CURSOS DE VERANO

El catedrático complutense y asesor de la OMS en la lucha contra la resistencia bacteriana a los antibióticos, Bruno González Zorn

Bruno González Zorn: “Ninguna gran empresa farmacéutica del mundo está desarrollando en estos momentos un antibiótico, porque no les resulta rentable”

Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Jesús de Miguel - 14 jul 2023 10:14 CET

El catedrático complutense y asesor de la OMS en la lucha contra la resistencia bacteriana a los antibióticos, Bruno González Zorn, dirige el curso “Respuesta One Health y resistencia a los antibióticos: Nuevos avances y nuevos retos en la lucha contra la resistencia”, una iniciativa que ha sido posible gracias al apoyo de la empresa biomédica MSD. El suyo es uno de los primeros cursos que se celebran en la nueva sede de la UCM en San Lorenzo de El Escorial, el Cuartel de Inválidos y Voluntarios a Caballo, y allí quedamos con él para conocer más sobre esta pandemia silente.

 

Vayamos directamente al título del curso. ¿Cuáles son esos avances y retos?

Hay muchas novedades, porque cada vez se está adquiriendo más conciencia de que la resistencia a los antibióticos es un problema importante, con lo que hay más instituciones preocupadas a nivel nacional o mundial. Además, es una preocupación a diferentes niveles. Por ejemplo, la Unión Europea ha abierto la puerta al cambio de modelo de financiación de los antibióticos, porque nos hemos dado cuenta de que el modelo económico tradicional no funciona. En estos momentos relaciona ganancia y volumen, es decir, que, si vendes muchos antibióticos ganas más dinero, pero eso no funciona realmente, porque tardamos mucho tiempo en desarrollar los antibióticos, pero una vez que lo hacemos queremos que se utilicen lo menos posible, para que duren mucho tiempo sin desarrollar resistencias de manera rápida. Por lo tanto, ese modelo a la industria no le interesa. El informe que hemos hecho en la OMS demuestra que ninguna gran empresa farmacéutica del mundo, de más de 500 empleados, está desarrollando en estos momentos un antibiótico, porque no les resulta rentable, y la iniciativa ha quedado en manos de pequeñas empresas. Por eso, ahora hay un modelo piloto en Reino Unido y otro en Suecia que consiste en dar un beneficio constante y asegurado a las empresas que saquen un antibiótico nuevo al mercado, para atraer a la industria con nuevos modelos económicos.

 

En un curso de Nanociencia celebrado en estos Cursos de Verano de El Escorial, el Premio Nobel Ben Feringa hablaba de la posibilidad de utilizar nanomáquinas moleculares para atacar a las bacterias, y que funcionarían de una manera totalmente diferente a un antibiótico, así que no crearían resistencia. Ya que comenta que se están desarrollando pocos antibióticos en el mundo, ¿podría ser esa una línea de investigación a seguir?

Todas las crisis sanitarias han dado lugar a soluciones originales y nuevas, como por ejemplo el método de las vacunas de ARN, que se utilizaron contra la COVID-19, y ahora se está utilizando contra el cáncer. Contra las bacterias ahora están floreciendo muchísimas estrategias, aunque no sabemos cuál será la que se imponga, quizás sea una combinación de varias. Las clásicas son las vacunas contra las bacterias y los virus, que previenen la aparición de una enfermedad y permiten usar menos antibióticos. De hecho, la intervención humana que más ha controlado el uso de antibióticos en el mundo ha sido la vacuna del neumococo, que ha permitido que menos niños tengan enfermedades provocadas por esa bacteria y así ahorramos antibióticos. También tenemos la vacunación contra enfermedades hospitalarias, ya que muchas veces las infecciones se adquieren en los hospitales, y ahora hay grupos en España desarrollando vacunas especialmente contra esas infecciones y serían para las personas con más riesgo de hospitalización, con la idea de luchar contra esas enfermedades nosocomiales. Hay vacunas también que inhiben la producción de la enfermedad de algunas bacterias, con lo que dan más tiempo al sistema inmune a que luchen contra las infecciones. Es decir, que son estrategias que ni siquiera van dirigidas a matar a la bacteria directamente. O las que utilizan fagos, que llevan cien años siendo prometedoras.

 

¿Y por qué tanto tiempo?

El problema es que los fagos conviven con las bacterias en nuestro intestino. De hecho, hay cien veces más fagos que bacterias en un intestino humano, así que también hay mecanismos a resistencia a fagos. Y hay muchos más métodos. Nosotros hemos publicado una molécula que inhibe el paso de ADN de una bacteria a otra, es decir, la diseminación de la resistencia a los antibióticos. Otro ejemplo es un fármaco que absorbe antibióticos en el colon, con lo que hay menos presión selectiva y, por tanto, menos bacterias resistentes. También está otro método que busca utilizar la IA y los datos, y de hecho hace dos meses se publicó un nuevo antibiótico hecho exclusivamente por IA, a partir de la búsqueda de todos los datos publicados sobre las estructuras de las bacterias y de las moléculas que podrían inhibirlos, sintetizándolas para tener así posibles candidatos. E incluso hay una estrategia relacionada con la salud intestinal, porque sabemos que hay muchas bacterias resistentes que nos colonizan y si conseguimos comprender qué nichos ocupan podremos inhibir esa colonización, con la técnica que es el trasplante de heces. Como ves, hay infinidad de estrategias que se están desarrollando y aunque no se sabe cuál es la buena este es un momento apasionante.

 

Con tantas opciones abiertas, ¿se mantiene una actitud optimista hacia el futuro desde la OMS?

