ÁGORA

Jesús Pérez Gil, Lluis Montoliu, Margarita del Val, Juan Antonio Valor y Laura Nuño de la Rosa

Ciencia y Filosofía, voces de la conciencia para enfrentarse a las pandemias

Texto: Jaime Fernández - 18 feb 2021 10:19 CET

La Facultad de Ciencias Biológicas, dentro de su ciclo La Biología en los medios, y la Fundación General de la UCM han organizado el webinar “Vacunación: ¿Sí? ¿No? ¿Derecho? ¿Deber? ¿En qué orden?”. En él han participado científicos de renombre como Margarita del Val y Lluis Montoliu, así como la filósofa Laura Nuño de la Rosa y los decanos de las facultades de Biológicas, Jesús Pérez Gil, y de Filosofía, Juan Antonio Valor. En el debate se concluyó que o somos conscientes de nuestra vulnerabilidad, gracias a las aportaciones de la Ciencia y la Filosofía, o seguiremos cometiendo los mismos errores en las futuras pandemias.

 

Lluis Montoliu, investigador científico del CSIC, centró el debate en torno a la bioética, que “se rige por unos principios fundamentales de sentido común, pero a veces hay que insistir sobre ello”. Esos principios se pueden resumir en cuatro, siendo el primero el de no maleficencia, “no vamos a hacer daño a los seres humanos, y esto se traduce, en el caso de una vacuna, en hacerla segura”. A ello le sigue el hacer el bien, “el principio de beneficencia, la intervención debe ser beneficiosa, lo que en el caso de las vacunas se traduce por eficacia”. El tercer principio es el de la “autonomía personal, por ejemplo el de la libertad individual de las personas que participan en ensayos clínicos, que lo hacen con el consentimiento informado de que han decidido participar libremente en esos ensayos”. Por último, está el “principio de justicia, el más obvio de todos, pero también el que más se incumple, porque hay que garantizar que cualquier desarrollo de vacunas sirva para todos los países del mundo, porque si no curamos a todas las personas no se va a poder interrumpir esta pandemia”.

 

De todos esos principios bioéticos el que suscitó mayor debate fue el de la autonomía personal, entendido como la libertad por vacunarse o no. Juan Antonio Valor, decano de Filosofía, recordó que ya se ha establecido la obligación del uso de la mascarilla, y del distanciamiento social, así como de poner en las aulas aforos limitados y señalar con puntos visibles los lugares donde se pueden sentar los estudiantes, pero “sin embargo se dice que la vacuna no puede ser obligatoria”. Para Valor debería serlo igual que el resto de las otras medidas que se han ido tomando, o como la obligación de llevar los cinturones de seguridad en los coches como apunta Jesús Pérez Gil, decano de Biológicas.

 

Considera Valor que “el principio de la autonomía personal es muy relevante éticamente y a él se pueden subordinar las decisiones, pero esa autonomía personal no pasa porque cada uno haga lo que quiera en cada momento. Pasa por establecer las condiciones para que cada cual pueda sacar adelante su proyecto de vida. No depende de la voluntad de cada cual, no depende del ejercicio de la voluntad. Hablamos de poner las condiciones, incluso límites, para que cada cual pueda sacar adelante sus proyectos sin que unos se interpongan con otros para evitar conflictos en la plaza pública, que es donde todos nos juntamos y nos relacionamos”.

 

Considera incluso que “en eso consiste el papel de la ética y la política, en implantar una estructura para que cada uno podamos ejercer nuestra autonomía. La libertad se ejerce en el marco de la ley, de la norma, de la restricción… Donde no hay eso no hay libertad ni hay autonomía, porque triunfa la voluntad del más poderoso sobre el menos poderoso”. Por lo tanto, la vacunación obligatoria haría posible ese marco de voluntades y de autonomía.

 

Para Montoliu, sin embargo, la vacunación no tiene que ser obligatoria y “si se informa adecuadamente se espera que la gran mayoría de personas acepten ser vacunadas, pero a nivel legal un juez en una situación determinada puede hacerla obligatoria”. La investigadora postdoctoral Juan de la Cierva, de la Facultad de Filosofía, Laura Nuño de la Rosa, cree que la autonomía no da una receta muy automática, porque la autonomía de cada uno llega hasta donde choca con la de otra persona, además “la obligación podría forzar un efecto de rechazo. Se puede pensar que éticamente sería lo mejor la obligación, pero a nivel pragmático lo ideal sería no hacerla obligatoria”.

