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Juan Francisco Fuentes, Premio Nacional de Historia 2025

Juan Francisco Fuentes, Premio Nacional de Historia 2025

Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Jesús de Miguel - 3 nov 2025 10:46 CET

Un año más, el Premio Nacional de Historia ha recaído en un profesor de la Universidad Complutense, en este caso en Juan Francisco Fuentes, académico de número de la Real Academia de la Historia y antiguo catedrático de la Sección Departamental de Relaciones Internacionales e Historia Global de la Facultad de Ciencias de la Información. En el salón de su casa, donde recibe a Tribuna Complutense, reconoce sentirse muy satisfecho por este galardón que reconoce su trayectoria y además premia su libro Bienvenido, Mister Chaplin, un trabajo que disfrutó mucho escribiendo.

 

Este libro surge, en cierto modo, de su anterior obra, La generación perdida, que a su vez es fruto de una encuesta publicada en el periódico El Sol en 1929, realizada a la juventud española de la época. ¿Cómo llega a esa encuesta que es una fuente singular de información?

Esa encuesta llegó a mis manos hace mucho tiempo cuando estaba trabajando sobre la generación intelectual de 1914, y ahí El Sol es una fuente fundamental, porque es la principal plataforma periodística de esa generación y de Ortega en concreto. En sus páginas di con una de las entregas de esta encuesta, concretamente la de una estudiante madrileña que no daba su nombre, solo sus iniciales, M.U., de 17 años. Las respuestas a la encuesta de El Sol sobre lo que opinaban los jóvenes me parecieron maravillosas, y durante mucho tiempo, año tras año, en mis clases, les leía a mis alumnos las respuestas de M.U., y les fascinaba, por un lado, la madurez intelectual de esta chica, que era un poco más joven que ellos, y, por otro lado, un punto de ingenuidad con el que conectaban mucho.

 

Estuve intentando identificar a esta chica, que sabía, porque lo decía ella, que había estudiado en el Instituto Escuela de Madrid, y había algunas pistas que yo creía que podían llevar a averiguar su nombre. Su apellido, al empezar por U, facilitaba mucho las cosas, pero la verdad es que no hubo forma, durante muchos años, de avanzar en esa dirección, y me conformaba con leer su testimonio, como una chica que firmaba con sus iniciales, que daba sus datos sobre su biografía, y que por el sitio donde había estudiado, que era un sitio, por un lado, muy elitista, y, por otro lado, muy progresista, correspondía a un perfil sociocultural muy claro, una clase media, ilustrada, una burguesía culta. Hasta que un día, en vísperas de la clase que tenía que dar sobre ese tema, me juramenté para averiguar de una vez por todas su nombre y sin salir de casa.

 

¿Y lo consiguió?

Lo conseguí. Su expediente académico estaba digitalizado, y permitía identificar, sin ninguna duda, a M.U. con Matilde Ucelay Maortua, la primera arquitecta de la historia española. Al acabar el bachillerato, se matriculó en la Escuela de Arquitectura, donde iniciaron la carrera dos chicas, que fueron las primeras que estudiaron arquitectura en España, la otra dejó la carrera mientras que Matilde la acabó unos días antes de empezar la guerra civil. A partir de ahí, era muy fácil reconstruir su vida, que además fue muy larga, porque murió casi con 100 años, y acabó recibiendo el Premio Nacional de Arquitectura en 2004, unos años antes de morir, con el gobierno de Zapatero.

 

¿De ahí surgieron entonces La generación perdida y Bienvenido, Mister Chaplin?

Sí, porque esa historia me inspiró la idea de trabajar a fondo, de recuperar todos los testimonios, todas las respuestas publicadas. El Sol recibió más de mil respuestas, pero publicó unas treinta, de cuyo análisis surgió ese libro que le ofrecí a mi editor, Miguel Aguilar, de Taurus, que respondió con el entusiasmo y la generosidad de siempre. Cuando presentamos La generación perdida en el Ateneo, la editora Elena Martínez Bavière me preguntó qué tenía entre manos y le dije que estaba pensando en un libro que se llamaría Bienvenido, Mr. Chaplin. La cosa quedó ahí, pero al día siguiente me escribió diciéndome que quería ese libro, que luego me ha dado satisfacciones tan grandes como este Premio Nacional de Historia.

