CURSOS DE VERANO

Francisco Peláez, durante su ponencia sobre biotecnología

Transhumanismo, entre la ciencia y la ética

27 jul 2021 14:21 CET

Sustituir lo dado por la naturaleza por órganos artificiales capaces de generar funcionalidades mejores que las que teníamos. Hablamos de transhumanismo, de sustituir lo natural por algo que consideramos mejor. La ciencia, la tecnología, cada vez nos acerca más a esta utopía. “Pero los límites o condiciones nos los tenemos que poner nosotros mismos”, apunta Juan Antonio Valor Yébenes, decano de la Facultad de Filosofía de la UCM, que ha traído este 27 de julio este apasionante debate a los Cursos de Verano. El propio decano y el presidente de la Sociedad Española de Biotecnología, Francisco Peláez, han situado en las dos primeras intervenciones de la jornada en qué punto está situado en este momento tanto el debate filosófico como los avances biotecnológicos que rodean el transhumanismo.

 

Mejorar la naturaleza

Valor Yébenes ha recordado que el objetivo de mejorar las capacidades o funcionalidades de los órganos humanos no es nuevo. En cuanto se ha podido se han sustituido brazos, piernas, caderas, rodillas… Es algo sobre lo que no existe siquiera debate. Pero el trashumanismo va más allá, “aporta algo más”. No es solo recuperar o restaurar funcionalidades u órganos, sino se trata “de un intervencionismo mayor: lo que pretende no es recuperar lo que no funciona, sino sustituir lo dado por la naturaleza por órganos artificiales capaces de generar nuevas funcionalidades o mejorar las que teníamos con lo natural”. “Es ponernos frente a la naturaleza –asegura el profesor Valor en otro momento de su ponencia-, y decirla: nosotros somos capaces de hacer algunas cosas mejor que tú”.

 

Para llegar aunque sea a plantear esta posibilidad de superar nuestra condición natural, como explica el decano de la Facultad de Filosofía, se ha producido una evolución de las corrientes de pensamiento durante al menos los últimos cuatro siglos. Fue en el XVI cuando Descartes en sus “Meditaciones metafísicas” habló de un “ingrediente” que hacía a los seres humanos únicos entre los seres vivos. Él lo llamó el “yo pienso” y John Locke, la mente. El resto era la materia, átomos moviéndose en el espacio y en el tiempo. Fue Leibniz, poco después, quien invitó a ver las cosas de otra manera: son determinadas estructuras lógicas las que anteceden a todo, tanto a la materia como al yo.

 

Lo importante es lo extrínseco

Como señala Valor Yébenes, Leibniz fue “poco entendido y mal” en su época. De hecho, fue el antiesencialismo del siglo XX y XXI el que recupera su pensamiento. Las cosas no son nada en sí mismas, sino meras relaciones en toda dirección. O lo que es lo mismo, las cosas no tienen rasgos intrínsecos sino que son cuantas relaciones extrínsecas queramos establecer. El decano ejemplifica con el número 5, que no es nada por si mismo, sino el resultado de 4+1, 7-2, la raíz cuadrada de 25 o cualquier otra operación que nos lo dé como resultado. Tampoco una mesa tiene valor por lo que es, por el material del que está hecho o por su forma, sino por el hecho de que sirve para escribir, para leer, para comer, para colocar objetos… Incluso dado el momento puede convertirse en una escalera sobre la que nos elevamos o una silla en la que nos sentamos. La realidad se agota en la apariencia, lo transcendente es nuestro trato cotidiano con las cosas.

 

Valor Yébenes y el trashumanismo transportan esta visión extrínseca a hombres y mujeres. La humanidad deja de tener límites. “La humanidad –señala el profesor Valor- pasa a ser un proyecto. El hombre y la mujer son un proyecto. Son lo que queramos que sean”. Esta es la base filosófica del transhumanismo: ya no hay núcleos duros, ni “ingredientes” que defender, no hay límites para el ser humano, seremos lo que queramos ser. “Solo nosotros nos podemos poner los límites. Nos los marcamos nosotros a nosotros mismo en función de lo que pensamos que para nosotros es bueno”, detalla el decano complutense.

