CARA A CARA

Ana Curra, en San Lorenzo de El Escorial

Ana Curra: “El trap tiene puntos de referencia que pueden ser comunes con la Movida de los años 80”

Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Alfredo Matilla - 9 jul 2021 13:50 CET

Ana Curra ha participado en esta edición de los Cursos de Verano de la Complutense en la proyección y coloquio posterior del documental “Autosuficientes”, en la que se repasa la historia de la banda Parálisis Permanente, de la que ella misma formó parte. Curra es uno de los nombres míticos de la conocida como Movida Madrileña de los 80, ya que aparte de esa banda estuvo también en Alaska y los Pegamoides y Los Seres Vacíos.

 

En el acto celebrado en El Escorial, antes de la proyección y el debate, Miguel Trillo enseñó 40 imágenes de sus 40 años en la música. ¿Le pareció un bonito homenaje?

Sí, me lo tomé como un regalo, porque sé que se lo había currado de manera personal, y me pareció un detallazo por parte de Miguel. Ha recurrido a su archivo y como ha sido el fotógrafo documentalista por excelencia de aquella época, ha podido hacer un desfile de fotografías y de historia, con las que prácticamente hizo un minidocumental en diez minutos. Me pareció muy bonito.

 

¡Menuda época aquella! ¿Le queda mucho de los 80?

Me quedan algunos recuerdos, porque de otros no me acuerdo de nada (risas), y conservo muchos amigos de aquella época de plena juventud, en la que rompes la vida, descubres cosas y es cuando todo lo vives de una manera muy intensa, así que hay muchas cosas que son imborrables. Ahora, cuando he hecho “Ana Curra Presenta el Acto”, me he rodeado de amigos de aquella primera época que conocían un poco toda la esencia que teníamos, a nivel entusiasmo y espíritu, para no tener que explicar eso a nadie y que todo fluyera. Ahora veo que hay parte de la juventud que actúa buscando una finalidad económica, ser productivo, salir, ganar dinero… Pero nosotros éramos tan inocentes que solamente con hacer lo que deseábamos y romper con lo que te dictaban las normas y la familia ya nos parecía un triunfo y nos conformábamos con eso, con estar tocando en un grupo sin más, y que tu familia no lo viera como “¡Uf! Vas a ser un fracasado”. Ese espíritu de aquella época fue muy especial.

 

A raíz de esto que comenta, ¿qué pensó su familia cuando pasó de estudiar música clásica a tocar en grupos de música moderna?

Lo veían un poco raro, la verdad. Yo empecé por influencia de mis hermanos mayores que ya iban a ese tipo de conciertos, cuando estaba eclosionando el punk en Madrid, y allí conocí a Kaka de Luxe, me movía por el Rastro y, de pronto, un día en El Sol, Carlos Berlanga me introdujo en Alaska y los Pegamoides. En casa no sé ni siquiera si lo conté al principio, pero ellos iban viendo mi mutación, de nacer aquí en El Escorial, ir a un colegio de monjas con el uniforme, marcharme a Madrid y empezar a ver mi transformación, que primero fue física. Lo que pasa es que al principio yo seguía con mis estudios de Farmacia y mis estudios de piano, y eso les tranquilizaba un poco. Aquel año, el de mi transformación, coincide con el año de la Constitución española, cuando cambió toda España y me tocó vivir ese momento tan puntual, esa etapa de mi vida, saliendo de un pueblo, de un camino trazado a descubrir Madrid, pudiendo elegir dónde iba y con quién iba. Mi padre, por ejemplo, cuando salíamos de casa juntos me decía: “No me importa hija, pero tú ve antes, que yo voy después”. Y con eso ya te lo resumo todo (risas). Pero vamos, luego les iba presentando, y a mi madre la llevaba a los conciertos y les iba descubriendo ese mundo que ellos llevaban con extrañeza. Aquí, en el pueblo, me sentía un poco como la oveja negra y eso me hizo desaparecer un poco, venía sólo a dar clase en mi plaza de piano y luego me iba corriendo, porque no me gustaba nada, y me iba a Madrid, porque tenía que vivirlo todo y no me daba tiempo.

