CURSOS DE VERANO
Los retratos para la eternidad del pintor Hernán Cortés
Texto: Jaime Fernández, Fotografía: Alfredo Matilla - 26 jul 2021 12:58 CET
“Hernán Cortés: el retrato, el encargo y el enigma humano” es el título del curso-taller que imparte el pintor los días 26, 27 y 28 de julio en la Casa de Cultura de San Lorenzo de El Escorial, dentro de la programación de los Cursos de Verano de la UCM. En la inauguración del curso, ha hecho una exposición sobre el retrato en general, partiendo de su propia experiencia personal, una experiencia que le ha llevado a retratar a prácticamente todos los políticos de este país. Tiene claro Cortés que en el retrato siempre se une, “en su esencia, la plasmación del retratado de cara a la eternidad”.
Explica Hernán Cortés que aunque el retrato tiene sus propias peculiaridades, “no hay que olvidar que formalmente es un cuadro, lleno de problemas formales abstractos cuya realización exige altura pictórica, con el añadido de que representa a un personaje con nombres y apellidos”.
Por tanto, para Cortés hay algunos retratos, que se consideran como tal, a lo largo de la historia de la pintura, pero que para él no lo serían, como algunos de Picasso o incluso una escultura de un hombre desnudo realizada por Antonio López. Reconoce el retratista que “por muy realista que sea, no es un retrato si, como en este caso, se ha basado en varios sujetos”.
Para el conferenciante, un retrato, desde la perspectiva del artista, se representa siempre como algo vivo, fruto de un proceso, frente a la imagen mucho más estática que puede tener un historiador del arte. Cree Cortés que un buen cuadro provoca más silencio que un largo debate dialéctico que tenga que defenderlo, y en el caso de un retrato, además, tiene que ser capaz de “captar los rasgos esenciales del modelo”.
Una buena manera de acercarse al retrato, de acuerdo con Cortés, es aprender a pintar cuerpos desnudos, “captar la belleza de la naturaleza humana y su relación con la anatomía, sus perfecciones e imperfecciones”. Además, de acuerdo con él, las telas se colocan siempre en función de la anatomía del retratado.
Los retratos de Cortés se caracterizan por parecerse de manera casi milimétrica a sus retratados, algo que se separa del canon, “que es un modelo de proporciones de lo que es una figura perfecta”. Para ello, el retratista busca siempre las particularidades de cada uno con sus diferencias y defectos físicos, ya que “como decía Calvo Serraller, retratar es repetir lo que se ve, sin idealizaciones”.
A pesar de la perfección de sus imágenes, Cortés considera que están muy alejadas de la fotografía, tanto por los elementos asociados en sus retratos, la iconografía, como porque “por encima de los medios está el ojo del pintor”. No rechaza, como hacen otros pintores, el uso de la fotografía para obtener una amplia información sobre sus retratados, pero sí cree que es imprescindible la observación del natural, para no conformarse sólo con un punto de vista.
Tiene claro además Cortés que el retrato se mueve en el mundo de la apariencia, “que es la representación que queremos hacer de nosotros mismos”. Apunta el retratista que ya decía Oscar Wilde que “sólo los tontos no se fijan en la apariencia, porque el misterio del mundo está en lo visible, no en lo invisible”.
La plasmación del retratado de cara a la eternidad a la que se mencionaba con anterioridad, ya se encuentra en las imágenes de las tumbas romanas de Al Fayum, que tenían una “enorme intensidad plástica debido al trabajo que el autor se imponía para que esos retratos, que iban a acompañar a los difuntos, tuvieran un fuerte valor simbólico”.