IGUALES

_dsc2342

La Complutense celebra el Día Internacional de las Personas con Discapacidad garantizando el compromiso institucional para seguir avanzando

Texto: Alberto Martín - 2 dic 2021 22:33 CET

La Universidad Complutense ha querido celebrar este año el Día Internacional de las Personas con Discapacidad dedicando su mirada al Personal Docente e Investigador y al Personal de Administración y Servicios. No son muchos los profesores y PAS con discapacidad que trabajan en la UCM ni tampoco en las universidades españolas en su conjunto. Apenas son un 0,4 por ciento del personal funcionario o contratado por las universidades españolas, lejos del 2 por ciento que marca la legislación como objetivo mínimo. 

 

Aumentar ese porcentaje, pero sobre todo facilitar y, en la medida de lo posible, garantizar que los que están y los que lleguen puedan desarrollar todas sus competencias en igualdad de oportunidades, es el objetivo que se marca la UCM en este 3 de diciembre. “Queremos ser una universidad excelente por inclusiva”, enfatiza Mercedes García, delegada del rector para la Diversidad e Inclusión.

 

La Delegación para la Diversidad e Inclusión y el Consejo Social de la UCM organizaron el miércoles 1 de diciembre una jornada para debatir sobre los retos de inclusión laboral y social en la Universidad. Su plato fuerte era escuchar en primera persona las experiencias de profesores y PAS actualmente contratados en la UCM. Como señaló la propia Mercedes García, en las conclusiones que hizo de la jornada, no se trataba solo de escuchar agradecimientos, sino sobre todo conocer lo mucho que a la UCM le queda aún por progresar.

 

Existen, como los denominó la delegada, “macroproblemas”, derivados en unos casos por normas existentes y en otros, paradójicamente, por la inexistencia de normas que solucionen de manera general las situaciones que ahora se revierten de manera individual dependiendo de la voluntad o comprensión de cada Departamento. Y también hay “problemas micro”, aunque no menos importantes, porque, de hecho, son los que se encuentran en su día a día cada una de estas personas. La Complutense, como indica Mercedes García, y después refrendó el rector Joaquín Goyache en la clausura de la Jornada, trabaja cada día para avanzar en la solución de ambos tipos de problemas. A veces basta con buena voluntad, con compañerismo, con solidaridad; en otras es más complejo, ya que implica desde cambiar normativas a nivel estatal hasta realizar inversiones no fáciles de acometer. “Las soluciones llegan más despacio de lo que quisiéramos. Solo para poner en orden nuestros edificios, no digo ya ponerlos bonitos, necesitaríamos 1.000 millones. Pero poco a poco, estad seguros, de que lo iremos haciendo”, se comprometió el rector.

 

La Jornada permitió escuchar a cuatro docentes y a otros tantos integrantes del personal de administración y servicios. La primera fue Sara Castro, auxiliar administrativa en Informática desde que hace dos años aprobó su oposición. Sara se desplaza en silla de ruedas, por lo que la accesibilidad para ella es algo innegociable. Según explicó, al sacar uno de los primeros puestos en la oposición tuvo la oportunidad de elegir destino. Visitó todos los centros complutenses hasta que se decantó por Informática por su accesibilidad tanto dentro como fuera del edificio. Allí también su trato con compañeros y superiores es “genial”. Desde el inicio de la pandemia teletrabaja desde su casa y gracias a la Facultad no ha tenido que volver a la presencialidad. Considera que la pandemia ha demostrado que para muchos puestos de trabajo el teletrabajo es una fantástica opción. En su caso evita la parte más costosa para ella en su día a día, como era el traslado hasta la Facultad, y además la ayuda a conciliar con su vida personal, ya que hace un año que fue madre, “e incluso a nivel medioambiental es una opción a tener muy en cuenta. Estoy encantada con la UCM. Feliz día de la discapacidad a todos”, concluyó Sara.

