NUESTRA GENTE

El profesor Alario en el homenaje que le rindió la Facultad de Químicas en octubre de 2022

Hasta siempre, profesor Alario

Texto: Alberto Martín, Fotografía: Jesús de Miguel - 26 ago 2024 17:46 CET

Este 26 de agosto ha fallecido Miguel Ángel Alario, catedrático emérito del Departamento de Química Inorgánica, uno de los más insignes profesores e investigadores de la historia de la Universidad Complutense, reconocido el pasado mes de enero con la Medalla Complutense al Mérito Docente e Investigador. El profesor Alario puso en marcha en la Universidad Complutense a finales de los 70 y comienzos de los 80 una disciplina que en España no existía: la Química del Estado Sólido. Por su trabajo e investigaciones recibió, entre otros muchos, el Premio Real Academia de Ciencias (1984), Premio Rey Jaime I (1991) y la Medalla de Honor de la Real Sociedad Española de Química (1996).

 

Fue presidente de la Real Academia de Ciencias de España, miembro de la European Academy of Sciences (EurASc) y decano de la Facultad de Ciencias Químicas.  A esta llegó como estudiante en 1959, luego se convirtio en su profesor y después en su catedrático. Aún el pasado curso, ya con 82 años, raro era el día que no la visitaba para seguir el día a día del grupo de investigación que él mismo fundó. Ambos, Facultad y grupo de investigación, organizaron en octubre de 2022 un homenaje académico al profesor Alario con motivo de su 80 cumpleaños. También fue director de los Cursos de Verano de la Universidad Complutense en San Lorenzo de El Escorial, experiencia que, como él solía repetir, había disfrutado como pocas otras.

 

Con motivo de la concesión de la Medalla Complutense al Mérito Docente e Investigador, de la que hasta ahora es su único poseedor, el propio profesor Alario preparó una auto entrevista sobre su vida, que envió a Tribuna Complutense para "que publiquéis cuando mejor considereis". Nos gustaría haber tardado mucho más tiempo en hacerlo y, sobre todo, que hubiera sido por otro motivo. Hace unos pocos meses nos llamó para pedirnos unas fotografías que le habian pedido de otra universidad madrileña, "que yo creo que me va a hacer honoris causa", nos adelantó. Quedamos en que si eso ocurría o si no, con cualquier otro pretexto, publicaríamos la entrevista. Él creía que su vida podía servir de inspiración y, quizá ejemplo, a las nuevas generaciones que tienen que continuar haciendo grande la universidad a la que tanto amó, su casa, su Complutense. Bajo estas líneas publicamos un extracto de su auto entrevista y un enlace al texto completo con la selección de fotografías que él mismo consideraba que mejor podían resumir su vida y su trabajo.  

Hasta siempre, profesor Alario. Hasta siempre, Miguel. Hasta siempre, amigo. Hasta siempre, maestro.

 

        

¿Qué esperaba encontrar en la Universidad?

La verdad es que mi intención en ese momento, finales de los cincuenta, en una España pobre, era estudiar Física o Química para ser Catedrático de Instituto, quizá en parte influido por la tradición familiar en la enseñanza, ya que mi padre y mis dos abuelas eran maestros nacionales. Curiosamente, las abuelas eran, una palentina y la otra aragonesa, y ambas obtuvieron por oposición nacional a finales del siglo XIX escuelas en Carabanchel Bajo; desafortunadamente no se llegaron a conocer... Más adelante, precisamente el 16 de julio de 1936, mis padres, un hijo de la primera y una hija de la segunda se casaron en Madrid y de ahí procedo.

Pero el factor fundamental fue, muy probablemente, el ejemplo de los estupendos catedráticos del Instituto de San Isidro, del que fui alumno, libre en el bachillerato elemental y oficial en el superior. La inmensa mayoría eran excelentes, vocacionales, bien formados, en general esforzados y entusiastas y con un afán claro de que aprendiéramos; varios eran, a la vez, catedráticos de instituto y adjuntos o catedráticos de universidad, o daban clases en colegios privados: pluriempleo, pues; recordemos que se pagaba poco…y no solo a los maestros de escuela. Hay que decir que las clases eran numerosas -porque no había numerosas clases... Por ejemplo, en sexto curso éramos ochenta y tres alumnos, solo chicos, en una misma aula y los profesores iban cambiando hora a hora. Casi ochenta alumnos de Ciencias y siete de Letras, por cierto. Y la disciplina era automática. Ah , y las notas las cantaba el bedel al final del curso y se publicaban en el tablón de anuncios. En mi opinión, un estímulo.

