Antonio Muñoz Molina: “La verdad es que leer es una cosa extraordinaria”
Texto: Jaime Fernández, Texto: Jaime Fernández - 9 oct 2020 00:00 CET
Tuvimos la suerte de escucharle en la inauguración del curso académico del Instituto Universitario Ortega y Gasset y ahora hemos tenido la suerte, todavía mayor, de que nos abra las puertas de su casa. Y si es un placer charlar con él, también lo es leer sus libros, como El miedo de los niños, que se publica este 10 de noviembre, o revisar algunas de sus novelas, como Un andar solitario entre la gente, que se acaba de hacer con el Premio Medicis, uno de los más importantes de la literatura francesa.
El miedo de los niños es un cuento que ya pudimos leer en su antología Nada del otro mundo. Más allá de que ahora se publique con ilustraciones de María Rosa Aránega, ¿es una versión nueva de ese relato?
He hecho alguna pequeña corrección, pero poco más. Este es un cuento muy largo, casi una novela corta, y además es un cuento muy específico. Cuando se iba a reeditar mi libro de cuentos en 2011 pensé en añadir uno más, y empecé a escribir este de El miedo de los niños, aunque creí que iba a ser mucho más breve. Después de publicarlo me dio como remordimiento, porque esta historia había sido escrita mucho después que todos los demás cuentos de la antología, así que no pegaba mucho con ellos, y además sentía que al estar dentro de ese libro había perdido una parte del relieve que yo quería darle, de ahí que ahora se haya publicado de manera independiente. Te diré que es una historia muy importante para mí, porque es de las cosas que he escrito en las que he puesto más pasión y más de mi propia sensibilidad, pero no verás grandes cambios si ya leíste la versión de Nada del otro mundo.
La gran mayoría de las obras narrativas de sus comienzos se han reeditado. ¿En esas reediciones sí ha incluido modificaciones sobre los originales?
Lo de las modificaciones es una cosa delicada, pero por ejemplo en un libro mío de artículos de los años ochenta que se llama Diario del Nautilus sí hice cambios. Se publicó primero en Granada y varios años después lo volvió a publicar Julio Ollero (que el pobre ha muerto hace poco), en una colección muy bonita que se llamaba Textos Mínimos. Cuando me dijo que lo quería reeditar le eché un vistazo por encima y vi que estaba sobrecargado de adjetivos borgesianos e hice como una cacería de adjetivos y los quité. Donde sí puse mucho esfuerzo fue en corregir El jinete polaco, porque al haberlo presentado al Planeta con un plazo de corrección acelerado, no me dio tiempo a darle una última revisión, y tenía ese remordimiento en la cabeza. Para mí era importante que se viera que era un libro de Literatura, y no un Planeta, como se ha visto con mucha frecuencia, así que lo negocié para que pasara a Seix Barral y para que me dejaran hacer una corrección profunda.
¿Recomienda entonces que nos leamos la nueva versión?
Sí, porque hay muchos cambios en la sintaxis y en la puntuación. Es cierto que mucha gente no nota la diferencia, pero yo sí. Te diré que en general no suelo releer mis textos, pero a veces un traductor me pide que le explique algo de un libro, me pongo a leerlo y me digo que tendría que haber sido mejor, que esto de aquí sobra, esto de aquí lo cambiaría… Pero claro, ¿qué le vas a hacer? No te vas a pasar la vida corrigiendo. Henry James, por ejemplo, sí lo hacía, y cuando ya era bastante mayor preparó una edición de sus novelas, las repasó todas, las corrigió, les hizo un prólogo a cada una… Eso está bien por una parte, pero por otra es como corregir el pasado, y lo mejor para corregirlo es hacer otro libro mejor.
¿Fue El jinete polaco el primer libro en el que metió parte de su experiencia personal?
En los anteriores ya había mucho, de alguna manera, pero sí es cierto que fue el primero en el que trabajé directamente con materiales de mi propia experiencia, del mundo que yo conocía. Es un libro que aprecio, pero como hago con los demás, a través del aprecio que les tengan otras personas. Cuando los lectores me hablan de ellos es cuando me reconcilio con mis libros, porque para mí, mi relación con el libro termina una vez que se ha publicado.
¿Hay algún libro del que haya recibido más feedback?
La verdad es que he tenido mucha suerte en ese sentido, porque casi siempre he tenido muy buenos lectores y libros como el ya mencionado de El jinete polaco sigue teniendo lectores, porque es un libro generacional, que lo sigue siendo para las siguientes generaciones. El libro trata el despertar al mundo y eso es algo que siempre va a ocurrir.
En la última Feria del Libro de Madrid me comentó que un lector se le había acercado y le había regañado por escribir Un andar solitario entre la gente.
Es cierto que ese libro ha sido algo más conflictivo, pero tendrá que tener uno libertad para escribir lo que quiera, ¿no? Ahora se ha publicado en Francia y está teniendo muy buenas lecturas, tanta que este 6 de noviembre le han concedido el Premio Medicis en la categoría de Novela Extranjera.
