CURSOS DE VERANO

Emilio Bouza

Emilio Bouza inaugura de manera magistral los trigésimo cuartos Cursos de Verano de la Universidad Complutense

Fotografía: Alfredo Matilla - 5 jul 2021 21:47 CET

“Espero haberles demostrado que no hay nada nuevo bajo el sol; que lo que estamos viviendo ya lo hemos vivido”. Es el punto final a 45 minutos de brillante conferencia, de la más palpable demostración de que temas tan complejos como la inmunología, la microbiología, las enfermedades infecciosas, la muerte o el dolor pueden convertirse en relatos apasionantes, en ejercicios inolvidables de divulgación. Lo ha logrado Emilio Bouza, catedrático emérito de la Facultad de Medicina de la UCM y jefe del Servicio de Microbiología Clínica y Enfermedades Infecciosas del Hospital General Universitario Gregorio Marañón de Madrid. Su conferencia, titulada “2.000 años de pandemia”, ha inaugurado la trigésimo cuarta edición de los Cursos de Verano de la Universidad Complutense en San Lorenzo de El Escorial.

Al profesor Bouza le anteceden en el turno de palabra el director de los Cursos de Verano, Miguel Ángel Casermeiro; la directora de Public Policy y Servicios de Estudios del Banco Santander, Alejandra Kindelan, y el rector de la Universidad Complutense, Joaquín Goyache. Los dos complutenses coinciden en subrayar la vigencia de este “maravillosa” iniciativa que el recientemente fallecido rector Gustavo Villapalos puso en marcha en 1988. Goyache se compromete a mantener el legado e incluso a mejorarlo. Casermeiro a darle ese necesario impulso de renovación que ya en esta edición se hace palpable, y que le permitirá sobrevivir en estos convulsos tiempos de pandemia y postpandemia, que con optimismo ya anuncia: “Pandemia delenda est”.

 

La pandemia, por supuesto, está presente en esta edición; en sus protocolos sanitarios que rigen su día a día, y en su programación que, entre otros muchas cosas, analiza desde la vertiente sanitaria, económica y social los efectos del maldito sars cov-2. Pero los Cursos son mucho más, y sobre todo, como defiende el rector Goyache, son variedad, pluralidad y rigor académico. “Aquí hay libertad de cátedra y se huye del pensamiento único”. Y, por supuesto, “rodeado de buen ambiente, divertimento y cultura”.

 

Alejandra Kindelan, quien representa en el acto al patrocinador principal de los Cursos, tampoco ahorra elogios a la programación estival de la Complutense y su necesidad a día de hoy. Como explica, este mes de actividad que este 5 de julio ha arrancado en El Escorial, aúnan los tres factores que van a permitir a las sociedad recuperar el impulso que la pandemia les frenó: educación, responsabilidad empresarial y colaboración. En los Cursos de Verano la educación se sitúa en lugar de referencia y empresas como Banco Santander permiten con su contribución que la universidad, las administraciones y el propio mundo empresarial colaboren para avanzar de manera conjunta.

 

La infección, jinete del apocalipsis

Pero volvamos a Emilio Bouza y sus “2.000 años de pandemia”, que en realidad son muchos más. Y es que “la infección ha sido una desgracia para la humanidad a lo largo de la historia”, y aunque durante siglos la mayor parte lo asumió como un castigo divino por los pecados cometidos, ya desde hace varios siglos al principio unos pocos y hoy ya muchos más se dedicaron a buscar los porqués en la ciencia y también sus posibles soluciones.

 

Bouza considera la infección como uno de los jinetes de la apocalipsis, “unida a la guerra y al hambre”. Además, su presencia siempre avanzó cambios drásticos; Atenas cayó por una epidemia de fiebre tifoidea (según se demostró hace unos pocos años a través de PCRs realizadas a dientes encontrados en tumbas de fallecidos en esa época); el Imperio Romano de Occidente, por una epidemia de viruela; el de Oriente por la peste justiniana… Y, como dejó claro, y por supuesto con los datos en la mano, en la historia de la humanidad han sido muchos más los que han muerto por infecciones que los que directamente lo hicieron por los daños causados por las armas de los enemigos. Según indicó, en las guerras de la Antigüedad por cada muerto por arma enemiga, cien lo hacían por la infección causada. En la Guerra Civil estadounidense esa proporción bajó hasta un 10 a 1; en la I Guerra Mundial se llegó al equilibrio, mientras que en las guerras posteriores ya sí se consumo ese sorpasso empujado por la evolución de la medicina y de la ciencia en general.

 

Más datos: la peste antonina causó 7 millones de muertes; la justiniana, 60; la negra, 40; la gripe del 18 (mal llamada española, ya que como está demostrado, según explicó, se originó en un campo de entrenamiento norteamericano con día y hora), entre 50 y 100 millones de muertos; el Sida, 35 millones. Y por ahora, la Covid 19, 3 millones de muertos entre 300 millones afectados. “Sin duda, es la mejor proporción de la historia”, contextualizó.

 

Una historia con nombres de hombres… y mujeres

Bouza hizo un recorrido por la historia de los científicos que a lo largo de los últimos siglos han contribuido a desde la ciencia ir mitigando los efectos de este jinete del apocalipsis. Citó muchos y de cada uno de ellos la historia vital que les hizo dedicar su vida a la investigación. Entre otros, citó a Leeuwenhoeck, padre de la hematología, de la genética; al gran Louis Pasteur, sin cuya existencia pocos humanos y animales seguiríamos por aquí; a su archienemigo Roberto Koch, quien personalizó como pocos el rigor alemán y cuya contribución para solidificar las muestras no tiene parangón; a Fleming y su penecilina, Ehrlich y su “bala mágica” en forma de colorantes químicos, … Y también a mujeres que la historia no ha dado la importancia debida, como Lady Montagu, decisiva para inmunizar frente a la viruela o a la propia Isabel Zendal, “quien nunca fue enfermera pero sí ejerció como tal”, que cuidó de decenas de niños en el viaje que Carlos IV, María Luisa de Parma y Manuel Godoy aprobaron para vacunar contra la viruela por todo el imperio español.

 

¿El futuro? Investigación, trabajo, perseverancia y colaboración

¿Y el futuro? “Creo que hemos aprendido, sobre todo en solidaridad y buen hacer”, defiende, aunque avisa que “la ignorancia solo se arregla con investigación”. Y en España la situación no es muy prometedora: “Hay mal nivel investigador en las universidades. No se exige al profesorado un alto nivel investigador. Y no se recompensa la investigación”, sentenció. Solución, la misma que en 1898 propuso Cajal: “trabajo y perseverancia”. En la escultura “Los portadores de la antorcha”, que preside la plaza Ramón y Cajal de la Ciudad Universitaria, también se puede encontrar alguna idea. A lo largo de su vida el propio Bouza ha ido sintiéndose personajes de ella; primero fue quien recoge la antorcha, interpretada como el conocimiento que tiene que avanzar; después, más recientemente, quien desde el suelo entrega la antorcha, como quien ofrece el relevo, “pero ahora me fijo más en el caballo, sin el que ninguno de los dos se podría mover. Es la producción, el trabajo, los recursos, la industria, las empresas, sin los que no hay ciencia ni desplazamiento”.