 

¿Y la Química?

Al acabar selectivo me decidí por la Química porque había más horas de laboratorio y yo siempre he tenido afición por los aparatos y equipos, no solo de laboratorio, también arreglar una plancha, él coche y cosas así. De todas maneras, de las 17 asignaturas que había en el plan de estudios, había tres asignaturas completas de Física, dos de Matemáticas y una que era común a las dos licenciaturas. Con lo   que los químicos éramos también algo físicos, Y sí, se puede decir que soy un químico experimental.

En los dos últimos años de carrera construí los dos equipos que utilicé para tratar y medir las muestras estudiadas en mi tesis doctoral: Los fosfatos de Aluminio y agradecido estoy, y mucho, a mi director de tesis, el Dr. Andrés Mata Arjona que me guio por esos senderos.

En la misma línea, a partir de mi vuelta a España, tras los estudios post-doctorales, Iniciamos el grupo de investigación en Química del Estado Sólido y empezaron a llegar tesinandos y doctorandos, un plantel magnífico, sin el cual poco hubiera sido posible. Instalamos unos muy avanzados equipos echando a andar el Centro de Microscopía Electrónica Luis Bru en la Facultad y también un Laboratorio de Altas Presiones, único en España, cuyos instrumentos y equipos se compraban, prácticamente, llave en mano...Los tiempos habían cambiado, desde luego y uno se podía dedicar, directamente a lo científico: a preparar nuevos materiales, como los superconductores de alta temperatura y a estudiarlos en condiciones variadas, que dieron mucho juego. En esas líneas de investigación se nota mi cercanía a la Física y, sobre todo, a los físicos, grandes amigos.

                                  

La medalla es al Mérito Docente e Investigador...

Efectivamente, y eso la hace mucho mas interesante. En la Universidad, uno no se puede dedicar a explicar y menos aún a describir, una asignatura tal como está en un libro de texto, ya empaquetada y casi terminada(¡); hay que contar las cosas desde la perspectiva de que la Ciencia está siempre en marcha, podemos decir que es un perpetuum mobile.

Y, aunque esto no significa que haya que describir en detalle, en clase, hasta el último antibiótico descubierto o el cometa que nos haya visitado recientemente, sí que hay que ponerse al día continuamente y transmitir una visión moderadamente actual de la disciplina y, si cabe, enseñar datos e ideas de la propia investigación. Eso, sin duda alguna, es además gratificante para el docente. Por ello no se entiende la figura de un profesor universitario que no investigue. Ese caso representa la antítesis de la misión de la universidad. Y, por cierto, que no abunda poco...

Y en relación con la carrera científica, ha habido, desde luego muchas satisfacciones y premios diversos nacionales e internacionales. Si tuviera que resaltar uno, sería, probablemente el haber organizado y presidido la Conferencia Gordon en Química del Estado Sólido en la Universidad de Oxford en 2003.

Otro de los asuntos importantes de la docencia es hacer que los alumnos nos entiendan, ponerse a su nivel, hacerlo ameno y -en cierto modo relajado. No es suficiente entenderlo nosotros y, peor aún, cuando eso tampoco ocurre, que ocurre. Yo, desde luego, disfrutaba mucho en clase, y me parece que los alumnos también. Al dejar de dar clase hice una estimación y creo haber enseñado lo que sabía de Química a cerca de 9.000 alumnos...

También desarrollé un periodo importante de gestión siendo director de Departamento y, poco después Decano de la Facultad (1986-94). Ambas experiencias fueron muy importantes y encajaban en la idea que tengo de que todos tenemos que apoyar, dedicando tiempo y esfuerzo a la Institución en la que trabajamos. Ello me permitió, además, participar en la entonces llamada Junta de Gobierno bajo el mando de cuatro rectores, los distinguidos profesores amigos y compañeros, Amador Schuller, Gustavo Villapalos, Arturo Romero -este interino- y Rafael Puyol. Toda una experiencia y cuatro personalidades muy diferentes. Eso sí: todos ellos dedicados intensamente al empleo rectoral.

En ese periodo tuvimos varias visitas de personajes importantes y uno de ellos, la primera ministra británica, que era Licenciada en Química por Oxford, fue recibida con todos los honores y fui encargado del discurso de salutación.

