ESTUDIANTES

Mireya Jiménez, la profesora Olivia Hurtado y Raquel Manzanero, en la Facultad de Medicina

Raquel Manzanero y Mireya Jiménez, estudiantes de Nutrición, premiadas por el Ayuntamiento de Madrid

Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Jesús de Miguel - 21 dic 2022 10:02 CET

El pasado 15 de diciembre, Madrid Food Innovation Hub, acogió la entrega de los galardones de la segunda convocatoria de los Premios a Trabajos Académicos y de Investigación Sobre Sistemas de Alimentación Saludable y Sostenible de la Ciudad de Madrid para la Anualidad 2022, convocados por el Ayuntamiento de Madrid. En la categoría de Trabajos de Fin de Grado, el primer lugar ha sido para una estudiante de la Universidad Francisco de Vitoria, mientras que el segundo (con una evaluación muy similar a la ganadora) y el tercero, reconocidos con un accésit, han sido para dos estudiantes complutenses: Raquel Manzanero Rodríguez y Mireya Jiménez Gutiérrez. El trabajo de las dos ha estado tutelado por la profesora Olivia Hurtado Moreno, del Departamento de Farmacología y Toxicología del grado en Nutrición Humana y Dietética.

 

La docente Olivia Hurtado conoció la convocatoria de estos premios, y de los ocho TFG que había dirigido en el último curso, pensó que los dos presentados podían encajar perfectamente en el tema de alimentación sostenible. Los mandaron y para su sorpresa y regocijo ganaron los dos, no sólo el reconocimiento del Ayuntamiento de Madrid, sino también una dotación económica de 1.000 euros para cada una de las autoras.

 

Calidad nutricional de las donaciones de alimentos solicitados por entidades de apoyo social en la Comunidad de Madrid. Valoración preliminar” es el título del TFG de Raquel Manzanero, quien este curso ha empezado un máster sobre nutrición deportiva. En el trabajo preguntaron a cerca de 70 entidades de apoyo social madrileñas qué tipos de alimentos solicitan, y fueron 23 las que ofrecieron información sobre los alimentos que requieren, e incluso les dieron una serie de indicaciones acerca de qué alimentos deberían componer los desayunos y las meriendas de los niños.

 

Una de las conclusiones del trabajo, que ha tenido como segunda tutora a Jara Pérez Jiménez, del CSIC, es que las entidades solicitan un alto porcentaje de alimentos no saludables que no favorecen las necesidades de las personas que dependen de estas organizaciones de forma crónica. Entre esos alimentos poco saludables están las galletas, la leche, el cacao soluble, la bollería… y los piden tanto porque son no perecederos como porque son los más comunes. Según Manzanero, “sería mejor apostar por otros alimentos que también son no perecederos como frutos secos, opciones integrales, legumbres y conservas precocinadas que faciliten la preparación, sobre todo para aquellas familias que no tengan acceso ni a luz ni a agua”.

 

Cree la estudiante que detrás de la petición de alimentos no saludables está la escasa educación nutricional, que es general en la población, que puede estar agravada en las familias desfavorecidas. La profesora Hurtado colabora todos los años con Banco de Alimentos y antes de este estudio ya pedía que se ampliase la diversidad de lo que dona la gente, que no suele ir más allá de pasta y arroz. Entre el resto de los alimentos que no se estropean están las legumbres ya cocidas, el pescado enlatado, las conservas de verduras… “Ahí tienen un trabajo muy importante los centros que recogen los alimentos para poner en el medio del supermercado esos productos y hacerlos más accesibles para los que quieran donar”, asegura Hurtado.

 

Manzanero reconoce que le gustaría, en algún momento, continuar con el trabajo e investigar ahora si existe una divergencia entre lo que solicitan las entidades y lo que realmente reciben, aunque de momento en el máster va a centrarse en una evaluación crítica del etiquetado de los suplementos deportivos.

 

Segundo accésit

Mireya Jiménez está ahora mismo cursando un máster en nutrición y salud hormonal en la mujer, aunque su TFG trató sobre la “Food literacy. La influencia de la alfabetización alimentaria en el cambio de hábitos alimentarios en población infantil”. Ella misma aclara que la relación de ese trabajo con la alimentación sostenible está en las pautas finales que se les dan a los niños para que cambien sus hábitos, con lo que tienen un consumo más responsable y sostenible con el medio ambiente.

 

Jiménez considera que su TFG y el de su compañera son, de alguna manera, complementarios entre sí, porque el suyo se centra en la educación nutricional, que falta bastante en las familias. Cree que el estudio se debería hacer realmente en los padres, pero ella ha querido “probar en la escuela, donde los niños son como esponjas y absorben mucho mejor la información que sus padres, que suelen tener unos hábitos muy instaurados y cuesta más cambiar las costumbres”.

 

La estudiante ha trabajado con algunos colegios, como el de su propio pueblo, donde hizo su propia investigación para ver cómo era el funcionamiento, a pequeña escala, de un programa de educación nutricional, y observó bastante impacto en solo unos pocos días, de cómo los niños se paraban a pensar qué cosas estaban muy instauradas en sus hábitos y cómo ir cambiándolas poco a poco.

 

Tiene claro Jiménez que la educación nutricional es algo que no le gustaría dejar, y aunque no esté muy relacionada con su actual máster espera poder seguir con esa parte investigadora, porque “el conocimiento es poder”, y le gustaría continuar aportando para tener “un mundo más saludable y sostenible”.

 

Hurtado informa de que el TFG de Raquel Manzanero ya ha sido aprobado para ser publicado en una revista, y está a la espera solamente de que se hagan unas pequeñas modificaciones. Confía también la profesora en que el trabajo de Mireya Jiménez, que ahora está aumentando con datos de más grupos de niños, produzca unos resultados que se puedan publicar en breve.