Lo cierto es que sí, sobre todo porque hemos visto un gran avance en la aproximación One Health, que es, como ya se sabe, que todos trabajamos de forma conjunta, tanto en la salud del medio ambiente como en la salud de los animales y de los seres humanos. Aun así, siempre hay gente que sigue siendo pesimista, pero quizás es porque llevamos muchos años trabajando en silos, con las disciplinas separadas, sin comunicación transversal. Ahora, sin embargo, empieza a haber estructuras, como la colaboración de la propia OMS con la FAO (la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), con el programa de Medio Ambiente de la ONU y con la OIE, que es la Organización Mundial de Sanidad Animal. Yo creo que cada vez estamos colaborando más entre sectores, y también a nivel español, donde cada vez están más relacionados los ministerios y las consejerías de Sanidad y Agricultura. Es cierto que hay grandes avances, aunque a veces parecen lentos porque hay un gran vicio de trabajar separados y no hablar, pero yo soy optimista con respecto a esa cooperación, sobre todo porque One Health incluye ahora a todo tipo de áreas, tanto antropólogos como filósofos, economistas… El concepto de One Health del año 2023 no es el del año 2000, es uno que incluye todas las ciencias, incluidas las sociales.

 

Cuando se ve en las noticias el asalto de unos ganaderos a las sedes políticas en Castilla y León porque no les dejan vender animales enfermos con tuberculosis, ¿no se tambalea un poco esa esperanza en la One Health? ¿O se trata sólo de un retroceso provocado por la política al margen de la ciencia?

Te diría que el factor limitante en One Health no son los científicos que operan, no es el nivel técnico, sino que es el nivel político-ejecutivo. Por eso desde la Universidad Complutense vamos a liderar un máster europeo, dentro de la alianza de universidades UNA Europa. En esa alianza hay una línea de One Health y hemos propuesto para los próximos dos años construir un máster que no es para técnicos, sino que es de alto nivel para políticos, empresas y para los que toman las decisiones, con la idea de abrirles las puertas para que entiendan que esta cooperación entre sectores es necesaria y está dando lugar a grandes soluciones. Con la COVID-19 todos hemos visto que es esencial saber qué está ocurriendo en el medio ambiente, para en el último caso incluso prevenir la siguiente pandemia.

 

En esa cooperación multisectorial una parte importante es la industria ganadera. Hace ya años que hay un plan para reducir, de manera voluntaria, el uso de antibióticos en sus animales. ¿Qué punto ha alcanzado esa participación voluntaria?

Ha avanzado muchísimo. En España hemos controlado muy bien el consumo de antibióticos en animales de producción, de hecho, eso que nos habíamos marcado hace dos años ya no es el principal objetivo, ahora tenemos otros como los animales de compañía. Es cierto que en España ni los ministerios de Agricultura y Sanidad se encargan mucho de ese tipo de animales, pero en otros países europeos y en Estados Unidos sí que hay una gran interacción. Ahora queremos saber hasta qué punto son importantes los animales de compañía para la diseminación y la resistencia de los antibióticos en el ser humano, porque lo desconocemos, y por eso estamos empezando a estudiarlo, abriendo nuevos sectores. En los animales de producción ya se ha reducido y controlado bastante el uso de antibióticos, y no sé hasta qué punto habría que reducirlo más por si eso conlleva mayores enfermedades, más pérdidas y más sufrimiento. Habrá que utilizar la cantidad justa.

 

¿Y cómo está la cuestión en medicina humana?

Ahí es necesario un poco más de esfuerzo, porque en el consumo de antibióticos en la sociedad estamos muy por encima de la media europea, por los antibióticos sin recetas en farmacia, por la automedicación o incluso por la prescripción en primaria. Hay que entender que esto último no es culpa sólo de los médicos, porque cuando tienes que atender a 150 pacientes al día no tienes tiempo para explicarle a cada uno de ellos cuál es el problema de la resistencia a los antibióticos, ni le puedes decir a todos que vuelvan mañana, porque en lugar de 150 tendrás 200. A pesar de eso, algo hay que hacer, todavía hay un amplio margen de mejora.

 

¿Y en los hospitales?

Ahí usamos más o menos como la media europea, pero utilizamos más antibióticos de último recurso y ahí también hay que hacer un esfuerzo, sobre todo con los profesionales que trabajan en las UCI, donde se tiende a no prestar mucha atención a los antibióticos que se utilizan. Se tiende a utilizar los más posibles con cada paciente, mientras que quizás se podrían reservar algunos antibióticos de último recurso para algunos casos concretos.

 

Ese es además el panorama en los países desarrollados.

Claro, porque luego hay otros países, por ejemplo, africanos, donde hemos visto que las aguas residuales de los hospitales son muy superficiales y luego la población y los animales tienen acceso directamente a ella, así que es probable que ese sea un punto caliente donde se generen bacterias resistentes a los antibióticos. En relación con estos estudios, y por la labor que estamos haciendo en suelo africano para intentar frenar esa resistencia, me acaban de conceder un doctorado honoris causa en Ghana, que me lo entregarán el 3 de febrero, y es todo un honor, porque además el anterior en recibir ese título fue, ni más ni menos, que Kofi Annan.

 

Supongo que además al vivir en un mundo globalizado, actuar en cualquier país del mundo nos ayuda también a nosotros a frenar esas resistencias a los antibióticos.

No del todo, porque si miramos los mapas de resistencia a los antibióticos en Europa vemos cómo en el sur tenemos más que en el norte, y sin embargo los holandeses viajan más que nosotros. Es decir, que, aunque traigas más bacterias resistentes a los antibióticos de otras partes del mundo, la probabilidad de que se establezcan en tu país depende de los antibióticos que utilices en tu propio país.