 

De todos modos, hay ya casos en los que otras vacunaciones sí son obligatorias. Nuño de la Rosa pone como ejemplo las escuelas infantiles que exigen que los niños tengan las vacunas del calendario puestas y Montoliu informa de que “ahora mismo si quieres ir a Camerún te tienes que vacunar de una serie de agentes infecciosos y tomar una serie de medicamentos que previenen de la malaria. Si no lo haces, no entras al país, así que esto ya está ocurriendo”.

 

Vacunas para todos

Con respecto al principio bioético de justicia, es decir, que la vacuna llegue a todos, Nuño de la Rosa se pregunta si se le puede exigir a la industria farmacéutica una regulación ética de la producción, más teniendo en cuenta que en este caso ha habido una importancia financiación por parte de los recursos públicos. Ella mismo cree que ahora no existen herramientas éticas que controlen la distribución de los productos científicos.

 

Margarita del Val, investigadora del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa del CSIC, explica que para el desarrollo de las vacunas contra el coronavirus ha habido muchos voluntarios y mucho dinero puesto por los gobiernos que han comprado dosis de las vacunas con antelación, para pagar ensayos clínicos muy rápidos. Eso ha permitido que se hayan hecho en sólo dos meses, con muchos voluntarios, del orden de cinco veces más que con vacunas normales y ha permitido que se vean los resultados de seguridad cada semana, mucho más potentes de los que se tenía antes. Después, “al ponerlas en el mercado, sin desfase para producir las vacunas, se ha empezado a vacunar muchísima gente, unos 180 millones de personas en todo el mundo, y lo que se tardó diez años, por ejemplo para el papiloma humano, se ha logrado en dos meses”.

 

Montoliu reconoce que es así, pero recuerda que “en la OMS se insiste en que si no se vacuna en África no se solucionará la pandemia y ahí está la responsabilidad de los Estados de comprar millones de dosis por encima de lo que necesitan, a no ser que los sobrantes se distribuyan en otros países”. Para Del Val esas compras masivas tuvieron sentido en un primer momento, cuando se empezaron a hacer las precompras porque no se sabía cuál iba a funcionar.

 

Añade Montoliu que de todos modos hay que recordar que no es lo mismo vacunar en diferentes lugares del mundo, porque la pirámide poblacional es muy distinta. Si en España tenemos muy claro que hay que vacunar a las personas de edad, en países con población muy joven, donde la pirámide está invertida, hay que adaptar la estrategia para vacunar a la mayoría de la población, aunque sean muy jóvenes y haya evidencias de que las vacunas no funcionan con ese grupo de edad.

 

Ciencia y política

En ese entorno internacional heterogéneo, ¿qué papel pueden cumplir los científicos? El decano de Filosofía tiene claro que “hacer ciencia es hacer política y eso implica implementar una determinada concepción del mundo y hay que tener el arrojo y la conciencia de lo que están haciendo y asumir las consecuencias”. Cree, por tanto, que muchos de los movimientos antivacunas y anticiencia surgen precisamente porque “los científicos se han replegado, contando con el ideal de que hacen una ciencia de conocimiento neutro y aséptico, independiente de cuestiones políticas y sociales… Hacer ciencia es también hacer política y quizás esa conciencia nítida, por parte de los científicos, debería permitir desarrollar el ejercicio político”.

 

Montoliu opina que lo que hacen los investigadores es “observar y transmitir aquello que pueden contar en base a evidencias científicas. No se emiten opiniones, lo que importa son los datos, las evidencias que se puedan obtener de un determinado proceso”. Tampoco Del Val cree que la ciencia esté siendo aséptica, porque “cada tema que sale lo hace porque tiene una implicación para nuestra vida diaria”. Ahora bien, si a ella le preguntan a qué hora poner el toque de queda, se inhibe, porque no puede opinar sobre ello. También Pérez Gil considera que el mero hecho de establecer evidencias tiene una serie de implicaciones políticas, y “cuando se saca la ciencia del laboratorio se interviene en la realidad”.