 

La biotecnología

En la utopía transhumanista, junto a debate filosófico, junto a esos límites que nos queramos poner, existe otro condicionante: la biotecnología. ¿Qué es posible hacer a día de hoy? ¿Hasta dónde se podrá llegar en el futuro? Para tratar de responder estas preguntas, la jornada cuenta con la presencia de Francisco Peláez, presidente de la Sociedad Española de Biotecnología (SEBiot) y director del Programa de Biotecnología del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO). Con la imagen de Los Vengadores de fondo, Peláez deja claro desde un primer momento que del futuro poco va a poder detallar, dada su condición de biólogo, de científico, no de adivino. Eso sí, algo sobre por “dónde pueden ir los tiros” sí puede señalar.

 

Antes de hablar del futuro, Peláez se remonta al pasado para mostrar que ya desde el neolítico, desde que el ser humano comenzó a domesticar animales y cultivar plantas ya podemos hablar de biotecnología. Los lobos se convirtieron en perros cruzando los menos agresivos y en cuanto a la evolución de las plantas, basta con comparar cómo era la planta de maíz primitiva y cómo son nuestras actuales mazorcas. Hace mucho, enfatiza el presidente de la SEBiot que la evolución del ser humano dejó de seguir las pautas de la selección natural y se centró en las de la selección cultural. Y ahí la biotecnología, entendida como la intervención humana en los procesos biológicos en su beneficio, lleva ya miles de años actuando. Tantos, que en lugar de sapiens puede hablarse de “homo biotecnologens.

 

Peláez fue repasando los diferentes hitos en los que se apoya la actual y sobre todo futura revolución biotecnológica, desde el surgimiento de la clonación de ADN y la ingeniería genética a comienzos de los años 70 del pasado siglo (Cohen y Boyer, 1973), hasta los para él tres descubrimientos revolucionarios que son claves en este devenir; la PCR (reacción en cadena de la polimerasa), tecnología, por todos ahora conocida, que permite amplificar fragmentos concretos de ADN; la genómica y su secuenciación masiva (ahora por un precio módico se puede en menos de dos días leer las bases de cualquier materia viva), y la edición génica con la tecnología CRISPR-Ca9, que permite modificar de manera sencilla el orden de las letras de las cadenas genéticas para cambiar sus funciones.

¿Hasta dónde?

Los avances en las últimas décadas han sido increíbles, pero ¿qué pasará en el futuro, hasta donde llegarán sus aplicaciones o las de otras nuevas que ahora ni siquiera podemos imaginar?. Francisco Peláez vuelve a proyectar el cartel de Los Vengadores y a señalar su incapacidad para predecir lo que puede llegar. Eso sí, que la edición génica ya está permitiendo terapias somáticas (en células adultas) ya es un hecho, aunque aún falte afinar y, sobre todo, abaratar (por ejemplo, una reciente terapia génica aprobada para frenar la metástasis del cáncer de pulmón cuesta 1,6 millones de euros por paciente). En cuanto a la terapia germinal (en embriones), técnicamente ya se ha demostrado su viabilidad, pero el debate ético es mucho mayor. La manipulación en dos embriones humanos que llevó a cabo el doctor chino He Jiankiu (nacieron dos niñas con una célula manipulada para evitar que puedan contraer el VIH) levantó un maremoto mundial, que llevó al ingreso en la cárcel de Jiankiu y su equipo, donde continúan.

 

Si el debate por una manipulación germinal que pretendía eliminar una enfermedad fue tremendo, si se lleva a la posibilidad de modificar para incluir rasgos deseables, ya no queda ninguna alarma por encender. No obstante, lo de decir si un niño o una niña va a tener ojos azules, cabellos rojos o pies de la talla 43 no es tan sencillo como se suele hacer creer; son muchos los genes que confluyen para determinar esos rasgos.

 

Las tecnologías de clonación también son posibles como ya demostró la oveja Dolly en 1996 y los miles de animales que la han seguido desde entonces. Eso sí, hablar de clonar humanos tampoco parece hoy por hoy una posibilidad. Técnicamente parece posible, ya que se ha conseguido con primates, aunque la eficiencia es muy baja y según la complejidad del animal aumenta el número de intentos necesarios. En cuanto a la clonación de órganos con fines terapéuticos, aquí el dilema moral pasa a un segundo plano y es la investigación la que manda. Las terapias regenerativas y el uso de células “totipotentes” pueden ser una realidad que nos acerque, aunque no sabemos cuándo, a sentirnos como Robocop. Y hablando de sentirnos, los biosensores implantados en nuestro cuerpos para informanos de detalles de nuestra salud, sí que, sin duda, pronto serán cotidianos. “Si llegaremos a ser Los Vengadores o nos quedaremos más o menos como estamos, es algo que habrá que ver”, concluye Peláez, con una imagen de Los Simpson sentados ante la televisión, junto a él.