REPORTAJE
Inteligencia artificial y universidad: entre oportunidades y riesgos
Fotografía: Jesús de Miguel - 21 feb 2023 16:39 CET
ChatGPT. Es el gran bombazo mundial de los últimos meses. Un chat basado en inteligencia artificial (IA), disponible en la web para cualquier usuario, capaz de mantener conversaciones y responder preguntas en distintos idiomas sobre prácticamente cualquier tema, en el tono y la extensión que se le pida. También resuelve problemas de matemáticas, física o químicas -por citar los más demandados-, genera líneas de código para desarrollar aplicaciones informáticas con usos concretos e, incluso, por ejemplo, es capaz de componer canciones o poemas. Eso sí, a veces la lía, confunde temas o da información errónea. De acuerdo con los expertos, esto es normal: está en fase de aprendizaje. De hecho, siempre lo estará. Bienvenidos a la Inteligencia Artificial, con todo lo que ello significa: un mundo de oportunidades y... de riesgos.
Contextualicemos. ChatGPT es el actual resultado del trabajo desarrollado por OpenAI, una organización creada en 2015 por conocidos gurús como Elon Musk o Sam Altman para “sin ánimo de lucro” construir una “IA amable”. En 2018 la entrada de Microsoft viró la organización en empresa y desvinculó del proyecto a Musk, quien por cierto ahora la maldice y considera "uno de los mayores riesgos para el futuro de la civilización”. Se dice que Microsoft ha invertido ya más de 1.000 millones de dólares en el proyecto y que ha llegado la hora de cambiar la dirección del dinero. El 30 de noviembre ChaptGTP se abrió al mundo, asombrándolo por sus espectaculares habilidades. Poco después salió la versión ChaptGPT Plus, ya de pago.
Este 20 de febrero, organizado por el grupo de investigación “Antropología, Diversidad y Convivencia”, se ha celebrado en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología el “Conversatorio IA y Universidad. La robotización del trabajo intelectual. Impacto y perspectivas de la inteligencia artificial (IA/ChatGPT) en docencia e investigación”. Junto a tres integrantes de este grupo -José Ignacio Pichardo, quien ejerció de moderador, Mónica Cornejo y Olga Mancha- han participado en el debate el experto en IA Julián Simón, el asesor del Vicerrectorado de Calidad y especialista en innovación educativa, David Carabantes, y la profesora de la Facultad de Informática de la Universidad Politécnica de Madrid Raquel Cedazo. Alrededor de cincuenta personas siguieron la sesión on line, treinta de manera presencial, y quien lo desee puede hacerlo cuando quiera en el Aula Abierta del Centro de Formación del Profesorado.
Y es que para la Universidad la aparición de ChatGPT –y poco después de Bing Chat, versión del buscador de Microsoft que incorpora IA- abre un mundo de posibilidades, aunque también de riesgos o “malos usos”, a los que solo con formación y “pensamiento crítico”, como coincidieron en señalar los ponentes, se podrá hacer frente. O no. “Estamos hablando de lo que hace a día de hoy. De las inexactitudes o aciertos. Pensar en lo que va a hacer dentro de unas semanas o meses. Va a ser espectacular. A día de hoy no somos capaces ni de verlo ni de intuirlo. Esto va a dar una vuelta a gran parte de lo que conocemos, incluidas las profesiones. Nos vamos a tener que reinventar”, postula Julián Simón. “Si le preguntas a ChatGPT cómo va afectar la IA a la Universidad, una de las cosas que dice es que quizá reducirá el número de profesores...”, comentó Olga Mancha, en otro momento del conversatorio. “Aunque yo creo que no. Será una herramienta más”, desea.
Vayamos por partes. ¿Qué utilidad tiene ChatGPT en la universidad? Varios de los participantes en la mesa, antes de dar su opinión ofrecen datos. ¿Aprobaría esta IA estudios universitarios? La profesora de Ingeniería de Sistemas y Automática de la UPM, Raquel Cedazo, asiente. Ha suministrado al chat el enunciado de un ejercicio de programación de una app para resolver un problema concreto, que formuló a sus estudiantes en un reciente examen, y ChatGPT lo ha resuelto de manera brillante –explicando incluso porqué toma unas decisiones y no otras- en apenas unos segundos. En cambio, Mónica Cornejo asegura que las respuestas dadas por el chat a un examen sobre antropología de las religiones que le propuso, apenas le valdría para sacar un 1. En un término medio se sitúa la investigación que está llevando a cabo David Carabantes, quien desde la puesta en abierto de ChatGPT el 30 de noviembre, le ha suministrado cientos de exámenes de formación sanitaria especializada para ver las posibilidades que puede abrir la IA en este campo, con un porcentaje de acierto de entre 50 y 60 %. También ha “examinado” al chat de la EvAU y está en espera de que correctores de la prueba la pongan nota.
