CURSOS DE VERANO
Pedro Halffter Caro trae a los Cursos de Verano "Klara", una ópera “diferente y nueva” que busca el interés del público joven
Fotografía: Jesús de Miguel - 19 jul 2023 12:31 CET
El Auditorio de San Lorenzo de El Escorial se llenó para acoger este 18 de julio la puesta en escena de Klara, la primera ópera del músico y director de orquesta Pedro Halffter Caro, incluida en la programación cultural de la trigésimo sexta edición de los Cursos de Verano de la Universidad Complutense. Klara es una ópera de pequeño formato para dos pianos y una soprano, “diferente y nueva”, como señala el propio autor, que trata de acercar este género musical al público actual y, sobre todo, a los jóvenes, planteando temas que le ocupan, como en este caso es la inteligencia artificial.
Son las doce de la mañana y Pedro Halffter y su equipo ya están en el Auditorio dando el último repaso a la producción. El autor trae a los Cursos una nueva versión de la ópera que se estrenó en agosto de 2022 en Villafranca del Bierzo y que después ha sido puesta en escena, entre otros lugares, en las universidades de Harvard y en la propia Complutense. El nuevo montaje incluye 20 minutos más de música y una espectacular escenografía inmersiva que sitúa al espectador en un mundo digital y holográfico. La soprano Ashely Bell encarna a Klara, un robot con sentimientos y cuerpo de mujer. Toda la música es interpretada por dos pianos, ante los que se sitúan el propio Halffter y Eduardo Frías. La dirección de escena la lleva Antón Armendariz. El músico nos atiende tras un ensayo completo de la obra y un rápido almuerzo, antes de volver al escenario a repasar los últimos detalles.
- ¿Cómo surge Klara?
- A mí me encanta leer novelas distópicas y ver películas como, por ejemplo, Ex Machina o Blade Runner, que nos plantean un futuro en el que la inteligencia artificial se vuelve en contra del hombre. La idea de Klara es ir o un punto más para acá o un punto más para allá: si la IA tiene capacidad de tener consciencia propia, y si tiene capacidad de tener consciencia propia, tiene que tener capacidad también de emociones. ¿Esas emociones en qué están basadas? ¿cómo se construyen?… Esa es un poco la idea. Yo planteo una reflexión, en la que yo parto de la base de que yo sí que creo que en un futuro esos entes sí van a tener una capacidad emocional. Y que dentro de un futuro, no sé cuándo, tendremos que diseñar algún tipo de código para interrelacionarnos con esos seres que llegarán un momento en el que serán capaces de tomar sus propias decisiones. Esa es la base del personaje. Klara es un personaje especial porque siente, porque se reconoce a sí misma, y reconoce también los errores del ser humano. Hay un segundo momento en la ópera, que se llama El secreto, en el que ella abre una caja y ve una serie de cosas del ser humano que nos muestra ni mucho menos tan perfectos como creemos que somos, y entonces ahí es cuando realmente adquiere su consciencia.
- Pero al ver la obra, hay momentos en los que parece que ella lo daría todo por ser humana…
- Sí, esa es una parte de la interpretación, que a lo mejor al principio quiere ser humana. Pero después al descubrir toda esa serie de aspectos y de facetas del ser humano, se lo vuelve a plantear. Esa es la cuestión. Los humanos no tenemos a nadie que fuera de nosotros mismos nos juzgue. Ahora lo hacemos entre iguales, pero imaginemos que, de repente, en el futuro tenemos unos seres que nos juzgan a nosotros como humanidad. Ahora lo hacemos con los filósofos, la capacidad autocrítica, la sociología, la psicología… Vale, pero al final somos nosotros los que nos estamos juzgando a nosotros mismos. No hay nadie que nos juzgue desde fuera, que nos diga esto no se puede hacer o cómo habéis llegado a esto.
- ¿Cómo fue el paso en el que esa reflexión se convierte en una ópera?
