de forma muy orgánica en el trabajo, con gente muy apasionada del buceo, que son cámaras submarinos, que trabajan en postproducción de informativos, somos amigos y además empezamos a viajar juntos. Y ahí surgió rápidamente la idea de empezar a contar historias.

 

¿Qué tipo de historias?

Nuestro objetivo principal ha sido siempre contar las maravillas que hay en el fondo del mar, de ese mundo como extraterrestre que cada día nos deja sin aliento. A medida que empezamos a viajar y a conocer la problemática de cada sitio, descubrimos que hay realidades muy concretas como la aparición de plásticos por todas partes, arrecifes muertos por todo el planeta, enormes redes de pesca que se ven cuando buceas… Así que hemos querido aprovechar esos documentales, y también el libro, para contar todo eso que estamos viendo y que está destruyendo lo que más nos apasiona.

 

Esa doble vertiente se ve en su libro, que tiene una primera parte muy hedonista, del placer del buceo, pero una segunda muy de concienciación sobre lo que está ocurriendo en nuestros océanos.

Sí, sí, y eso mismo hacemos en los documentales, que además los centramos en especies concretas. Los últimos tres los hemos enfocado en los tiburones, y hemos podido rodar con el tiburón toro, que es el segundo considerado más agresivo para el ser humano, después del tiburón blanco. También con los tiburones nodriza, con los que hemos buceado con hasta cincuenta ejemplares de entre tres y cuatro metros, de noche y, obviamente, sin jaula. Hemos pasado muchísimas horas en el mar con estos animales, y ojalá se nos acercaran más. Para rodar el último documental hemos tenido que hacer hasta siete cursos más de buceo técnico para poder bucear a unos sesenta o setenta metros de profundidad, para intentar grabar al tiburón martillo, que es mucho más huidizo, que no quiere saber nada de los humanos. Además el destino ha sido Sudán y ya te puedes imaginar que es difícil llegar hasta allí, así que no ha sido nada fácil el rodaje, pero el resultado vale la pena, porque ver a estos animales salvajes en libertad total es una de las mejores cosas que me han pasado en la vida. Con esa elegancia que tienen dan una sensación de tranquilidad absoluta, y la moraleja al final de nuestros documentales es evitar que la gente piense que el tiburón se los va a comer porque el tiburón no es el malo de la película. Estamos haciendo una satanización tremenda de estos animales, quizás sea la especie más satanizada de todo el reino animal, e incluso hemos creado hasta un género cinematográfico sobre el tiburón asesino que sigue facturando millones de euros al año.

 

Ese último documental del que habla, Rumbo al pasado, se ha presentado este mes de febrero en Madrid, y se encuadra dentro de la campaña #StopFinning. ¿Qué es exactamente?

Ahora mismo hay una sobrepesca exagerada, no sólo de tiburón, sino de la mayor parte de las especies que hay en el mar, de hecho muchas están desapareciendo debido a esa sobrepesca tan intensiva. ‘Fin’ es la palabra en inglés para denominar a la aleta del tiburón, y muchas veces cuando hablamos de este problema, pensamos en países asiáticos, que suele ser donde se toman la sopa de aleta de tiburón, pero en realidad en Europa pescamos mucha de esa aleta. De hecho España ha sido, y sigue siendo, uno de los principales exportadores de aleta de tiburón para Hong Kong, aleta arrancada de tiburones que están en estado de vulnerabilidad o incluso en peligro de extinción. Según las cifras más conservadoras se están pescando unos 11.000 tiburones cada hora, así que animo a todos los que lean esta entrevista a que hagan las cuentas de cuantos tiburones mueren al año. Por muy generoso que sea el mar con nosotros, la sobrepesca intensiva lo está llevando a su fin, sobrepasando los límites recomendados por los científicos desde hace muchos años, y no vamos a dejar que las poblaciones de peces se recuperen.

 

¿Cómo se obtiene esa aleta de tiburón?

Ahí viene la práctica del finning, que es una práctica siniestra que debemos prohibir porque consiste en capturar al tiburón, cortarle la aleta y devolverlo al océano vivo, hasta que se desangra, y como no puede nadar se ahoga o es devorado por otros animales. En nuestro documental tenemos esas imágenes y yo me tapo los ojos cuando las veo, porque es algo desgarrador y parece mentira que el ser humano pueda hacer este tipo de cosas. Por la aleta de tiburón cada día se paga más, mientras que por el resto del cuerpo no se paga nada, así que se tira, por eso hemos apoyado por todos los medios que hemos podido la campaña #StopFinning, porque si se consiguen un millón de firmas, se pueden promover iniciativas a nivel europeo y allí se tiene que valorar y ver si derogan o prohíben esta práctica.

 

¿Se han conseguido las firmas?

