CV / EXTRAORDINARIAS

James Rhodes, durante sus reflexiones

James Rhodes, entre la música y sus ideas

Texto: Alberto Martín, Fotografía: Francisco Rivas - 2 jul 2025 16:08 CET

James Rhodes es conocido por sus extraordinarias capacidades como pianista, pero también por decir siempre lo que piensa. Esto segundo, como él mismo reconoce, a veces le ha traído problemas –“rojo de mierda”, “vete a tu país”, son algunas de las lindezas que suele escuchar, sobre todo por las redes sociales-, pero siempre le ha compensado, no solo por sentirse totalmente integrado en un país en el que ha “aprendido a vivir y no solo a existir como hacía en Londres”, sino también al lograr que su gran lucha en estos últimos años, la de la protección de la infancia, se haya plasmado en una ley, la más avanzada del mundo en este campo, que defiende con pasión.

 

Rhodes ha participado los días 1 y 2 de julio en la trigésimo octava edición de los Cursos de Verano de la Complutense. Primero, ofreciendo un extraordinario concierto de piano en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, y a la mañana siguiente dando sus opiniones en una conversación que ha mantenido con la directora de los Cursos, Natalia Abuín, en un acto celebrado en Real Coliseo Carlos III de San Lorenzo de El Escorial. Sin pelos en la lengua –Rhodes es un enamorado de los dichos y expresiones del castellano- el “pianista, escritor y filántropo”, como se le presentaba en el cartel anunciador, no ha eludido ninguno de los muchos temas que le fueron proponiendo la directora y el público asistente.

 

Que Rhodes es feliz en España, en Madrid, es algo que nunca oculta, pero que fue en una consulta de un médico cuando se dio cuenta de ello al ver como todos los que allí esperaban levantaron la cabeza para saludar con educación a la pareja ya entrada en edad que al llegar a la sala había hecho lo propio, es algo más desconocido. “En Inglaterra como mires a alguien a la cara tienes un problema”. Y es que para él su país natal representa todo lo que ha querido dejar a atrás, es “mi traumalandia”, el lugar en el que abusaron de él de niño y también en el que estuvo ingresado en un psiquiátrico, el lugar en el que todo el mundo calla y pocos escuchan. Su llegada a España le cambió, encontró “el duende que llevaba toda mi vida buscando” –por algo se hizo del Betis- y también un ritmo de vida, "en el que se trabaja para vivir y no se vive para trabajar".

 

Antes de todo eso, Rhodes ya había elegido un refugio. La música es la que le permite escapar, sentir, soñar. “Es mi oxígeno”. Es por ello, por lo que la recomienda. La clásica, por supuesto, pero también cualquier otra. Él prefiere la que no vaya acompañada por palabras, la clásica, porque así tiene más libertad para interpretarla. Pero también valora a Serrat, Sabina, Fito Paez… E Incluso “el reguetón, todo es música. Bach y Rosalía tienen la misma línea común”. Escuchar música –no hacen falta tener conocimientos, solo ganas de sentir y disfrutar- es beneficioso para todas las edades, pero para los más jóvenes aún más. Y ahí es donde entra en juego la educación, otra de sus obsesiones. No entiende que los niños no sepan quién es Mozart o jamás hayan escuchado un concierto. Cree que la enseñanza de la música se ha reservado a una elite; solo los que tienen “pasta” pueden permitirse acudir a los auditorios o recibir “clases de violonchelo, por decir de algo”.

 

Pero la educación no solo es para la música. Ante todo, es para la vida. Defiende la educación sexual en las escuelas que la Ley de Protección Integral de Defensa a la Infancia y la Adolescencia ha promovido. “No saber ciertas cosas sobre la sexualidad o el consentimiento los pone en peligro”, defiende. También considera que 10 minutos de meditación cada mañana en los colegios, “terminaría con la ansiedad en dos generaciones”. Sobre lo que no tiene tan claro si habría que educar es sobre el uso de las redes sociales y los dispositivos móviles, o directamente sacarlos de nuestras vidas. A la invención de las primeras lo considera “una de las estupideces más gordas de la historia” y de los segundos, aduce que "no estamos diseñados para tener una pantalla a un palmo de nuestros ojos durante todo el día”, aun reconociéndoles la ventaja de poder hacernos escuchar “cualquier canción de la historia, gratis y 24 horas al día”.

 

Durante su diálogo con la directora Natalia Abuín, Rhodes va tocando muy diversos temas. Confiesa que a los dos días sin tocar el piano “ya estoy un poco gruñón” y que un buen curso de verano sería mezclar a unos niños con los componentes de una gran orquesta para que conocieran cómo y quiénes hacen la música. Si al Monasterio de San Lorenzo de El Escorial hubiera que ponerle música -además de “Despacito, de Luis Fonsi”, bromea- haría sonar la Sinfonía nº 7 de Bruckner, que en sus 75 minutos y sus cuatro movimientos es capaz de “hacerte sentir todas las emociones conocidas por el ser humano”. Y es que él de emociones sabe mucho, quizá demasiado. Su música, cada día, cuando a las 9 de la mañana se sienta ante su piano con su perro a sus pies, le hace viajar por ellas. Pero hubo una época de su vida en la que las más dañinas le impidieron ser él mismo. Es por eso, por lo que pide que nadie se guarde lo que tiene dentro, que lo comparta, que hable, que cante… que cuide su salud mental.