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Jornada de Investigación en la Antártida, en el salón de actos de la Facultad de Ciencias Químicas

La investigación en la Antártida, protagonista de una jornada en la Facultad de Químicas

Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Jesús de Miguel - 11 jun 2025 18:28 CET

El Laser Chemistry Research Group (LIBS UCM) ha organizado, el 11 de junio en la Facultad de Ciencias Químicas, una Jornada de Investigación en la Antártida, con la idea de difundir los avances científicos más relevantes en dicha región. Los organizadores aseguran que más allá de la divulgación científica, la sesión se proyecta como “una red para la promoción de la colaboración científica, con perspectiva nacional, regional y global, y para la formación de nuevas alianzas que permitan potenciar la investigación de alto nivel en el continente antártico”. En la inauguración, la decana de la Facultad, María Teresa Villalba, ha resaltado la importancia de unos estudios que se centran en una región crítica para el planeta, y donde es importante conocer aspectos como la acumulación de microplásticos y la degradación de la biodiversidad, para, “desde la química, intentar ponerle remedio”.

 

Moderados por el profesor Jorge Cáceres, director del LIBS UCM, han abierto la sesión Javier Benayas del Álamo, de la Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma de Madrid, y Jafet Cárdenas Escudero, a punto de leer su tesis doctoral en la Universidad Complutense.

 

El profesor Benayas del Álamo ha presentado una nueva problemática que atañe a la Antártida, que es el aumento constante del turismo, especialmente tras la pandemia de COVID-19, que en 2024 ya llegó a 117.000 personas. Advierte el conferenciante de que cualquier actividad recreativa genera impactos y, frente a ellos, hay ecosistemas más sensibles que otros. De acuerdo con sus datos, la emisión de CO2 de un turista en una semana en la Antártida, incluyendo el viaje en avión y los cinco días allí, supera en mucho a la producción media de un español en todo un año.

 

En algunas zonas, como la isla Barrientos, el pisoteo de musgos y líquenes ha provocado la degradación de suelos y se han tenido que cerrar dos senderos, buscando vías alternativas, y además en algunos lugares se han encontrado partículas de hidrocarburos y metales pesados, probablemente provenientes de los barcos, aunque en la actualidad ya sólo están permitidos los barcos a gasoil. En la fauna se ven también algunas alteraciones, como el comportamiento de los depredadores de los pingüinos, que huyen de la presencia humana, y el aumento de especies invasoras de un insecto conocido como colémbolo, aunque esto último podría no estar relacionado directamente con el turismo.

 

En su ponencia, ha informado Beneyas del Álamo de un estudio que han hecho a raíz de todas las investigaciones publicadas en revistas de impacto, lo que podría servir para controlar, “que no prohibir”, la presencia humana en la Antártida. De esos estudios se deriva que la mayor parte del turismo no está relacionado con el hecho de querer aprender sobre la región, sino más bien con llegar a un sitio que todavía conserva un espíritu aventurero, e incluso para buscar el fomento de relaciones sociales entre los demás turistas. De hecho, el sitio más visitado de toda la Antártida por los turistas es un museo que cuenta con una tienda de recuerdos y un supermercado, “lo que es un deterioro total de la idea original del destino turístico”.

 

Según informa Beneyas del Álamo, las Naciones Unidas, para que los humanos nos preocupemos por la biodiversidad han establecido criterios de servicios que prestan los ecosistemas a la especie humana, ya sean de abastecimiento, de cultura o de regulación. A partir de esa visión antropocéntrica es desde la que se están haciendo la mayor parte de las investigaciones sobre la Antártida.

 

Desde la perspectiva de la salud humana, pero también desde el efecto antrópico en los ecosistemas y la fauna, se ha hecho el estudio “Microplásticos en el aire de la Antártida: revelando los hallazgos actuales”. Uno de sus autores, Jafet Cárdenas Escudero, es consciente de que los estudios de los microplásticos en el aire están todavía en etapas muy tempranas, pero este trabajo ha demostrado que existen y en proporciones reseñables. La mayor parte de esos microplásticos provienen de la industria textil, en concreto del poliéster y el nylon, y los datos parecen revelar que no han llegado de fuera de la Antártida, sino que proceden del mismo continente, de las ropas de científicos, investigadores y de turistas, a los que se les facilita una ropa de abrigo de plástico que les uniformiza por grupos cuando bajan a tierra.

 

Ha explicado el investigador complutense que el agua del mar y los aerosoles comparten categorías de microplásticos, “lo que establece una relación directa” entre esos dos entornos y revela su capacidad directa de traspasar de uno al otro. 

 

En la Jornada han participado también Claudia Sánchez Orozco, de la Facultad de Bellas Artes de la UCM; Carlos Rinaldi, de la Comisión Nacional de Energía Atómica, de Argentina; Luis Pertierra, del Departamento de Biogeografía y Cambio Global del CSIC; Antonio Quesada, secretario técnico del Comité Polar Español; Javier Urraca Ruiz y Marcos López Ochoa, del Departamento de Química Analítica de la Complutense; Jesús Anzano, de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Zaragoza, e  Iván Dorado Núñez, del grupo de investigación en Riesgos Químicos para la Salud y el Medioambiente, de la Facultad de Ciencias de la Salud, de la Universidad Rey Juan Carlos.