- De marzo a junio de 2021 estuve haciendo una producción de ópera en Suiza con unas restricciones por el Covid muy estrictas, donde mi horario era prácticamente ensayar y estar metido en una habitación de hotel. Entre otras cosas me leí de nuevo El mundo como voluntad y representación, de Shopenhauer; Zaratustra, de Nietzsche; toda una serie de filosofía que me fue muy interesante. En esos tres meses encerrado me vino un poco la idea de hacer una ópera y empecé darle forma a un libreto, a ver que lo podía estructurar en cuatro movimientos… Ahí se me ocurrió hacer esta ópera para dos pianos. Al final la pandemia trajo algo positivo.
- A los cuatro movimientos en que se estructura la obra, he leído que le gusta llamarlos haikus, un tipo de verso japonés.
- Los haikus son una forma de escritura japonesa que tiene unas reglas muy estrictas, que tienes que saber muy bien el idioma japonés, para saber aplicarlas exactamente. Es muy estricto, pero a la vez te da mucha libertad, y es muy poético y a la vez muy filosófico, y a mí eso me daba lo que buscaba. A lo mejor no son haikus perfectos en el sentido de la pureza estilística japonesa, y, además, la ópera está escrita en inglés, pero para mí es una forma muy adecuada: son como aforismos que lo que intentan es trasmitirte la esencia de algo de una manera muy directa.
- ¿Qué significa esta ópera en su carrera? Si no me equivoco, es la primera que compone.
- Sí, es la primera ópera. Para el Teatro Real hice una orquestación del Emperador de la Atlántida, de Ullman, en la que yo añadí muchas partes mías, muchos elementos propios, pero esta es la primera ópera en la que hago yo el texto y la música. Es un género que yo dirijo todos los años por lo menos cuatro o cinco producciones de ópera, desde Puccini, Wagner, Strauss… Me dije que por qué no intentar hacer yo algo con toda la experiencia que he adquirido. Algo que sea diferente y nuevo. En Estados Unidos y Canadá, ahora que acabo de estar recientemente dirigiendo Butterfly en Montreal, prácticamente la mitad de la programación son óperas nuevas, porque el público joven lo que no encuentra es ningún tipo de conexión con los libretos de las operas verdianas. Del Trovador, por ejemplo, les puede gustar muchísimo la música, pero el libreto lo encuentran absolutamente lejano, no se identifican con los personajes y, por eso, creo que es importante crear óperas nuevas, con personajes nuevos, y que hablen de cuestiones de nuestro tiempo.
- En diciembre del pasado año presentó con la Unidad de Igualdad de la UCM un documental en homenaje a su madre, la pianista María Caro, con la intención de reivindicar su figura.
- El homenaje que hicimos a mi madre con la Complutense lo agradezco muchísimo. También dirijo un festival en su localidad natal, en Villafranca del Bierzo. La primera finalidad es esa, recuperar la figura de mi madre. Mi padre [el compositor Cristóbal Halffter], que es doctor honoris causa de la Complutense, es muy reconocido, pero la figura de mi madre puede ser tan importante a lo mejor como la de mi padre. Con el Festival también quiero llevar la cultura a un lugar lejos de Madrid y de otros centros culturales, porque es necesario descentralizar la cultura y llevarla al mayor número de poblaciones posibles.
- En el documental sobre su madre, afirmaba que el amor por la música le vino más a través de su madre que de su padre.
- El tiempo que yo pasaba con mi madre haciendo música era mucho mayor que el que yo podía estar con mi padre. Él, al ser compositor, estaba mucho tiempo encerrado y pensando en sus propias composiciones. Con mi madre tocábamos el piano juntos, tocábamos a cuatro manos. Simplemente, si lo medimos en tiempo real en el cual yo he compartido música con mi madre es exponencialmente mayor. Eran todas las tardes…
- ¿Es posible que en esta, su primera ópera, haya mucho de esa influencia materna?
- Claro. Seguramente. Puede ser. No sé si de manera consciente o inconsciente. Lo cierto es que si uno no quiere hacer algo mal, lo que tienes que hacer es algo que conoces. Para mí escribir para dos pianos es algo normal y viene de aquellos momentos con ella.