 

En Bienvenido, Mister Chaplin analiza la americanización de la cultura española, fundamentalmente en el periodo de entreguerras, pero comenzando ya con una incipiente influencia en nuestra cultura desde 1901, fecha muy cercana al Desastre del 98. ¿No había en ese momento un resquemor generalizado contra lo estadounidense por haber provocado la pérdida de las últimas colonias españolas?

Insisto mucho en el libro en que hay un importante factor generacional. Es decir, los que eran adultos cuando se produjo el 98 siempre mantuvieron ese resquemor que dices ante Estados Unidos. Eso pasó, por ejemplo, en la generación intelectual del 98, claramente, pero también en la del 14, con alguna excepción. Y, por tanto, se puede hablar de una evolución en la sociedad española en la medida en que hay una evolución generacional, pero no una evolución en aquellas generaciones que fueron antiamericanas en el 98, que no cambiaron de opinión como Manuel Azaña, Ortega y Gasset o Luis Araquistain.

 

Lo que se ve también muy bien en el libro es que la americanización, al menos en un primer momento, no depende de ideologías.

Así es, la diferencia no es derecha e izquierda, sino de jóvenes y mayores. Por ejemplo, en la generación del 14 hay intelectuales y periodistas de derechas muy antiamericanos, pero también intelectuales y periodistas de izquierdas muy antiamericanos. El salto se produce cuando surge en el panorama nacional una nueva generación que, además, va a contar mucho, porque esa generación es el resultado de la modernización del país, de los cambios demográficos, de un país más urbano, más culto, más avanzado y menos pobre. Por tanto, son chicos que tienen más oportunidades, por ejemplo, de estudiar, que viven más en la ciudad, que surgen de un entorno urbano con lo que representan las ciudades masificadas de estos años. Hay que tener en cuenta que Madrid y Barcelona llegan al millón de habitantes hacia 1930-31, primero Barcelona y enseguida Madrid.

 

Por tanto, esa americanización es la expresión de un cambio generacional y de la modernización del país. Y en ese sentido, el tránsito lo marca la llegada a la juventud de esa nueva generación que no ha vivido el trauma del 98 y que identifica ese desastre con sus padres y con sus abuelos, con todo lo que eso genera de rechazo hacia ese mito. Y luego, desde luego, hay un desencadenante muy claro que es la Primera Guerra Mundial, porque, como dijo un escritor socialista español, “España no entró en la guerra, pero la guerra entró en España”.

 

¿Qué quiere decir exactamente con eso?

La llegada masiva de la cultura norteamericana a España a partir de la Primera Guerra Mundial coincide con la propia modernización del país y con la sociedad hedonista que surge del fin de la Primera Guerra Mundial. Creo que en España se dan unas condiciones que no se dan en buena parte de Europa, y eso permite a la sociedad española conectar mucho mejor con el espíritu de los felices 20, con los Estados Unidos de esos años, y es así porque España no ha sufrido la Primera Guerra Mundial. España no tiene las calles llenas de excombatientes que piden limosna, no tiene las familias rotas por los muertos de la guerra, no ha sido devastada y no tiene que recuperarse del trauma de la guerra y eso hace que sea un país más receptivo a esa alegría de vivir, de la nueva cultura de masas norteamericana.

 

¿Cree que de alguna manera la americanización de la cultura de esos años estuvo dirigida políticamente desde Estados Unidos como sí lo estuvo la de los años cincuenta y sesenta en todo el mundo, o surgió de manera espontánea?