 

En la biografía de Joaquín Rodríguez, miembro de Los Nikis, cuenta que en aquella época nadie tenía ni idea de música. ¿Era usted una excepción?

A mí me gustaba mucho estudiar piano en el conservatorio y lo hacía con placer y con bastantes buenos resultados, así que creo que sí, que era de las poquitas que sabía música y por eso estaba en tierra de nadie. Aquí, en el conservatorio, mis compañeros alucinaban conmigo porque yo venía con esas pintas a dar clases y me veían como profesora de piano de segunda categoría porque si me gustaba aquello no podía ser buena, porque era un terreno resbaladizo para ellos y muy poco ortodoxo. Y luego, dentro de los grupos punk como Alaska y los Pegamoides fui muy bien acogida porque veían que resolvía y que me lo pasaba muy bien.

 

¿No le resultó complicado pasar de lo difícil a lo fácil, de Mendelssohn a tocar cuatro acordes?

Me adapté muy rápido porque me di cuenta de que con todo el bagaje que yo tenía sólo tenía que desestructurar cosas en la cabeza: todo esto que sabes ahora simplifícalo al máximo, tres elementos, tres acordes y diviértete. Y al final era la que más lo conseguía hacer, porque no estaba tan pendiente de dar la nota, sino que podía sentir el momento y ver a la gente cómo reaccionaba. Pero es cierto que me sentía distinta de mis compañeros, tanto en el conservatorio como en los grupos.

 

¿Cree que sigue habiendo desconocimiento musical en los grupos actuales?

Qué va, ahora la gente está muy preparada, los músicos tienen un bagaje increíble. Piensa que entonces en España no había escuelas de música, conservatorios había uno en Madrid y me acuerdo que cuando me matriculé, tenía que ir el día anterior y pasar la noche allí para hacer la matrícula. Ahora mismo cualquier chaval de 20 o 21 años tiene muchísima formación, hay miles de escuelas, talleres, cursos de verano… La gente además, con los Erasmus, entra, sale, se acostumbra a viajar. Nada que ver. Es un panorama totalmente distinto.

 

Ahora sigue dando clases de piano en el conservatorio de El Escorial. ¿Los alumnos conocen su pasado musical?

Yo nunca les digo nada. Doy clases a niños desde los 7 años hasta los 17, así que hay algunos que me vienen con el libro, con una foto de Alaska y los Pegamoides, y me dicen que le han comentado que esa soy yo, porque ya estamos en los libros de Historia. Otros de pronto  me dicen: “Mi madre me ha preguntado si tú eres Ana Curra, la Ana Curra”. Entonces te empiezan a bichear por Youtube y empiezan a alucinar, pero otros pasan y no se enteran de con quien han estado, porque yo nunca se lo cuento. De los que se enteran, muchos se sorprenden y otros no le dan ninguna importancia.

 

Con el paso del tiempo hay gente que duda de la relevancia de la Movida, ¿fue realmente un momento especial a nivel cultural?

Sí, sí, allí estaban los locales, el periodismo musical, la gente del cine, de la pintura, de la música… En los ochenta nos movíamos todos como si fuéramos uno a nivel vital, a base de estímulos. Ten en cuenta que había muy pocos estímulos y nos concentrábamos todos en los mismos sitios de Madrid donde se producían, o escuchando una emisora de radio, todos conectados a la misma hora, para oír Onda Dos y luego Radio 3, los programas de Ordovás y Julio Ruiz.

 

¿Qué había más en los años ochenta: sexo, droga o rock & roll?

