CULTURA
Tras las huellas del arte urbano
Texto: Jaime Fernández - 9 jun 2021 12:08 CET
Dentro de las jornadas Forma Urbis, reflexiones en torno a las expresiones artísticas en espacios públicos, que organiza el vicerrectorado de Cultura, Deporte y Extensión Universitaria, el martes ocho de junio se ha celebrado un shooting urbano con el fotógrafo Fernando Casado, alias Rayo. ¿La única condición para participar en el taller? Amar la fotografía y tener una cámara réflex, porque como aclaró el fotógrafo no hay que engañarse, los móviles están muy bien para hacer fotos, pero en ellos no se puede ajustar ni el diafragma, ni el obturador, ni el ISO, ni, en definitiva, hacer la foto con la que cada uno sueña.
Tras reunir a todos los asistentes en la esquina de las calles Barceló con Fuencarral, Fernando Casado les explica que el taller tiene varios objetivos, el primero de ellos es aprender algo de composición, el segundo es saber cómo sacar el mayor partido a la parte más manual de las cámaras y el tercero, relacionado con las jornadas, descubrir el grafiti que está distribuido por la zona de Malasaña.
La ruta marca una especie de círculo por algunas calles madrileñas y para diseñarla, Rayo ha estado unos días antes por el barrio con María Eugenia y Guille, los responsables de Wäicreaciones, también del equipo organizador de las jornadas. Explica María Eugenia que se ha elegido este barrio para identificar in situ la estrategia diferente del lenguaje de los creadores del arte urbano, además “aquí el grafiti está integrado como un reclamo turístico, porque el barrio está totalmente gentrificado y eso hace que el grafiti campe a sus anchas, aunque a veces no sea demasiado espontáneo, sino que es resultado de iniciativas como el concurso Pinta Malasaña, que se hace de acuerdo con los negocios de la zona”.
Antes de llegar al primero de los grafitis, Fernando Casado explica que lo ideal sería contar con un objetivo de 50 mm “el que más se usa para el reportaje, porque es el más fiel a la realidad”. De acuerdo con él, “la fotografía es sensibilidad, diafragma y obturación, y manejando bien esos tres elementos se puede hacer todo, desde fotografías en movimiento a perfectamente nítidas y con diferente profundidad de campo”.
La primera de las paradas es en la calle Divino Pastor, frente a un ejemplo de grafiti que Maria Eugenia denomina palimpsesto, porque en él coinciden un intento de borrado con la lucha de los autores porque su obra permanezca. El resultado es una “superposición de huellas muy significativas que dice mucho de la ciudad”.
De todos modos, el primer grafiti que llama la atención de los asistentes al taller, y en el que se detienen para tomar sus primeras fotos, es uno del tipo conocido como bombing, que son “letras realizadas con espray plata para hacerlas de manera muy rápida, ya que en algo así como un minuto pueden estar pintadas”.
Allí Casado ayuda a los asistentes al taller a configurar su cámara para que comiencen a trabajar con series sencillas, del grafiti en solitario, o del grafiti con alguna figura cruzando por delante, como la que ilustra el comienzo de esta información. Reconoce que las primeras pueden estar muy bien, pero que son las segundas las que “nos mueven el estómago, las que nos emocionan”. Les explica, de paso, cómo conseguir que la figura que cruza por delante salga estática o en movimiento, pero siempre dejando claro que cada uno tiene su estilo y puede hacer la fotografía como quiera.
La entrada de un garaje, donde se mezclan grafitis y muchas macetas coloridas, es otro buen punto para parar y explicar la belleza que crean los contrastes, así como la utilidad del Photoshop para borrar algún elemento que se nos cuela la imagen (como una papelera) y que no queremos que esté allí. Eso sí, “el Photoshop no sirve para todo. Por ejemplo, si medís más la luz, que con una cámara digital se mide siempre en las luces, y se quema la imagen, eso no se arregla con ningún programa de retoque fotográfico”.
El taller de fotografía urbana se enriquece de manera exponencial en cuanto profesor y alumnos llegan a la Plaza del Dos de Mayo. Allí, lo que iba a ser una lección de composición y de profundidad de campo utilizando una barandilla, se transforma en una sesión de retratos a tres personas que posan encantados frente a los cierres de una tienda llena de grafitis. “Es una gozada cuando alguien se presta a ser fotografiado, sobre todo si encaja tan bien con la idea que vas buscando, en este caso la belleza de lo urbano”, afirma Fernando Casado, mientras él y todos sus alumnos disfrutan lanzando ráfaga tras ráfaga a los modelos improvisados.
Esta improvisación es un ejemplo de que el arte urbano cambia los barrios, pero también de que el arte urbano cambia a los ciudadanos e incluso que puede dar un giro a un taller fotográfico.