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Primera sesión del webinar "El papel de la Universidad en la Agenda 2030 de Naciones Unidas"

El papel de la universidad en la Agenda 2030

Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Jesús de Miguel - 8 feb 2021 12:10 CET

El papel de la Universidad en la Agenda 2030 de Naciones Unidas” es el título del webinar que ofrece los días 8, 9 y 10 de febrero la Fundación General de la Universidad Complutense. Estas sesiones han surgido del proyecto "Docencia Universitaria e integración de la Agenda 2030 en la UCM: Excelencia a través del desarrollo sostenible". En la primera de las jornadas, dedicada a presentar el contenido de la Agenda 2030, el vicerrector de Relaciones Internacionales y Cooperación, Dámaso López, ha considerado que “la universidad se ha singularizado como el agente preferido para llevar a cabo todas las actividades que se enmarcan dentro de la Agenda 2030”.

 

De acuerdo con el vicerrector Dámaso López, esta Agenda ha surgido “de un clamor planetario” que exige a las universidades estar a la altura. Por suerte, aquí “aquí hay mucha gente joven con el compromiso de modificar el alcance de las actividades humanas, y por eso la universidad puede contribuir a que la Agenda 2030 sea algo real”.

 

Guillermo Santander Campos, profesor asociado del Departamento de Historia, Teorías y Geografía Políticas, ha sido el encargado de hacer una primera aproximación para conocer qué es la Agenda 2030, así como saber cuáles son sus contenidos y qué implicaciones tiene.

 

Recuerda Santander Campos que se trata de un compromiso internacional, suscrito en el marco de Naciones Unidas por 193 países, firmado en 2015, para “promover el desarrollo sostenible desde una triple dimensión social, ecológica y económica. Es decir, que junto al crecimiento económico se tiene que respetar una dimensión ligada a la inclusión social para evitar las desigualdades, y a la protección medioambiental”.

 

Este compromiso se concreta en los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que se deberían alcanzar en 2030. Cada uno de estos ODS se desagregan en metas, más de 160, que se consensuaron en el foro de Naciones Unidas y que vienen de otras agendas previas como los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que se aprobaron en 2000 para cumplirse en 2015.

 

De acuerdo con Santander Campos, “el balance de aquellos Objetivos de Desarrollo del Milenio fue bastante pesimista, porque la mayoría de las metas no se lograron, y aquello abrió un debate importante que ha incidido en los ODS”. Es cierto que también hubo algunos logros, y “quizás el fundamental fue la reducción de las personas que viven en pobreza extrema en todo el mundo. Aunque con matices, porque a pesar de conseguirlo en términos agregados, esa reducción de la pobreza se concentró en muy pocos países, fundamentalmente en China, India y Brasil”.

 

Las 5 P

Tras aquella agenda anterior, un tanto decepcionante, se aprobó una nueva en 2015 con más objetivos, que se pueden resumir en las “5 P”. La primera de ellas es poner a las Personas en el centro, no dejar a nadie atrás, acabando con la pobreza y con el hambre, facilitando salud y educación para todos, potenciar la igualdad de género, favoreciendo el acceso al agua limpia y saneamiento, y reduciendo las desigualdades.

 

La segunda P tiene que ver con el Planeta, que “es un objetivo transversal a la propia agenda, aunque tiene algunos objetivos más centrados en la cuestión medioambiental como la puesta en marcha de energías asequibles y no contaminantes, conformar ciudades y comunidades sostenibles, actuar contra el cambio climático, proteger la vida submarina y mantener la vida de los ecosistemas terrestres”.

 

La tercera P alude a la Prosperidad, hablando del trabajo decente relacionado con el crecimiento económico, la transformación productiva necesaria para alcanzar los ODS y la promoción de la producción y el consumo responsables.

 

La cuarta P es la de la Paz, con un ODS único que es el 16, que recoge metas para evitar contextos de violencia y conflicto, pero también incluye una parte que tiene que ver con el acceso a la justicia, el fortalecimiento de los estados de derecho y la “necesidad de contar con instituciones eficaces, sólidas, democráticas y sin corrupción”.

 

La quinta y última P es la de Partnership, es decir, el establecimiento de alianzas para lograr los ODS, tanto entre Estados como entre actores, y ahí el papel de la universidad es crucial. El conferenciante aclara que “este objetivo 17 es casi un medio para conseguir los otros 16, porque hay que conocer la fortaleza de cada actor para poder trabajar de manera conjunta”.

 

Implicaciones y problemas

Estos ODS, al contrario de lo que sucedía con la agenda anterior, afectan tanto a países desarrollados como a países en desarrollo. Por ejemplo, en los países desarrollados, como el nuestro, no se mide la pobreza extrema con los mismos baremos que en países en desarrollo, sino que se hace el análisis en términos relativos, y de ese modo “se encuentran grandes bolsas de pobreza en las sociedades desarrolladas, que también deben ser combatidas”.

 

Esta agenda internacional, según Santander Campos, “se concreta además en políticas públicas de cada país, para que eso se traslade a su ámbito de acción, lo que implica un doble reto, ya que los países deben implantar los ODS en su territorio y ayudar a que en otros países se pueda avanzar en esos mismos objetivos”.

 

Otra de las características de esta Agenda 2030 es que tiene una visión integral de interconexión entre los 17 objetivos, cuenta con un enfoque a diferentes niveles de gobernanza, por encima y por debajo del Estado, y además supone la participación de diferentes actores.

 

Uno de los principales retos a los que se enfrenta la Agenda 2030 para poder ser realizada de manera plena es que no es un marco jurídico que obliga a los países, es discrecional y sin sanciones. Otro problema, también de calado, es la financiación, porque no hay mecanismos automáticos de financiación, como pudieran ser impuestos globales que financien la Agenda 2030, y eso la limita mucho. Y hay, como confirma el conferenciante, un tercer problema, que es la “falta de una arquitectura internacional más democrática, porque los organismos con más capacidad de decisión están controlados por los países del norte, por ejemplo en el Banco Mundial, donde según el capital que aporta cada uno tiene mayor decisión de voto, así que los países en desarrollo no tienen ni voz ni decisión”.

 

En la potencialidad y los límites de la Agenda 2030 incide la conferencia de la profesora Natalia Millán, del 9 de febrero, mientras que la sesión del día 10, a cargo de la profesora Marisa Ramos Rollón, se centra en el papel de la universidad.