ÁGORA

Alberto Barbieri, Joaquín Goyache, Svetlana Aleksiévich y Christopher Bigsby

Svetlana Aleksiévich, Christopher Bigsby y Alberto Barbieri, nuevos doctores honoris causa por la Complutense

Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Francisco Rivas - 20 oct 2022 14:09 CET

Este 20 de octubre el paraninfo de San Bernardo ha acogido la triple investidura como doctores honoris causa de la periodista y escritora bielorrusaSvetlana Aleksiévich, galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 2015; del profesor emérito de Estudios Estadounidenses en la Universidad de East Anglia y miembro de la Royal Society of Literature y la Royal Society of Arts, Christopher William Edgar Bigsby, y del ex rector de la Universidad de Buenos AiresAlberto Edgardo Barbieri. El rector de la UCM, Joaquín Goyache, reconoció que “no todos los días se puede rendir tributo a tres nuevos integrantes del patrimonio complutense”, que trabajan para “transformar el mundo”.

 

Isabel Durán, decana de la Facultad de Filología, madrina de la investidura de William Bigsby, recordó cuando le conoció en el Cambridge Seminar, donde el profesor acercaba personalmente a los jóvenes asistentes a muchos de los escritores británicos que los profesores enseñaban en las aulas. Añadió que Bigsby es la primera personalidad en recibir el doctorado honoris causa promovido por el grado de Filología Inglesa de la Universidad Complutense.

 

De acuerdo con la decana, el nuevo honoris causa es un “hombre excepcional”, que presenta “una obra literaria y crítica absolutamente brillante y además conjuga intereses y especializaciones de Arte, Historia, Cultura, Política y Literatura”. También perpetúa la memoria del autor de Muerte de un viajante desde el Centro Arthur Miller que él mismo fundó en la Universidad de East Anglia.

 

El propio Bigsby leyó un discurso sobre el pasado, al menos sobre alguno de los posibles pasados que existen, ya que muchas veces se intenta enterrar lo que ocurrió para que no se conozca, como en el caso de García Lorca. De acuerdo con el profesor británico es “una obligación recordar, porque olvidar suele tener un propósito moral y psicológico”. Según Bigsby, en todos los países, pero también en las familias y las relaciones humanas se plantea la dicotomía de si es mejor dejar las cosas enterradas o sacarlas a la luz para curar las heridas.

 

Considera el profesor que la memoria parece ser un acto políticamente selectivo y se pregunta qué acontecimientos deben ser recordados y como algunos países deciden borrar sus acontecimientos pasados. De acuerdo con él, en China jamás ocurrieron los acontecimientos de la plaza de Tiannamen y en Rusia no existieron los crímenes de Stalin, mientras que en otros lugares sí se conservan recuerdos del pasado, como en la propia Complutense, donde todavía quedan agujeros de bala de la guerra civil. Al final, el pasado que se elige depende del lugar donde estamos, de cómo decidimos interpretar el mundo. Según sus palabras, la Historia no trata sobre el pasado, sino que es el método con el que intentamos rellenar los huecos de todo aquello que ignoramos sobre el pasado.

 

Advierte Bigsby que hay que tener en cuenta, como decía Primo Levi, que la memoria puede ser la “herramienta más falaz que existe”. Coincide el honoris causa en que la memoria es débil, pero a pesar de eso nuestra memoria personal, y nacional, es fundamental para asentar una identidad y para tomar buenas decisiones en el presente y en el futuro, “teniendo cuidado con que ese pasado no sea un sueño imperial como el de Putin, que pueda pasarnos factura a todos en el presente”.

 

Svetlana Aleksiévich

José Luis Dader, del Departamento de Periodismo y Comunicación Global de la Facultad de Ciencias de la Información, ha sido el encargado de leer la laudatio de la Premio Nobel, a quien ha considerado como uno de los “relatores más fidedignos, elocuentes y valientes de casi ochenta años de transcursos vitales bajo el imperio soviético”. Ella nos ha ayudado a tomar conciencia de uno de los “mayores desastres causados por la ingeniería social contemporánea, pero al mismo tiempo de cuanto de sublime y de generoso, como de infame y estúpido, es capaz de segregar la especie humana, esa familia de primates a la vez misericordiosos y crueles”.

 

“Historia, literatura de no ficción o periodismo le llaman a ese ejercicio de escritura notarial al que muchos se asoman, pero muy pocos alcanzan a colmar de manera genuina”, asevera Dader. A través de sus testimonios, Svetlana Aleksiévich tiene la función de retratar “la vida cotidiana del alma”, como antes Heródoto o Kapuscinski, rompiendo las barreras entre Historia, periodismo y literatura.

 

Aleksiévich reconoció que vivimos en unos tiempos oscuros, en los que es un gran placer tener partidarios como los que han decidido concederle este honoris causa. Explica la periodista que ha dedicado más de cuarenta años al estudio de la idea comunista, a través de testimonios de gente humilde, de gente pequeña. Esa gente contaba cómo vivía y cómo mataba por sus ideas, y el proceso de escritura tenía un único objetivo: que la Historia no se repita.

 

Recordó que en los años noventa, con Gorbachov gritaban por las calles “libertad, libertad”, aunque no sabían qué era eso realmente, y que nunca pensaron que tras ganar al comunismo llegarían a un tiempo como el actual que se puede describir de “fascismo ruso”, lo que demuestra que el comunismo todavía no está muerto. Confía en que en Ucrania se estén librando las batallas que pueden ponerle fin.

