CURSOS DE VERANO

Jesús Gallego y Juan Luis Arsuaga, en el RCU María Cristina

En busca de una ciencia de los orígenes

Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Alfredo Matilla - 30 jul 2021 10:39 CET

Desde finales de 2019 el catedrático de Paleontología, Juan Luis Arsuaga, y el catedrático de Astrofísica, Jesús Gallego, están inmersos en una serie de conferencias (muchas de ellas on line durante la pandemia) en las que reivindican la necesidad de una disciplina multidisciplinar que investigue los orígenes de todo, del cosmos, de la vida y de nuestra especie. Su frenética actividad les ha llevado a organizar el curso “Initium, la ciencia de los orígenes” en esta edición de los Cursos de Verano de la UCM.

 

En la segunda, y última, mesa redonda del curso los organizadores han contado con la presencia de Ricardo Amils, del Centro de AstroBiología INTA/CSIC; María Martinón, directora del Centro Nacional Investigación Evolución Humana, de Burgos, y José Ramón Alonso Peña, catedrático de Biología Celular, de la Universidad de Salamanca. En la charla, con gran participación de los estudiantes del curso, se han tratado temas como la encefalización humana, la música de David Bowie, la literatura de Ray Bradbury, la autoconsciencia, la posibilidad de que nuestra especie se expanda por el universo, la inteligencia artificial, la vida bajo la superficie marciana e incluso los cómics de superhéroes. Es decir, que ha sido un claro reflejo de ese rechazo visceral que tienen tanto Juan Luis Arsuaga como Jesús Gallego por etiquetar y fragmentar el conocimiento.

 

Para sorpresa de gran parte de la audiencia, Arsuaga comenzó recordando que el paradigma predominante conocido como Man The Hunter (el hombre cazador), que presupone que el cerebro humano creció por pasar de una dieta vegetariana a una en la que se incluyese la carne producto de esa caza, ya es historia. Ahora, el nuevo paradigma estipula que “la encefalización se corresponde con el tamaño del grupo social”. Y no sólo se ve en la inteligencia, sino que también es rastreable en algunos aspectos de nuestra propia fisonomía como el cabello de crecimiento continuo, el blanco de los ojos o el nacimiento de los niños en un estado poco desarrollado.

 

“Todo eso ahora se explica desde la perspectiva de la evolución social, y está claro que es una auténtica revolución en el pensamiento”, asegura Arsuaga, al tiempo que reconoce que él mismo es uno de los científicos que ha dado charlas anteriormente explicando que el cerebro creció por la caza.

 

Los robots

El salto de nuestra inteligencia a una artificial es algo que preocupa desde una perspectiva biológica, filosófica y ética. El profesor Alonso Peña considera que los robots en sí no suponen un problema ni tampoco los androides perfectos, pero si se pasa a creaciones que nos imiten de manera idéntica es cuando “surge la inseguridad y la ansiedad, unidas a todos los miedos que existen en nuestra especie”.

 

Cree de todos modos el conferenciante que una diferencia fundamental entre nuestra inteligencia y la IA es que nosotros tenemos capacidad de olvidar y de cometer errores, y “esa es la base de la evolución y la selección natural”. Arsuaga añade que otra diferencia es que la inteligencia humana se puede aplicar a diferentes cosas, no como la artificial.

 

Aclara Alonso Peña que no podemos pensar en la IA como en una copia de la humana, sino que se desarrolla en paralelo, es independiente, así que no tiene sentido intentar entender plenamente el cerebro humano para esperar a desarrollar esa IA. “Esa no sería una buena estrategia”.

 

La conciencia

Coincide Arsuaga con el resto de los ponentes en que no sabemos cuándo surge el pensamiento simbólico, aunque sí parece que hay una relación entre la capacidad de producir un lenguaje flexible y ese cerebro simbólico. Su grupo de investigación ha hecho varias publicaciones sobre el desarrollo del lenguaje, partiendo del aparato receptor, es decir el oído, estudiando o bien los huesos internos que se han conservado o bien las estructuras que han formado en los huesos del cerebro. A raíz de eso han descubierto que el australopiteco estaba sensibilizado para sonidos similares a los de chimpancés, mientras que los neandertales lo estaban para sonidos similares a los nuestros, así que “es probable que sonasen casi como nosotros”. Así que parece que estos últimos sí tendrían un pensamiento simbólico.