 

La experiencia de Álvaro Gómez también está siendo positiva. Él sufre una enfermedad degenerativa que le afecta la visión, pero que no le impide desarrollar su trabajo en el Servicio de Coordinación y Protocolo. Afirma que cuenta con la ayuda de la institución y de sus compañeros y que nunca habría imaginado ese incomparable “componente humano que tiene la Universidad”. Y aunque considera que la Complutense hace en estos temas las cosas muy bien, cree que en algunos aspectos sí se podría mejorar. Señala como ejemplo los procesos de promoción interna, que para una persona con discapacidad suponen un salto al vacío al no saber si el nuevo puesto conllevará algún problema de adaptación. Álvaro cree que en lugar de como ocurre ahora, que se adapta el puesto a la persona una vez esta se incorpora, lo idóneo sería publicar una especie de catálogo de puestos adaptados para cada discapacidad o diversidad.

 

Bartolomé Ros, Barto, es técnico auxiliar en servicios generales en el Pabellón de Gobierno. Hace ya unos meses que se incorporó, pero dice que cada día sigue sintiendo que le ha tocado la lotería. Barto, quien tiene una discapacidad intelectual, agradece a sus compañeros lo fácil que le ponen todo y las sonrisas con que siempre le tratan. “Animo a todas las personas a estudiar oposiciones para trabajar en la Complutense. Es la mejor universidad de Madrid”.

 

Mucho más tiempo que Barto lleva Isabel Gutiérrez en la UCM; ni más ni menos que 20 años. Trabaja en los servicios centrales de la Biblioteca. Su ceguera total no es obstáculo para dedicarse a la gestión de recursos electrónicos y su adquisición. Según explica, realiza su trabajo con gran autonomía gracias a la adaptación que tiene su ordenador, aunque en los últimos meses ha comenzado a tener más problemas. Las firmas digitales, generalizadas con la pandemia, no dejan visualizar texto del documento, y tiene que solicitar a sus compañeros que le indiquen datos que necesita, y que ahora sus aplicaciones adaptadas no consiguen “leer”. Reconoce Isabel que en las dos décadas que lleva trabajando en la universidad se ha producido un cambio “bestial” en todo lo referente a la discapacidad, sobre todo en temas de accesibilidad arquitectónica, “aunque queda mucho por hacer”. También queda por hacer en otro aspecto que a ella le preocupa sobre manera. Isabel acude cada día a la universidad acompañada por su perro guía, al que todos quieren. “Es el rey de la universidad”, afirma con una sonrisa. Pero desde hace tiempo, sobre todo tras los fines de semana, Isabel tiene miedo a que su perro se haga daño o se corte con los restos del botellón. “El Rectorado tiene que implicarse más en este tema”, reclama, a la vez que también pide que se avance más en una normativa que facilite el teletrabajo, sobre todo en puestos como el suyo en los que no es necesaria la presencialidad y, además, la evitaría desplazarse cada día, con lo que supone para ella. Pese a sus reclamaciones, Isabel concluye animando a la Delegación y a la Oficina de Inclusión de las Personas con Diversidad (OIPD), que “sigan en la misma línea. Se está haciendo un buen trabajo”.

 

Aunque no intervino en la jornada por falta de tiempo, en la sala de juntas del Pabellón de Gobierno, donde se celebró la jornada, también estuvo Daniel Ayora Estevan, quien en la actualidad está contratado como investigador predoctoral en el Departamento de Filología Clásica. “Mi visión es la de quien está empezando ahora en la investigación, con la finalidad de conseguir ser PDI y todos los problemas que ello conlleva”, avanza Daniel, quien apenas tiene un resto visual. Esa deficiencia, como él explica, le supone que a la hora de leer una página de cualquier texto emplee tres o cuatro veces más tiempo que quien no tiene problemas de visión. Este tipo de situaciones no son muchas veces tenidas en cuenta, y a Daniel se le exige entregar los trabajos en el mismo plazo que a cualquier otro de sus compañeros. Conseguir adaptaciones no siempre es fácil y, como poco, van precedidas de largas explicaciones por su parte. Su experiencia personal la ha transmitido en forma de informe a la OIPD para tratar de facilitar que otros estudiantes puedan seguir su camino. Daniel, no obstante, está satisfecho de la respuesta que le está dando la universidad y con la intermediación de la Delegación ha conseguido que se le prorrogue el contrato de investigador. “Los casos concretos se pueden solucionar, como me ha pasado a mí, pero creo que se deberían tipificar para dar soluciones a gran escala”, concluye Daniel.