 

Para Nuño de la Rosa, los valores son inseparables del contenido de la ciencia misma y eso se ve en que los enunciados de los científicos tienen una carga normativa. “Hay que tener en cuenta que cuando los científicos dicen cosas sobre la realidad tienen una carga normativa, ya que implican conductas, como por ejemplo que no rebajemos las restricciones si queremos que las vacunas funcionen, así que sus enunciados tienen implicaciones políticas automáticamente”, asevera la filósofa.

 

Un mundo interdisciplinar

A raíz de todo lo expuesto con anterioridad, surgió en el debate la necesidad de trabajar de manera realmente interdisciplinar, porque, como asegura Montoliu, “cada uno sabe de lo que sabe y los responsables deben escuchar a todos los que aporten información, como los economistas, por ejemplo. Todo eso se debe integrar de tal manera que los científicos aportamos evidencias para que los políticos hagan su trabajo”. Pérez Gil apunta que “muchas veces los científicos tienden a pensar que las evidencias científicas son incontestables y se valoran demasiado poco otros componentes que los que tienen que tomar las decisiones políticas tienen que valorar”.

 

Para Juan Antonio Valor, la Filosofía también tiene mucho que aportar, no sólo porque “tiene ese aparato conceptual que permite pensar estas cuestiones”, sino porque “está vinculada con la toma de conciencia que ha hecho posible que estemos donde estamos, que pensemos como pensamos, y que se desarrolle la ciencia y el pensamiento occidental como se ha desarrollado. Y, sobre todo, a dónde nos dirigimos con lo que tenemos, a donde nos lleva este paradigma científico-tecnológico en el que estamos”. Por eso, y de acuerdo con Pérez Gil, es fundamental organizar este tipo de encuentros que analizan la realidad desde diferentes perspectivas.

 

El futuro

Tras debatir sobre la importancia de la ciencia abierta y las patentes, el coloquio se centró en lo que nos depara el porvenir. Montoliu piensa que “quizás aprendamos algo de esta pandemia, pero creer eso sería muy ingenuo”. Para el investigador “el hecho de ir de una ola a otra ya nos dice que a corto plazo no somos capaces de tomar las decisiones adecuadas epidemiológica ni políticamente. Eso sí, cree que cuando venga la siguiente pandemia “nos pillará mejor preparados, porque habrá mascarillas y guantes, por ejemplo, pero la coordinación entre países o entre comunidades es algo en lo que habrá que seguir trabajando para pensar en la globalidad. En España, donde hay pocas empresas, que se dedican a fabricar vacunas veterinarias, no tenemos ninguna posición de ventaja, quizás habría que invertir para eso”.

 

Nuño de la Rosa incide en que la relación entre el ser humano y la naturaleza se ha transformado en esta época del Antropoceno, “somos productores de virus por fragmentar el hábitat y la deforestación, y hay que tomar conciencia de la imagen recibida del ser humano como controlador de la naturaleza, que es algo que se ha desvanecido con esta crisis”. Por lo tanto, hay que ser conscientes de la fragilidad humana y ser humildes, y “sólo así podremos avanzar hacia otros escenarios posibles”.

 

Margarita del Val reconoce que los virólogos ya eran conscientes de lo vulnerables que somos a muchas epidemias, lo que ocurre es ahora lo sabemos todos. Frente a eso lo único que cabe es hacerse conscientes, utilizando la Ciencia y la Filosofía, “pero puede que no sea suficiente”. Esa perspectiva un tanto pesimista de nuestro futuro le viene de que “hemos elegido que no queremos enfrentar los problemas de manera distinta a cómo lo estamos haciendo. Habría que hacer intervenciones tempranas sin empezar desescaladas, y a partir de ahí tener mejor economía, mejor sociedad y muchos menos muertos. Sabemos que habrá otra oleada, pero hemos elegido que queremos vivir al borde del abismo, justo un poco antes de que se sature el sistema sanitario, y da la impresión de que seguiremos así en próximas pandemias”.