Yo creo que se produce de manera natural, aunque es verdad que hay, y yo lo planteo un poco al principio del libro, una cultura de masas norteamericana, que al principio es muy despreciada desde Europa por las viejas élites, que actúa como un soft power y no como manu mitari. Lo que se barrunta en el horizonte como la hegemonía de Estados Unidos en el mundo del siglo XX, en parte se basa en esas modernas formas de penetración en las sociedades, en los pueblos, en la mentalidad de la gente, que son, podríamos decir, más útiles y eficaces que las viejas formas de dominación de los imperios europeos. Pero yo no diría que en esos años está planificado, y en parte la eficacia de ese soft power radica en eso, que no se identifica con un poder político, con una agresión, sino que la gente lo recibe de una forma natural y gozosa, y por eso no hay un anti-americanismo de izquierdas en estos años, en el periodo entre guerras, desde luego no en España.

 

Y no sólo eso, sino que las vanguardias lo hacen suyo, con grandes admiradores como Luis Buñuel que comparaba el cine cómico americano con las grandes películas de Murnau y Eisenstein, y que lo consideraba tan surrealista, o más, que Man Ray.

Claro, claro, de hecho, Luis Buñuel decía que de Estados Unidos le gustaba todo, hasta los uniformes de los policía. Es cierto que, a pesar de que al principio existe una separación muy clara y hasta una yuxtaposición entre la cultura europea de vanguardia, digamos más puntera, y la cultura más norteamericana, y aunque esa diferencia nunca se supera del todo, en un momento dado tienen que integrarse la una y la otra. Y prueba de ello es, por ejemplo, que, por las circunstancias políticas del momento, muchos intelectuales y artistas alemanes, sobre todo centroeuropeos, acabaron en Estados Unidos. Entre ellos muchos y muy buenos directores de cine alemanes que se acaban integrando en el sistema cultural norteamericano, en Hollywood. Por tanto, sí, hay una osmosis entre las vanguardias europeas y la cultura de masas norteamericana.

 

Uno de los elementos que contribuyen a la americanización de la cultura son los emigrantes que van a Estados Unidos y de los que también habla en su libro.

Esa es una parte muy bonita de la investigación, y confieso que en este libro se concentran cosas que me han ido llegando durante mucho tiempo. Uno de los desencadenantes es lo que me contaba mi padre de familiares suyos, tíos, primos suyos gallegos que habían emigrado a Estados Unidos en los años 10-20 y que escribían a su familia en Galicia y mandaban fotos suyas, retratos, fotografiados como auténticos americanos. Eso me fascinaba y me imaginé que ocurría en muchas familias, y efectivamente, lo que encontré al investigar indica eso, que esa fue una forma, creo que todavía no estudiada, de americanización del estilo de vida. A través de sus cartas y sus fotografías esos españoles emigrados a Estados Unidos se presentan como triunfadores, que les ha ido muy bien, que han conseguido un estilo de vida y un nivel de vida que en España no podían ni soñar. Y, por supuesto, se han integrado perfectamente e incluso cuento el caso de un emigrante español que se cambia el nombre, y pasa de ser Manolo a ser Robert. El retorno en forma de cartas, de testimonios, de imágenes, de vivencias que tiene la inmigración española a Estados Unidos creo que es un tema que merece un estudio más detenido.

 

La americanización se produce por esa migración, por la música, por la publicidad, por la Coca-Cola… Pero ¿sería el cine el principal elemento?

Claramente, y de ahí el título del libro, aunque hay otros que son complementarios, que van acompañando al cine como pueden ser las fotos y los reportajes periodísticos. Es muy importante la prensa gráfica, las fotos que publica por ejemplo de la construcción de los grandes rascacielos o de Nueva York, del género de los gánsteres. Es muy interesante y al final es muy difícil distinguir el medio periodístico del medio cinematográfico, de la misma forma que cultura de masas y arte de vanguardias están muy interrelacionados, aunque parezcan dos mundos distintos, y eso se ve muy bien en la generación del 27. También la publicidad es interesantísima como creadora de modelos de vida, de estereotipos, de personajes, como la chica Kodak o los primeros anuncios de Coca-Cola en España a partir de finales de los años 20.

 

Que eran elitistas en un principio.

