ÁGORA

Los miembros de la misión exploratoria de la UCM y de la ONG Cives Mundi con las representantes de las mujeres de Dajla

La Complutense busca estrechar lazos con la comunidad saharaui

Texto: Jaime Fernández - 3 feb 2023 10:25 CET

Una delegación de la Universidad Complutense, compuesta por el vicerrector de Relaciones Internacionales y Cooperación, Dámaso López; el decano de la Facultad de Ciencias Geológicas, Alfonso Muñoz Martín; el profesor Pedro Martínez, del Departamento de Geodinámica, Estratigrafía y Paleontología, y María Vela, de la Facultad de Económicas y Empresariales, en representación de la vicerrectora de Estudiantes, ha visitado Tinduf, con la idea de que nuestra universidad entre en los campos de refugiados y en la multitud de áreas en las que se puede trabajar allí. El vicerrector reconoce que el propósito de este viaje ha sido “identificar áreas de colaboración, en las que se puede trabajar con ellos, siendo la más importante el agua, seguida de la salud y la educación en su doble vertiente: las partes prácticas y las formativas, siguiendo los deseos educativos de la comunidad saharaui”.

 

Pedro Martínez informa de que este ha sido un viaje institucional, apoyado en algunos proyectos previos que ya se habían hecho en los campos de refugiados de Tinduf, desde la Facultad de Ciencias Geológicas, sobre todo encaminados a mejorar el suministro de aguas. Ese punto de vista, el del agua, es siempre “una realidad muy presente, ya que supone un problema cotidiano, y hay muchas posibilidades para que la Facultad pueda enviar alumnos, desarrollar trabajos de fin de máster y dar apoyo a todo tipo de iniciativas que se pueden hacer allí”.

 

El decano de Geológicas coincide en que su prioridad es el agua, porque sin ella no pueden hacer nada, y a partir de ahí “se abren posibilidades de formar a gente para que sean autosuficientes y para que los proyectos de cooperación que se desarrollan puedan tener un seguimiento tanto por las ONG o universidades que trabajen allí como por ellos mismos, para que sean capaces de dar continuidad a esos proyectos”.

 

El profesor Martinez informa de que agua hay, en algunas zonas incluso a pocos metros de profundidad, pero el problema es que “es un agua de una calidad muy pobre, en muchos casos es muy salina, por la propia génesis de los materiales en los que se aloja, y además no tiene tasa de renovación”. Eso genera una serie de problemáticas prácticas, entre otras cosas porque el acceso se hace a través de pozos, que son para todo el campo de refugiados y “la perforación tiene una serie de complicaciones, en parte por desconocimiento hidrogeológico y en parte porque los recursos no siempre están ahí, y eso lleva a que la gente no tenga acceso adecuado al agua”.

 

Informa el complutense que el estándar mínimo de dotación de recursos hídricos para una persona a diario, según la OMS, es de unos quince litros, y allí están en torno a siete litros, “muy lejos de una gran ciudad como Madrid donde la dotación diaria puede estar entre 100 y 150 litros”. Además, esos siete litros de los que disponen en Tinduf son de esa agua salina, que en algunos campos se trata pero en otros no, ya que hay un par de plantas desaladoras. Esa agua, con una calidad tan pobre “en algunos sitios es suficiente para los animales, que tienen otros requerimientos, pero no para los humanos, así que mejorar la calidad y el acceso es un reto”.

 

Más allá del agua

Alfonso Muñoz Martín asegura que desde hace muchos años, y desde diferentes asociaciones y ONG, algunas de ellas con sede en la Facultad de Ciencias Geológicas, ya se han hecho trabajos allí, tanto TFM como tesis doctorales. Hay además una demanda por parte de los propios saharauis que es la de formar o complementar la formación, tanto la básica que les capacite para hacer actividades de tipo profesional y ocupacional, como puede ser “formar a los técnicos que ya existen en el gobierno del Frente Polisario, tanto en temas de abastecimientos de agua, como de idiomas, como de veterinaria, control alimenticio y otros muchos campos”.

 

María Vela aprovechó el viaje a Tinduf para reunirse con diferentes colectivos de mujeres jóvenes y personas en situación de mayor vulnerabilidad dentro de los campamentos para ver un poco qué expectativas tienen de cara al futuro y cómo se pueden mejorar desde la Universidad, en concreto desde la formación. Tiene que ser, eso sí, “una formación adecuada para lo que es la vida en los propios campamentos, no en materias que no puedan tener allí un recorrido”.

 

Lo interesante, de acuerdo con Vela, sería formar a formadores para que dentro de los propios campamentos se genere una sinergia y que las personas que viven allí puedan seguir formando a personas con menor nivel educativo o con distintas inquietudes. Se piensa, por ejemplo, en una educación enfocada a la formación profesional, con la idea de “crear algo de riqueza que dé lugar a algo parecido a una economía en la que haya cierto movimiento de moneda y además que sea una formación de cara a la posibilidad de interactuar con el exterior, no sólo dentro de los propios campamentos”.

 

Allí están abiertos a la posibilidad de teletrabajar, ya que hay una conexión de 4G, que les facilita el gobierno argelino, “relativamente aceptable en algunos sitios”, y podrían desarrollar tareas de programación o de cualquier otra índole que no requieran estar físicamente en otras partes. Ahora mismo los campamentos ya cuentan con infraestructuras para la formación básica e incluso de grado medio, nivel instituto, y lo óptimo sería hacer una mezcla entre la formación on line y la presencial, porque allí también demandan de esta última, ya que “todos hemos visto con la pandemia que aprendemos mejor si hay alguien que habla con nosotros de manera directa y nos explica las cosas, y en el debate siempre surgen más dudas e inquietudes en persona que de forma telemática. Además, es interesante que el profesorado que imparta clases allí sepa cuál es la situación real”.