Sí, ya se han superado por más de doscientas mil, y ahora a ver si el Parlamento Europeo toma una decisión. En estos momentos se permite el comercio de aletas a granel de tiburones que no estén en peligro, pero lo que ocurre es que las aletas, a no ser que sean de tiburón ballena o de tiburón blanco, son prácticamente iguales y son imposibles de diferenciar. Además con mi libro y los documentales advertimos de todo el tiburón que consumimos, como el famoso cazón, que la mayoría de la gente no sabe que es tiburón, y también utilizamos mucho el escualeno, que proviene del hígado del mismo animal, y se usa sobre todo en productos de belleza. Para evitarlo, la única manera es leerse bien las etiquetas de lo que compramos. Si nos empezamos a fijar y dejamos de consumir tiburón, mejor para ellos, pero también para nosotros, porque los tiburones están en lo más alto de la cadena trófica y sin ellos se perdería muchísima biodiversidad de los océanos.

 

Muchas veces ha insistido en la necesidad de reducir el consumo de animales. ¿Cree que habría que prohibir la pesca?

Yo sí que creo en la pesca, pero en la sostenible, y para que exista habría que hacer reservas marinas que permitan que las poblaciones de peces puedan volver a procrear y podamos volver a tener pescado para todos. Para ello además hay que hacer que las subvenciones vayan a la pesca de bajura, que es la pesca sostenible que ha existido siempre y la que existe todavía en miles de poblaciones del mundo, y al mismo tiempo que se eliminen esos megabuques arrastreros de pesca de altura que arrasan arrecifes enteros con esas redes kilométricas de arrastre que se llevan de todo: mantas, tortugas, tiburones, ballenas pequeñas… Aparte, en la industria de la pesca a nivel industrial pasan muchas cosas que desconocemos, como la esclavitud que hay en algunos barcos y las burradas terroríficas que ocurren. Para conocer todos esos problemas en profundidad recomiendo el libro Océanos sin ley del periodista Ian Urbina.

 

En su libro manda un mensaje contundente, que es, literalmente, que “hay que iniciar una guerra contra la dictadura capitalista”. ¿Podemos hacerlo?

Es muy difícil, porque vivimos en un mundo totalmente consumista. En mi libro doy al final muchas pautas de comportamiento personal, pero hace falta que se hagan cosas desde arriba, como por ejemplo impuestos al carbono, de las que probablemente vayamos a ir hablar en la próxima década. O eso espero. Hay un problema de base que es el calentamiento global que estamos viviendo y es muy complicado de solventar, porque los países que más CO2 estamos generando a la atmósfera somos los que menos consecuencias estamos pagando, mientras que los que menos tienen son los que peor van a salir parados en esta crisis climática. Hace diez años prácticamente nadie hablaba de cambio climático, pero ya estamos viendo consecuencias devastadoras, con países donde el nivel del mar está subiendo, con los polos derritiéndose, la acidificación del agua, los arrecifes muertos, la subida de temperatura atmosférica y en el agua que es muy evidente en muchas zonas, los incendios gigantescos en todo el mundo… La humanidad tenemos un desafío muy importante por delante, hay que pensar más que todos vivimos en un planeta conjunto y que los pequeños gestos que podemos hacer a nivel personal suman, pero hacen falta decisiones políticas de altura.

 

¿En estos momentos cree que hay solución o ya vamos tarde?

A mí es un problema que me abruma. De hecho, cuando empecé a escribir este libro, durante la pandemia, encerrada entre cuatro paredes, al documentarme me dejé llevar por el pesimismo y no vi cómo vamos a solventar esto. Ocurre lo mismo con otros temas como el de consumo de carne cuando te enteras de que tenemos cereales cultivados en el planeta como para alimentar a toda la población mundial, pero la mayoría van a alimentar al ganado en la ganadería intensiva y junto a eso hay millones de personas que se mueren de hambre mientras que un estadounidense medio se come un cuarto de kilo de carne roja al día. Desde una perspectiva más positiva, sé que hay muchísimas cosas que podemos hacer desde casa, pero para ello tenemos que empezar a cambiar los engranajes de ese capitalismo tan brutal que nos hace tirarlo todo porque se pasa de moda y ese afán por comprar todo el rato. El consumismo, al final, no hace más que generar más CO2 y basura. Podemos decir que somos la generación basura, porque hemos contaminado más en los últimos cien años que en el resto de la historia de la humanidad.

 

¿Es posible generar menos basura?

En realidad hay una solución, que es mirar a lo que hacían nuestros abuelos hace treinta o cuarenta años, que vivían prácticamente sin plásticos, sin coches, sin consumir esta brutalidad de combustibles fósiles porque compraban en el comercio de proximidad, compraban la fruta y verdura de temporada, remendaban las cosas y no se compraban todos los años ropa nueva. Hay que recuperar ese ejemplo, tener una vida mucho más sencilla, educar hijos mucho más empáticos y con menos necesidades, que es lo principal. Lo más valioso que tenemos ahora mismo son esas nuevas generaciones que están por venir y tenemos todo el poder para educarles teniendo conciencia de que dentro de nada, en 2050, vamos a ser 10.000 millones de seres humanos y a este ritmo con este planeta no tenemos ni para empezar. Estamos en un momento difícil, de desafío, pero también será bonito ver esa cuarta revolución industrial que tiene que estar basada en energías renovables y en la economía circular.