CINE
"Licorice Pizza", de Paul Thomas Anderson
Texto: Ángel Aranda - 4 mar 2022 09:37 CET
Licorice Pizza es un tornado de aire fresco que viene a revitalizar a la industria cinematográfica, al menos a la norteamericana y de rebote a la europea y a la española, sobrecargadas todas ellas durante los últimos años de grandes dosis de mediocridad. Paul Thomas Anderson (Magnolia, Pozos de ambición, Boogie Nights) ha escrito, dirigido y producido esta comedia romántica rompiendo algunos moldes, desde la estructura clásica del género a la ruptura con algunos estereotipos que han derivado en una película, si no completamente redonda, muy cercana a las cotas más altas.
Valle de San Fernando (California), 1973. Alana Kane (Alana Haim), de 27 años y Gary Valentine (Cooper Hoffman), de apenas 15, se conocen por casualidad y el quinceañero se empeña en conquistar el amor de la veinteañera, asegurándole a su hermano menor que algún día se casará con ella. Él es por entonces un actor infantil durante sus días más oscuros de estrellato, y ella, una joven aspirante a actriz aburrida de su propia existencia y de la familia que todavía no ha logrado dejar atrás. Entre encuentros y desencuentros, celos y pasos fallidos, juntos emprenden negocios en busca del sueño americano y al mismo tiempo de su propia identidad.
Licorice Pizza es esencialmente una historia de amor, del despertar del amor cuando se está en tierra de nadie y de la creencia, o al menos la sospecha, de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Sí, puede que esto se haya contado ya algunas veces; es posible también que demasiadas, pero nadie lo ha hecho hasta ahora como Paul Thomas Anderson. El director ha escogido para los dos papeles protagonistas a dos debutantes que, de la noche a la mañana, se han convertido en estrellas sin apenas proponérselo, gracias a sus magistrales interpretaciones y el magnetismo que logran mantener con el público a lo largo de todo el metraje.
Ella, Alana Haim, forma parte del grupo de pop-rock de éxito en EEUU, Haim, junto a sus dos hermanas, Danielle y Este Haim, cuyos videoclips musicales ha dirigido hasta el momento el propio Anderson. Él, Cooper Hoffman, es hijo del ya desaparecido Philip Seymour Hoffman (Capote, Antes que el diablo sepa que has muerto), mítico actor fetiche del propio director.
Ambos construyen a sus personajes de una forma sublime, encajando a la perfección en el particular mundo que Anderson ha confeccionado para recrear la California de comienzos de los años 70, e hipnotizando al espectador del primer al último minuto de la cinta, a pesar de determinados tiempos muertos y cierta incoherencia narrativa que el realizador va mostrando a lo largo del camino, en un vano intento de distracción.
Las interpretaciones de Haim y Hoffman elevan la película hasta donde precisamente se ha propuesto el autor, un punto en el que solo importa una cosa: vislumbrar el bosque, por mucho que los árboles se empeñen en no dejarlo ver. Y lo hacen ambos actores primerizos desde su apariencia convencional, casi vulgar, huyendo del cliché por el que, de forma casi forzosa, la pareja de toda –o de casi toda- comedia romántica está obligada a ser tan perfecta físicamente como en su moralidad, siguiendo las pautas de Hugh Grant y Julia Roberts en Notting Hill o Emma Stone y Ryan Gosling en La La Land, entre otras muchas propuestas del género. Con Licorice Pizza no ha nacido una estrella, sino dos, y su luz promete alumbrarnos durante mucho tiempo si saben escoger bien su camino.
El director californiano se rodea también para componer el puzle de actores de relumbrón que le sirven para mantener firmes sus propósitos, como Sean Penn, Bradley Cooper o el músico y cantante Tom Waits, además de la familia real de Alana Haim -padres y hermanas incluidas-, otra travesura más del propio Anderson, que para eso paga la fiesta.
Cobra también importancia, además de la impresionante fotografía que el propio Anderson ha compuesto con Michael Bauman, la banda sonora, que hacen de la música compuesta por Jonny Greenwood y las canciones de músicos tan reconocibles como Nina Simone, Chuck Berry, The Doors, Paul McCartney and Wings o David Bowie, otro personaje más de esta película estelar en la que a cualquiera le gustaría quedarse a vivir, hecha para todos los públicos, aunque puede que no para todas las almas.