Exactamente y es muy interesante ver cómo un producto que en Estados Unidos se concibe para el consumo masivo, en España descubren que hay que dirigirlo a un público cosmopolita, receptivo a lo moderno, urbano y al final elitista. Las primeras campañas publicitarias van dirigidas a esos públicos, pero cambian enseguida, y es cuando adoptan como imagen personajes populares que pueden ser desde boxeadores, jugadores de fútbol, cupletistas... Un poco de todo.

 

Durante la guerra civil, sí se produce una ruptura ideológica y la pasión por lo americano se concentra en la izquierda, aunque las empresas estadounidenses apoyan de manera unilateral a los sublevados franquistas. ¿Por qué cree que ocurre eso?

Prefieren no verlo, viven aferrados a la ilusión de que Estados Unidos es un país de izquierdas, es una república gobernada por un presidente de izquierdas antifascista y por tanto se aferran a que al final Roosevelt se decantará por apoyar a la república.

 

Los datos demuestran que durante la guerra civil muchos cines siguen abiertos y que, aunque hay intentos oficiales por traer películas soviéticas, la gente prefiere seguir yendo a ver el cine americano.

Sí, eso ya se ha estudiado y por tanto es un trabajo de investigación que no he tenido que hacer, pero en la vida madrileña o en la alicantina, porque Alicante es ciudad republicana del primer hasta el último día, las películas que se proyectan durante la guerra son mayoritariamente norteamericanas. En Alicante suponen un 75% y en Madrid en torno al 60%, y aunque se quiere imponer un cine soviético por razones políticas obvias a los milicianos lo que les gustaba era el cine americano, como a los anarquistas en Barcelona donde seguían yendo a ver las películas de gánsteres y policías. De hecho, un militante anarquista de Cataluña publica Mi Revista, una publicación que está muy poco estudiada, que es muy lujosa para la época, con un aparato gráfico extraordinario de gran calidad, muy costosa y que es muy muy pronorteamericana. Es un compendio de todos los mitos de la cultura de masas norteamericana y por tanto es un buen ejemplo de hasta qué punto la izquierda fue fiel a esa atracción que se sintió desde el principio por la cultura norteamericana. Lo que cuento en el libro es que, a partir de la Primera Guerra Mundial, la izquierda europea, incluyendo a la española, ve que los países del futuro son Estados Unidos y la Unión Soviética, pero no los ven como dos hechos excluyentes o antagónicos, sino todo lo contrario, y si al final se decantan por el modelo americano es porque es más divertido.

 

¿Pasa algo similar durante el franquismo y la americanización desde los años cincuenta?

Al principio lo hace muy a regañadientes y a los franquistas les tuvo que producir una enorme frustración, pero en un momento dado hay que poner distancia con Alemania y de nuevo el cine precede a la política, porque en el año 1953 se firma el tratado con Estados Unidos, pero ya antes había comenzado esa americanización de la cultura, lo que demuestra hasta qué punto funciona como un soft power. La sociedad, finalmente, lo que quiere es pasarlo bien, y contra el deseo de la gente de pasarlo bien no hay nada que hacer.

 

¿Cree que hoy en día sigue todavía la americanización cultural del mundo?

Hollywood sigue teniendo un gran peso, tanto en el cine como en la televisión, pero con Internet, las redes sociales y la globalización todo se ha atomizado y descentralizado y es mucho más difícil identificar de dónde vienen las grandes influencias, y es mucho más complejo analizar este mundo. Que sigue habiendo un soft power es evidente, pero si se puede decir que el siglo XX fue un siglo americano está claro que el siglo XXI no lo va a ser.

 

Para terminar. ¿Qué será lo próximo que podamos leer de Juan Francisco Fuentes?

Tengo ya dos libros entregados, uno es un diccionario europeo de símbolos políticos que sale el año que viene, y el otro es una revisión-adaptación de mi biografía de Adolfo Suárez que publiqué en 2011 y que quería hacer porque es un libro de más de 600 páginas y quería reducirlo a la mitad y actualizarlo, porque cuando lo escribí aún vivía Suárez y he conseguido documentación nueva que permite darle un cierto giro a algunos episodios. Aparte de eso, mi próximo libro será un ensayo sobre el nihilismo político.