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Pardo posa antes de comenzar el acto

El filósofo José Luis Pardo dicta su “ultima lectio”

Texto: Alberto Martín, Fotografía: Jesús de Miguel - 31 oct 2025 10:27 CET

“That’s all Folks!” Bugs Bunny y su inseparable zanahoria asomando por la pantalla, son la informal despedida elegida por José Luis Pardo para concluir su “Ultima lectio”, su última clase como profesor en activo de la Facultad de Filosofía. El Decanato quiso que esta despedida -que no es definitiva, ya que el catedrático pasa ahora a la condición de emérito- no pasara desapercibida y convoco a ella a cuantos estudiantes quisieron asistir. La demanda superó las previsiones y obligó a trasladar la sesión al salón de actos Emilia Pardo Bazán del edificio D de la Facultad de Filología.

 

El decano, Juan José García Norro, justifica la convocatoria pública de esta “ultima lectio” del profesor Pardo en el deber que la universidad tiene no solo de progresar y adaptarse a los nuevos tiempos, sino también de preservar tradiciones casi olvidadas pero que tienen “su sentido”. Convertir una última clase con sus alumnos, en “un acto festivo, un convite intelectual” abierto al público, sin duda, tiene todo el sentido.

 

José Luis Pardo (Madrid, 1954) es profesor de la Universidad Complutense desde 2001. En ella se había titulado, en 1980, y doctorado en Filosofía en 1985. Llegó a la docencia universitaria-como recordó Carmen Segura, la directora de su Departamento, el de Lógica y Filosofía Teórica- procedente del Instituto Diego Velázquez de Torrelodones, donde daba clases en bachillerato. En 2008 sacó la plaza de catedrático de Corrientes actuales de la Filosofía, una de las asignaturas que hasta este curso ha seguido impartiendo. Su pensamiento y análisis ha trascendido de las aulas y a sus 20 libros y decenas de capítulos en distintas compilaciones, hay que sumar los centenares de artículos publicados en medios de comunicación, que le han situado como uno de los filósofos actuales más reputados, respetados y conocidos.

 

Tras las introducciones -y ante la mirada no solo de estudiantes, sino también de profesores y antiguos compañeros, como Ramón Rodríguez, Juan Manuel Navarro Cordón o Fernando Savater- Pardo no pudo sino comenzar su última lección mostrando “gratitud a los que han organizado este acto, a esta Universidad, a esta Facultad y a este Departamento. Y a todos los que estáis aquí. Me abruma -bromeó- la generosidad con la que os vais a someter a este tormento innecesario”.

 

El profesor ha querido que su “ultima lectio” verse sobre “lo verosímil”, un tema sobre el “que sabéis de sobra y es más viejo que la tos”. No obstante, matiza, que dado que conjeturar sobre lo verosímil en su más amplio sentido sería demasiado largo y ambicioso, ha preferido para la ocasión acotar el tema. El resultado es “Un día en el museo. Conjeturas sobre lo verosímil”.

 

Pardo lleva durante una hora a quienes llenan el salón Pardo Bazán a un viaje por las salas de un imaginario museo, en el que primero se pasa por el arte preclásico, en el que la figura humana apenas es representada, hasta llegar a la Grecia clásica donde el cuerpo humano ya es el centro de la representación, como después, a lo largo de los siglos, lo ha sido la naturaleza. El cuerpo humano y la naturaleza han sido, sin duda, los modelos más imitados en el arte.

 

El filósofo se centra en definir el valor artístico de la imitación y los prejuicios que a lo largo de la historia se han tenido sobre ello. Son muchas las preguntas que lanza: ¿El arte no es imitación? ¿La imitación no es arte? ¿El arte se caracteriza por la originalidad? ¿Qué pintura, escultura, obra literaria o musical tiene mayor valor, la original o la que la lleva a su máxima expresión? Va poniendo ejemplos para que cada uno encuentre sus respuestas: la venus recostada, la maja desnuda de Goya o la Olympia de Manet; la versión original de Fly me to the moon o la insuperable de Frank Sinatra…

 

Por supuesto, el filósofo también da su opinión. Lo importante, considera Pardo, no es la originalidad, entendida como la primera vez o el primer soporte. Basta con pensar en un libro y en la imposibilidad de leer el original para darse cuenta de que ahí no se encuentra la condición sine qua non del arte. Para el filósofo complutense es claro que el arte alcanza su estatus como tal en el momento de su recepción por el espectador, un instante que es cambiante, que nunca es igual. La obra de arte siempre tiene que dar cabida a la participación de su receptor final. Así, cada época elige sus originales pasionales, de acuerdo con sus gustos, con sus convenciones, con la verosimilitud que le da, ya que “la inverosimilitud convierte la obra de arte en una caricatura”. Lo importante, lo que lo hace verosimil -y así acabó esta “ultima lectio”- es que el arte verdadero “nunca se agota ni se cancela”. Esto es todo, amigos.