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Rodrigo Cortés e Ildefonso Soriano, en el coloquio tras la proyección de "El amor en su lugar"

“El amor en su lugar”, de Rodrigo Cortés

Texto: Jaime Fernández, Fotografía: J.F. - 3 dic 2021 08:23 CET

El jueves 2 de diciembre, la Facultad de Ciencias de la Información ha acogido, dentro de las actividades de la Escuela de Producción, dirigida por el profesor Ildefonso Soriano, el preestreno del filme El amor en su lugar. Tras la proyección, los asistentes pudieron dialogar con Rodrigo Cortés, director de la película.

 

El filme transcurre en 1942, en el gueto de Varsovia, donde un grupo de jóvenes intentan poner algo de alegría en la situación terrible en la que les han puesto los nazis, que les tienen sitiados sufriendo hambre, frío y sobre todo terror. Para aportar color, y calor humano, deciden montar la pieza teatral El amor en su lugar, un musical de enredos.

 

El guion de esta historia está escrito entre el propio director, Rodrigo Cortés, y el conocido novelista David Safier. Cuenta Cortés que Safier descubrió que en aquellos años del gueto de Varsovia, un grupo de teatro realmente puso en escena una obra homónima a la de esta película, escrita originalmente por el músico y escritor Jerzy Jurandot. A partir de aquel descubrimiento, Safier escribió un primer borrador que le enseñó a Cortés.

 

El director de Concursante se interesó por la historia, pero decidió darle una vuelta, reescribirla, según él, al estilo de “Billy Wilder, salvando las distancias, pero con ese pesimismo divertido que tenía él, con esa fatalidad tan lúcida, pero siempre con la sombra del romanticismo detrás”. El guion, de esa manera, se convierte en la historia de unos actores que interpretan un musical en un momento terrible, intercalando sentimientos tanto dentro como fuera de escena.

 

Cortés decidió que lo ideal era preparar el musical completo, del que se había parte toda la parte cantada, para lo que reescribieron letras, tanto él como el músico Víctor Reyes, quien compuso números al estilo de los años cuarenta. Cuenta el director que las primeras semanas lo que hicieron fue ensayar la obra de teatro que se ve en la película, que no es la película en sí, pero sí el tronco en el que se sustenta la historia principal, la del drama vital de los protagonistas.

 

Al igual que en otras películas suyas anteriores, Cortés también se encarga del montaje, y lo hace porque es apasionado de “directores que dirigen, que se encargan de todo”. Reconoce que él lo ha hecho así desde sus primeros cortos, donde ya controlaba incluso la decisión de dónde poner las cámaras, el movimiento, las ópticas elegidas… Aspecto este último, el de la fotografía, que es un auténtico derroche de talento, sobre todo teniendo en cuenta que el responsable es Rafael García, quien hasta ahora había trabajado en publicidad y para quien esta es su primera película. A pesar de eso, García saca un partido inmenso a esos exteriores rodados en los antiguos estudios de la UFA, en Berlín, y a esos interiores de un teatro real de Barcelona, así como a unos decorados que imitan los entresijos y los camerinos de ese teatro, también rodados en Cataluña.

 

Cortés consigue que, una película que a priori podría estar lastrada por el estatismo de la representación de una obra de teatro sea algo totalmente trepidante, aunque ya no nos sorprende ese dominio suyo del ritmo, sobre todo porque ya consiguió que un filme como Buried, donde un señor está metido en una caja, y no sale de ella en todo el metraje, tuviese un ritmo frenético.

 

El reparto de la película está formado por un gran elenco de actores jóvenes en los papeles principales, que fueron seleccionados por su capacidad de tener distintos registros interpretativos. De entre todos ellos, destaca la danesa Clara Rugaard, conocida por I am mother, quien lleva gran parte del peso del filme. Cuenta Cortés que para explicarles el espíritu y el ritmo que quería imponer al filme, les puso a los actores películas como Ser y no ser, de Ernst Lubitsch; Uno, dos, tres y Berlín Occidente, de Billy Wilder; Cabaret, de Bob Fosse; Vania en la calle 42, de Louis Malle, y Cisne Negro, de Darren Aronofsky.

 

El resultado es una grandísima película, llena de momentos terribles, como la entrada de los nazis en el teatro (con ese monólogo de 7 minutos de un oficial alemán, que tanto le gustó escribir y rodar a Cortés), de momentos emotivos y de largas y complejas escenas rodadas en plano secuencia.

 

En resumen, otra de las buenas películas españolas de este 2021, que quizás se vea lastrada por el título (que se entiende en cuanto se empieza a ver la película) y el cartel que parece la portada de una novela rosa. Aunque nunca se sabe, porque Way Down, de Jaume Balagueró, también tiene un título horrible, y ha hecho buenísima taquilla.