ÁGORA
Maixabel Lasa, ejemplo de que la justicia restaurativa sirve para pasar la página del odio
Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Alfredo Matilla - 12 nov 2021 07:56 CET
Los días 10 y 11 de noviembre se han celebrado, en la Facultad de Derecho, las Jornadas sobre justicia restaurativa y terrorismo vasco. Bajo la dirección de Xabier Etxebarría, profesor del Departamento de Derecho Procesal y Derecho Penal, se han planteado temas como la reparación de las víctimas del terrorismo y los encuentros restaurativos que se han mantenido entre víctimas y victimarios de ETA. La primera de las jornadas contó con la proyección del filme Maixabel, de Icíar Bollaín, y con la presencia de la propia Maixabel Lasa.
La película cuenta el asesinato del político vasco Juan María Jauregui y del proceso que llevó a su mujer, Maixabel, desde la negación inicial hasta el encuentro con los asesinos de su marido, pasando por duras etapas vitales en las que era inevitable llevar escolta, y que ella misma considera como “años muy duros”.
La catedrática de Derecho Penal, Margarita Martínez Escamilla, presentó a Maixabel Lasa como “un referente en la lucha por la convivencia en Euskadi, ya que plantó cara al terrorismo con la plataforma cívica Gesto por la Paz, y durante once años dirigió la Oficina de Atención a las Víctimas del Terrorismo, del gobierno vasco”. Justo esos años, once, tenían la mayor parte de los estudiantes que acudieron a la sesión en la Facultad de Derecho, cuando ETA decidió dejar de matar, allá por 2011, así que la mayoría no eran conocedores de la historia de Maixabel y Juan María.
La propia Lasa explica que el filme refleja tres aspectos diferentes, por un lado, la deslegitimación del uso de la violencia, por otro, que se puede vivir con personas que piensan de distinta forma, y por último que se acaba con la idealización de lo que fue ETA y que “para algunos todavía sigue siendo”.
Para conseguir llegar a entender realmente lo que fue el terrorismo, Lasa, desde su trabajo en las instituciones, ha puesto en marcha algunos proyectos como el de llevar víctimas a los colegios para contar lo que sucedió y así deslegitimar la violencia, “proyecto que todavía sigue en activo en Euskadi”, y el de los encuentros restaurativos, que fue una petición de un grupo de presos que reconocían el daño causado.
La preparación de los encuentros
Esther Pascual, que acaba de recibir el premio 2021 de la Asociación Madrileña de Mediadores por su trayectoria individual en mediación, fue la encargada de coordinar aquellos encuentros en los que tenía que quedar claro que no se iban a conseguir beneficios penitenciarios por hacerlos y que además los miembros de ETA iban al encuentro como victimarios.
Cuenta Pascual que para preparar este tipo de encuentros el mediador necesita obtener mucha información, entre ellas la edad del terrorista, la edad a la que ingresó en ETA, cuánto tiempo lleva en la cárcel sin salir en absoluto, por qué entró en ETA, cómo se produjo esa entrada, cuándo se enteró su familia de que era un etarra, qué apoyos tenía fuera de la cárcel, qué supuso dejar ETA, qué hacía antes de ingresar en el grupo terrorista, en qué comando estaba, qué muertes ha causado como autor material, cómo ha matado, a cuánta gente ha destruido la vida, cómo fue la primera vez que mató, que sintió ese día, si celebró el atentando, si miró a los ojos al asesinado antes de matarle, en qué momento se dio cuenta del daño que había causado, cómo se describiría en el presente, si hay algo bueno en él, con qué frecuencia se acuerda de las víctimas, si le duelen algunas víctimas más que otras, que pena se habría puesto si el fuera el juez…
Reconoce la mediadora que “lo más difícil es ganarse la confianza de los presos y llevar el discurso al terreno emocional”. Una vez que se tiene todo muy trabajado se contacta con las víctimas para ver si quieren participar, aunque con ellas “el trabajo es mucho más sencillo”, siempre y cuando ya estén en la tercera fase de la victimización. Explica Pascual que las tres fases son la negación, el odio y la superación de ese odio, “que sólo destruye al que lo siente”.