 

Añade María Martinón que otra pista son los enterramientos, una muestra de que son especies que ya saben que van a morir, así que “la cultura funeraria es un reflejo impagable de la capacidad de simbolismo, que ya tenían los neandertales y quizás algunos otros homíninos e incluso primates”.

 

Coincide Arsuaga en la importancia de la autoconsciencia, de esa capacidad de examinar tus propios sentimientos e incluso de recuperar viejos recuerdos que estaban guardados en nuestro cerebro. Explica Alonso Peña que los humanos tenemos muchas cosas almacenadas en redes en nuestra cabeza, pero todavía no sabemos cómo ocurre ni hasta donde llega esa capacidad de almacenar recuerdos y ni siquiera hasta donde ella en la evolución y si es algo que pueden hacer seres unicelulares.

 

Vida en el espacio

¿Podrá salir nuestra especie a conquistar el espacio? Jesús Gallego cree que no, que el universo no está hecho para nosotros, porque en cuanto abandonamos la protección de nuestra atmósfera hay un fondo de radiación ultra energética, de rayos cósmicos, gamma y otros, que haría que incluso que una persona que fuera en un viaje de ida a Marte tendría secuelas para toda la vida.

 

Frente a nuestra incapacidad para esos viajes espaciales, cree Gallego que hay otros seres con muchas más posibilidades, como las bacterias, ya que hay algunas que incluso viven en las vasijas de los reactores nucleares. Ricardo Amils aclara que parece que esas bacterias parece que no buscan tanto la radiación como la ausencia de agua. Apunta además que los estudios más recientes demuestran que no podríamos vivir sin la radiación cósmica, porque perderíamos cualidades. Eso sí, “nos hemos adaptado a esta dosis que está frenada por la atmósfera y el campo magnético de la Tierra”.

 

Alonso Peña cree que entonces la solución para viajar al espacio será mandar robots con código genético y serán los robots los encargados de crear vida a partir de células artificiales.

 

¿Qué pinta dios en todo esto?

Frente a la pregunta de un estudiante de si es posible conjugar ideas religiosas con las científicas, Arsuaga reconoce que “la tradición mitológica no tiene nada que ver con la realidad, y de hecho es imposible el conflicto entre ciencia y religión porque sólo hay una forma de conocer la materia y sus leyes, y esa forma es el método científico”. Añade que “hemos aprendido tanto sobre la naturaleza en los textos sagrados de las religiones como lo que podemos aprender del cuento de Los 3 cerditos”.

 

Jesús Gallego reconoce envidiar a las personas con conciencia religiosa, porque eso les proporciona “seguridad, consuelo y certidumbre, que son tres cosas que nunca vas a encontrar en la ciencia”. Explica que en su área de conocimiento, la astrofísica, “el papel del ser humano es muy pequeño, somos una especie con un intervalo temporal tan corto que hoy ni siquiera podemos decir que somos un éxito evolutivo. Quizás dentro de 100.000 años no haya ni fósiles de nuestra especie”.

 

Se pregunta Arsuaga por qué la religión sólo se plantea en temas de biología y jamás se cuestiona la tectónica de placas o la tabla periódica e ironiza que a los representantes de su disciplina les ha tocado esa carga y la llevan con resignación.

 

Aclara además el catedrático de Paleontología de la UCM que “la naturaleza no tiene propósitos ni fines, hay leyes, causas, pero no fines”, y eso no es una cosa novedosa, viene ya del barroco con científicos como Newton y Galileo. “Ni en la combinación de los átomos ni en el terremoto de Lisboa hay ningún propósito, aunque sí haya explicaciones”, concluye Arsuaga.