 

Las ideas comunistas, según ella misma, no son tan sencillas como parecen y todavía hay mucha gente fascinada por ellas, lo que se ve en sus cinco libros, que están “llenos de lágrimas y sangre” y que muestran que ahora la gran riqueza de la antigua Unión Soviética no es el gas y el petróleo, sino que son las ideas. Reconoce la periodista escribir sobre el espíritu humano, de lo que no resultaba fácil hablar con su gente, y que “si no hubiera leído a Dostoievski no habría podido sobrevivir a esta experiencia”. Para ella lo más difícil de su trabajo es quitar la capa de banalidad de la gente por haber leído libros y periódicos malos para que se abran y cuenten algo relevante, algo realmente personal. Esa dificultad ha hecho que para cada uno de sus libros haya tardado una media de siete años, porque a veces tenía que pasar hasta tres días con una mujer hablando sobre la vida para poder hacer ese estudio meticuloso del ser humano.

 

Confiesa que en los noventa era una romántica y escribió el libro El fin del hombre rojo, pero “hoy vemos que ese hombre está llevando a cabo una guerra en Ucrania, es quien comete crímenes” que a ella misma la dejan estupefacta por la crueldad que siguen mostrando los seres humanos.

 

Asegura que “cuando dedicas demasiado tiempo estudiando el mal, y ves lo que ocurre en la tele o Youtube, te preguntas cómo se pueden encontrar las palabras para expresarlo todo, y eso a veces lleva a la desesperación, porque parece que una palabra ya no puede vencer al mal”. Deja abierta, de todos modos, una puerta a la esperanza, porque tras su trabajo, “toda cubierta de lágrimas”, se da cuenta de que en las personas hay más bien que mal y que hay que seguir adelante, escribiendo sobre la gente, para ayudarles a intensificar su espíritu, porque “todos hoy lo necesitamos porque realmente todos somos los rehenes del chantaje nuclear ruso”.

 

Alberto Barbieri

Dámaso López, vicerrector de Relaciones Internacionales y Cooperación, padrino de Alberto Barbieri, opina que el nuevo doctor honoris causa “trae a nuestra comunidad saberes consolidados, investigaciones muy necesarias y experiencias de las que podemos aprender”. De acuerdo con el vicerrector, Barbieri se ha especializado en la gerencia de organizaciones y de sistemas de salud, de áreas sociales y de desarrollo productivo, con un especial énfasis en la universidad.

 

Barbieri, a través de la maestría en Administración Pública, que dirige desde 2010, ha logrado la difusión de diferentes programas de investigación dentro de la Red Interamericana de Educación en Administración Pública. El más reciente, el Proyecto CONSENS, que forma parte del Programa ERASMUS+ de la UE, tiene por objetivo fortalecer en Latinoamérica la internacionalización de los posgrados y establecer prácticas de educación superior para la formación en las competencias que requiere el mundo de hoy. 

 

El ex rector de la Universidad de Buenos Aires reconoció tener una mezcla de sensaciones que van desde “el orgullo, la alegría, la emoción y los recuerdos”. Entre estos últimos, rememora el primer día que entró a su universidad como estudiante, proveniente de una familia trabajadora, para poder ser el primer profesional de dicha familia y luego poder seguir especializándose tanto allí como en otras universidades del mundo.

 

En la universidad descubrió también lo que tiene que caracterizar a toda institución que se precie de serlo, que es el debate permanente de ideas, en un ámbito plural, democrático y con espíritu crítico, “símbolo característico de las universidades públicas argentinas y españolas, especialmente la Complutense”. De allí le surgió el afán por la docencia y pudo intercambiar experiencias entre la ciencia teórica y la realidad empírica, lo que es más complejo todavía en una universidad por su propia organización. Recuerda Barbieri que la universidad es una de las instituciones más antiguas de Occidente, “casi tanto como la Iglesia católica”, pero ha ido experimentando cambios que nos han llevado hasta la universidad actual.

 

“El contexto en el que se mueve la universidad es de crisis constante, de valores, donde hay que defender muy fuertemente los que dan origen y esencia a esa propia universidad, vista como uno de los elementos más importantes de este siglo XXI, llamado la era del conocimiento”, apostilla Barbierti. De ahí, que los que gestionan la universidad tienen que esforzarse para encontrar mecanismos que igualen la velocidad de ese cambio, porque “las universidades que no sean flexibles para adaptarse a esos cambios probablemente perecerán”.

 

Ahora el conocimiento se genera en diferentes organizaciones, no sólo la universidad, y por eso cada vez más “la relación entre la universidad, el mundo de la empresa y el Estado debe funcionar con mayor flexibilidad y adaptabilidad a las nuevas necesidades que nos dan los cambios en la tecnología y las nuevas realidades sociales”.

 

También resaltó Barbieri la importancia de internacionalizar el conocimiento, y ahí las universidades deben ser cada vez más versátiles para trabajar en redes y para aceptar a estudiantes de todo el mundo. Tarea que se puede facilitar entre los países iberoamericanos que formamos “un bloque de más de 600 millones de hispanoparlantes, con una superficie territorial enorme, y con una capacidad enorme de recursos humanos y naturales, que podemos hacer ciencia en español, con nuestros valores y nuestra cultura, para entendernos y desarrollarnos con otros bloques, como el asiático o el anglosajón”.

 

Por último, hará falta también una actualización permanente relacionada con el aumento de la longevidad humana, con una generación joven que maneja mejor las aplicaciones tecnológicas que las generaciones antiguas, y que enseñarán a los mayores.