Nos tocó vivir un momento donde había que deconstruir muchas cosas, no sólo lo de la formación musical, sino que también había que hacerlo con los tabúes de la sexualidad, por la formación que habíamos tenido, la mayoría de nosotros religiosa, con muchos bloqueos mentales. Coincidió aquello en que fueron unos años de libertad, o más que eso, lo que ocurre al morir Franco es que se destapa el champaña que lleva presionado años en la botella y queremos vivir todo lo que nuestros hermanos mayores nos han contado que no han podido vivir. Eso late en el ambiente y todo cambia a nivel político, a nivel sexual, a nivel religioso y a nivel de drogas, que aparecen en masa en esos años. Tampoco teníamos la información sobre lo perniciosas que eran, pero a lo mejor aunque la hubiéramos tenido, lo hubiéramos vivido igual. Todo se dio en paralelo y no se puede negar que en la Movida las drogas estuvieron entre nosotros, todos las probamos, todos tuvimos nuestros problemas, estuvimos más o menos tiempo luchando, saliendo, otros quedándose. Eso estuvo en el camino, sin duda alguna.

 

¿Cree que se podría producir otro momento como aquel?

Creo que dos movimientos no se pueden producir de la misma manera, aunque hay hasta tesis universitarias que hacen comparaciones entre la generación del 27 y la del 80. A lo largo de la Historia ha habido muchos movimientos rupturistas y coinciden siempre con movimientos políticos y sociales específicos y concretos, no creo que una generación, de forma espontánea, genere en el campo artístico algo si no le acompañan unas circunstancias espaciotemporales. Aquí se dieron porque salíamos de una dictadura, veníamos de la crisis del petróleo, había mucha precariedad a todos los niveles, falta de información, mucho deseo de la gente joven por salir de los grises en los que habíamos visto vivir a nuestros padres y nuestros hermanos mayores, huir de los palos que se llevaban de los “grises” y de la represión a nivel ideológica.

 

Ahora no hay todo eso, pero sí también una importante crisis socioeconómica.

Sí, claro, yo creo que todo el trap que ha salido a nivel barrios es también una respuesta a algo social que estamos viviendo. No es exactamente igual, pero el trap tiene puntos de referencia que pueden ser comunes con la Movida de los años 80. Es un movimiento que surge en los barrios, porque ven en las redes sociales que te puedes hacer rico en cuatro días, tienes la posibilidad de montar un estudio en tu casa, te gusta la música, no quieres ser como lo que les ha tocado a tus padres de trabajar catorce horas diarias y sin salir del barrio jamás, sin tener unas vacaciones… Son otros componentes, pero son revueltas sociales que te permiten leer el momento que estamos viviendo.

 

En aquel momento había música, fanzines, exposiciones, fotografía, literatura, cine… ¿Os molesta un poco a los que vivisteis aquella época que ahora todo se focaliza en unos pocos nombres, tipo Almodóvar?

La Historia habla, normalmente, de los que han triunfado, pero luego hay una cara B, que es el otro lado de la Movida, de gente que a lo mejor no ha salido, por el azar, porque no se han dado las circunstancias adecuadas o porque su ambición no era esa y se han quedado en el anonimato o en lo menos visible, aunque entre ellas había personas geniales. Hoy día, eso ya se está revisionando a nivel de documentales, recuperaciones de discos y relectura de todo ese lado B de grupos que no pudieron profesionalizarse, pero fundamentalmente porque muchos lo que sólo querían era vivir el momento.

 

Hay grupos como Parálisis Permanente que ahora tienen un revival, con claras referencias en grupos actuales como Carolina Durante, tanto en su puesta en escena como en algunos de sus vídeos. ¿Cree que siguen siendo un grupo influyente?