Los encuentros duran entre 3 y 4 horas, y se hacen en la prisión o fuera de ellas, y en ellos, da igual con el talante con el que lleguen, “la víctima siempre se hace grande y el victimario se va haciendo cada vez más pequeño al descubrir, por primera vez, el dolor causado”. Cree Pascual que, gracias a estos encuentros, la víctima puede cerrar su duelo y además son un ejemplo para toda la sociedad, porque si una víctima y su victimario son capaces de dialogar, la sociedad debería ser capaz de hacerlo “para pasar la página del odio”.
Añade Xabier Extebarría que “la justicia restaurativa mejorará nuestra vida en comunidad”, y además tiene beneficios para los victimarios, porque pueden recuperar parte de su dignidad y “rehumanizarse a sus propios ojos, al tiempo que se crea una deuda eterna con las víctimas”. Según el profesor, en este proceso, el terrorista pasa de “héroe a villano y puede acabar siendo un agente de paz”.
Frente a frente
Deja claro Esther Pascual que es el mediador quien decide si el victimario está preparado para el encuentro, “aunque siempre hay un riesgo”. Reconoce que tuvo que echar para atrás uno de los casos, porque no lo veía claro, y que “podría hacer mucho daño a la víctima”, y también que en los demás casos, aunque ella no interviniese siempre iba con algo de tensión, pero que todos se resolvieron de manera satisfactoria.
Maixabel Lasa asegura que cuando fue a su primer encuentro con Luis Carrasco en mayo de 2011 a la prisión de Nanclares de Oca, iba con la idea de que ese encuentro podría servir para mejorar la convivencia, pero luego se dio cuenta de que le servía fundamentalmente a ella. Se confiesa agnóstica y asevera que esos encuentros no tienen nada que ver con el perdón, porque el crimen en sí es imperdonable, pero sí con una segunda oportunidad para el victimario y con la sensación, para la víctima, de haberse “quitado un peso terrible de encima”.
Como se ve en el filme, Lasa hizo muchas preguntas directas al terrorista, y así descubrió que no sabía nada sobre su marido, al que había asesinado. Según Lasa, a lo largo de las más de tres horas de cada uno de sus encuentros vio a personas arrepentidas, y aquello le dio una “sensación de paz distinta”.
Al igual que también se ve en la película de Iciar Bollaín, Maixabel Lasa mantiene en la actualdad una relación con los terroristas, que le lleva a reunirse con ellos, charlar y preocuparse por su situación personal y cree que “necesitan ayuda por parte de las instituciones”.
En la gran pantalla
Los encuentros se llevaron a cabo de manera discreta y sólo se supo de ellos tras su celebración, y cuando se dieron a conocer en una serie de crónicas periodísticas fue cuando los conoció el productor Koldo Zuazua. Desde el principio vio que ahí había una historia, aunque pensó en un posible documental, idea que se quedó aparcada durante años hasta que pensaron en darle un aire de ficción, “con lo que se empatiza más, se hace más accesible y el mensaje cala más en la memoria del espectador”.
El equipo de producción decidió centrar los encuentros en un caso real concreto “para que tuviera una solidez irrefutable” y por eso eligieron a Maixabel Lasa, que se ha convertido en la “persona de referencia”. Lo consultaron con ella y le pareció bien, así que enseguida comenzaron Icíar Bollaín y la coguionista, Isa Campo, a encontrarse con Lasa para conversar y hacerle entrevistas que han sido las que han dado estructura a la historia.
Tras conseguir financiación y completar el equipo con grandes figuras como la actriz Blanca Portillo, el actor Luis Tosar y el compositor Alberto Iglesias, la película se rodó y luego comenzó su exitosa carrera comercial, con “buenas críticas en medios tan diversos como Gara o La Razón”.
La película se ha proyectado, además de en un buen número de salas, en cárceles como Alcalá Meco y la de Pamplona, “generando siempre debate, emociones y enseñando formar de ser y de actuar en la vida”. La catedrática Margarita Martínez Escamilla reconoce que “pocas veces nos paramos a reflexionar el impacto que los delitos y las penas dejan en las vidas de las personas” y esto se puede hacer gracias a películas como esta que cuentan “una historia emocionalmente compleja”.
Para Martínez Escamilla tanto el filme como la propia justicia restaurativa “ponen el acento en la idea de que todos somos mucho más que nuestros hechos pasados, por muchas atrocidades que hayamos podido cometer”.