ÁGORA

José María Gómez, Mayte Villalba e Isabel García, ante los paneles

Químicas inaugura unos paneles sobre los cuatro “descubridores” españoles de elementos de la tabla periódica

Texto: Alberto Martín, Fotografía: Francisco Rivas - 26 sep 2025 10:35 CET

La escultura que desde 2019 homenajea junto al edificio de la Biblioteca de la Facultad de Ciencias Químicas a los cuatro científicos españoles “descubridores” de elementos de la tabla periódica –Antonio de Ulloa, el Platino (Pt); los hermanos Juan José y Fausto Delhuyar, el Tungsteno o Wolframio (W), y Andrés Manuel del Río, el Vanadio (V)- está acompañada desde este 25 de septiembre de tres paneles que resumen las vidas y peripecias de estos cuatro investigadores, muy desconocidas, como resaltaron tanto la decana Mayte Villalba como el catedrático José María Gómez –quien ofreció una conferencia sobre ellos tras la inauguración de los paneles-, incluso para los propios químicos.

 

Los cuatro “descubridores” españoles vivieron en el siglo XVIII, el siglo de las luces, de la ilustración, la revolución industrial y, entre otras muchas cosas, de la independencia de Estados Unidos. Pero también, como destaca José María Gómez, fue el siglo de la revolución de la Química, que sustituyó la teoría del flogisto por la teoría de la combustión, y que vio crecer en 20 elementos su tabla periódica. De esos 20, tres tuvieron firma española: el Platino, el Tungsteno y el Vanadio. Curiosamente, como señaló el conferenciante, ninguno de estos nombres es el que eligieron sus “descubridores”: el Platino para Antonio de Ulloa fue la Platina; los hermanos Delhuyar denominaron Wolframio al elemento que aislaron, no Tungsteno como se denomina en la actualidad de manera oficial, aunque conserva la nomenclatura W, y el Vanadio no fue el nombre elegido por Andrés Manuel del Río para designar su descubrimiento, sino Eritronio.

 

La vida Antonio de Ulloa (1716-1795) bien podría merecer una película. Con apenas 19 años formó parte de la misión geodésica hispano francesa que viajó al actual Ecuador para medir un grado del meridiano terrestre y contribuir a solucionar el dilema que había en la época sobre si la Tierra tenía forma de limón (achatada en el centro), como defendía Descartes, o de naranja (achatada por los polos), como bien apuntaba Newton. Por cierto, las mediciones de la misión apenas difieren en 60 metros de las actuales tomadas por GPS, según subrayó el catedrático José María Gómez. Pero su participación en aquella misión solo es un anticipo de lo que vendría después. En 1735 se encontró “la platina” en las minas de oro del Río Pinto, en Nueva Granada, hoy Colombia, un metal que estaba unido al oro que todos allí maldecían, pero cuya existencia como elemento químico no figuró hasta que el 1748 De Ulloa lo describiera en una publicación científica. Poco después, un día viendo el amanecer desde una montaña se topó con las desde entonces conocidas como “las glorias de Ulloa”, el fenómeno óptico que hace ver anillos de colores alrededor de tu propia sombra ante el sol. De vuelta a España fue apresado por barcos ingleses y encarcelado en Londres, lo que no fue óbice para que sus conocimientos fueran valorados y nombrado miembro de la Royal Society. También fue primer gobernador de la Luisiana Española y comandante de la última Flota de Indias, como se denominaba a los barcos españoles que acompañaban a los buques comerciales que iban y venían de América. Allí, en alta mar, el 24 de junio de 1778, observó un eclipse de sol y describió por vez primera la corona solar que se produce durante él.

 

Los hermanos Delhuyar, Juan José (1754-1796) y Fausto (1755-1833) tampoco tuvieron unas vidas muy comunes. Ellos, con poco más de 20 años, fueron escogidos por la Real Sociedad de Bascongadas para participar en un proyecto secreto, denominado “Plan de espionaje científico-tecnológico por Europa”, cuya misión última era situarlos en Escocia para empaparse de la tecnología con la que los británicos construían sus cañones, muy por delante de la que se utilizaba en España. Para dotarles de una coartada sólida y amplios conocimientos se les inscribió en un “Proyecto de investigación aplicada y progreso educativo”, que les llevó dos años a París y después a Viena. Fausto volvió a Bergara a ocupar la plaza de catedrático de Mineralogía y Ciencias Subterráneas, pero Juan José viajó a la universidad de Uppsala, donde se formó en alta química con Bergman, uno de los principales químicos de la época. Allí trabaja con piedras de Tungstein, en las que se sabía que había un elemento nuevo, pero que estaba aún sin concretar. La misión acaba abruptamente en 1783 y los hermanos se vuelven a reunir en Bergara, donde a los pocos meses publican el aislamiento de un nuevo elemento, que denominan Wolfram, a partir de una piedra de wolframita. Después ambos son nombrados directores generales de minas en Nueva Granada, Juan José, y en Nueva España, Fausto. Juan José fallece en Santafé de Bogotá a los 42 años, mientras que Fausto  no regresaría a Madrid hasta más de 30 años después.

 

Y, por último, está Andrés Manuel del Río (1764-1849), descubridor del elemento hoy conocido como Vanadio y que él denominó Eritronio. La suya es la historia de un niño prodigio que con apenas 9 años termina los estudios de primaria y con 17 es graduado bachiller en la Universidad de Alcalá de Henares. Sus siguientes pasos son ya por Europa, donde se forma en las principales escuelas de minas de Alemania, Suiza, Austria o Reino Unido. Sus conocimiento hacen que Fausto Delhuyar le becara para trabajar junto a él en Nueva España, donde finalmente echó raíces como catedrático en el Real Seminario de Minería de México. De hecho, Del Río es considerado en México como uno de los suyos y su nombre es utilizado en la actualidad para denominar uno de los sus premios científicos más prestigiosos. En cuanto al Eritronio, Del Río lo descubrió trabajando con plomo pesado y lo describió en 1803 en un artículo publicado en Anales de Ciencias Naturales. No obstante, dado que en América no contaba con laboratorios del máximo nivel, entregó una muestra a su amigo Alexander Von Humboldt para que fuera analizada con mayor rigor. La muestra es analizada por Collet Descotils, quien concluye que lo descubierto ya había sido descrito anteriormente como Cromo. El dictamen en un principio es aceptado por Del Río. En 1831 Sefstrom describe un nuevo elemento, el Vanadio, pero enseguida Wöhler, uno de los químicos más respetados del momento, pone en entredicho tal descubrimiento diciendo que coincidía con el Eritronio que había descubierto Del Río años atrás, y cuya muestra le había entregado también a él años atrás Von Humboldt. El descubrimiento del nuevo elemento es asignado a Del Río, pero curiosamente es admitido con la denominación Vanadio. En varias ocasiones, sin éxito, como explicó el conferenciante, se intentó cambiar su nombre a Eritronio.

 

El catedrático José María Gómez saca una conclusión de las vidas y devenires de los cuatro “descubridores” –las comillas son para caer en la cuenta de que aunque se les conoce como tal, en realidad uno, De Ulloa, se encontró el elemento; otros, los Delhuyar, lo aislaron, y solo de Del Río se puede decir que lo descubrió- y esta no es otra que si se mira con los ojos de hoy en día, ellos no hicieron otra cosa muy diferente a lo que se pide a los investigadores de hoy en día: investigación, docencia, formación en el extranjero, contacto con colegas de otros lugares… “¿Les suena, no?”, concluyó el conferenciante.