Hace poco un grupo de metal gallego, Balmog, bastante infernales y oscuros me pidieron una canción, que creo que son los primeros que han revisionado de Parálisis Permanente, que se llama “Esa extraña sonrisa”, que es la más oscura de todo el afterpunk y de toda la historia del pop español. Es curioso ver que grupos pop, metal, punk o britpop están de acuerdo en que les gusta Parálisis Permanente, porque tiene un legado de canciones que ha calado mucho más allá del estilo propio en el que estuvo. Me agrada mucho, claro, porque cuando hicimos aquel disco no pensábamos que iba a tener esa trascendencia y que el grupo se iba a convertir en un grupo de culto que se mueve por el subsuelo, a otro nivel, enlazando eslabones a través de las generaciones.

 

Su vuelta a los escenarios fue en un Universimad hace ya una década. ¿Cómo lo vivió?

Aquella fue una propuesta que hice con Digital 21 y fue muy arriesgada, y eso me atrajo mucho, porque era un reto que era juntar electrónica y piano. Todavía no estaba el disco lanzado, estábamos metidos en la composición, pero nos propusieron ese Universimad, e hicimos una representación de lo que iba a ser el disco. Aquella propuesta fue totalmente innovadora porque era un estilo único en España.

 

Ha contado alguna vez que en los ochenta, cuando se giraba por España, el público era bastante violento. ¿Se ha civilizado el país un poco?

Ha cambiado muchísimo, solamente las infraestructuras y las carreteras ya han cambiado una barbaridad, ahora puedes llegar a muchos sitios en AVE o puente aéreo, mientras que antes podías tardar doce horas en llegar a un pueblo de Galicia, porque entrabas en Galicia y las carreteras eran terroríficas. O subías la guitarra para ir a Barcelona en un puente aéreo y la guitarra no estaba porque se había perdido. Todo eso ya no ocurre y además los conciertos se seleccionan de una manera más lógica y más coherente. La España profunda ha cambiado mucho, en parte gracias a nosotros, porque con el tiempo me han comentado, sobre todo chicas, que cuando llegábamos a tocar Alaska y los Pegamoides les cambiábamos la vida, les despertaba la idea de que si nosotras podíamos, ellas también. Incluso así, cernícalos y brutos sigue habiendo en todas partes, además hay una pequeña involución enmascarada con un partido que tenemos legítimamente en el Congreso, y eso cala en la sociedad. Aparentemente son más educados, pero verbalmente y en su cabeza son unos enfermos y eso nos presenta un peligro enorme, tremendo, que no hay que perder de vista, porque está enmascarado y su discurso es horroroso y terrible para todos los que venimos de ganar libertades. No me puedo creer que el ser humano olvide tan pronto, porque estos vienen y son exactamente iguales que aquello que habíamos vivido, o peor.

 

Como demuestra su currículum, ha sido muchas cosas en su vida: profesora, música, musa de fotógrafos, incluso peluquera amateur con sus amigos. ¿Le queda ser santa o beata?

Lo de la peluquería fue mucho morro que tenía yo (risas) y lo de santa y beata ya lo he sido. Vengo de un colegio de monjas y todas las vidas de las santas me fascinaban, de niña me producía una auténtica fascinación y cuando te metes en sus obras y sus vidas ves que tenían una categoría impresionante, y todo eso me ha quedado y de ahí vive mi canción “Quiero ser santa”, porque eso de levitar por las mañanas debe ser genial (risas). En la canción le di una vuelta de tuerca, pero eso realmente viene porque te has significado y te has empapado y además que yo soy de aquí, de El Escorial, un sitio muy telúrico, muy espiritual. Yo no me enmarco en la religiosidad de la Iglesia católica, pero sí soy una persona muy intuitiva y con una mirada más de piel y de dejarme vibrar por la toxicidad del radón, que también pone (risas). Este sitio influye mucho. Si vienes un día de verano parece muy flipante, pero llegas un día plomizo de invierno y puede ser más flipante todavía, te puedes sentir muy extraña y muy rara, entiendes que Felipe II construyera esto en un sitio tan oscuro, con tantas corrientes subterráneas.