 

Como señaló en una de las mesas que completaron la Jornada, Carlos Álvarez Jiménez, vicepresidente de la Fundación Derecho y Discapacidad, dos tercios de las discapacidades son sobrevenidas. “Nadie estamos libres de que nos suceda”. A José Luis Gutiérrez, profesor de Escultura de la Facultad de Bellas, le diagnosticaron hace ya aproximadamente dos décadas esclerosis múltiple, que se tradujo hace ya también bastante tiempo en un grado de minusvalía del 86 por ciento. Gutiérrez nunca se ha amilanado, y de hecho fue el primer coordinador del programa para estudiantes con discapacidad de su Facultad. Recuerda que luchó mucho para conseguir mejoras que en ocasiones sí fueron costosas en términos económicos, pero otras apenas suponían pequeños esfuerzos, lo que causaba su enfado. A día de hoy, el profesor Gutiérrez sigue ejerciendo la docencia, algo que agradece a su Universidad, y pese a que cada día “soy un poco más dependiente, mi intención es seguir ejerciendo hasta que llegue a la jubilación”.

 

El profesor de la Facultad de Ciencias Biológicas Antonio Liras también sufre problemas de movilidad motriz. “Creo pertenecer al grupo de personas que luchamos cada día por la inclusión. Tengo una experiencia amplia y una visión retrospectiva y realista”, señala a modo de preámbulo. Liras reconoce que en una década se ha avanzado mucho. “Ahora, aunque parezca una tontería, podemos acceder a las Facultades, pero aún quedan flecos por mejorar”. Entre estos se detiene en que, “según mi experiencia” las “normas en algunos Departamentos priman y están por encima de los derechos de las personas. Las normas a veces van en contra de la propia inclusión, pero todos debemos intentar hacerlas flexibles. Los órganos de gobierno se deben sensibilizar todavía más. Aparte de hacer accesibles los lugares, hay que tener en cuenta las circunstancias especiales y el esfuerzo de las personas con discapacidad […] Mi conclusión es que queda mucho por hacer y además que ya toca”.

 

La discalculia es, según explica Silvia Nieva, profesora de Logopedia de la Facultad de Psicología, un trastorno de aprendizaje que muchas personas sufren sin ni siquiera saberlo. Ella era una de esas personas.  Siempre se le habían dado mal las matemáticas, pero quizá por la aceptación social que hay sobre ello, no le había dado demasiado importancia. “Todo lo demás se me daba bien”, recuerda. Fue hace poco tiempo cuando realizando un Máster en Metodología con el que quería mejorar sus conocimientos en Estadística, se dio cuenta de que lo suyo no era “normal”. Era capaz de entender conceptos complejos, pero no reglas matemáticas básicas, como que un número par es un número que dividido entre dos tiene resto cero. Esta discalculia que finalmente puso nombre a lo que le pasaba, lo cierto es que afectaba de manera tremenda a su día a día, en especial al tiempo que dedica a hacer cada cosa. Con el apoyo de la OIPD se está enfrentando a su trastorno, "aunque aún queda mucho para que las personas con dificultades de aprendizaje tengan los apoyos institucionales necesarios para tener igualdad de oportunidades en la carrera académica

 

La última experiencia la cuenta María Belén Rey, profesora de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, quien sufre una enfermedad degenerativa y una discapacidad superior al 50%. Su relato sitúa a quienes la escuchan en su dolor, el que lleva soportando desde hace 17 años y que le ha hecho pasar por el quirófano tantas veces que ya ni las cuenta. Explica que su dolor de espalda la ha acompañado dando clase. “Acababa y casi me desmayaba”. Pese a ello no consiguió que su Departamento le rebajara la carga docente y la dedicara a tareas más aptas para ella como la dirección de TFGs o tutorías de prácticas en empresas. Tuvo que esperar a la intervención de los sindicatos y de Prevención de Riesgos Laborales, y un “informe muy completo” para que la situación mejorara, aunque siempre “en mínimos”. La profesora Rey explica que su dura experiencia demuestra que “con solo la buena voluntad no se consigue, porque no en todos los sitios hay esa buena voluntad. Igual que hay personas que pueden soportar esta presión diaria de pensar que no llegas a todo, a otros nos cuesta mucho. Necesitamos soporte institucional con una serie de normas elementales. Nos están diciendo a personas con discapacidad que tenemos que correr el Iron Man…”, concluye.

