ÁGORA

Judith Butler, en el paraninfo de Filosofía y Filología

La filósofa Judith Butler recuerda que la justicia no es lo mismo que la ley

Texto: Jaime Fernández - 26 oct 2022 15:47 CET

¿Hay que respetar siempre la ley? ¿Incluso si no se conoce? ¿Incluso si entran en conflicto una ley local y una internacional? O yendo más allí, ¿si incluso es una ley perniciosa que excluye a distintos grupos humanos? Estas y muchas preguntas más se las ha hecho la filósofa Judith Butler en la conferencia que ha impartido en el paraninfo de Filología y Filosofía de la Universidad Complutense en el marco del II congreso internacional de la Red Iberoamericana de Estudios Nietzsche RIEN, centrado en el tema  “Nietzsche y la comunidad. Modernidad, poder y nuevas subjetividades”.

 

La profesora de la Universidad de California en Berkeley, ha estructurado su discurso en torno a una parábola de Kafka y una fábula de Nietzsche. El autor de El proceso centra su historia, ubicada en un lugar sin tiempo ni espacio concretos, en un mundo en el que no se conoce la ley que gobierna a los ciudadanos. Lo único que se sabe, en ese mundo que “evidentemente no es una democracia”, es que un grupo de nobles tiene el acceso exclusivo a una ley que refrenda ese acceso exclusivo.

 

En ese mundo no existe un sistema represor que obligue a la gente a cumplir la ley, así que el pueblo podría decantarse por la revolución, la anarquía o la democracia radical, pero no lo hace porque teme la vida sin los nobles. Es, de acuerdo con Judith Butler, una vida en el filo de la navaja y “la paradoja está en el dolor por no conocer la ley o la depravación de acabar con ella y que no exista esa ley”.

 

La fábula de Nietzsche, sin embargo, si establece la violencia como generadora de la ley y el castigo como algo inevitable, ya que quien sufre sólo quiere que aquel que le ha hecho daño sufra a su vez. De acuerdo con Butler, en esta fábula de Nietzsche, se plantea que cualquiera podría convertirse en el noble que dicta las leyes, e incluso se puede intuir que “los nobles ejercen el poder para traer algo nuevo al mundo”.

 

Frente a eso, la parábola kafkiana es totalmente inmovilista y no permite que nada, ni nadie, se mueva socialmente. Esa jerarquía tiene, según Butler, su reflejo en el mundo real donde políticos como Trump o Bolsonaro, “que son idiotas” son votados por el pueblo.

 

Centrándose en la actualidad, la filósofa asegura que la situación kafkiana no está tan alejada de la realidad como se podría pensar, y pone como ejemplo la emigración. Personas que van de un lugar a otro y se encuentran con que en una frontera les detienen por una ley local que va en contra de la legislación internacional y en un idioma que muchas veces los migrantes no comprenden, lo que convierte a la ley en un proceso de exclusión que te lleva a una cárcel, en una detención permanente. De esa manera, esos migrantes el primer contacto que tienen con las leyes de un país concreto es el arresto inmediato, sin entender muy bien la razón.

 

Para Butler este es un claro ejemplo de que la justicia y la ley muchas veces no son sinónimos, al igual que tampoco lo son en regímenes fascistas o con legislaciones esclavistas. Tiene claro la filósofa que en esos casos un comportamiento correcto sería la insubordinación a la ley, aunque la desobediencia civil no es una norma que se pueda aplicar por defecto. Para hacerlo “es necesario ver cómo se ha creado esa ley, si proviene de la violencia o del consentimiento libre de una auténtica democracia”.

 

En el ejercicio de la violencia por parte del Estado también se ve que la justicia y la ley no son iguales, especialmente en casos como el de Putin, que considera que el movimiento LGTBI ataca la seguridad nacional de su país, porque socaba el espíritu ruso. Basándose en eso, puede prohibir cualquier actividad que tenga que ver con dicho movimiento, en nombre de la seguridad nacional, y eso es “un caso evidente de violencia legal”.

 

Concluye que, por desgracia, vivimos tiempos en los que la violencia de la ley o de la gente están a la orden del día, especialmente para gente conservadora a la que se le hace difícil que lugares como la universidad sean espacios abiertos para el diálogo, donde es sano que se escuchen diferentes opiniones, aunque siempre con la premisa del pensamiento crítico.