¿Cómo funcionan las traducciones en otros países? ¿Se venden bien?
Por ejemplo, Como la sombra que se va fue finalista en el Booker Prize, de Reino Unido, y eso le permitió tener más impacto, pero generalmente los libros en traducción se venden poco, salvo que sean americanos. Muchas veces se ven entrevistas en la prensa española a doble página a escritores de segunda o tercera fila, cuyo mérito principal es que son americanos, incluso aunque no vendan muchos libros. Los demás tenemos alguna presencia, modesta, pero tampoco pasa nada, tienes unos cuantos miles de lectores en diferentes países, y bienvenidos sean.
Volviendo a Un andar solitario entre la gente, resulta curioso que a algún lector le sorprenda el concepto, porque se puede entender como una continuación del estilo que ya practicó en Ventanas sobre Manhattan e incluso, de alguna manera, en Los misterios de Madrid. ¿Todos esos libros surgen de sus paseos?
Sí, sí, de anotaciones hechas al instante, y luego sobre eso hago una construcción literaria, que es algo que he ido cambiando con el tiempo. Cuando lees, por ejemplo, El jinete polaco, es como si escucharas una melodía, una composición musical muy larga en sus frases y su secuencia narrativa. Sin embargo, en libros como Un andar solitario entre la gente, he usado algo que me gusta mucho más ahora, lo seco, lo entrecortado, el fragmento, el crear una unidad a partir de ese fragmento, jugando con la yuxtaposición, es decir, hacer unos libros más abiertos formalmente. Me gusta esa idea de que notes cómo se está haciendo el libro según lo lees, como por ejemplo El libro del desasosiego, de Pessoa, o El amante, de Marguerite Duras, que son libros muy entrecortados en los que se mezclan muchas cosas. O algunas obras póstumas, por ejemplo, de Simone Weil o de Julio Camba, que son recopilaciones, son amontonamientos de cosas, aunque de pronto, de ese amontonamiento surge una unidad. De todos modos, cuando empecé a escribir Un andar solitario entre la gente empecé a hacerlo como un entretenimiento, de hecho ya había terminado el borrador de una novela y había empezado a corregirla, pero me entró la manía de recortar cosas, de pegar, y la novela a la que sólo le faltaba la reescritura la abandoné, dejó de interesarme.
De todos sus libros hay algunos muy difíciles de encontrar, en especial los de artículos periodísticos. ¿Ha pensado en reeditarlos?
Yo creo que está bien que haya libros que se puedan encontrar de segunda mano, paseando por las librerías o en Iberlibro, por ejemplo, donde se encuentra de todo. A mí me gusta encontrar libros raros, como hace poco que encontré el diario Un año de mi vida, de Miguel Delibes, que es una belleza y que no es uno de sus libros conocidos. Está bien que eso sea así, no todo tiene que ser muy conocido o mayoritario, eso teniendo claro que la literatura siempre es minoritaria. De todos modos, quizás reedite un libro con artículos que salieron en una columna semanal que publiqué en El País de Andalucía, en la época dorada de los periódicos, cuando tenían ediciones regionales potentes. Como esas columnas las hacía para Andalucía, las escribía con más ligereza, pero también con mucha vehemencia, porque parece que los temas sociales te tocan más en un terreno que te es más cercano. Eran artículos muy críticos y se publicaron en un librillo que se llama La huerta del Edén, de 1996. Un hijo mío encontró el libro, hace unos años, en casa de mi padre, lo leyó y me dijo que podría editarlo, porque en ese libro yo trataba muchas cosas que luego han sido muy relevantes. Los años 90 fueron una década de gran conformismo en muchas cosas, y en esa época llevaba mucho la contraria y me metía en muchos líos, sin darme cuenta, y eso se ve en esos artículos, que son muy de denuncia del abandono de la educación y de la intromisión política en todos los ámbitos de la vida en Andalucía. Así que ese lo mismo lo reedito, porque se ha vuelto bastante contemporáneo.
¿Eso que comenta de textos vehementes y críticos no es lo que hizo también en su ensayo Todo lo que era sólido?
Exactamente, ese libro es como la continuidad de un mismo hilo. Cuando escribí ese libro pensé poner un apéndice con unos cuantos artículos que había ido publicando a lo largo de los años, pero al final descarté la idea.
¿Sus libros y artículos con carga política le hacen exponerse a todo tipo de críticas?