Como advierte, Julián Simón, estas son sus evaluaciones a día de hoy, pero no de mañana, ni de la semana que viene, ni mucho menos de dentro de unos meses. ChatGPT tiene volcada toda la información contenida en Internet hasta finales de 2021 y “175.000 millones de parámetros configurados”, según informa el experto. Pero además de buscar en esa información y ofrecer sus respuestas de acuerdo a la “moda” -la respuesta más frecuente- que encuentre, el sistema aprende de la interacción constante que recibe. De hecho, esa es la razón por la que se lanzó una versión gratuita en abierto: que millones de usuarios de todo el planeta la entrenen. Simón, no obstante, advierte de que la última palabra la tienen las empresas que desarrollan ChatGPT y la menos de una decena de programas parecidos que se calcula que se están desarrollando en la actualidad, por cierto, por empresas radicadas tan solo en dos países: China y Estados Unidos.
De hecho, en la actualidad ChatGPT ya está programado para no utilizar lenguaje altisonante, obsceno, etc. Esto, en ocasiones, como cuenta la profesora Olga Mancha, le hace caer en la censura. Mancha cuenta que hace unas semanas pidió al chat, utilizando lenguaje un tanto teórico, información sobre el avance del turismo gay en el mundo. La aplicación le negó la información esgrimiendo “contenido ofensivo” en la petición. Sin embargo, diez días después la docente complutense volvió a hacer la solicitud a ChatGPT utilizando un lenguaje menos técnico, y este le suministró un artículo bastante completo sobre el tema.
Volviendo a lo de su utilidad en la universidad. Raquel Cedazo explica que aunque esa capacidad para aprobar exámenes ya está haciendo replantear en su centro la decisión de dejar a sus estudiantes utilizar el ordenador en los exámenes, sí que tiene otras ventajas, como por ejemplo, la de utilizar en clase esas explicaciones que la IA da de sus decisiones para comentarlas y discutirlas con sus estudiantes. Para los profesores también puede suponer ventajas. Olga Mancha incide en la descarga de tareas “automáticas” que quitan tiempo a los docentes –como corrección de exámenes, redacción de programas de las asignaturas, búsqueda de bibliografía actualizada...- pero advierte que su uso, por ejemplo, en la redacción de artículos científicos no está a la altura de lo demandado en la universidad. No obstante, “el potencial es enorme”, valora.
Lo que ya han comenzado a aparecer son los programas capaces de detectar si un texto ha sido redactado por IA. David Carabantes informa de que el denominado GPTZero, desarrollado por un estudiante de Princeton, ya está disponible. No obstante, según aporta Mónica Cornejo, quizá esta facilidad para redactar artículos científicos, mejores o peores, esa posibilidad de “robotizar el trabajo intelectual”, hace que este sea el momento para reflexionar. De acuerdo con la profesora Cornejo, la “inflación” de artículos de investigación que vivimos debe “hacernos encontrar el sentido de lo que hacemos”.
El problema no es solo “pillar” a los que se sirvan de la IA para engañar, sino quizá es mucho más profundo y complejo: ¿qué intereses se pueden ocultar en las respuestas únicas que ofrece un programa como ChatGPT? Simón advierte que las empresas están empezando a tener necesidad de monetizar su inversión y, además, de cobrar por su uso, pronto desembarcará la publicidad. ¿Y si las respuestas conducen hacia una necesidad de consumo, hacia una marca y no a otra...? ¿Las respuestas correctas solo serán para los usuarios de pago? No obstante, el propio Julián Simón ve en las universidades una posible solución. “Yo las preguntaría: ¿Qué vas a hacer tú por tu país?” Simón las encomienda implicarse en el desarrollo de la IA, en desarrollar las herramientas que sean útiles al progreso del conocimiento, a salvaguardar un interés general más necesario ahora que nunca.
Usar bien aplicaciones como ChatGPT, maximizar sus posibilidades y reducir sus riesgos. Ese debe ser el objetivo. Y tiene una única vía: la formación. Para profesores y para estudiantes. Aunque quizá, antes, haya que hacerse otras preguntas: “¿Los educamos para utilizar estas herramientas o para competir con ellas? ¿Cuál es el papel de los humanos?”, reflexiona Mónica Cornejo. Ella misma pone como ejemplo lo que sucedió hace décadas con la aparición de las calculadoras, que parecían condenar a los estudiantes a dejar de aprender cálculo. “Mi impresión es que con esto pasará algo parecido”, se responde la propia antropóloga social. Su compañera Olga Mancha cierra el debate con un fragmento de una canción de Jorge Drexler: “Dime qué debo cantar, algoritmo. Sé que lo sabes mejor, incluso, que yo mismo”. La música siempre va por delante.