CURSOS DE VERANO
El presidente de la Sociedad Española de Inmunología duda de la necesidad de una tercera dosis contra la COVID-19
Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Alfredo Matilla - 28 jul 2021 15:57 CET
Marcos López Hoyos, presidente de la Sociedad Española de Inmunología, ha participado en el curso “Investigación científica en torno a la COVID-19”, con una conferencia en la que ha presentado los últimos datos contrastados sobre las vacunas y el efecto que producen en el sistema inmunitario. Sus conclusiones son que si no se ha pasado la enfermedad es necesario ponerse dos dosis; si ya se ha pasado, una es suficiente; y tiene una duda razonable sobre la tercera dosis porque los datos demuestran que con la infección o con la vacunación ya se están creando células de memoria que “van a la médula ósea y perduran años o incluso toda la vida”. Los estudios demuestran además que cambiar de vacuna entre la primera dosis y la segunda “puede inducir una mayor respuesta tanto humoral, la que crea anticuerpos, como celular”.
Reconoce de todos modos Marcos López Hoyos que los próximos pasos en la investigación sobre SARS-CoV-2 son conocer realmente cuánto dura la inmunidad, ya sea por infección o por vacunación; cuántas dosis hay que emplear; saber cuándo se puede alcanzar la inmunidad de rebaño; cómo combatir los bulos; saber si los menores de 12 años van a necesitar vacunas… Pero, sobre todo, y sin ninguna duda, seguir vacunando, porque con independencia de la vacuna que te ofrezcan “todas son eficaces para frenar la pandemia”.
Es cierto que cada una de las vacunas actúa de una manera diferente, por ejemplo, haciendo que células sanas produzcan la proteína S del virus (Pfizer o Janssen) o entrando en algunas células para que no puedan causar enfermedad, como una de las que se está desarrollando en el CSIC, pero “todas confluyen en el mismo punto, que son las células dendríticas, a partir de las cuales activan a los linfocitos”.
Explica López Hoyos que en inmunología se hace una división, quizás un tanto artificial, entre la inmunidad innata y la adaptativa, y aunque es cierto que sin un buen arranque de la innata la adaptativa no puede regularse de manera eficiente, los dos tipos de inmunidad trabajan de manera coordinada.
Dentro de ese mecanismo, los anticuerpos que se adquieren tanto pasando la enfermedad como con una vacunación, son simplemente una pequeña parte. Para López Hoyos son mucho más importantes las células, sobre todo las de memoria, como los linfocitos B.
Recuerda el presidente de la Sociedad Española de Inmunología que en el 85% de las personas que se infectan con el SARS-CoV-2, el sistema inmune innato consigue doblegar al virus, mientras que en el otro porcentaje de infectados no ocurre así y la carga viral va en aumento y lleva a un estado de hiper inflamación, que en algunos casos puede acabar en la UCI e incluso con la muerte.
Cuando el cuerpo humano detectar una infección se deben activar el 100% de los linfocitos T CD4 y un 70% de los CD8, así como los anticuerpos IgG e IgA. En el caso de la COVID-19 los linfocitos T CD4 son los que generan los anticuerpos más efectivos. La baja activación de los CD4 se produce con la edad, de ahí que las personas mayores sean las más proclives a desarrollar la enfermedad de manera más grave. Sin embargo, no existe una relación entre la presencia de anticuerpos y la gravedad de la enfermedad, así que López Hoyos tiene claro que “lo fundamental son las células”.
De los estudios se deriva que aquella persona que haya pasado la COVID ya tiene una inmunización mejor y más completa que una persona vacunada. Esa inmunización se ve reforzada con una primera dosis de cualquier vacuna, pero que, como demuestran una serie de análisis, no aumenta en absoluto con la segunda dosis.
Todavía no se sabe, como recuerda el presidente de la Sociedad Española de Inmunología, cuánto dura realmente la inmunidad, es probable que la celular sea permanente para toda la vida, y por eso hay que tener cuidado con la sobrevacunación que podría suponer una tercera dosis en las personas que no hayan pasado la COVID-19 y una segunda en las que sí la han pasado.
Es consciente López Hoyos de que las vacunas tienen algunos riesgos asociados, pero se mueven en torno a una persona cada 100.000, o incluso menos cuando se trata de miocarditis y pericarditis, y por supuesto “la mortalidad asociada a cualquiera de las vacunas es muchísimo menor que la producida por la propia enfermedad”.