Siempre digo que para este tipo de trabajo hace falta un grado de atrevimiento, porque si quieres crear algo valioso tienes que exponerte, no ya porque digas cosas inconvenientes, sino porque expones lo que tú eres y esa exposición tiene un precio, pero sin esa exposición no hay nada. Uno tiene que saber eso y aceptarlo, otra cosa es que ahora vivimos en una época de mucha agresividad, que yo en parte me la ahorro porque jamás miro nada en las redes sociales. Además, me impongo a mí mismo un decoro en el lenguaje público, porque creo que tengo una responsabilidad cuando escribo y publico, así que jamás voy a escribir agresivamente contra una persona ni voy a utilizar un lenguaje grosero. En España muchas veces parece que si eres grosero es que eres valiente y que eres auténtico, si dices “hago lo que me sale de los cojones” parece que eres muy valiente, pero no, lo único que eres es un grosero, nada más.
En muchos de sus textos y discursos, reivindica la importancia de volver a la naturaleza, de reaprender a mirarla, pero ¿en tiempos como el del confinamiento no piensa que la cultura ha sido fundamental para nuestra salud mental?
Creo que sí, porque durante el encierro necesitábamos comprender lo que pasaba, y esa es una necesidad humana, pero también necesitábamos evadirnos, aunque la palabra evasión tenga casi siempre una connotación negativa. Estábamos viendo continuamente noticias sobre la pandemia, y para mí, el hecho de ponerme a leer cualquier cosa, un libro de Historia, una novela, lo que fuera, me situaba en otro plano mental y espiritual, y me daba cuenta del valor de esa cultura, aunque por otra parte también me daba cuenta de que necesitaba salir a la calle, moverme, volver a ver la naturaleza… De todos modos, en el confinamiento, al haber tenido la coartada magnífica para no ir a ninguna parte, he descubierto, sobre todo, que lo me gusta es estar tranquilo, que lo que me gusta de mi trabajo es mi trabajo, no el folclore que le rodea ni la parte de interpretación.
Así que, ¿se ha podido concentrar para leer y escribir?
Escribir sí, la verdad que mucho, y también para leer, y además en casi todo lo que leía encontraba una conexión con la actualidad. Por ejemplo, estaba leyendo el diario de un escritor que fue monje trapense, Thomas Merton, donde cuenta su vida en un convento del bosque de Kentucky. Cuando leí, por ejemplo, el modo en el que cuenta su ritual diario, me di cuenta de que en nuestra propia vida, al estar encerrados, se establecían también rituales. Así que, por un lado, el mismo libro me ayudaba a evadirme, porque me metía en la mente de alguien que es totalmente distinto de mí con unas creencias que no comparto, pero al comprenderle a él también me comprendo un poco más a mí mismo. La verdad es que leer es una cosa extraordinaria.
La rutina de un escritorNos confiesa Antonio Muñoz Molina que por las mañanas no trabaja en asuntos creativos, escribe cartas, va a Correos, a una exposición o a correr al Retiro, donde una de las cosas que más le gusta es que los corredores no llevan mascarillas y se pueden ver las caras. El trabajo de escritura lo realiza por las tardes, y su rato más productivo es de las 17:30 hasta las 21, así que “ni por la mañana ni muy tarde”.
Aparte del trabajo profesional, de redactar artículos o conferencias, suele concentrarse en una única obra. Explica que a veces ha intentado escribir por dos caminos haciendo dos libros distintos, pero muchas veces “se descubre que los dos caminos eran uno solo o que uno de los dos caminos es descartable”.
Cuenta que no tira nada de esos descartes, sino que los guarda porque quizás, en el futuro, puedan servir para algo. Y también se pueden encontrar ahí poemas, que considera “simples ejercicios” y que no tiene ninguna intención de publicar, aunque alguna vez ha confesado que la poesía es su gran pasión secreta.
En un momento de su vida residió entre Madrid, Lisboa y Nueva York, ciudad esta última donde dio clases en la universidad y en la que durante dos años fue director del Cervantes, experiencia que “fue un servicio público muy interesante, porque trabajar por tu país, en el sentido noble de la palabra, está muy bien, aunque era un trabajo muy exigente, que requería mucho tiempo, sobre todo porque los medios eran muy escasos”. De las muchas actividades que hizo en esos dos años, recuerda con mucho cariño la presentación en la catedral de San Patricio del Officium Defunctorum, de Tomás Luis de Victoria, a cargo del coro valenciano Capella de Ministrers.
La ciudad de Nueva York ya la ha dejado atrás, así que ahora se le puede encontrar paseando por Madrid y Lisboa, donde tienen un “pequeño apartamento” al que iban con mucha frecuencia, aunque desde diciembre no han podido volver debido a la pandemia.
Mientras llega el día en que recuperemos la normalidad, aprovecha para leer con fruición. Se acaba de terminar Los episodios nacionales de Benito Pérez Galdos y está sumergido en una reciente biografía de Malcolm X y en el ensayo Filosofía y consuelo de la música, de Ramón Andrés. Y si no tiene ningún libro a mano, suele volver a su edición de bolsillo de Gallimard de En busca del tiempo perdido, de Proust, uno de los libros que más le han marcado en su vida, junto a Los ensayos, de Montaigne, o Don Quijote de La Mancha. |