CURSOS DE VERANO
Lluis Montoliu resalta la importancia de la ética y la integridad científica
Texto: Jaime Fernández - 16 jul 2021 12:23 CET
Cuando dos revistas de prestigio publicaron un artículo sobre el uso que tenía la hidroxicloroquina para acabar con el SARS-CoV2, dirigentes e investigadores de todo el mundo se lanzaron a invertir millones de euros, incluso en España, para la investigación sobre este principio activo en la lucha contra la COVID-19. Pronto se descubrió que aquellos trabajos se basaban en los resultados en unas seis personas y sin ninguna posibilidad de replicación. “Estaban basados en una ilusión y en un gráfico sacado totalmente de contexto”, de acuerdo con Lluis Montoliu, presidente del Comité de Ética del CSIC, que ha presentado este caso en el curso “La carrera investigadora en la sociedad del conocimiento: Ética, Impacto y Comunicación de la Ciencia y Política Científica”. Para Montoliu este es un claro ejemplo de lo que puede ser la mala praxis, que lleva a errores y al malgasto de fondos públicos.
Para Lluis Montoliu, hay tres prácticas que no deberían estar justificadas nunca en la actividad científica: falsificar, fabricar y copiar, y por lo tanto, el mensaje está claro, “no hay que mentir, ni engañar y ni copiar, ni siquiera autocopiarse”. Reconoce el investigador que la realidad puede ser compleja y a veces el resultado no es el esperado, pero “no se puede forzar el experimento para que nos diga lo que queremos que nos diga”.
Esas malas prácticas, de acuerdo con Montoliu, son más frecuentes de lo que parece. Por ejemplo, sobre la COVID-19, se han publicado 15.000 artículos desde el año 2019, y ya se han retirado 120, lo que no supone un gran porcentaje, pero sí es un buen número de artículos que han podido ser detonantes de investigaciones posteriores que no han llevado a nada.
Informa Montoliu de que hay varios meta análisis publicados, que en el año 2009 hablaban de un 2% de investigaciones erróneas voluntariamente, mientras que en 2021 este porcentaje ha aumentado hasta el 5%. Tomando como referencia la cifra más conservadora, la del 2%, reconoce Montoliu que lo que quiere decir es que en cualquier grupo de investigadores el resultado es diferente a cero, “y la única manera de que esto no ocurre es formar y explicar, ya desde los años de carrera, que existen unos códigos deontológicos que hay que respetar”.
Echa de menos el investigador del CSIC la existencia en España de una Oficina Nacional de Integridad Científica, que ya estaba prevista en la ley desde 2011, pero que todavía no ha sido creada. Explica Montoliu que en Estados Unidos existe ya esa Oficina desde 1989 y sirve para publicar la lista de los científicos que han tenido un comportamiento inadecuado o han falsificado los datos.
Lo que sí existe son códigos de conducta, como el de 2017 de las academias europeas de ciencia, que se renovará este año 2021; el del CSIC, que acaba de publicar el código de conducta de buenas prácticas, y el de la propia Complutense, publicado en 2020.
La ética
Deja claro Montoliu que “no existe la libertad absoluta para hacer lo que se quiere en ciencia”. Algunos de los límites están marcados por esos códigos deontológicos, mientras que otros los pone la propia ética.
Distingue el conferenciante entre moral (códigos sociales que difieren de unos lugares a otros) y ética, que “sirve para resolver dilemas cuando entran en conflicto varios valores”. En esos conflictos entran el bienestar animal, la medicina para las personas, la biodiversidad, los usos militares de la investigación, el uso de virus peligrosos, la privacidad de las personas… Para Montoliu, en esos dilemas hay que maximizar beneficios y minimizar los riesgos, “y eso es algo obligatorio que protege a los investigadores, porque pueden trabajar con la tranquilidad de que lo están haciendo de acuerdo con la legislación vigente”.
Los cuatro principios de la bioética, que debe respetar todo científico, de acuerdo con Montoliu, son la no maleficencia, la beneficencia, el respeto a las personas y la justicia. Este último, según el investigador, es el más difícil de cumplir, ya que implica que la investigación sea para todos. Un caso paradigmático de lo complejo que es trabajar con justicia sería la aplicación de la vacuna de la COVID-19, ya que “a día de hoy hay países del centro de África donde la vacunación está por debajo del 1%, y si no logramos que casi el 100% de la población mundial esté vacunada no vamos a controlar esta pandemia”.
Apostilla Montoliu que sólo desde el respeto a la justicia y a la dignidad humana, así como a la ética y a la integridad científica, se conseguirá una ciencia de calidad que realmente sirva para hacer de este un mundo mejor.