Otra actividad que tuve la fortuna de llevar a cabo en la UCM fue mi participación como Miembro del Consejo Académico del Real Colegio Complutense en la Universidad de Harvard, desde sus principios, a finales de los años 80 hasta 2012. Inaugurado por los Reyes Juan Carlos I y Sofía en 1990 es una institución de gran importancia y prestigio, que permite intercambios entre las dos universidades y concede becas en ambos sentidos.

Un auténtico privilegio, para los que en el participamos y, desde luego para nuestra Universidad Complutense, ya que es la única que tiene una institución semejante en la que ciertamente, aunque no es tan antigua como la nuestra, es la primera universidad del mundo y no solo en ciencias jurídicas, como se piensa a menudo, sino en todas las áreas del saber. Puedo asegurar que las reuniones de dicho consejo, dos anuales, una a cada lado del Atlántico era de lo más interesante y provechoso.

También fui Patrono de la Fundación Complutense y coordinador de su área de Ciencias, editando cuatro volúmenes con las líneas de investigación que se cultivaban en las cuatro áreas tradicionales:  Ciencias Experimentales, Ciencias Sociales, Ciencias de la salud y Humanidades. Otra labor interesante, reunir en unos textos comunes todo el esfuerzo investigador de la mayor universidad de España.

Hay otro aspecto de la enseñanza que me gustaría mencionar, por la gran relevancia que ha tenido y aún tiene en nuestra Universidad: Los Cursos de Verano de El Escorial, en los que también participé ampliamente: inicialmente como director de un curso, para seguir como coordinador de ciencias y después como director general, el primer científico en serlo. Se trata, como es sabido, de cursos y seminarios de corta duración, entre un par de días y una semana, presenciales y, mejor aún, residenciales y apoyados por generosas becas, y salpimentados con actividades culturales variadas como teatro, cine, conciertos..., sin olvidar las tertulias que espontáneamente surgían en la célebre terraza del Hotel Felipe II.

Unos Cursos de Verano que se implementaron en los años 90 en nuestra Universidad y que ahí siguen dando juego. Cabe recordar que Lord Hugh Thomas, el célebre historiador de la Universidad de Oxford, los calificó como “el mejor festín cultual del verano europeo”

Aquí sí que cabe una enseñanza algo más distendida, aunque por supuesto siempre rigurosa, tanto en el contenido como en la docencia. Se trata de temas de amplio espectro -lo que a veces se denomina, algo ampulosamente, como de alta divulgación- pero que abarcan temas que pueden ser generales o específicos y, en general, no cubiertos en la enseñanza oficial, reglada. Se caracterizan también por un profesorado no necesariamente procedente del estamento académico sino de la sociedad en general  suelen tener una gran acogida.

 

¿Es duro el trabajo del profesor universitario?

Pues, francamente, creo que no. Yo tengo la fortuna de disfrutar mucho tanto en la docencia como en la investigación y por eso recuerdo a mis alumnos -y a mis compañeros también- la frase de Confucio: “Encuentra un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar nunca”, que vale para profesores y alumnos...y, en realidad, para todo el mundo. En ese sentido he trabajado efectivamente “poco”, pero en el sentido habitual he trabajado mucho. Otro de los valores a inculcar a los jóvenes es el del esfuerzo. Quizá igual que decimos “una persona de mucho talento” deberíamos utilizar “una persona de mucho esfuerzo”. El esfuerzo es, en mi opinión, un don tan valioso como aquel. Y, naturalmente, cuando van juntos se consigue casi todo. Yo creo, sinceramente, que soy más bien del segundo bloque.

Volviendo a la pregunta, creo que no es un trabajo duro, ni en términos absolutos ni, sobre todo, en términos relativos; es más bien un trabajo extraordinario e incluso, si se llega sin realmente desearlo, acaba gustando y, si como se debe, se toma en serio, da lugar a vocaciones tardías. Desde luego ofrece muchas satisfacciones y pocos sinsabores.

 

Y ¿qué hay del futuro?