 

Experiencia en primera persona

Vela reconoce que después de la experiencia que han vivido, después de visitar los distintos campamentos y reunirse con diferentes grupos de personas se hacen un poco a la idea de lo que es su día a día, tanto el pasado como el presente e incluso lo que les gustaría de cara al futuro. Y eso sólo se puede conocer si estás allí físicamente, porque “por mucho que uno intente ponerse en la situación, hasta que no lo ve y no lo vive no llega a entenderlo”.

 

Coincide el vicerrector Dámaso López en que nada te prepara, por mucho que hayas leído, a lo que allí te encuentras, que no son sólo problemas, sino que también es una acogida con una “generosidad sin límites”. Los cuatro complutenses se han sentido “excepcionalmente bien tratados”, al igual que lo ha sido Ana Gómez, miembro de la ONGD Cives Mundi, quien ha hecho el viaje con ellos, para identificar también los problemas y las dificultades, y tomando notas para ver cuáles son las cosas que se pueden hacer.

 

Dámaso López asegura que “muchas veces no somos conscientes de los privilegios de los que disfrutamos cuando tenemos un suministro de agua por encima de los cien litros al día y llegas a un sitio donde sabes que cada gota cuenta. Eso te pone ante la realidad de una manera brusca, y que encima te reciban unas personas con una sonrisa, con ganas, con deseos de mejorar y seguir adelante, te hace rendirte y desearles lo mejor”.

 

El vicerrector recomienda a todos el pasar por el conocimiento directo de cuáles son las circunstancias en las que se desenvuelve la vida de las personas, porque “es algo muy instructivo”. El decano reconoce que él también ha venido impactado por la visita, por ver “la calidad de personas que están expulsados de su territorio y que llevan viviendo en el desierto desde hace cincuenta años, y a pesar de esas condiciones, hablan con educación y respeto, y con un enorme agradecimiento a quienes les escuchan para que la cooperación se ajuste a sus necesidades”.

 

María Vela apunta que los cuatro coinciden en destacar la calidad humana de todo el pueblo saharaui y de lo bien que tratan a cualquier persona que va a visitarles. Y, más allá de eso, señala también la unión que tiene todo el pueblo para subsistir en una situación límite, donde sacan lo mejor de ellos y “trabajando en comunidad, porque la unión hace la fuerza, como pasa en la naturaleza, que al final funcionamos mejor como manada que no de manera individual”.

 

Peces en el desierto

Explican los representantes complutenses que la agricultura en Tinduf es muy limitada y se basa, sobre todo, en especies que son tolerantes al agua salina, y al calor y el frío extremos. De ahí que la mayor parte de los alimentos los tengan que importar, con excepción de una experiencia que ha incorporado peces en su dieta.

 

El decano de Geológicas asevera que cuando uno visualiza el paisaje de Tinduf no ve campos cultivados, pero hay algunos experimentos de huertos hidropónicos y en el único oasis que hay tienen un proyecto que utiliza el agua salobre que se obtiene allí por perforación para la construcción de una piscifactoría que han llenado con tilapias del Nilo, que es una especie que aguanta bien esa agua salina. Además, los desechos de esas tilapias se utilizan como fertilizante natural para un huerto, lo que lo convierte en “una especie de ciclo que proporciona una fuente de proteína natural que se utiliza, básicamente, en los hospitales”.

 

El problema, al igual que con otros proyectos, es ver cómo se mantiene esa piscifactoría una vez que se acabe la ayuda con la que lo han creado, porque “si no se comercializa el producto no se podrá mantener, y ese es un problema, el de que las instalaciones, incluso las que funcionan, corren peligro a un medio plazo si no existe una manera de que la sociedad absorba ese producto y pague su coste”.

 

El vicerrector ha vuelto del viaje con la sensación de que la Complutense puede hacer muchas cosas, y todas en las áreas que son de su competencia, como el desarrollo humano, la educación y el emprendimiento. Unos ejemplos interesantes, donde la colaboración podría ser inmediata y provechosa, son una institución educativa donde los saharauis se preparan “con buena cabeza” para utilizar el inglés como herramienta de relaciones internacionales, y en lo que respecta al emprendimiento, ya hay pequeños negocios que empiezan, como una peluquería con un baño anejo o una panadería, financiada por el Alto Comisionado de Refugiados de la ONU, que son “una muestra de vitalidad, de interés, de fuerza y de vigor de la sociedad”.

 

Explica el vicerrector que, para articular la colaboración, trabajando siempre junto a las autoridades saharauis, están intentado que haya un financiador que podría ser ACNUR, que tiene dinero ya destinado a los refugiados. “La Complutense tiene el potencial, las ganas, los profesionales, los deseos y la capacidad, así que podemos aportar mucho tanto desde nuestras competencias formativas como desde la investigación de algo que beneficie al pueblo saharaui en el entorno en el que están”, apostilla López.

 

El vicerrector concluye que los objetivos de este viaje se han cumplido con creces, y que los descubrimientos personales los pone como el valor más alto en su “agenda íntima”, tanto por “los compañeros complutenses como por los amigos saharauis, por Ana Gómez y hasta por los guardaespaldas”. Reconoce que ha disfrutado con la experiencia, no en el sentido de divertirse, pero sí en el de “disfrutar de una experiencia humana única”.