ÁGORA

Karl Schlögel en la Facultad de Geografía e Historia de la Complutense

Karl Schlögel, el historiador que busca entender la civilización soviética a través de los cinco sentidos

Texto: Jaime Fernández - 6 oct 2021 11:06 CET

El martes 5 de octubre, el historiador Karl Schlögel ha presentado su nuevo libro “El siglo soviético” en la Facultad de Geografía e Historia. En el acto, en el que estuvo acompañado por la vicedecana de Estudios y Calidad, María Cruz Cardete del Olmo, y por los profesores del Departamento de Historia Moderna e Historia Contemporánea, José María Faraldo y Sarah Lemmen, explicó Schlögel que tras más de cincuenta años de investigación sobre la URSS y Rusia y después de publicar cerca de veinte libros, se ha dado cuenta de que todavía faltaba abordar el asunto desde una perspectiva. En concreto, una que incluya los espacios, los objetos, las personas y los cinco sentidos del pueblo soviético.

 

Asegura Karl Schlögel que este libro surgió a raíz de la ocupación de Crimea por Rusia en 2014. Aquello le hizo viajar una vez más a la zona y “fue un shock porque no entendía que algo así podía pasar”. Aquel fue el principal impulso de un libro que busca “comprender la complejidad de la civilización soviética, y sus diferentes dimensiones, teniendo en cuenta que cada elemento cumple un papel determinado”.

 

De acuerdo con Schlögel, “para cada objeto hay que encontrar una historia, porque el aroma de un perfume, por ejemplo, es importante para abrir otros sentidos, como se ve con la magdalena de Proust, que es el detonante para empezar a recordar toda la novela”. Cree, por tanto, que existe la posibilidad de utilizar todos los sentidos para reconstruir la Historia y cosas que podrían parecer anecdóticas, como un perfume son además “un ejemplo de que el deseo de la belleza sobrevive incluso en momentos terribles”.

 

Aclara que para él, “la Historia no es sólo un proceso que tiene lugar en el tiempo, no es sólo de orden cronológico, efectos uno detrás de otro, sino que se produce en los espacios, los paisajes, los campos de batalla…”. Un giro en su pensamiento como historiador fue incluir el espacio en la historiografía, yendo a los lugares donde se producen los fenómenos para ver exactamente donde han tenido lugar.

 

Añade que “puedes contar la historia de un orden social, de una civilización, de una forma de vida, pero no puedes hacerlo sin analizar los espacios, sin hablar de elementos como el olor de un perfume que se utilizaba en todo tipo de acontecimientos importantes”. Eso no impide que haya que contar además los altibajos de la sociedad para conocer cualquier país, algo que “en Rusia está especialmente marcado durante un siglo de guerras, revoluciones, migraciones masivas a las ciudades, hambrunas, la violencia, el terror, las 700.000 deportaciones a los gulags de 1937…”.

 

Por tanto, su intención a la hora de escribir este libro no ha sido añadir otro volumen contando la historia de este periodo, sino que quería contar la historia de los objetos, las sensaciones y las personas. Cree Schlögel que el lugar central de la vida soviética nunca aparece en los estudios soviéticos, en esos miles de libros que existen, porque “ninguno habló de la vida de los rusos, al menos no lo hizo hasta la caída del Muro, ninguno ha ahondado, por ejemplo, en la vida de las personas asentadas en apartamentos con ocho habitaciones y un único cuarto de baño que compartían ocho familias diferentes, que no tenían nada que ver unas con otras. Reconoce el historiador que a lo largo del tiempo “hubo un progreso, claro, una vida mejor, pero esa situación afectó a millones de personas al menos durante cuatro generaciones, hasta que Kruschev comenzó una nueva política que acabó con esa práctica que afectó a millones de personas”. Aquel era además un tiempo de “denuncias aleatorias para conseguir una habitación más, sin más razón”.

 

Schlögel siempre se ha preguntado por qué nunca había salido esa vida ordinaria en los libros sobre la Unión Soviética y cree que “las cuestiones centrales de la historiografía están muy poco representadas en la disciplina”. Opina además que la Historia tiene lugar de manera simultánea y los historiadores no deberían solo mirar documentos y archivos, sino también cómo contar las cosas, fijándose en la literatura, en el cine, en la pintura, en todas las representaciones artísticas, donde hay modelos de desarrollo simultáneo de lo que está ocurriendo.

 

Para el conferenciante, “Joyce, Döblin y Musil son ejemplos de composiciones para juntar diferentes historias y con ellas representar y reconstruir la complejidad de muchas historias confusas, que pueden resultar caóticas, pero que se juntan en una misma narración”. Reconoce, eso sí, que su libro no es un caos, tiene una estructura, formada a través de fragmentos recopilados por todo el país, reunidos en un museo imaginario que permite acercarse a ese bloque de represión y sufrimiento para convertirlo en un lugar de representación. El libro no ofrece conclusiones sobre lo que se puede aprender de la Historia, ni sobre lo que nos deparará el futuro, pero cree que si alguien se mueve en ese museo sabrá mucho sobre la civilización soviética y llegará a sus propias conclusiones. Verá, por ejemplo, cómo Moscú que ha sido siempre una ciudad de campanas, se convirtió en una ciudad silenciosa durante la llamada revolución cultural rusa.

 

Informa por tanto Schlögel de que la propuesta del libro es abrir un espacio donde se puede contar la historia, donde se reúnan millones de voces que nos cuenten lo que ocurrió, desde el campesino al líder político, a los desastres, las biografías… En ese museo también debe haber un lugar donde se puedan observar los objetos y espacios como bibliotecas y cinetecas con películas y noticiarios. Es, en definitiva, “un lugar donde se pueda recopilar todo tipo de información para sacar de ahí conclusiones propias”.