De mi futuro, supongo me pregunta, porque el de la Humanidad no es fácil de prever así, a bote pronto. Decía Niels Bohr, uno de los primeros padres del modelo atómico, que “las previsiones son muy difíciles de hacer, sobre todo si se refieren al futuro...” Pero el futuro individual, el nuestro, es algo más fácil de prever: para empezar, el futuro empieza todos los días. Se trata de tener claro lo que se pretende y ponerse a conseguirlo. Las circunstancias juegan su papel, claro está, como nos enseñó otro ilustre complutense, el catedrático D. José Ortega y Gasset; pero con buen juicio y esfuerzo, ¡siempre hay que esforzarse! uno llega a sortear las malas y a aprovechar las buenas. Lo cual no quiere decir que sea fácil. Pero hay que seguir adelante, luchando.

En mi caso, he alcanzado una velocidad de crucero...moderada. Sigo muy interesado y motivado por la Ciencia, y leo mucha, y también literatura e historia, y aun periódicos y oigo más radio, sobre todo música, que veo televisión.  También, procuro informarme de lo que hacen los científicos del grupo que tiempo atrás, en 1974, como decía, formamos en mi entorno, y que sigue desatacando en la Química de Nuestro Tiempo, como suelo llamarla parafraseando al propio Ortega, quien lo empleaba para la filosofía; los veo y hablamos de sus resultados de cuando en cuando. También estoy intentando escribir un libro...de Química.

 

Hay que seguir adelante mientras el cuerpo aguante…

Uno de mis personajes favoritos, y ejemplo a seguir, es el del Premio Nóbel de Química John B. Goodenough, uno de los inventores de la batería de litio, que lo recibió en 2019 ¡a los 97 años! el más anciano de la historia, y el verano pasado celebramos sus cien años, con un gran congreso allí, en la Universidad de Tejas, donde aún va de vez en cuando a su despacho.

Otro es, ciertamente, el de Roald Hoffman, nacido en 1937 -en su propia expresión: en una familia judía feliz en los días negros de Europa. Superviviente de las persecuciones a los judíos, en las que asesinaron a su padre, y que estuvo escondido en una buhardilla los tres últimos años de la segunda guerra mundial, también Nóbel de Química en 1981, con 87 años.

Hoffman presentó el pasado 19 de enero de 2023, en la Escuela Politécnica Superior de Orihuela y el 26 en la Sociedad Catalana de Química, en Barcelona, la edición bilingüe inglés-español, de su sexto libro de poemas: “Los hombres y las moléculas” y, como se ve en las fotografías, sigue en plena forma, en esta su “segunda actividad”. Da la sensación de que, en el extranjero, se fijan menos en la edad...Y no lesva mal, por cierto.

Y hay también muchos casos en España, por ejemplo, D. Ramón Menéndez-Pidal, erudito y presidente de la RAE, llegó en plena actividad a los 99 años...Y también el profesor Ramón Carande, celebrado por su obra maestra “Carlos V y sus banqueros” que también alcanzó la edad provecta y vivió casi 100 años.

Los académicos suelen ser longevos...De hecho un estudio de la Academia de Medicina de Francia llegó, tiempo atrás, en los años ochenta del siglo pasado,  a esa conclusión, tras un estudio estadístico de los miembros del “Institute de France”, cuna de “les Immortels” lo que, por cierto, desde hace poco lo es el gran Académico hispano-peruano Mario Vargas Llosa, que nos visitó en los Cursos de El Escorial en un par de ocasiones.

Obviamente, alcanzar esas edades en buena forma es un privilegio que no todo el mundo tiene. Por ejemplo, los magníficos científicos y brillantes profesores Mario Molina, premio Nobel de Química en 1965 y Harry Kroto que lo obtuvo en 1966, ambos Doctores Honoris Causa por nuestra Universidad, fallecieron a los 77 años, en la plenitud de su carrera.

Pero, claro está, el continuar activo no es exclusivo de gente tan valiosa, cualquiera podemos intentarlo y ciertamente da sabrosos frutos. Y no hay que olvidar lo físico: andar, nadar, hacer gimnasia, y también leer, conversar, ir al teatro y a conciertos, viajar por España, frecuentar amigos... todo ayuda.

Por cierto, que en España hay cerca de 20.000 centenarios. Así que yo me animo, ya que solo tengo 82...

Y me gustaría incluir, antes de terminar, una reflexión positiva que vi no hace mucho en Internet: Fuerte es el que no se da por vencido en sus sueños a pesar de las dificultades del camino

 

PDF de la auto entrevista completa del profesor Alario con motivo de la concesión de la Medalla Complutense al Mérito Docente e Investigador