 

Como se puede ver, la mayoría de los intervinientes coinciden en la necesidad de que los apoyos y ayudas que ellos han tenido o alcanzado, se generalicen contemplándose en las normativas. Son lo que se ha convenido en llamar “ajustes razonables”. En opinión de Carlos Álvarez Jiménez, el vicepresidente de la Fundación Derecho y Discapacidad, defensor de su inclusión, “los ajustes razonables son un puente para disfrutar los derechos. No son lujos. Son una necesidad vital”. Álvarez se muestra optimista con su consecución, sobre todo por el crecimiento de la sensibilidad social en estos temas, aunque recuerda que el ajuste razonable, no obstante, no es llegar a la situación ideal, sino a la que a día de hoy es viable o alcanzable.

 

Celeste Asensi, directora de la Unidad para la Integración de Personas con Discapacidad en la Universidad de Valencia, explicó en su intervención -en la que, moderada por la gerente de la UCM, Lourdes Fernández, compartió mesa con Carlos Álvarez-  la evolución que allí han seguido desde 2008, año en el que se creó un programa para tratar de dar respuesta a las situaciones que vivían el PAS y el PDI con discapacidad, “y que dejara de parecer que tenían que mendigar el apoyo”. Aquel programa contenía una serie de acciones positivas para trabajadores con discapacidades superiores al 33 % para que pudieran realizar su trabajo de forma “digna, humana”. Uno de los resultados de la puesta en marcha del programa es que muchas personas que hasta ese momento preferían que no se conociera su situación, la compartieron con la Unidad y fueron evaluadas sus necesidades. El siguiente paso fue la aprobación en 2013 de un reglamento de medidas para la integración del PDI, que se va periódicamente modificando. Las ayudas son bien de índole económico -como la compra de materiales de apoyo adaptados, la contratación de personal de apoyo o, por ejemplo, para docentes que inician su carrera, ayudas para estancias en el extranjero- o de reducciones de carga lectiva y, sobre todo, adaptaciones de sus cometidos. 

 

Isabel Martínez Lozano, directora de Programas con Universidades de la Fundación ONCE, quien pronunció la última conferencia de la jornada, explicó que tanto desde su institución como desde otras asociaciones están trabajando con las universidades y la Aneca para crear un sello de calidad de inclusión, como valor de excelencia, y que, entre otras aplicaciones, permitirá conocer a estudiantes y también a profesores y trabajadores qué universidades son más garantistas con los derechos de las personas con discapacidad y, por tanto, las que mejor les van a acoger. A día de hoy, según indicó Carmen Márquez, de la Universidad Autónoma y primera ponente de la jornada, no son más de cinco las universidades españolas que tienen buenas prácticas con PDI con discapacidad.

 

Tanto Mercedes García, como la gerente Lourdes Fernández y posteriormente el rector Joaquín Goyache, en el acto de clausura de la jornada -en el que también intervinieron el presidente del Consejo Social de la UCM, Jesús Nuño de la Rosa, y la consejera de Familia, Juventud y Política Social de la Comunidad de Madrid, Concepción Dancausa- coincidieron en que la Complutense debe ser ejemplo en el apoyo e inclusión de las personas con discapacidad. Hacen falta más recursos, como solicitó la delegada, y también ayudas públicas, como reclamó la gerente, pero sobra, como subrayó el rector, apoyo y compromiso institucional. “Estamos avanzando, no tan deprisa como quisiéramos, pero somos sabedores de que este es un proceso continuo, en el que tenemos que trabajar día a día y no dormirnos en los laureles”, concluyó el rector.